Tuvo polio cuando era niño y nunca pudo caminar. A los 37 su vida cambió por completo: un infarto que podría haberlo matado lo hizo reconocer el valor de su cuerpo y terminó salvándole la vida
“Disfruto de haber pasado del ‘¿Qué te pasó?’ a ‘¿Cuál es tu próximo desafío?’”, dice Jean Maggi (58) Hizo cumbre en el Himalaya con una bicicleta de mano, creó una fundación para acercar esta herramienta a quienes la necesiten, es protagonista de El límite infinito, el nuevo documental de Juan José Campanella que tiene fecha de estreno para mediados de junio y recientemente dio una charla virtual en el marco del ciclo de conferencias de la Universidad Siglo 21 está ofreciendo para promover debates.
Juan Ignacio Maggi -más conocido como Jean- creció en Córdoba. Recuerda que cuando era chico y paseaba por la peatonal en busca de discos -”¡Siempre me gustó mucho la música!”, confiesa- las señoras al cruzarlo le tocaban la cabeza y le decían: “Pobrecito”.
Es más cuenta que una vez, ya de grande, quiso tomar un taxi luego de cerrar un importante negocio con el Banco Suquía (hoy Macro). “Paré el coche, abrí la puerta para que bajara la pasajera que venía y ella al verme abrió la cartera y me dio unas monedas”, dice entre risas el hombre que subió al himalaya con una bicicleta de mano.
Pero enseguida vuelve al tono reflexivo: “Es como si la persona con discapacidad lo único que pudiera hacer es abrir la puerta y pedir. Entonces el desafío de subir al Himalaya para mí era poder contarle al mundo que no es así. Cuando fui a Nepal no se trataba tanto de la operación de la montaña sino que deseaba pararme desde ahí y contarle al mundo que pude. Que todo esto que la sociedad piensa de que el pobrecito y demás no es así”.
Jean Maggi tuvo polio y por eso nunca pudo caminar
Jean perdió la movilidad de las piernas a causa de la poliomielitis. Fue víctima del virus de la forma más inesperada. Nació seis años después del último brote de la enfermedad en Argentina y cuando la vacuna ya era obligatoria en el calendario. Ya adulto, cuando quiso hacer algo para “poder caminar”, se enteró de lo que había pasado.
“Nací en el 62 y me enfermé en el 63. Justo ese año la vacuna pasó de virus muerto (Salk) a virus vivo (Sabin)”, cuenta agradecido por haber sabido esto de grande, teniendo ya la capacidad de entender que fue una excepción. “Yo me enfermé por una vacuna. Fue un accidente. Hay dos millones de pibes que se salvan por la vacuna y un caso en el que falla. Sé el daño que la polio causó en mí y en mi familia. Esto te destruye. Pero si 1.999.999 personas no pasan por esto gracias a la vacuna entonces no se puede hablar mal de la la misma”, enfatiza.
-¿Por qué contás tu historia?
-Al principio estaba parado un poco en la soberbia del fantástico que había llegado al Himalaya, como un superhéroe. Después me dí cuenta de que estaba contando una etapa de mi vida pero faltaba toda la otra para que lo que contaba le sirviera a alguien. Tenía que hablar del infarto y del pre infarto, contar mis falencias.
-¿Que buscás transmitir?
-Cuando cuento mi experiencia pienso que alguien puede escuchar y pensar: “Uh! Este pibe, con eso, llegó al Himalaya” o “A la edad que los deportistas se retiran, él empezó a entrenar”.
-¿Cómo cambió tu mirada respecto a la discapacidad?
-Tuve dos etapas muy marcadas. La era pre infarto en la que no asumía mi discapacidad, quizás porque el contexto tampoco ayudaba y la sociedad no estaba muy permeable a recibir personas con discapacidad. Entonces, no asumir mi condición me llevó al infarto, a una autodestrucción. Pensaba que tenía un cuerpo inútil y no lo cuidaba. Terminé donde tenía que acabar. Siempre digo que la polio me la ligué de arriba pero con el infarto hice todo lo que tenía que hacer para tenerlo.
"Siento que lo que hago es mostrar que encerrarte en el “¿por qué a mí?” te puede llevar a un infarto y, en cambio, aliarte con la discapacidad te puede llevar al Himalaya"
Escaló el Himalaya y creó una fundación para asistir a personas con discapacidad motriz
El infarto coincidió con un llamado de atención de su esposa. Ella le advirtió que las cosas no podían seguir así. Pero jamás imaginó cómo seguiría el camino de sus vidas. Pasar por el hospital marcó un quiebre en la vida de Jean. “En ese momento descubrí mi cuerpo y gracias al deporte dejé de estar preso de él, encontré mi potencial y mi pasión. Empecé a desarrollarme no sólo como deportista de alto rendimiento sino en mi vida personal”, relata.
Desde entonces, ponerse metas (casi) imposibles es una constante en la vida de Jean Maggi. Hace poco más de cinco años decidió subir a la cima más alta con su bicicleta de mano. Para entonces ya había hecho otras pruebas de alto rendimiento como maratones y hasta un ironman en el que hizo 1,9 kilómetros nadando, 90 en bicicleta y 21 corriendo (Jean los hizo en silla de ruedas).
Quizás, ese cambio interno fue lo que provocó un cambio en la mirada de los otros: “Disfruto de haber pasado del ‘¿Qué te pasó?’ a ‘¿Cuál es tu próximo desafío?’”, confiesa Jean.
-Empezaste a dar charlas tras volver del Himalaya, ¿Qué otras cumbres hubo en tu vida?
-Al Himalaya uno va con entrenamiento, con dedicación, con esfuerzos. Hay formas de que cualquier persona llegue si hace lo que tiene que hacer. Pienso que Himalaya en mi vida fue tener que salir a una sociedad que no estaba preparada a los 5 años con muletas, enfrentarme con eso fue mucho más arduo que el Himalaya en sí. Hubo muchos desafíos. Diría que para Nepal, aparte de haberme preparado físicamente llegué mentalmente preparado: me había caído millones de veces y me había levantado una vez más de todas las veces que me caí.
-Físicamente, ¿cómo te preparaste?
-Ya había hecho entrenamiento de deporte de alto rendimiento, pero me preparé durante 109 días: estaba 6 horas por día arriba de la bicicleta, 6 días a la semana. El resto dle tiempo lo usaba para preparar equipo. Armaba la carpa en invierno en el patio de mi casa para aclimatarme al frío. Nunca había dormido en una carpa. No fui al Himalaya siendo montañista: era la tercera vez que iba a la montaña. Antes había estado en las Altas Cumbres y en la cordillera de los Andes. Después fui un montón de veces porque me encantó, pero esa era la tercera vez que iba a la montaña.
Del desafío personal a la apertura de una fábrica para dar oportunidades a personas con discapacidad
“Tomé imágenes cuando fui a Himalaya y a la vuelta hicimos un pequeño documental, Challenge Himalaya, para usar como soporte de mis conferencias”, cuenta el cordobés. Entonces comenzó a crecer la Fundación Jean Maggi, creada en 2016 por Juan Ignacio y su esposa, María Victoria con el objetivo de entregar bicicletas adaptadas a personas con discapacidades motrices.
-¿Cómo surgió la fundación?
-Cuando volví del Himalaya, la ruta más alta del planeta, empezaron a llamarme para contar mi historia. No me consideraba un orador pero tampoco quería ir gratis y cambiaba charlas por bicicletas para personas sin recursos.
-Y también armaste una fábrica de bicicletas adaptadas…
-Teníamos un donante de 50 bicicletas pero no teníamos las bicicletas que eran de fabricación artesanal. Entonces se me ocurrió fabricarlas. Queríamos acompañar a un grupo de jóvenes a los que ya les habíamos dado bici: pensamos que podían trabajar para que fuera un emprendimiento de ellos. Si bien hoy la fábrica es muy dependiente de la fundación la idea es que en algún momento estos 6 o 7 chicos salgan de la fábrica y puedan replicar esto en otro producto o en otro grupo de chicos. Digo chicos, porque son más jóvenes que yo.
-¿Qué valor tiene para vos la bicicleta?
-Es sinónimo de libertad. Yo me subo a la bicicleta y me creo Superman. Cuando una persona con discapacidad motriz descubre que su cuerpo se puede mover es un gran hallazgo. Da mucha libertad. La bici es la posibilidad de ir a la plaza o al Himalaya, lo que te propongas.
-¿Y ahora qué pensás hacer?
-Soy un desafiador de límites y un soñador compulsivo. Hoy mi foco está puesto en la fundación que tuvo un crecimiento muy importante. Algo más que me gustaría hacer es ir al espacio. Está lejísimo eso, pero también lo estaba el Himalaya.