"Vayan a Fátima”, pregonaba Jorge Mario Bergoglio en su etapa de obispo porteño, en la Vicaría de Flores. Y predicaba con el ejemplo. Allí estaba el padre Jorge –tal como lo llamaban los fieles– cuando se celebraban las confirmaciones y las fiestas patronales de mayo y octubre. La parroquia de Fátima, en Villa Soldati, era su lugar. Ahí, junto a los carenciados y a la Patrona que tanta devoción le generaba. Por eso en su peregrinación, esa que comenzó como cura misionero y lo llevó a lo más alto como Sumo Pontífice, le siguió el camino a cada paso. El destino volvió a cruzarlos –a Francisco y a la Virgen de Fátima– en octubre de 2013. Fue en ocasión de la llegada de la estatuilla de la Santa a Roma, cuando se celebraba el Año de la Fe: “La Virgen nos conoce bien, es madre. Sabe muy bien cuáles son nuestras alegrías y nuestras dificultades, nuestras esperanzas y nuestras desilusiones”, decía entonces, alentando a los devotos. Y este último fin de semana, el viaje del Santo Padre volvió a cruzarse con los destinos de Fátima. Aunque esta vez fue él quien se acercó hasta su hogar. Más precisamente, al santuario que se levanta en las praderas donde fue vista por primera vez. Cien años después, el papa Francisco se dirigió hasta allí para abrazarse con quinientos mil fieles, peregrinos, devotos de Fátima y de Su Santidad para canonizar a Francisco y Jacinta Marto, los pastorcitos videntes que recibieron la visita de la Virgen hace cien años. Esta es la historia.
ESTRELLA INMACULADA. Ocurrió el 13 de mayo de 1917, cuando la Primera Guerra Mundial ya apuntaba a su cuarta primavera. Francisco Marto y su hermana Jacinta, dos niños analfabetos de 9 y 7 años, pastoreaban su rebaño en las praderas cercanas a la cueva llamada Loca do Cabeço.
Los niños estaban acompañados por su prima Lucía, de 10 años, cuando de repente tuvieron una visión, “una señora de blanco, iluminada por una fuerte luz”. Con un rosario blanco entre las manos, les pidió: “No temáis. Yo soy el Angel de la Paz. Rezad conmigo”. Y los instó a regresar todos los meses a ese lugar. Hasta el 13 de octubre, estos tres niños tuvieron seis visiones. La segunda, el 13 de junio, la Virgen les anticipó a Jacinta y a Francisco que Jesús se los llevaría al Cielo. Y un mes después les reveló tres secretos. Tal como anticipó la Virgen, los chicos murieron a causa de una epidemia de broncopulmonía que se cobró 50 millones de vidas en toda Europa. Pero antessu mensaje se propagó por toda la región y Fátima comenzó a colmarse de peregrinos. Los pastorcitos fueron señalados como herejes y perturbadores del orden, y hasta los encarcelaron. Lucía sobrevivió a la peste que terminó con sus primos. A los 14 años decidió consagrar su vida a Dios y se convirtió en monja de clausura hasta los 97, cuando murió. De sus memorias se desprenden los dos primeros secretos que les reveló la Virgen en aquel mes de julio de 1917. Primero les describió cómo era el infierno, y en segundo lugar les reveló una profecía: la caída del comunismo en Rusia y su conversión al cristianismo. ¿El tercer secreto? El papa Pío XII decidió guardarlo por años y recién fue revelado en el año 2000. En su diario, Lucía hablaba de un ángel que tomaba una espada de fuego y gritaba la palabra “¡penitencia!”. Y después contaba: “Vimos una inmensa luz y un obispo vestido de blanco, muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros de armas de fuego”.
Según los teólogos, con Joseph Ratzinger a la cabeza, en aquel momento la Virgen del Rosario de Fátima predijo el atentado que sufriría Juan Pablo II en 1981. Aquel miércoles, el Papa más popular de la historia se paseaba por la Plaza San Pedro, cuando el terrorista turco Alí Mehmet Agca atentó contra su vida. La fecha parece decirlo todo: 13 de mayo de ese año, el mismo día que Fátima había aparecido ante los pastorcitos por primera vez, sesenta y cuatro años antes. La historia es conocida: Wojtyla llegó casi desangrado al hospital y sobrevivió. Atribuyó su destino (casi milagroso) a la Virgen de Fátima y un año después viajó a su santuario para agradecerle. Lo que no es tan conocido es que Juan Pablo II hizo encastrar el casquillo de la bala que le retiraron del cuerpo en la corona de la Virgen, que ya contaba con un kilo doscientos de oro, 313 perlas y 2.679 piedras preciosas.
LOS PASTORCITOS YA SON SANTOS. Sábado 12 de mayo. Falta un día para que se cumpla el centenario de la aparición milagrosa. El escenario es conmovedor. Imponente. Quinientas mil personas, con al menos trescientas mil antorchas y velas iluminan la noche y rezan el rosario en la explanada del templo que venera a la Virgen de Fátima en Portugal. La mañana siguiente no va a ser menos importante: el Papa lleva a cabo la canonización de los pastorcitos visionarios que difundieron el mensaje de Fátima. Su Santidad va a colocar dos reliquias al pie de la imagen blanca e inmaculada que preside la ceremonia: un pedazo de hueso de Francisco y una pequeña trenza del pelo de Jacinta. Los cientos de miles de peregrinos que llegaron hasta la localidad portuguesa de Fátima lloran de la emoción. “¡Viva el Papa!”, exclaman. Y corean su nombre: “¡Francisco! ¡Francisco!”. Pero él aprovecha para rendir su homilía a la Virgen y a los Santos: “Tenemos una madre. Fátima es un manto de luz que nos cubre. Jesús sabe lo que significa el sufrimiento. Nos comprende, nos consuela y nos da fuerza, como hizo con San Francisco Marto y Santa Jacinta y con los Santos de todas las épocas y lugares”, dice, mientras los pastorcitos ya son los santos no mártires más jóvenes de la Iglesia.
Fotos: AFP.
Fotos: AFP.