Es cerebral, incluso a pesar suyo. Piensa, ella lo ha dicho, demasiadas cosas durante demasiado tiempo. Es seria y no sonríe si no existe un motivo, uno cierto, que la haga sonreír. Es rigurosamente profesional, es obsesivamente rigurosa. Es dueña de una belleza tensa, clásica, de un rostro bien dibujado, la piel blanquísima del rostro que, bien dibujado, asoma bajo la cabellera rabiosamente negra. Es una exitosa actriz de televisión hija de un actor militante del teatro que se compromete sólo con el teatro. Es, tal vez por esto mismo, algo culposa. Deplora, Julieta Díaz, la publicidad de los asuntos del corazón y otras "frivolidades" (sí, hay gente que llama frivolidad a lo que ocurre dentro del corazón, aunque Neruda -y otros tantos- han dado muestra de lo contrario). Ocupa, la misma Julieta Díaz, un protagónico de 20 puntos diarios. No hay que ser su terapeuta para darse cuenta de que hay, entre una y otra, una fractura sin solución.
"Es bueno estar en la tele porque la gente te conoce. No es bueno estar en la tele porque la gente te conoce". Así dicho, no quedaría otra que diagnosticar una esquizofrenia; sin embargo, Julieta, estamos seguros, no lo ha dicho desde el desequilibrio esquizoide sino más bien intentado una aproximación inteligente y graciosa para entender hasta qué lugar la ha llevado su talento, su voluntad y la suerte. Desde los 17, cuando hizo su primer trabajo en la telenovela Bajamar, hasta hoy, que tiene 25 y es una cara de consumo masivo, ha hecho un camino de ascenso ininterrumpido. Como sea que ella quiera nombrar a su lugar en el módico star system local, está claro que es un lugar lo suficientemente alto como para que la gente, después de comprarla, consumirla, mirar su tira, engrosar su rating (y con ello, obviamente, sus contratos), empiece a pedir algo más de ella que un puñado de escenas bien resueltas a la semana. Algo más, como querer saber qué piensa, qué siente.
"No me molestan los cholulos. Pero a veces uno está cruzado y yo vivo cruzada. Si viene uno, está bien, pero vienen diez y la paciencia se termina. Y la gente no tiene término medio. Tratan de hacerte cargo a vos de lo que les pasa a ellos", ha dicho Juliet. En fin.
Escrito en el cielo. Nació el 9 de septiembre 1977. Que pertenezca al signo de Virgo sería un dato menor, o incluso no sería un dato si no fuera porque para Julieta, hija de una astróloga que también es especialista en reiki, terapeuta floral y tiradora de cartas, en los astros de verdad se escribe buena parte del destino. Dijo Julieta: "Soy de Virgo con ascendente en Leo y tengo luna en Cáncer. Mi mamá, que es muy zen, muy new age, me dijo que tengo un planeta que es el mismo de Woody Allen y que por eso tengo un humor un poco intelectual".
Su padre se llama Ricardo Díaz Mourelles, químico de profesión, actor por vocación, y es, además de la persona con quien suele grabar sus mensajes en el contestador automático, quien más ha calado en su vida. Cuando Julieta tenía tres años, sus padres se separaron. Hubo marchas, contramarchas, regresos y nuevas partidas. La separación definitiva llegó algunos años después. A los seis, entonces, Julieta iba a las obras de su padre porque él, separado, no tenían con quién dejarla. Iba, Julieta, al teatro y miraba y aprendía y repetía lo que escuchaba y soñaba, de verdad que lo soñaba, con subir la escalerita del costado y poner el cuerpo, ella, como su padre le iba enseñando, sin saberlo tal vez, que se ponía sobre el escenario.
Eligió mal, Julieta, cuando arrancó estudiando danza, en vez de ir directamente por las tablas. Y también cuando se metió en el colegio República del Líbano de Barracas, de donde salió Técnica en Administración de Empresas. Es decir, una administradora que se apasiona con la actuación, hija de un químico que se dedicó, oops, a la actuación. La vida te da sorpresas…
Tan de repente. Después de Bajamar hay un rosario de apariciones, cada vez más largas y complejas, hasta llegar a los protagónicos. La Condena de Gabriel Doyle, Verdad/Consecuencia, Nueve Lunas, Carola Casini, Como pan caliente, Campeones, 099 Central y Soy gitano… En la ficción de la pantalla tuvo amores con Mariano Martínez, Nicolás Cabré y Pablo Rago, aunque en su vida el amor es algo bastante más infrecuente. Tuvo un amor, uno de esos que son una marea y se llevan todo. Duró un año y medio. Después, algunos vaivenes sin mucha sustancia. Hoy está sola y dice: "No hace falta estar de novia para ser feliz".
Vivió con su madre, en San Telmo, hasta que el pulso adolescente la llevó a buscar lugar propio. Se compró un departamento en Recoleta y no es mucho más lo que se compró. Fue, desde siempre, una chica de familia trabajadora, clase media, menos media que media baja, "de las que un día, cuando andan un poco mejor, se compran las Nike, pero no las Air", dijo una vez. Siguiendo, una vez más, el camino de su padre, participó, como él, en Teatro por la identidad, el ciclo de obras con el que las Abuelas de Plaza de Mayo llevaron al escenario la barbarie del robo sistemático de bebés durante la última dictadura militar.
Hoy Julieta (así se decidieron sus padres que se llamara en honor a la heroína de Shakespeare) sigue construyendo su carrera. Lo hace con una obsesión casi artesanal: trabaja intensamente en la investigación de sus personajes, jamás vacila las líneas de su texto, ensaya y vuelve a ensayar, estudia su vestuario y, para el caso de Soy gitano, estudió todo el flamenco que alguien con pocas semanas para preparar su personaje puede estudiar. El tiempo o, mejor, su falta, eso también la fastidia: "Pongo mucho en mi trabajo, por eso me molesta no tener a veces la cantidad de tiempo necesario para trabajar mejor una composición. Por ejemplo, apenas tuve tiempo para sacarme de encima a Gaby y ya estaba pensando en Mora", se queja Julieta. Gaby era una policía humilde, varonera, algo atropellada que se metió en la piel de Julieta durante 099 Central. Mora es la gitana de ojos tremendos cuya mirada es una daga en Soy gitano. "Gaby se metió muy dentro de mí, de hecho a veces todavía se me aparece".
Un rato de Dolina por las noches. Y después el sueño. Así terminan los días de Julieta, que está allí, en ese lugar tan incómodo y espléndido, tan insoportable y sensual que es el jueguito de la celebridad, el jueguito donde se cruzan el éxito, el dinero, la realización, las revistas que escriben, los fans que empujan, los periodistas que preguntan, los críticos, los contratos. Tiene asesora de vestuario y asistente. Es decir, sabe que el juego pide y por eso se prepara. Porque sabe que llegó, Julieta, al jueguito de la fama. No todas las reglas son las que ella hubiera deseado. Pero, malas noticias, las instrucciones ya habían sido escritas.
Un rostro de líneas delicadas, la piel blanca y el pelo negrísimo, los ojos oscuros y profundos. Julieta ya encontró una imagen propia.
Mi mamá, que es muy zen, muy new age, me dijo que tengo un planeta que es el mismo de Woody Allen y que por eso tengo un humor un poco intelectual".">
"Mi mamá, que es muy zen, muy new age, me dijo que tengo un planeta que es el mismo de Woody Allen y que por eso tengo un humor un poco intelectual".