"¿En verdad es tu último “servicio” después de veintidós años para la revista?” -pregunta sorprendido monseñor Guillermo Karcher, desde su glosario religioso.
–Sí, y pedí que fuera con esta nota a usted, como una década atrás, cuando también para la querida GENTE lo fotografié en el Vaticano -responde el histórico reportero gráfico Fabián Uset.
–Me acuerdo. ¡Qué honor! –celebra acercándole un abrazo, mientras intenta ahuyentar una nube de mosquitos que lo azota en Parque Saavedra, donde, como en Ciudad del Vaticano, oficia de local.
Sí, Guillermo Javier Karcher es local acá, en el barrio que lo vio nacer hace media vida, el 2 de marzo de 1964, como en cierta manera también lo es en Roma, adonde llegó a fines de 1992 para quedarse “mucho más tiempo del que suponía. Lo que no evita que un mes al año me venga a mi país para visitar afectos, dar misa en mi parroquia de siempre, ir a Luján y hacerme algún viajecito a Esquel, cosa que esta vez evité por una alergia: me calló una gota caliente del termo de mate en la mano izquierda y luego de ponerme crema la cosa se infectó y complicó”, explica un tanto resignado, ya que en breve debe subir al avión de regreso a Italia, como lo hace “de manera ininterrumpida” hace ya treinta y un años.
–¿Lo llama Francisco cuando se toma algún receso?
–Jamás. No usa celular, nunca tuvo. Claro que, de necesitarme, hay gente alrededor que me lo comunicaría. Aunque el día anterior a venirme siempre voy a saludarlo, reconozco que él es muy respetuoso de las vacaciones ajenas.
–¿Qué significa para usted volver a la Dulcísimo Nombre de Jesús, su parroquia? -le consultamos ya en ella, por generosidad del padre Fabrizio Maranzana, que nos abre sus puertas.
–Ufff, en el barrio originario del Polaco Goyeneche, y adoptado por el Mono Gatica, nada menos. Acá, en Valdenegro 3611, cursé mi colegio secundario y nació mi vocación, y donde traje las cenizas de mi mamá Elba, ama de casa, fallecida durante 2018 en Roma. Mi padre, responsable de laboratorio de la fábrica textil Productex, había partido antes, en agosto de 1992, dos semanas antes de que yo viajara allá... Lo cierto es que durante mis visitas me cruzo con un montón de gente querida que me vio crecer en el barrio y siguió mis pasos desde que me fui a Europa. Los lazos se mantuvieron.
–¿Acá nació su vocación?, deslizó al pasar.
–Yo cursaba tercer año, un día pasó el párroco Jorge Gómez y avisó: “Quien no recibió la Confirmación no puede seguir adelante en una escuela parroquial como ésta. ¿Hay alguno?”. Yo era uno de los tres en tal condición. Para prepararnos, pronto nos mandaron a hacer un retiro espiritual al Colegio Episcopal, al lado del Seminario de Villa Devoto. Aquella noche resultó bastante particular, ya que sucedieron dos cosas.
–¿Dos?
–Primero, al confesarme, el padre me sorprendió: “Cuando vos seas cura…”. Yo pensaba ni por las tapas en ser cura. De dónde lo sacó y quién era, no lo sé, pero quedé medio trastocado con el comentario, puesto que yo apenas me estaba preparando para un sacramento que no había recibido. Por otro lado, de retorno hubo un tornado en Buenos Aires (como el del 18 de diciembre último, cuando aterricé en Argentina): al salir del retiro los árboles estaban tirados y ¡se había volado de cuajo el techo de mi colegio! Llegar y verlo fue impactante.
–¿Una señal?
–Si bien entiendo que ese día “sopló tan fuerte el Espíritu Santo, que hasta lo hizo en mi vida”, reconozco que volví sólo con la intención de prepararme para la Confirmación, entrando en la vida parroquial de manera normal, tocando la guitarra en la misa de niños, empezando a dar Catequesis, nada extraordinario. Porque yo de chico no jugaba a ser cura, sino maestro. Te diría que desde la primaria (la seguí cerquita, en el Colegio Costa Rica, de Manuela Pedraza 4548), tenía una inclinación por enseñar, apoyar a los compañeros que menos sabían, que necesitaban ayuda. Pensar que cuando pasé a la secundaria, ya me orienté más por lo comercial..., quería ser contador.
–Hasta que...
–A fines de cuarto año, comenzando el verano, partí a ganarme unos pesitos como de barman en el Campamento La Tregua, cerca de Ostende, y transité una fuerte experiencia: pasó un grupo de seminaristas de San Nicolás, y era gente tan feliz que me puse a averiguar qué era ser seminarista -la vida de preparación para ser cura-, y empecé a cuestionar mi futuro. Cuando volví se lo comenté a mi párroco, hablamos del seminario (para mí algo desconocido), y el padre Jorge me sugirió: “¿Por qué no hacés la experiencia? Es como un noviazgo, puede funcionar, como no”. Entré con toda libertad y no paré más. Duró hasta cuarto, quinto año, cuando entró la crisis final y resolví no seguir Economía, sino administrar las almas.
–¿Y cómo “administró” esa decisión?
–Ingresé al seminario con la intención de acompañar a la gente, ayudarla, celebrar los sacramentos. Así fue que para ir adquiriendo experiencia me mandaron a las parroquias San Pedro Apóstol, en Bermúdez 2025 (ahí conocí a Diego Maradona, cuando bautizó a sus hijas), Santa Adela, en Luis María Campos 155, y Madre Admirable, en Arroyo 931, donde permanecí como diácono y párroco. Por esos días los obispos pensaron en que sacara un doctorado en Roma para que enseñara en la Universidad Católica, por lo que me cambiaron a la Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria, en Bahía Blanca 363, Floresta, para que absorbiera una experiencia más pastoral.
–Todos los caminos lo conducían a Roma, parece…
–Tal cual. Llegué en 1992, como te decía, y me dediqué al objetivo. A fines de 1996, mientras armaba mi tesis, el cardenal Estanislao Karlic, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, me presentó una propuesta: “Ya que te encontrás allá, ¿vas al Vaticano y buscás material para el Jubileo del Año 2000?” Yo, que no había ido al Vaticano más que una vez, cuando presencié una audiencia papal de miércoles, fui entonces a buscar lo solicitado. Pregunté en la librería, y aún no habían recibido nada. Pero me comentaron que del otro lado de la Plaza de San Pedro acababa de abrir una oficina relacionada al tema.
–¿Entonces?
–Avancé y me topé con un papel que señalaba “Comité del Gran Jubileo del Año 2000”. Toqué la puerta y me presenté. “¿Guillermo Karcher?... ¿Y ese apellido?”, preguntaron. “Por mi padre, que es de familia alemana”, contesté. “¿Y habla alemán?”. “Sí, aprendí de chiquito”. Ahí sí realmente se me abrió la puerta. Comencé a colaborar en traducciones, hasta que unos meses después me llamaron: “¿Podrás colaborar con nosotros?”. “Soy estudiante, necesito pedir permiso”. Cuando fui a preguntar, el permiso ya estaba otorgado por personal superior del Vaticano.
–¿Y?
–Me quedé hasta el día de hoy, instalándome en la Casa Parroquial de la Basílica de Santa María de Montesando, en Plaza del Popolo, donde sigo residiendo aún. En 2001, al año siguiente de terminado el Jubileo, me llamaron de la Oficina de Ceremonial y Protocolo de la Secretaría de Estado. Allí continúo, habiendo pasado dos papas y recibiendo a Francisco, que era mi obispo en Buenos Aires.
Sube y baja la cabeza en señal de aceptación no bien le recordamos que una década atrás, cuando asumió el Santo Padre y volamos a la Ciudad del Vaticano para entrevistarlo, Karcher consideró que encontrarse en el puesto que ocupa ante la llegada de su compatriota como líder de la Iglesia Católica, “fue obra de Dios y del destino…”. “Y lo sigo pensando -retoma el hilo de aquella entrevista efectuada por GENTE en su oficina de la Santa Sede-. Porque tener como Papa a tu propio obispo, y que no sea italiano, es, no una opción en un millón, sino una en un billón, una excepción, más que una aguja en un pajar (disfruta la comparación). Yo me llevé muy bien con Juan Pablo II y el 27 de junio de 1992 yo había sido un joven maestro de ceremonias en la Catedral de Buenos Aires, durante la ordenación episcopal de Jorge! pero la relación con el obispo tuyo, que se convierte en el obispo de la iglesia universal -recalca- es algo único que me llevaré para siempre”, deja abiertos los tres puntos suspensivos, mientras toma un sorbo de una fresca 7Up, el caballero con cuello clerical, cabello entrecano, ojos castaños y 1,86 metros.
–¿Qué le comentó él cuando lo reconoció sosteniendo el micrófono en la Basílica de San Pedro el día que se anunció al mundo como Santo Padre?
–Fue muy lindo aquello. Los asistentes a la salida del Cónclave éramos muy poquitos, y ya teníamos designado qué hacer. Cuando va en búsqueda del micrófono, yo se lo aferro y me mira: “Ah, sos vos”.
–¿Tomó conciencia de cuánta gente los miraba?
–Bueno, la plaza estaba colmada.
–¡El mundo observaba!
–(Risas) Cierto, pero yo no me di cuenta. Era tan enorme la emoción, lo repito y repito, de tener como Papa a mi obispo... Rumbo a la anunciación, varios me señalaban: “¡Es tu obispo, es tu obispo!” Recién lo asimilé al abrirse las puertas de la Capilla Sixtina, apenas lo vi vestido de blanco bajo El Juicio Final de Miguel Ángel. Cuando surgió así Bergoglio, a quien había ayudado a vestirse de rojo para entrar al Cónclave, tarea que me correspondía por ser ceremoniero, admito que me temblaron las piernas. “Qué hermoso ser testigo de la historia”, pensé. ¡Imaginate que el 27 de junio de 1992 yo había sido un joven maestro de ceremonias en la Catedral de Buenos Aires, durante la ordenación episcopal de Jorge!
–¿Cree en las casualidades?
–Un par de meses antes de agosto del ‘92, cuando yo salía para Roma, el cardenal Antonio Quarracino me pidió: “Ya que vas a estudiar liturgia a Roma, ¿por qué no ayudás a preparar la ordenación de un tal Bergoglio, jesuita, en la Catedral?” Veintiún años después, como oficial de protocolo, organizaba la agenda del Papa para las audiencias con jefes de Estado y de Gobierno, ministros, embajadores. ¿¡Quién lo iba a imaginar!?
–¿Continúa entre ustedes el mismo contacto de los inicios?
–Por supuesto. El contacto es asiduo y cordial, como estamos hablando ahora nosotros. Yo lo admiré de entrada, porque descubrí en él una personalidad única. Además, tiene un carisma… Si todos nos asombramos y lo admiramos, uno que está más cerca aún, ni te imaginás. Notamos que Dios está obrando en Bergoglio para que pueda servir bien. Lo puso en el lugar porque era el hombre indicado.
–¿Qué es lo más trascendente que ha hecho Francisco desde su asunción?
–Haber llamado a la Iglesia a sincerarse y ser auténtica. Lo demostró cuando convocó al Sínodo: descubrir la propia identidad para poder presentarse al mundo en forma creíble. En un mundo en crisis, en guerra, planteó hacia dónde marchamos frente a la falta de valores y aprecio por lo vida. Él tiene muy en claro que la Iglesia debe ser un órgano de servicio, como un faro: “Por acá, muchachos, que si no nos hundimos”. Sus encíclicas vienen marcando un camino. Señala “Cuidemos la casa en común”, y no habla sólo del planeta, si no de cuidarnos entre nosotros. “Somos todos hermanos” significa que debemos aprender a convivir porque nos encontramos en serio riesgo ante un abismo. Esta conciencia que nos viene acercando es la de un Papa argentino que piensa las cosas, que elabora sus mensajes siempre de manera constructiva.
–¿Cambió desde su llegada?
–No. Mantiene una ejemplar coherencia de vida.
–¿Y qué los une en lo personal después de tantas experiencias juntos?
–Las anécdotas, los recuerdos, cosas actuales, también. Las formas a veces sutiles de tocar los temas. Y no me refiero a San Lorenzo, su equipo preferido, y Boca, el mío. Evitemos esa cuestión (suspira). Sobre todo nos une ser porteños y hablar en porteño: torna cercana la conversación. Tenemos en común también el gusto por las comidas. Para el caso, el asado, que en Italia no hay. Milanesas, sí encontrás.
–Sin ánimo de cotejar, porque las comparaciones suelen ser injustas, ¿qué lugar piensa que va a terminar ocupando Francisco en la historia?
–De la misma manera que Juan Pablo II (el polaco Karol Józef Wojtyla) terminará siendo reconocido por su cosmovisión y cercanía a todos los pueblos, y Benedicto XVI (el alemán Joseph Aloisius Ratzinger) por su condición de teórico, de pensador, como un San Agustín del siglo XX/XXI, a este hombre lo veo como un profeta. Si observamos la función de los profetas en la Biblia, eran iluminados por Dios para marcar caminos, a veces gritando en el desierto. Como Juan Bautista, pero con ideas tan claras y llenas de sentido. Francisco es un gran sembrador de humanidad.
–¿A qué se refiere?
–Él se anticipa. El tiempo lo va a demostrar. Hay que prestar atención. Cuando dice “ooooojo”, debemos escucharlo. Si defiende a la ecología, no es sólo por amor a las plantas y los animalitos: formamos parte de ese sistema, está diciendo “cuidado, hermano, que venís tomando caminos peligrosos, porque el planeta va a seguir subsistiendo y vos podés quedar en la nada”. De enorme cultura y una inteligencia como pocas y activada a pleno, se trata de una persona que de manera continua se pregunta sobre la realidad y el valor de las relaciones humanas con gente de otras religiones y culturas. Tal mencioné en la homilía de un par de días atrás, “es como un pibe de 87 años que sigue soñando y trabajando por un mundo mejor”.
–¿Cree que Francisco alguna vez volverá a su país?
–Expresó su deseo de venir, así que es una respuesta que queda abierta. Los tiempos sólo él los conoce.
–Él acaba de anunciar que cuando muera, y abrazando su condición de obispo de Roma, desea descansar en Santa María Mayor, precisamente el sitio de la patrona de la capital italiana. ¿Dónde ha pensado usted su vejez, Guillermo Karcher?
–En Argentina. ¡Sí! (firme). Yo siempre viví mi vocación con libertad, como un llamado para servir a la Iglesia, más allá del lugar. Sigo haciéndolo, y todavía soy feliz así. Pero imagino mi último servicio en Buenos Aires... Y a propósito -introduce sus dedos pulgar e índice en el bolsillo superior de su camisa sacerdotal, extrae una estampita con la foto y firma de Francisco y el escudo del país más pequeño del planeta, y se la obsequia al fotógrafo-, ¡lo mejor para lo que viene! Dios y el Papa te van a acompañar, Fabián -le extiende un abrazo de despedida que da por finalizada la entrevista y el último “servicio” de Fabián Alejandro Uset.
Fotos: Fabián Uset y Archivo Grupo Atlántida
Búsqueda de archivo: Mónica Banyik
Agradecemos al Fabrizio Maranzana, actual padre de la Parroquia Dulcísimo Nombre de Jesús