El sentimiento era uno. En cada casa, en cada barrio y dentro de cada hincha argentino la emoción que se palpitaba por la Scaloneta era única. Es que un equipo forjado a corazón, garra y talento logró que nuestro país brillara a nivel mundial devolviéndole la alegría a sus habitantes... ¡Y qué alegría!
Por esos días de pura dicha, los cantos eran varios, pero hubo uno que fue tan llamativo que inundó los noticieros, las plazas y las calles: el de "Abuela lalalalala", aquel cántico pegadizo que inventó un grupo de jóvenes exaltados y que se extendió a través de las gargantas de nuestros compatriotas hasta atravesar todo tipo de fronteras.
En este 2023, y a un año de aquel momento de gloria, llamamos al teléfono de línea de María Cristina, la famosa "Abuela Lalala", para conversar de una etapa que nunca olvidaremos.
Una historia mundial
"No busqué lo que me pasó. No sé por qué fui yo la que quedó en la mira y no otras personas que salieron a festejar. Supongo que me tocó el destino de ser famosa sin querer serlo", reflexiona María Cristina, la vecina del barrio de Liniers que cumplió setenta y siete años hace dos semanas, y descubrió lo que es ser viral en 2022.
–¿Recuerda cómo comenzó todo?
–Diría que con la desilusión del primer partido, porque lo perdimos y yo estaba como loca no porque sea fanática del fútbol –de hecho, no vi ninguno de los partidos porque me pongo muy nerviosa–, sino porque quería que gane Messi porque lo amo y lo adoro como buena persona que es. Además deseaba que lo dejen de hinchar, que dejen de criticarlo. Y cuando jugamos el segundo partido e hicimos el primer gol, de la alegría agarre la llave de casa y crucé a la esquina en la que estaban unos chicos que se hacen llamar los chicos de Villa Luro haciendo una especie de batucada desde las 9 de la mañana. Y yo veía que estos personajes sacaban muchas fotos, pero porque los jóvenes son muy del celular... yo detesto el celular. Me acuerdo que pensé "cómo se sacan fotos estos chicos", y resultó ser que me estaban sacando a mí. Y cuando hicimos el segundo gol (el 2-0 ante México, con goles de Lionel Messi y Enzo Fernández), yo ya estaba desbordada de alegría.
–¿En qué momento se dio cuenta de que esos videos no habían quedado en esa esquina?
–Cuando terminó el partido y mi hermana me llamó para preguntarme: "¿Qué hacés en la televisión?". A lo que yo le respondí: "¿Qué televisión? ¿De qué me estás hablando hermana?". Y cuando prendí la tele caí en que estos turros me estaban fotografiando a mí porque era la única chiflada que estaba en la esquina festejando con ellos.
Las consecuencias de la fama
"A medida que fueron pasando los partidos y la locura fue creciendo –porque mi casa se convirtió en un manicomio y mi calle se terminó convirtiendo en peatonal– a mí me quisieron llevar a Qatar. Me contactaron de la AFA, o no me acuerdo de dónde, para decírmelo y yo rechacé la oferta diciéndoles que no tenía los pasaportes al día. Y miren el poder que tiene esta gente que me respondieron 'No se haga problema señora, que nosotros hacemos todo en una semana'. Pero yo a Qatar no iba ni loca", nos confiesa Cristina con una sinceridad y una soltura que a más de un hincha lo dejaría pasmado.
–Tuvo la oportunidad de subirse a la Scaloneta, literalmente, y la dejó pasar. ¿Por qué?
–Si el viaje hubiese sido a España o a Italia lo pensaba, pero Qatar a mí no me llamaba la atención para nada. Además hubiese tenido que viajar con un médico porque yo hace dos años atravesé una enfermedad y una operación muy seria. No estaba para hacerme la chistosa con gente desconocida después de todo lo que pasé... Y no sólo eso, a mí con la emoción y la alegría que tuve en el mundial se me disparó la presión. Fue un desastre. Llegó un momento en que me tuve que ir de mi casa porque me ahogaba, sentía que me iba a desmayar. Estaba tan loca que mis sobrinos me vinieron a contener.
–El lado de la fama que nadie imagina. ¿Tuvo otras ofertas que la gente desconozca?
–Sí. Esta no la vas a poder creer, pero un día, en la calle, un señor me dejó una tarjeta sin decirme para qué. Y pasó el tiempo y se me dio por llamar de curiosidad nomás, y me dijeron que me la habían dado para llevarme a conocer a Messi en el predio de Ezeiza y que ya había pasado la oportunidad, ¡y por un malentendido!, porque nadie me dijo que llame. Así que perdí la oportunidad de ver a Messi. Igual estoy feliz de que se haya llevado el título y de que ahora lo dejen tranquilo.
–¿La siguen reconociendo por la calle?
–Sí, ¡y cómo! Yo que siempre quise ser anónima dejé de serlo. En el colectivo, en el hospital y en la calle los chicos me abrazan y se me cuelgan del cuello... Pasa que yo no soy fruncida y si veo que una criatura me canta 'abuela lalala' y me abraza, ¿qué le voy a decir? Aparte, yo prácticamente nací en este barrio, porque vivo en Liniers desde los tres años y todo el mundo me conoce. Pero lo que más me enorgullece es que con todo eso puse a Liniers en la cartelera.
"Por favor, decí que yo no soy abuela"
Nos pide encarecidamente Cristina. Luego, brinda detalles de cómo es su vida familiar: "Yo no soy madre, pero sí tengo un sobrino y tres sobrinas. Podría tener hijos soltera, pero no los tengo, porque no tengo marido y nunca me casé".
"Así que por eso yo les dije a los chicos que no me digan abuela, porque no soy abuela, pero me dijeron 'No importa, ya quedó Abuela Lalala'. Pasa que si soy canosa y tengo más de setenta años no doy novia. Yo sugerí que canten Tía Lalala, pero no hubo caso", reconoce con cierta derrota antes de sumergirse en el apodo que ella hubiese elegido: "El tía me hubiese gustado porque mis sobrinos son mi vida, y los cuatro son profesionales: una –la que está viviendo en España desde hace tres años– es ingeniera, otra es ingeniera biomédica, otra es arquitecta y mi sobrino es médico. Ojalá no se tengan que seguir yendo del país, porque los viejos quedamos hechos miércoles cuando eso pasa. Igual entiendo que no vivimos en Estados Unidos donde hay seguridad, y que acá hay mucha delincuencia y mucha maldad. Y yo me muero si les pasa algo, por eso no hago públicos sus nombres ni publico fotos con ellos en las redes que maneja mi sobrina. Prefiero que todo siga así, tranquilo".
Charlando de su historia, surgió la política
"Yo cumplí 77 años hace dos semanas pero creo que tengo el humor de una persona joven: soy activa, no me quedo quieta, me gustan las reuniones... pero para algunas cosas ya no me da el cuerpo. Por ejemplo, una de mis sobrinas el pasado domingo 10 de diciembre, el día en que asumió Javier Milei como presidente, fue a la Plaza de Mayo con el novio, y yo la felicité, porque a mí me encantaba ir a los actos políticos, pero ahora no me puedo mover porque no me da el cuerpo. Además, ese día hizo tanto calor que los bomberos le tiraban agua a la gente", reflexiona la Abuela Lalala sorpresivamente.
–¿Hubiese ido a apoyar a Milei?
–¿Yo? Con toda el alma. Sola hubiese ido. Es que yo cuando era joven, si no tenía quien me acompañe a hacer algo que quería, como ir al teatro a ver a Alfredo Alcón, iba sola. ¡A mí me encantaba salir! Y trabajé en distintos lugares y tuve distintos compañeros, salía mucho.
–¿De qué trabajó?
–Yo fui empleada administrativa toda la vida. Gracias a las clases de dactilografía era una luz escribiendo a máquina, me refiero a que escribía muy rápido, y gracias a eso fui asistente administrativa y secretaria de gerentes. Trabajé en el centro, en zona norte, cerca del Sheraton, un poco en todas partes.
–¿Reaparecieron muchos ex compañeros cuando usted apareció en la tele?
–No... pero capaz que no me reconocieron. Es que yo tenía mucho pelo, vivía con la permanente, y mi color era otro: fui morocha bien oscura –casi azabache–, tuve claritos, fui pelirroja tomate y después me hice un rubio o algo del estilo. Y en la tele se me vio canosa. Es que pasaron veinte años... Es tanto el tiempo que pasó que el otro día agarré un diario y me puse a buscar en los clasificados el rubro 24, que es el de lo administrativo, ¡y no lo encontré!, no lo podía creer.
–La imagino buscando el rubro, es decir, los posibles empleos que hay actualmente en el mercado... ¿Extraña trabajar?
–¡Muchísimo! Para mí el rito de la mañana de ducharme, pintarme, ponerme los tacos y las medias –la cantidad que rompí no tiene nombre– y la carterita para salir a trabajar era toda una ceremonia. Me costó mucho que deje de sonar el despertador para hacer la vida que hacía. Pero parece que lo acepte después de todo porque hoy estoy tranquila: estoy en paz con Dios y conmigo misma.