“No me olvido”. Y la frescura de la sonrisa de Facundo Conte (34) parece trasladarlo a su niñez, justamente para recordar lo que no se olvida: “Si tuviera que hablarte de los Juegos, vienen muchas imágenes, pero me voy a detener en dos, una de pibe y una de grande que llevo guardada en mi mente y en mi corazón: yo yendo al cajón de mi papá para sacarle su medalla de bronce y ponerme a jugar a que era campeón olímpico…”.
–¿Y la segunda, de adulto?
–En la cancha, mirando la pelota con los anillos olímpicos impresos sobre ella.
“Mis padres me transmitieron el amor por la camiseta”
Y sí, entre nuestro entrevistado y los Juegos Olímpicos hay algo personal, y él lo sabe. Porque su papá, el eterno Hugo encabezó una de las grandes hazañas del vóley en Seúl 1988, cuando aquel Seleccionado logró -un 2 de octubre- la medalla de bronce luego de superar 3-2 a Brasil en el partido por el tercer puesto. Y porque el propio Facundo logró repetir la epopeya treinta y dos años después -el 6 de agosto de 2021-, tras vencer por el mismo marcador (3-2) al mismo Seleccionado (Brasil) en Tokio 2022.
–¿Dónde guarda aquella medalla que obtuvo?
–Ahora, por este viaje, en una caja de seguridad. Pero por lo general, cerca. Cada tanto me gusta mirarla, levantarla, ponérmela y sentir el peso de la medalla. Es una de las mejores cosas que tengo en mi vida, no por el valor del metal, sino por su inconmensurable valor sentimental. Cuando la obtuvimos, hacía catorce años que yo jugaba en la Selección, así que conseguir ese objetivo después de tanto tiempo resultó una sensación hermosa, muy gratificante. Hoy, que estamos ante un nuevo juego olímpico, ¿quién sabe si podamos encontrarle un hermana a aquella medalla, para seguir jugando con ella?
–¿Y dónde la atesora su padre, Hugo, la de Corea del Sur?
–En el mismo lugar que la mía. Estuvieron juntas algunas veces, y ahora de nuevo. Repito: ojalá se agrande la familia.
-Él participó como jugador en Los Ángeles 1984, Seúl 1988, Sídney 2000 y Atlanta 1996 (allí como jugador de beach vóley)… ¿Qué sentía Hugo por los Juegos Olímpicos?
-Lo mismo que yo... Una de las cosas que más me han transmitido de manera natural mis viejos, porque mamá (Sonia Escher) también jugó en la Selección argentina de vóley, fue el amor por hacer lo que hacemos, por la camiseta, por vivirlo con pasión. Por eso, aunque ya no juegan, yo me sigo sintiendo reflejado en mi papá. Si bien las similitudes son varias -y me ha costado aceptarlo de chico-, la verdad es que ahora estoy muy feliz de que compartamos esa locura de amor por el deporte y el vóley.
“Hay que volver con el corazón vacío por haberlo dado todo”
“Participar en una Olimpiada es una locura –afirma el bonaerense de Vicente López, 1,97 metros y hermano de Camila y Manuela-. A la hora de viajar hacia una de ellas se te mezclan muchas cosas: miedo, ansiedad, ganas, motivación, entusiasmo. Es muy difícil de expresar. Se trata de lo más alto para el vóley. En lo personal, los Juegos son la máxima expresión del deporte, algo increíble. Y poder ser parte por cuarta vez del Seleccionado argentino olímpico, es un orgullo inexplicable”, concede.
–¿En qué momentos le tiemblan las piernas?
–Yo trato de mantener los pies firmes, en la tierra, para no volar demasiado y mantenerme enfocado en el juego y en el equipo, que finalmente es lo que hace que después vengan los resultados. Como hay días de cansancio, de ansiedad, de miedo, de emoción, trato de que me tiemblen las piernas después de que terminemos nuestra incursión por las Olimpiadas. Igual, son muy fuertes los momentos de subir al avión, entrar en la villa olímpica, cuando suena el Himno. Se mueven muchas emociones.
–¿Cuánto se sienten los colores de la camiseta?
–Los colores se sienten siempre. Lo que sí pasa es que, como se realizan cada cuatro años, la espera y la maceración produce que todo, a nivel personal y de equipo cambie mucho en dicho tiempo. Todos sabemos que un Juego Olímpico tiene otra exposición, otra envergadura y otro valor. Entonces, tener la posibilidad de ir en busca de eso resulta increíble. Lo mismo, volver a vestir la celeste y blanca.
–Si le pedimos uno, dos o tres nombres de atletas olímpicos de la historia, ¿a quiénes nombraría?
–Vuelvo a Hugo Conte, porque mi padre representa el comienzo, la semilla de un sueño. ¡Y yo soy parte del festejo de esa medalla, porque nací poco después, el 25 de agosto de 1989 (sonríe)! Estaba guardado en mi ADN y la verdad es algo que me pone muy contento. También sumaría a la Peque Pareto, que ahora ingresó al Comité Olímpico Internacional, en representación de los argentinos. Hemos entrenado juntos. Una genia: ¡campeona olímpica y es médica! Representa mucho para nuestro deporte. Y en tercer lugar pondría a Luciano De Cecco, nuestro capitán y abanderado en París 2024, sin dudas. Vamos a compartir nuestro cuarto Juego Olímpico. Es una historia hermosa.
–¿Con qué resultado o puesto hoy siente que volvería feliz de París?
-Con nada en el corazón diciéndome que lo podría haberlo hecho mejor. Es tan ínfima la diferencia y es tan ínfimo el momento entre ganar y perder, que lo más importante para mí en estos Juegos sería efectivamente volver con el corazón vacío de haberlo dado todo en la cancha. Sin embargo…
–¿Sin embargo?
–(Cierra los ojos) Todos los días y todas las noches me levanto y me voy a dormir pensando en ser campeón olímpico.
–Es joven: ¿Se ve en un quinto Juego Olímpico, se imagina en Los Ángeles 2028?
–Me gusta vivir el presente, me gusta vivir el presente (repite). Pensé que Tokio sería mi último torneo con el Seleccionado, y acá estamos tres años después.
Fotos: Chris Beliera
Filmaciones y edición de videos: Candela Petech
Arte y diseño de tapa e imágenes: Darío Alvarellos
Agradecemos a FeVA (Federación del Voleibol Argentino), Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD), Eliseo Ramos, Martín De Rose, Facundo Rizzone, Oscar Cantero y muy especialmente a Gaby Giugliano