La cantante sueca a pesar de los intensos dolores y las secuelas de su enfermedad conservó hasta el último minuto la elegancia y las ganas de expresarse desde un escenario. Así fue su último concierto.
Unas pocas horas después de que se conociera la triste noticia del fallecimiento de Marie Fredriksson, vocalista de la mítica banda sueca de pop Roxette, a los 61 años, el mundo de la música llora su muerte.
La cantante llevaba más de una década luchando contra el cáncer. Se lo diagnosticaron en 2002. Desde entonces pasó por varias fases y cada una de ellas le dejó alguna secuela. Problemas de visión, sordera por un oído, dificultades para moverse e incluso pérdida de memoria. Pero no quiso suspender los conciertos del grupo hasta hace tres años.
En sus últimos conciertos, en 2016 (anunció su retirada después del recital de Ciudad del Cabo, Sudáfrica, el 8 de febrero de 2016), se presentaba sentada en una silla, vestida con un saco blanco, camisa del mismo color y corbata negra. Como una especie de homenaje a David Bowie. En la mano derecha el micrófono; en la izquierda, un bastón de metal. Cruzaba las piernas y sacaba adelante las actuaciones gracias a esa gran de voz que tenía.
Recientemente Fredriksson publicó una autobiografía, Listen to My Heart (Escucha mi corazón, igual que uno de sus grandes éxitos, pero cambiando una palabra, Listen to Your Heart). En el libro habla del proceso de su enfermedad y de otros episodios que marcaron su vida. Por ejemplo, se detiene en su gran tragedia infantil. Cuando solo tenía ocho años, su hermana, Anna-Lisa, falleció en un accidente de tráfico.
Fredriksson señala que ese episodio le marcó profundamente y le ayudó a tener un espíritu resistente y combativo. Una actitud que conservó hasta el final de sus días.
