"Ahora estoy en Dinamarca", aclara Ximena Michemberg (30) y explica que en este año donde todo se paralizó tuvo la oportunidad de viajar para seguir formándose en lo que la apasiona: la ingeniería ambiental. "Vine a Dinamarca a estudiar un Master en agua, suelos y ecosistemas", cuenta.
El mejor uso del agua la apasiona desde que estaba en el colegio. De hecho, eligió la carrera después de un viaje a Puerto Madryn. "Estaba fascinada con los pingüinos, las ballenas y el paisaje. Un día vi unas bolsas de plástico al costado del camino y me dio mucha tristeza. A partir de ahí empecé a pensar en estudiar algo para poder contribuir a buscar una solución para ese problema", recuerda.
Durante la carrera trabajó en el sector privado y a la par realizaba voluntariado social. Estaba convencida de que se trataba de dos canales separados. No entendía cómo podía unir esas dos pasiones. "Pero hacia el final de la carrera tuve la oportunidad de hacer el trabajo final en el barrio Rodrigo Bueno", recuerda. Agrega que el interés por el acceso al agua segura y el saneamiento llegó por casualidad.
"Cuando empecé a trabajar ahí, un niño se cayó en un pozo vacío y falleció. Por eso decidí hacer el trabajo en torno al acceso al agua y el saneamiento", relata y recuerda que ésa fue la primera vez que pudo desarrollar, en equipo, soluciones que unían su interés por el medio ambiente con su deseo de causar un impacto positivo en la sociedad. "Nos involucramos con diversos actores: vecinos, Defensoría del Pueblo, Estado, ONGs... Fue una experiencia increíble. Un gran paso en mi carrera profesional, porque me guiaba hacia mi propósito".
A partir de ahí el camino se fue abriendo solo. "Me acerqué a Youth Climate Leaders y tuve la oportunidad de ir a trabajar a una zona rural de Kenia". Si bien la experiencia debía durar un mes, se quedó un semestre. "Trabajé en agua, agricultura, saneamiento y educación ambiental en el lugar donde estaba", cuenta.
"Para mí, la experiencia de trabajar en otras culturas enriquece un montón. Estaba en una escuela primaria en Kenia y la organización en la que yo estaba –que llevaba años trabajando allí– quería desarrollar un sistema de agricultura que permitiera ganar dinero para la escuela y mejorar la alimentación de los chicos. Estaban preocupados porque, pasados unos años, no habían logrado resultados en ese aspecto, aunque eran agricultores y ponían esfuerzo en ese proyecto", recuerda.
"Ahí abrimos el diálogo y empezamos a ver qué quería la comunidad. Nos dimos cuenta de que sus prioridades estaban en otros lados", sentencia. Reconoce que esta apertura al diálogo, a saber de las necesidades del otro y trabajar en equipo para dar una respuesta fue uno de sus mayores aprendizajes en ese tiempo. Aunque también enumera aspectos más "terrenales", como ordeñar una vaca y distintas formas de cultivar.
"En Kenia aprendí a ordeñar una vaca y un montón de técnicas de agricultura. Aprendí mucho de sus tradiciones. Y de lo importante que es buscar entre todos la solución"
En pleno invierno europeo sueña con poner en práctica lo que estudia. "Estoy estudiando y aprendiendo un montón sobre políticas ambientales. Me gustaría volver a África o a Latinoamérica a aplicar esto. También creo que la vida me va a ir llevando a descubrir el propósito o llamado que creo que descubrí".
En su estadía en Kenia aprendió, entre muchas otras cosas, que las soluciones no pueden imponerse y que las estrategias deben pensarse para cada contexto.
Sostiene que Argentina es un país muy extenso como para unificar las preocupaciones en relación al medio ambiente. "Es un país muy diverso y es difícil unificar. Por ejemplo, en CABA durante años nos quejamos de cómo los encargados desperdiciaban agua limpiando la vereda con un montón de agua. Creo que falta mucha conciencia en ese aspecto. Ya es raro ver gente limpiando la vereda con litros y litros de agua potable", ejemplifica. "Nos enfocamos en un síntoma y no en la raíz del problema. Nos falta conciencia de que es un recurso que no nos mueve el bolsillo, que no entendemos de dónde viene: abro la canilla y el agua sale", advierte.
Entonces plantea su teoría de dejar de dar todo por sentado. "Atrás de eso hay un montón de trabajo para hacer, que el agua sea apta para el consumo y la usamos para todo. Nos puede gustar más o menos, pero la distribución del agua en CABA es un regalo. No es algo tan natural. Acá en Dinamarca, por ejemplo, el agua no es tratada. Sí es apta para el consumo, pero es súper dura", dice y aclara que en otras regiones del país la relación con este elemento vital es muy distinta. "En otras provincias es otra la experiencia que tienen con el recurso y eso les da otra sensibilidad", reflexiona.
"La falta de recursos económicos y de infraestructura hacen que sea desafiante trabajar en temas de agua en Argentina. Si bien es difícil, se puede conseguir financiación. Más complicado es lograr la cooperación interprovincial en temas ambientales", sentencia.
En la misma línea, llama a tomar conciencia en torno a la crisis del agua. "Urge tener una mirada más amplia: por ejemplo, mirar al río en el continuo y no sólo en los kilómetros que nos toca. Ríos sanos hacen que tengamos personas sanas. Hay un efecto cascada que se arma si logramos atravesar esto. Hay que empezar a trabajar juntos", propone, poniendo en juego algo de lo que aprendió en su experiencia en Kenia.
E insiste en la importancia de cuidar el recurso. "El agua es importante para la vida: por un lado, la mayor parte de nuestro cuerpo precisa agua para su funcionamiento, pero también las actividades económicas necesitan agua para desarrollarse. Todo requiere agua: es un elemento que nos sostiene de una forma que no nos damos cuenta y cruza todos los aspectos de nuestra vida", reflexiona Michemberg y sigue: "Si es tan importante el agua, por qué no la cuidamos más, por qué dejamos la canilla abierta mientras nos lavamos los dientes o por qué no hacemos un sistema de riego más eficiente, por goteo y demás. Creo que no nos terminamos de dar cuenta de que el agua nos sostiene la vida", concluye.