Otra de las situaciones destacadas ante las que Gimena volvió a demostrar su capacidad para adaptarse positivamente a la adversidad: la pérdida de su embarazo (2013, sabiendo que el bebé sería varón). “Fue duro, porque el deseo era muy fuerte. ¡Sí que sufrimos! Pero el tiempo fue parándonos en otro lugar. Se convirtió en un crecimiento de bocho y de corazón”, cuenta.
“Nico y yo supimos encontrar la felicidad con libertad. Sin mandatos, abocados a un muy buen presente laboral y con la posibilidad de mirarnos y de repente decir: ‘Ey, preparate unos mates y hacete un bolso... En diez salimos a la Costa’ o ‘¿Nos vamos de viaje? ¿Dos meses? Sí, dale’. Y por ahí con hijos resignaríamos esas locuras que hoy, a los 34, me hacen tan feliz. Si el día de mañana llega un bebé ¡sería maravilloso! Pero ya no nos obsesiona. Cuando perdimos el embarazo dijimos: ‘Paremos un toque, escuchémonos, tenemos la vida por delante’. Y así fue. Ya no somos los mismos de 2013. Se había hecho más pesado el ‘¿Y, chicos? ¿Para cuándo?’ que lo que realmente nos pasaba a nosotros”, dice.
“La paternidad puede resultar una presión, un estigma social absoluto que, por suerte, las nuevas generaciones están obviando. Ya es hora de desestructurar el chip que nos instalaron familia’. A muchas mujeres no les interesa, no se sienten cómodas en ese rol y hay que respetarlas, tanto como a las que dicen: ‘Si no soy madre me muero...’”.