Los Herrmann Karsten sospechan que se contagiaron en Corrientes, donde viven, aunque la fiebre y los dolores se manifestaron cuando estaban de visita en Buenos Aires. Así atravesaron la enfermedad que los obligó a cambiar hábitos.
“Helen cumplió 5 justo antes de que empezara la locura del dengue”, cuenta Helga Karsten (43) desde la capital correntina. A mediados de febrero viajó a Buenos Aires con la menor de sus tres hijos, Helen, para los controles periódicos que tiene por tener Síndrome de Down. “Tenía que ver a la endocrinóloga, a la oculista y a su pediatra si conseguía turno. La idea era hacer eso y encontrarnos con el resto de la familia en Federación, Entre Ríos, para compartir el fin de semana de carnaval antes de volver. Pero nos quedamos acá”, relata.
Su tono es un mix de emociones: la tranquilidad de que ya estén todos sanos y en su casa; el dolor de haber visto a toda su familia con picos de fiebre y otros síntomas propios del virus; y una dosis de miedo o prudencia que la lleva a extremar precauciones. “Antes de volver hicimos revisar toda la casa para sacar todo lo que pudiera estar juntando larvas, incluyendo floreros. Fumigamos. Y ahora tenemos que usar repelente todo el día: el naranja -de menor concentración- cada 4 horas o el verde cada 6”, enumera y sigue: “Los chicos y mi marido tienen que estar todo el tiempo protegidos porque si se llegan a contagiar puede ser más grave”.
¿Cómo empezó "la locura del dengue"?
Habla por experiencia propia: aunque fue la única en la familia que no manifestó síntomas tuvo que lidiar con la enfermedad mano a mano. “Estimamos que la primera en contraer dengue fue Helen. El primer síntoma que noté fue una fiebre muy alta y difícil de manejar. Le daba ibuprofeno -que en ese momento no sabía que no podía tomar- pero no bajaba, la bañaba y la dejaba envuelta con una toalla húmeda, pero la temperatura volvía a subir en un par de horas”, relata.
“Helen se quejaba de dolor de cabeza y con el paso de los días aparecieron unas manchitas que eran dudosas y que después los doctores pensaron que podían ser por dengue. También tuvo un rash y eso se fue acentuando. Lo que hizo que pensaran en dengue y nos mandaran el análisis fue el dolor en las articulaciones: Helen apena podía pararse y caminar. Parecía una viejita”, comenta.
Acudió al Hospital Alemán, centro en el que se encuentran los médicos de cabecera de la pequeña. En la guardia revisaron las manchas para descartar sarampión y le dijeron que volviera en 48 horas si no había cambios. La fiebre seguía por lo que dos días después, un viernes a la mañana temprano, volvió al control. “Hicieron los laboratorios y quedamos internadas ese mismo día. Sobre todo les preocupaba hidratarla”, comenta agradecida de la buena atención que recibió en la clínica. “Como lo agarramos muy al principio, en cuanto mejoró un poquito le dieron el alta. Sin embargo, yo la veía muy desmejorada y cuando volvimos para control -se hace hepatograma y análisis diarios para ver la evolución de las plaquetas y los glóbulos blancos- volvieron a internarla”, dice. Suspira y agrega: “Helen fue la punta del iceberg”.
"Hay que prestar mucha atención a la sintomatología"
Ese día su marido, Efraín (49) manejó 1000 kilómetros en compañía de los hijos mayores: Jurgen (13) y Kurt (9) para acompañar a Helen durante la internación. Cuando llegó tenía un fuerte dolor de cabeza, síntomas gripales y fiebre alta. “Se hizo atender y aunque comentó que su hija tenía dengue, no hicieron análisis para chequearlo. Siguió en reposo, con hidratación y Paracetamol para manejar la fiebre. Él fue quien más dolor tuvo en el cuerpo: no en vano le dicen a esta enfermedad ‘fiebre rompehuesos’”, repasa antes de adelantar que todavía faltaba lo peor. “A las horas empezó con fiebre el más chico. A él sí lo analizaron enseguida y el resultado fue negativo, pero los médicos nos alertaron sobre la posibilidad de que los laboratorios recién dieran positivo a 48 horas de los primeros síntomas”, dice Helga que, para ese entonces, ya había aprendido mucho de este virus.
“En los dos varones dio negativa la primera prueba y recién la de las 48 horas fue positiva. Ese es un momento crítico en el desarrollo de la enfermedad. Al cuarto o quinto día, el recuento de glóbulos blancos de Kurt era similar al de Jurgen. En ambos casos era bajo, pero en el menor había bajado la proporción que se encarga de la defensa y ante el riesgo de que se contagiara otra cosa, decidieron internarlo”, relata con resignación y gratitud.
“Vengo a Buenos Aires porque mi hermana vive acá. Ella nos acompañaron en todo el proceso y nos contuvieron un montón. También la atención del equipo del Alemán fue súper buena, desde enfermeros y pediatras súper amables hasta la nutricionista que se aseguraba que de la comida les gustara a los chicos”, comenta y agrega: “En la parte de adultos fue un poco más difícil. A mi marido tardaron en pedirle el análisis. Y si bien no cambia mucho porque el tratamiento es el mismo, saber es importante. Hay que prestar mucha atención a la sintomatología”, concluye.