¿¡Y hasta acá se han venido!? (lanza un Jorge Rama Toscano asombrado, avanzando a espaldas del hotel Casino Carrasco, en la Rambla de Montevideo).
–Era lo mínimo que podíamos hacer. No siempre la diva de un país transita una crisis de pareja. Ante tamaño suceso, consultar al novio resultaba imprescindible, le garantizamos.
–¿Apenas eso, la crisis? (se recorre el mentón con la mano izquierda en señal de sospecha).
–Bueno, no siempre, tampoco, se acusa a la pareja de una diva de manejos económicos irregulares y se la asocia a personas investigadas por la Justicia, eh.
–Seguro, seguro (concede enfocando de reojo al enorme reloj marrón que carga en la muñeca izquierda).
–¿Entonces podemos tomarnos un café y conversar?
–Olvidate. Su es Mick Jagger y yo no soy ni el utilero de los Stones. Vale lo que exprese ella, no lo que sostenga yo.
–Perdone, pero el utilero de los Stones defendería a Jagger si alguien osara meterse con él. ¿No le parece?
–...
–...
–Mandame tu número de teléfono por mensaje de texto, así lo registro en la memoria de mi celular, y llamame en un par de horas, a laaaaaaaa (calcula) 13:30, así charlamos cinco minutos.
–¿Le creemos o nos está sacando de encima y a las 13:30 no va a atendernos ni de casualidad?
–Yo no miento, ni les jorobaría su trabajo. Además, GENTE siempre me ha respetado (estrecha nuestra mano, desconecta la alarma del auto, entra, se sienta, pone el aire acondicionado, saluda y parte).
Un poco de historia reciente, para amenizar los ciento veinte minutos de espera... El semanario local Caras y Caretas publicó en los últimos tres números una investigación del periodista Ricardo Gabito que podría explicarse por sí misma repitiendo sus titulares: “De la mano del glamour/Narcos desembarcan en el fútbol uruguayo”, “Se armó la gorda/”Si Susana me deja, yo te arranco la cabeza, te mato” y “Tiene razón Susana/En el fútbol hay mucha mafia, basta con preguntarte a Rama”, edición, esta última, colgada de un quiosco de revistas delante del cual el propio Rama acababa de caminar, “aunque ya ni me molesto en leer lo que pone el tipo –explicaba recién, en otro tramo del intento para que nos concediera el reportaje–. Me recuerda al cuento del pastorcito embustero. Primero llamó la atención del pueblo gritando que un lobo atacaba su aldea. Pronto repitió el chiste y generó bronca. La tercera vez nadie le dio bolilla. Así le va a suceder al supuesto investigador del que charlamos; te lo firmo”, apuntaba el charrúa, a quien ya es tiempo de llamar (sí, transcurrieron dos horas, si sumamos datos irrelevantes como qué almorzaron y qué diarios leyeron el fotógrafo y el cronista para acortar el tiempo).
–Hola... ¿Jorge?
–¿Cómo andás? Te pasaste un minuto y pico. Te quedan tres (bromea).
–¿Cómo definiría esta semana que termina? ¿De bronca, de depresión, de dolor?
–De cierta angustia frente a las injustas denuncias. Y me refiero a denuncias periodísticas, no a denuncias legales, porque no las hay. Entre lo que se publicó y el cambio de opiniones que tuve con Su y ella contó, me descargué comiendo. Como no fumo ni tomo mate, mi escape para calmar la ansiedad fue practicar guantes en el Palermo Boxing Club y, también, morfar a full.
–Menos mal que no fuma. ¿Se imagina discutir con Susana y descubrir la presencia de un cenicero?
–Ja ja. Susana ya no tiene ceniceros en sus livings y no volverá a tenerlos. Al margen, en nuestras discusiones no se levanta la voz: se conversa en forma racional.
–Respecto a practicar guantes, ¿puso la imagen de Gabito en la bolsa? Porque usted amenazó con “agarrarlo del pescuezo”...
–Luego de la primera nota, me acerqué a su redacción y lo encaré, fijo a sus ojos: “Vos escribí lo que investigues. Unicamente te pido que no falsees la realidad ni inventes cosas. Y, en especial, que no metas a Susana, porque Susana no participó en la compra de jugadores. ¿Okey?” “Okey”, me contestó. Sin embargo, en la posterior edición reincidió. Ahí volvió a encenderse mi gallegada. Mirá... Susana no se mancha. A los 18 se quedó sola sin un mango, la luchó duro, salió adelante, les da alegría a millones de televidentes. Obvio, de nuevo me puse loco.
–Léase...
–Decí que tengo a mi lado a una señora extraordinaria. “Quedate tranquilo, amor. Relajá. Lo hacen para vender. Confío cien por ciento en vos”, me sugirió, y sin titubear le mandó una carta documento. Sé que hay un precio que pagar por la bendición de compartir la vida con Susana. Ocurre que no me banco que la toquen, y salto.
–¿Escuchamos lo que escuchamos? ¿Susana todavía lo llama “amor”?
–Claro. ¿Por...?
–Por la crisis que los dos confesaron venir transitando, Jorge.
–Sucede que la crisis ya pasó. Fortalecidos, Susana y yo nos seguimos eligiendo día a día.
–Gran noticia. Ahora, en momentos de felicidad, además de “amor”, ¿cómo suele llamarlo Susana?
–Bubi, Puchito, Bichi…
–¡Epa! ¿Y usted a ella?
–Life, Tuti... ¿Pasaron los tres minutos?
–No aún. ¿En serio ni siquiera se le escapó una lágrima al absorber la presión de los desencuentros de pareja y la artillería mediática?
–¿Llorar? Sólo lloro si muere alguien querido. A mí me potencian los obstáculos. En cuestiones del trabajo y del corazón, de cara a las pálidas acostumbro a doblar la apuesta. Además, sé bien quién es la mujer que está a mi lado y quién soy yo.
–¿Quién es usted, Rama?
–El fruto de dos ejemplos, mis padres: Teresita (61, hija de italianos) y Jesús (72, español). El viejo vino en barco, sin un peso. Se empleó en un bar donde le daban lugar para dormir, comida y chau, y después en un almacén. Terminó abriendo el suyo, y más tarde una empresa mayorista y una exportadora. Y mi vieja, otro fenómeno maravilloso. En diciembre de 1971 papá sufrió un asalto en el que le balearon un pulmón y el hígado y, ¿sabés qué?
–¿Qué?
–Tere, que me llevaba en su vientre, debió encargarse de la familia. Y se la bancó. A los cinco hermanos Rama nos criaron mostrándonos que el laburo se honra. Si yo de muchacho me iba de juerga y no podía levantarme el otro día a las 7:30 para cumplir mis obligaciones, me despertaban tirándome un vaso de agua en la cara... Ese soy yo. Un incondicional amigo de mis amigos, que los caga a pedos si se equivocan y jamás los abandona, hayan cometido errores o no, como mis socios de BBC Holding, Washington Risoto y Ricardo Arias, tan atacados por Caras y Caretas. Ese soy yo, repito. Un señor que el martes 24 de marzo cumplirá 37 pirulos y recién a mediados de 2008 pudo mudarse a la casita que soñaba en Montevideo.
–¿Susana lo ayudó a comprarla?
–Error. De ninguna manera. Atento a que a Susana Giménez todos siempre le pidieron algo, al iniciar nuestra relación, hace cuatro años y dos meses, me propuse no pedirle nada aparte de su cariño, su amor, su compañía, su humor, su calidad humana. Y he cumplido a rajatabla: nunca participó en mis negocios. Cuando salimos, pago yo. No existe que una mujer le pague a un hombre. En cuanto a la casita, sí me ayudó, decorándola y bautizándola Villa Pucho... ¡Hey, superamos los diez, doce minutos! Ultima duda, caballero.
–Quedan cinco interrogantes, caballero...
–Venga uno, el de la despedida.
–¿Light o intenso? ¿Cómo lo prefiere?
–Elegí vos.
–Elegimos. Perfecto. Arremetemos: ¿la crisis ya superada incluyó, en los momentos complicados, mudanza a dormitorios distintos?
–(Risas). No, no, no. Ni en plena crisis Su y yo dejamos de compartir cuarto. Adiós.
Susana y Jorge pasaron el fin de semana en La Mary, la chacra esteña de Su. La diva aprovechó el último sol del verano para dorarse. Reafirmaron sus cuatro años y dos meses juntos.
A los 18 se quedó sola, sin un mango: la luchó y salió adelante. Yo sé que hay un precio que pagar por la bendición de compartir la vida con ella, pero no me banco que la toquen, y salto”.">
"A los 18 se quedó sola, sin un mango: la luchó y salió adelante. Yo sé que hay un precio que pagar por la bendición de compartir la vida con ella, pero no me banco que la toquen, y salto”.
“A mí y mis cuatro hermanos, los viejos nos criaron mostrándonos que el laburo se honra. Si yo de muchacho iba de juerga y no podía levantarme al otro día a las 7:30 para cumplir mis obligaciones, me despertaban tirándome un vaso de agua en la cara”.