La vida es una cadena de favores y “cambiar indiferencia por amor” trae recompensa. Y así lo cree Ismael Sáez cada vez que se levanta por las mañanas. Tras perder su trabajo en una farmacia, se quedó literalmente en la calle. Y durante tres años no pudo salir de allí.
No fue hasta que aceptó la ayuda que le brindaron los voluntarios de la Asociación Civil Amigos en el camino que le volvió a encontrar sentido a su vida. Esta es su historia, en primera persona, que comparte para impulsar a otros “a levantarse”.
Todo que lo das, vuelve
“A mediados de 2018, mientras hacía la carrera para ser bioquímico farmacéutico, me quedé sin trabajo. Cuando salí a buscar empleo, me fue muy complicado porque estaba con los tiempos muy justos. Me despidieron, me pagaron todo y empecé a hacer changas para no gastar toda la plata. Cuando la changa que tenía se cortó, llegó un punto en que no di más. Debía dos meses de alquiler y un día, al volver de buscar trabajo me encontré con que la pieza tenía un candado y estaban todas mis cosas afuera”, cuenta Ismael (43), “separado hace un montón”, y padre de dos hijas, Julieta (15) y Catalina (12).
Si bien las hijas vivían con la madre, él siempre las llevaba al colegio y pasaba todos los fines de semana con ellas. “Hasta que me pasó esto de encontrarme en situación de calle y no saber qué hacer, ni dejarme ayudar”, dice Ismael con voz suave y una enorme serenidad. Lo cuenta en la sede de Amigos en el camino, la Asociación Civil que le tendió una mano, y a la que terminó plegándose en las recorridas.
No fue fácil escuchar ni reconocer que podía salir. Lo narra así: “Todos los días me decía ‘tengo que buscar trabajo’ y en ese momento me puse detrás de un árbol. No quería ver las opciones que había como para pedir ayuda. Así transcurrieron tres años. Hasta que un día conocí a los voluntarios y me empezaron a sacar”.
Cuando el escuadrón de Amigos en el Camino le preguntó por qué estaba en la calle, Ismael les contó su historia y que estaba buscando trabajo de modo incesante. Pero la desconfianza le ganó. “Pensé que me estaban tomando el pelo o me querían sacar información”, asegura. Por eso es que les soltó: “Si conseguís algo, ahí tenés mi CV y mis datos”. Como cuenta, para ese entonces estaba “tan ciego que no aceptaba que necesitaba ayuda”.
El comienzo del cambio: de dejarse ayudar a sacar a otros de la calle
“Un día pasaron de recorrida y me agarra Fernando, que es un voluntario (y también trabajaba en una farmacia), y me dice: ‘¿Te puedo hacer una pregunta?’. Yo estaba como gato en guardia. Me preguntó si quería una cerveza y le dije que no. ‘¿Pero te drogás?’. Le respondo que no. Ahí es que me dice: ‘¿Qué hacés acá?’.
Ismael volvió a contar su periplo y hasta disparó: “¿Ya te olvidaste todo lo que hablamos?”. Fue ahí que el voluntario le lanzó: “¿Me dejás que te ayude?”. Según cuenta el hombre, no era capaz ni de saber cómo se había dejado a sí mismo. “De dormir en la plaza, en el subte o en algún lugarcito en el que no te pegue el agua no tenía ni idea de que tenía la barba como Cristo. Cualquiera que va con un currículum así, dice: ‘este, no’”, continúa ante el grabador de GENTE.
Casi como en un salto de fe, Ismael, que había dejado la carrera “por temas económicos” y no creía poder encontrar un trabajo tras prestar servicio durante doce años en la farmacia de Almagro de la que lo despidieron, finalmente creyó. “Y acepté”.
Y continúa, mientras sus ojos se encienden: “Así que me empecé a dejar ayudar. Un día conocí la sede de Amigos en el camino y dije, ‘bueno, está bien. Necesito ayuda. ¿Qué puedo hacer para salir adelante?’”. Con Fernando, cuenta, además de darse una confianza mutua, “se formó un vínculo lindo”. Hasta fue él quien le hacía saber si una receta (para otro amigo de la calle) estaba mal “porque faltaba el duplicado”.
Cuando vio la energía que se movía en la sede liderada por Mónica De Russis, una verdadera “productora de la vida” y Directora Ejecutiva de la Asociación, asegura, “empecé a ayudar”. Enseguida intenta transmitir lo que sintió: "Al ver tanta organización y todo lo que hacían, dije, ‘hoy me tocó a mí, pero cuántas personas pasaron lo mismo que yo y no saben cómo pedir ayuda. Ahí pensé que quería darles una mano”.
Enseguida aclara: “No es ayudar por ayudar. Es saber que otro puede estar atravesando la misma situación que pasa uno o ya atravesó, y saber explicarse con la otra persona”. De inmediato recuerda una triste historia de un amigo de la calle.
“Lo conocí en la plazoleta del Teatro Colón. Y no lo vi nunca más. Después me enteré por los medios que falleció por el frío. Él era técnico electrónico y era una re buena persona, que tenía sus problemas. Nunca tuvo hijos, pero su esposa falleció joven. Y se tiró al abandono con el alcohol”, rememora Ismael. Y destaca: “En la calle hay mucha gente con capacidad. A veces está el prejuicio. Y cualquiera puede caer. Pero hay que dejarse ayudar”.
Uno para todos, todos para uno
Sentado en un sillón de la acogedora sede de Amigos en el camino, y en medio de una nueva recorrida por las calles para asistir a otros que estaban como él, precisa cómo vio a sus compañeros cuando empezó a sumarse a repartir viandas.
“Fernando era empleado en una farmacia, José estaba desocupado y Yanina era maestra especial. Si hacés un combo, decís: Esto no combina con nada, pero ¿por qué funciona? Porque tienen la voluntad de ayudar”. Estar de ambos lados hoy lo puede contar porque dejó ayudarse, repite.
–Durante tu situación de calle, tus hijas conocían por lo que pasabas o nunca se enteraron?
–No, nunca se enteraron.
–¿Dejaste de verlas el tiempo que estuviste en la calle?
–No, las seguía viendo cuando podía y las llamaba por teléfono. Siempre les dije que papá trabajaba mucho. Les ponía excusas de que había cambiado de trabajo y estaba haciendo una changa, o que estaba lejos.
–¿Creés que les podrías contar tu historia? Sobre todo para que sepan de tu fortaleza…
–Es algo que estoy llevando muy despacio porque no sé cómo pueden tomar lo que me pasó. Qué piensen: “¿Por qué mi papá tuvo que pasar todo eso?”. Con todos estos temas le pido ayuda a la psicóloga, a la que le voy planteando mis dudas y mis miedos. Porque no está bueno que les digas: “Mirá, yo el tiempo que no pude estar con ustedes estaba en la calle y estaba tirado. Como no sé cómo van a reaccionar, es preferible ir de a poco”.
No hay día en que no piense todo lo que pasó y mire para atrás. “En diciembre del año pasado, en combinación con Fundación Cultura de Trabajo se dio la oportunidad de estar haciendo esta capacitación en software. Es un proceso muy largo, es un aprendizaje de prueba y error, y depende de las ganas y la voluntad”, asegura Ismael que hoy trabaja en Tactile Games.
Se refiere a la compañía danesa creadora de videojuegos en la que otras personas en situaciones parecidas a la suya también salieron adelante y crecieron como testers. Mientras se capacita en la empresa en la que le abrieron las puertas con la frase “bienvenido a la familia”, Ismael hoy trabaja de lunes a viernes, de 9 a 15.
–¿Cómo te enteraste de esta primera (nueva) oportunidad para vos y cómo fue reinsertarte laboralmente?
–Cuando me citaron a la entrevista lo primero que hice fue llevar el CV. Y cuando entré, la cabeza se me fue a los Simpson, porque eran juegos arcades de animé, videojuegos, consolas y computadoras. Me dije… ¿qué es todo esto? Mi profesor tiene 25 años. Y yo era un sapo de otro pozo, estaba re incómodo, porque no sabía nada. Pero es un ambiente en el que congeniás enseguida y a nadie le importa si sos más o menos viejo que ellos. Mientras que sepas de animé, de videojuegos y consolas, sos uno más.
Acerca de tomar un nuevo camino en su vida y lanzarse a lo nuevo, el hombre señala: “Yo estaba cerrado a que tenía que volver a trabajar en una farmacia, pero al pensar meterme en algo con lo que siempre estuve familiarizado a través de las consolas, dije… ¿por qué no?”.
Y sigue: “A medida que fue pasando el tiempo me di cuenta de que la programación era la puerta a la cuarta revolución industrial. Además de haberse dado cuenta de que hoy cuenta con “una herramienta importante y muy fuerte”, comparte la buena nueva: “Si las cosas siguen así, puede que tenga un examen para ingresar a la UTN”.
De sus aprendizajes a lo que hoy le dicen sus hijas
“Mis hijas dicen ‘no podemos creer que te paguen por trabajar con videojuegos’. Ahí les explico que no es que es jugar, es algo mucho más específico, es el armado de un logaritmo para que vos muevas un botón y haga lo que hace. Es mucho más que eso”, asegura con una sonrisa.
“Además, les digo que siempre se puede salir adelante”, sostiene Ismael, que se reconoce como una persona “de ayudar al otro que lo está pasando mal”. Cuando le tocó a él, asegura, golpeó muchas puertas sin suerte. “A veces del lugar que menos te imaginás, viene la ayuda”, dice como en un dejavu quien sabe que “hasta que la otra persona no se deje ayudar, no es fácil”.
El equipo de recorrida de los jueves está listo para salir nuevamente a asistir a los amigos de la calle. Mónica les recuerda que no se olviden los aislantes del frío. Valeria y José ya guardaron la heladerita con el guiso caliente, los huevos, el pan, las facturas, las frazadas y las medias de refuerzo. Mery coloca el banderín rojo de la asociación y enciende el motor del auto.
Antes de sumarse a sus compañeros, Ismael, que hoy se define “como ese tipo que era antes, alegre, de vivir riendo y ayudando”, no quiere que esa etapa dura de su vida se le olvide. “Es importante saber por qué pasó todo esto”. Y repite su paciente estrategia: “Cuando veo a alguien que está como estaba yo, le digo: ‘Yo estoy’”.
Fotos: Diego García y gentileza Asociación Amigos en el Camino
Imagen de portada: Silvana Solano