Desde las tablas del under hasta la televisión que devoraban millones, el genio de Antonio Alberto Gasalla mutó sin perder el filo. No hubo solemnidad que no desarmara, ni poder que no ridiculizara.
En los sótanos de los ’70, con la audacia de quien se burla del miedo, encarnó mujeres de clase alta desquiciadas, viejas de lengua viperina, inocentes perversos. Luego, la televisión lo encumbró sin domesticarlo.
Con Susana Giménez conquistó la masividad, pero su esencia se mantuvo intacta: un humor feroz, quirúrgico, que retrataba lo más oscuro del alma argentina. Mamá Cora, La empleada pública, la Abuela, Soledad Solari, Inesita y Bárbara Don’t Worry: personajes convertidos en espejos deformantes, donde el país se miraba y reía, acaso incómodo, acaso fascinado.
No era solo chiste, era disección. Gasalla no se reía con el público, sino del público, y eso lo hacía inmortal.


























Fotos: Archivo Grupo Atlántida.
Compilación de material de archivo: Gustavo Ramírez.