“Yo crecí en Caseros y prácticamente me formé en esto sin referencias, porque cuando empecé a desarrollar los murales no había nada por mi barrio, ni grafitis: eso era más de Capital", arranca contando Martín Ernesto Ron (39), el hombre que actualmente está pintando la fachada de un edificio a 60 metros de altura en Banfield, al sur del Conurbano, y continúa: "Al principio fue difícil convencer a los vecinos para que me donaran las paredes de sus casas y negocios para pintar. ¡Tenían miedo!".
"Pero yo sin paredes no podía hacer murales. Por suerte, cuando empezaron a ver los primeros, se empezó a generar un efecto contagio y así encontré mi camino de muralista. Honestamente, yo no lo había hecho con un fin comercial ni pensando que iba a vivir de esto. De hecho había estudiado Ciencias Económicas y Diseño Industrial, y estaba estudiando Gestión del Arte y la Cultura cuando se empezó a construir esta imagen mía de ‘el muralista’”, dice mientras trabaja en el mural de una nena.
“Terminé uno de los murales más grandes que pinté en Buenos Aires, el del chico con el globo, y después se vino todo el aislamiento. Pero el plan original, sin pandemia, era terminar ése y automáticamente empezar el que estoy haciendo”.
Sus últimos murales pertenecen a una serie con niños que aún no tiene nombre. ¿Por qué chicos?
“Porque me interesa la libertad en la expresión corporal que tienen, y cómo juega esa gestualidad en un entorno gigante", responde Ron y continúa: "Yo pinto situaciones surrealistas que están vinculadas a la pared. O sea, es raro que tape una pared al 100%, porque me gusta jugar con la arquitectura, las ventanas y las perspectivas, y hay personajes que interactúan con esa pared".
"La de ahora va a ser una nena de diez años que va a estar construyendo o deconstruyendo –según quien lo interprete– una pared de Legos muy colorida, e interactuando con un globo que también participa en el otro mural. Y va a haber un tercero –en un edificio que está en construcción acá a una cuadra– que lo voy a hacer el año que viene”, promete el artista.
Quisiera pintar el Obelisco, aunque sé que es imposible porque sería resignificar un monumento muy emblemático. Pero si pudiera soñar me lo imaginaría muy colorido. Sin dudas, jugaría con sus formas"
"Siento que tengo algo de Robin Hood, porque me apropio del espacio público haciendo mi obra y a la vez lo modifico para bien. Porque ya no es una pared, es una obra, y ahí hay algo de regalo para todos los que después se encuentran con ella"
“En la cuarentena me rehusaba a pintar las paredes de mi casa, me parecía humillante. O sea, ¡no quería pintar las paredes de mi casa sólo porque soy muralista! Pero no había museos, concursos de pintura, ¡nada! Estábamos todos flotando y ahí decidí usar mis redes sociales y de otros colegas y curadores para hacer el primer concurso nacional de pintura independiente y de autogestión. Se llamó ‘Puerta Cuarenta’".
"Y, para dejar un testimonio de esta época, los concursantes tenían que pintar una puerta de su casa por el hecho de que la puerta se resignificó desde que quedamos confinados: ya no fue la puerta para salir a jugar, fue la puerta que nos cuidó hacia adentro. Una frontera. Y partiendo de ese concepto, hicimos un concurso que fue furor, porque pintaron como trescientas cincuenta puertas”.
Su concurso de chancletas con medias “es lo mejor que hice en la cuarentena”. Martín tenía ganas de pintar con un sentido de época. Y cuando se preguntó cómo anclar el 2020, se dio cuenta de que “desde hace 40 o 50 días estaba usando medias con chancletas”. Fue así que se le ocurrió pedirles fotos a sus más de 80.000 seguidores de Instagram y armar “el primer Mundial de chancletas con medias”, con un sistema de votación “ridículo y bizarro: competía una chancleta con otra chancleta y la gente votaba. Quizás no tiene sentido, pero participaron como 15.000 personas, y fue lo mejor que hice en la cuarentena”. La ganadora fue Martina Pérez, de Zona Sur, con el Pato Donald.
Para él, “miniaturas”
La serie de cuadros Antros la hizo en tiempos de pandemia, “para soltar un poco la muñeca. Son lienzos chiquitos bien foto-realistas, que tienen una estética cruda y una pincelada rota y sucia que invoca al modernismo catalán, pero con fotos muy contemporáneas, trash y hasta de fiesta”, define el artista y afirma que “extraño demasiado la adrenalina de dibujar en grande”.
Fotos: Alejandro Carra y gentileza Joaquín Caba y Nicolás Ferreyra.