Hace ya un año que venimos enfrentando esta pandemia, que nos ha golpeado a todos duramente y de manera multidimensional. Porque, además de ser una amenaza para la salud pública mundial, esta crisis provocó –y continúa provocando– estragos en el orden económico, social, emocional, moral y hasta en las relaciones entre los países. Un verdadero trauma global. Una de las áreas que mayor impacto negativo han sufrido es la educación. Se estima que alrededor de 1.5 millones de niñas, niños y adolescentes podrían no retornar a la escuela una vez superadas las restricciones sanitarias. Esto, además de ser una catástrofe, es una verdadera hipoteca de cara al futuro, sobre todo en países como el nuestro.
La educación cumple un rol esencial en nuestras vidas. Gracias a ella no sólo adquirimos información y somos capaces de convertirla en conocimiento, sino que también construimos nuestra propia identidad. Nos ayuda a entender nuestro pasado y, por lo tanto, a proyectar nuestro futuro; conocemos otras culturas y, entonces, fomenta la tolerancia y la empatía. La educación, además, nos prepara para poder seguir aprendiendo a lo largo de toda la vida y potenciar así nuestros recursos cognitivos, expandiendo al máximo nuestras capacidades.
Asimismo, está demostrado que la educación reduce la mortalidad infantil, la pobreza y la exclusión. Mejora la salud, ayuda a lograr la igualdad de género, promueve el reconocimiento y cuidado de las personas mayores, la paz social y la estabilidad. Por su parte, la flexibilidad dada por el aprendizaje permite a las personas de cualquier edad adaptarse a los retos de las dificultades económicas, las enfermedades y el envejecimiento. Es decir, la educación representa un poderoso motor de desarrollo y una herramienta para forjar una sociedad más justa.
Por todo esto, tenemos que reflexionar acerca de los desafíos educativos de hoy y de los que viviremos en el mundo post pandemia. Debemos considerar la situación actual en toda su complejidad y planificar muy bien los pasos a seguir. Es importante tener en cuenta la situación socioemocional de las y los estudiantes. La alteración de sus rutinas les ha generado una exposición prolongada a altos niveles de estrés. Según un estudio que hemos realizado desde Fundación INECO, un altísimo número de adolescentes en nuestro país enfrentaron a lo largo de la pandemia síntomas de ansiedad, sentimientos de soledad y baja satisfacción con la vida. Incluso, algunos manifestaron temor y preocupación por no poder recuperar el ritmo de estudio y aprendizaje. Trabajar sobre el impacto de la pandemia en la salud mental, que puede extenderse largamente en el tiempo, debe ser prioridad.
Por otro lado, sabemos que la pandemia no ha inventado las desigualdades pero sí las ha profundizado, golpeando aún más a las poblaciones más vulnerables. Las inmorales desigualdades que vive nuestra región tienen, obvia y lamentablemente, un correlato en lo educativo. Quienes han tenido mejores recursos para continuar con las clases desde sus casas tuvieron una gran ventaja sobre los que no contaron con acceso a dispositivos ni conectividad, ni tuvieron un espacio apropiado para estudiar o apoyo del entorno.
En este mismo sentido, UNICEF señala que el cierre de las escuelas ha repercutido en forma negativa en los aprendizajes. Evalúan, por ejemplo, que se ha deteriorado la capacidad de los niños y las niñas para leer, escribir y realizar operaciones matemáticas básicas. En estos momentos críticos, la equidad y la innovación educativa no son opcionales, sino que constituyen el camino para avanzar en justicia social, romper los círculos viciosos de crisis tras crisis y encaminarnos hacia el desarrollo verdadero y sustentable.
Está claro que tenemos que repensar nuestro sistema educativo. A pesar del enorme esfuerzo diario de docentes, trabajadores y trabajadoras de la educación, la escuela que tenemos hoy no prepara para desenvolverse en un mundo que depende de las ideas y de la capacidad de innovar. Por lo tanto, en la agenda educativa deben tener un lugar central el desarrollo de la capacidad de “aprender a aprender” y las habilidades como la lectoescritura y el pensamiento lógico matemático, la resolución de problemas complejos junto al desarrollo de la creatividad, la curiosidad y la empatía.
Es fundamental además mejorar la calidad y la relevancia de los contenidos y las estrategias educativas, como parte de las estrategias para luchar contra la deserción escolar. En esta dirección, es urgente cerrar la brecha digital, considerando además que hoy, en muchos casos, las clases presenciales se combinan con instancias virtuales y es posible que esa tendencia se sostenga en el tiempo. Educarse –o no– con acceso a la tecnología tendrá incidencia en la inserción laboral futura.
Ahora bien, cualquier innovación estará destinada al fracaso si no nos aseguramos de que todas las personas estén bien nutridas, puedan crecer en ambientes saludables, con adecuados estímulos cognitivos, sociales y emocionales, y con posibilidades de proyectar un futuro en un contexto en donde el conocimiento sea sinónimo de movilidad social ascendente. Lo diremos cuantas veces sea necesario: sin igualdad de oportunidades, la meritocracia es un verso.
Y, por último, cabe destacar que la pandemia también nos ayudó a reforzar algo que ya sabíamos previamente: los maestros y las maestras son la pieza clave de toda comunidad. Son personal esencial de nuestro entramado social y tenemos la responsabilidad de protegerlos, valorarlos, prestigiarlos y volver a posicionarlos como el trabajo más importante de nuestro país. La educación es el verdadero pilar para la igualdad de oportunidades y el crecimiento de la Argentina. Y lo fue para mí: yo no nací en una elite ni social, ni económica, ni cultural, y la educación fue la mayor herramienta que tuve para poder cumplir mis sueños.
Tenemos que dejar de repetir como un eslogan que “la educación es importante”: es hora de demostrarlo. Invertir en la educación de las personas no es un lujo de los países desarrollados: es la herramienta indispensable para luchar contra la desigualdad y lograr un desarrollo real y sostenido en el tiempo. Hagamos que la educación sea la máxima prioridad de la sociedad argentina. Es hora de dejar de lado las mezquindades y las especulaciones y unirnos verdaderamente, para darles a las niñas, niños y adolescentes la posibilidad de desarrollar al máximo sus capacidades y hacer realidad sus propios sueños.