Las atletas tienen de dos a ocho veces más probabilidades de romperse este ligamento que los hombres. Además, sus probabilidades de volver a practicar deporte en un plazo de cinco años son un 25 % menores que las de sus compañeros. Si nos fiamos de los datos científicos, deberíamos prepararnos para dos o tres roturas del LCA durante este Mundial.
Esta mayor concientización sobre la epidemia de roturas de LCA en el fútbol femenino está arrojando luz sobre las disparidades de género en el deporte y poniendo de relieve la necesidad de tomar medidas inmediatas para crear un terreno de juego más equitativo.
Las temidas secuelas de la rotura del LCA
El LCA (ligamento cruzado anterior) es una banda gruesa de tejido conjuntivo que se encuentra en el centro de la articulación de la rodilla. Desempeña un papel vital en el control del movimiento de la rodilla e informa al cerebro sobre la posición de esta articulación.
Las roturas del LCA suelen producirse por movimientos que implican giros y cambios rápidos de dirección, como los que se realizan a la hora de hacer presión o atacar. La gente suele sentir u oír un chasquido cuando se rompe el LCA y experimenta una inflamación significativa de la articulación en un par de horas.
Para los atletas, el tratamiento de una rotura del LCA implica fisioterapia, ejercicio o cirugía, en la que el LCA se reconstruye utilizando un trozo de tendón extraído de los músculos cuádriceps o isquiotibiales. En condiciones ideales, la recuperación de una rotura del LCA dura entre nueve y doce meses.
Desgraciadamente, el 30 % de las atletas que se rompen el LCA no vuelven a practicar deporte. Si consiguen hacerlo, el 15 % sufre una nueva rotura. Incluso después del tratamiento y de volver a practicar deporte, las personas que se rompen el LCA tienen seis veces más probabilidades de desarrollar osteoartritis de aparición temprana, una enfermedad articular degenerativa caracterizada por el dolor y la pérdida de funcionalidad.
Mayor riesgo para las mujeres deportistas
Aunque las investigaciones anteriores se centraron en las diferencias anatómicas, biomecánicas y en los ciclos hormonales mensuales, estos factores biológicos no dibujan un cuadro completo de por qué las atletas se rompen el LCA más que sus homólogos masculinos.
Los entornos en los que las atletas aprenden y practican deporte también contribuyen al riesgo. Los estereotipos de género que impregnan el deporte a menudo infravaloran las capacidades atléticas de las mujeres, lo que puede dar lugar a que tengan menos oportunidades y recursos.
Por ejemplo, en el Torneo de la División I de Baloncesto de la NCAA (Asociación Nacional Deportiva Universitaria) de 2021, en Estados Unidos, los atletas masculinos tenían acceso a un gimnasio completo. Mientras tanto, las atletas femeninas disponían de unas pocas mancuernas ligeras y esterillas de yoga.
Algunas personas consideran que las chicas y las mujeres con cuerpos musculosos y voluminosos son poco atractivas. Esta creencia también puede influir en el acceso y el entusiasmo de estas por el entrenamiento con pesas. Este estereotipo de género es problemático porque trabajar la fuerza es importante para prevenir las roturas del LCA.
La rápida profesionalización del fútbol femenino también provocó una mayor exigencia física para las jugadoras y un mayor riesgo de lesiones. Sin embargo, el entorno deportivo no está a la altura y carece de recursos, instalaciones y entrenamientos adaptados a las necesidades de las deportistas.
Unas temporadas más cortas y condensadas, con congestión de partidos, combinadas con programas limitados de entrenamiento de fuerza –y, en algunos casos, un acceso limitado a entrenadores y equipos médicos cualificados– contribuyen aún más al problema del LCA.
Abordar la epidemia
Resolver este problema requiere la participación de todos los miembros de la comunidad futbolística. Para empezar, es crucial invertir más recursos y conocimientos en el fútbol femenino. Esto significa ligas profesionales, igualdad salarial y de recursos, inversión en bienestar a largo plazo y dar prioridad a la formación de entrenadoras, preparadoras y personal médico femenino.
También es urgente financiar la investigación centrada en la salud femenina, la prevención de lesiones y el bienestar a largo plazo. Esta investigación debe llevarse a cabo en colaboración con jugadoras, entrenadoras y federaciones deportivas, de modo que todos tengan interés en actuar a partir de los resultados.
Los programas de calentamiento para la prevención de lesiones pueden reducir el número de roturas del ligamento cruzado anterior y, a pesar de los llamativos titulares engañosos, no hay pruebas de que los anticonceptivos disminuyan el riesgo de sufrir la lesión. Todas y cada una de las deportistas que juegan al fútbol, desde el fútbol base hasta el profesional, necesitan estos conocimientos para poder tomar decisiones informadas.
Para fomentar un cambio duradero y promover la salud y el éxito de las futbolistas, debemos hacer frente a las desigualdades de género que persisten desde hace mucho tiempo en este deporte. Mostrando el talento de las deportistas en los medios de comunicación podemos desafiar los estereotipos de género, demostrar que las mujeres deportistas no son menos que sus homólogos masculinos y crear más oportunidades de crecimiento.
Sólo mediante el esfuerzo colectivo y el compromiso de abordar todas las causas que originan las lesiones del LCA en las deportistas podremos construir un futuro en el que todas las atletas tengan las mismas oportunidades de destacar en el deporte rey.
Por Jackie Whittaker, Associate Professor, Department of Physical Therapy, Faculty of Medicine, University of British Columbia; Christina Le, Physiotherapist and Researcher, University of Alberta y Linda Truong, PhD Candidate, Rehabilitation Sciences, University of British Columbia
Por Jackie Whittaker, profesor asociado del Departamento de Fisioterapia de la Facultad de Medicina de la Universidad británica de Columbia, Christina Le, fisioterapeuta e Investigadora de la Universidad de Alberta, y Linda Truong, de Ciencias de la Rehabilitación de la Universidad británica de Columbia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation