Eva de Dominici acaba de cumplir 21 años, está soltera, vive con sus padres en Martínez y es una de las malas de Los ricos no piden permiso, la tira que El Trece ofrece de lunes a jueves a las 21.15. En su currículum también figura la indeleble marca de Cris Morena, que la hizo debutar en Chiquititas cuando tenía 12, y Patito Feo, la serie que le abrió las puertas de Ideas del Sur y la asentó en el medio.
–¿Hacés algo más aparte de Los ricos no piden permiso?
–Clases de canto, de tango y mucha lectura en inglés, para no dejarlo morir. También miro series en idioma original, con subtítulos en inglés.
–¿Qué mirás?
–Orange is the new black, miré Breaking Bad y me hice adicta, y ahora estoy empezando con House of cards, aunque todavía no me enganché. Y pelis, siempre. Me gusta porque duran dos horas y se terminan. La serie hace que te quedes encerrada demasiado tiempo, a oscuras. Me agota.
–Cuándo no ves series, ¿cómo es tu vida social?
–Me gusta salir a comer con amigas. Boliche no; nunca me copó. Prefiero las fiestas o las reuniones en casas.
–¿Está bien si digo que tu personaje es una cheta mala?
–Sí, no estaría mal esa carátula. Josefina es una chica con mucho problema por falta de educación y baja autoestima. No ser querida la llevó un poco a eso. Pero es mala con todos, no discrimina. Le gusta desquitarse con la gente.
–¿Se parece en algo a vos?
–Mi personaje hace cosas que yo no haría nunca en mi vida. Pero cuanto más alejado está de vos, mejor, porque te da mucho más espacio para jugar. Yo me la paso pensando qué frases decir. Gonzalo me re ayuda. Si bien es una mala, como la caratulamos, también es graciosa. Comenta cosas que otro no diría, sin ningún filtro. Yo siento que tenemos pensamientos opuestos. Nunca me enfrenté a alguien así, pero conozco muchas chicas que tienen características similares. Me inspiré en esas vidas reales.
–Leí que de chica sufriste bullying.
–Sí, en el colegio, pero por indiferencia. Me la han hecho sentir. Incluso en algunos elencos.
–¿Se burlaban de vos por los dientes separados?
–¡Cuando era chiquita! Pero ahora me encantan. Siento que es una característica muy mía. Antes me los quería juntar como sea, porque en el colegio me decían “ventanita”. ¿Viste que los nenes se agarran de las debilidades? Cuando se me caía un diente parecía que se me caían ocho... ¡Había un espacio terrible! Ahora lo veo como una cualidad fuerte de mi cara: soy la bocona de dientes separados. Me parece lindo ese reconocimiento. Si no sería todo rarísimo.
–¿Estás soltera?
–Sí. Corté en enero mi última relación.
–¿Es cierto que conocías a Ashton Kutcher y te lo cruzaste cuando pasó por acá?
–De eso no hablé nunca y prefiero mantenerme así, sin decir nada.
–¿Seguís llorando cuando no te gusta cómo salen las escenas?
–No, ya no. Estoy más relajada. Pero sigue siendo una situación extraña estar comiendo y verme en la televisión. Debería acostumbrarme, porque trabajo de eso, pero la verdad es que aún me impacta.
–¿Por qué llorabas?
–Cuando no me sentía cómoda con una escena, o cuando tenía el pelo despeinado y nadie me avisaba. Eso me alteraba... y me altera. Sufro. Pero pasa más por la histeria del actor: siempre creo que todo puede salir mejor. O, típico: cuando termino, se me ocurren mil cosas mejores para decir. Lo genial es que siempre tenés revancha. En cada línea siempre trato de poner mi color.
–¿Al psicólogo vas?
–No. Pero estoy muy bien rodeada. Mi familia es mi cable a tierra. Mi mamá me dice mil veces que me relaje. Mi hermana es una genia. Tanto ella como mi papá están siempre ahí para apoyarme. Pero ojo que yo soy muy tranqui... No me enojo nunca, salvo cuando no me sale algo en el trabajo.
–¿Vivís con ellos?
–Sí, aunque intenté irme a vivir sola cuando me agarró un ataque de independencia, hace un tiempito. Me fui y duré un mes. Sentí que era forzado, que no era el momento.
–¿Cómo fue ese mes?
–Triste. Llegaba a casa y estaba sola. No me cocinaba, porque no tenía energía y me comía un yogur. Me sentía un robot. Entonces dejé de forzarlo y volví a mi casa de toda la vida, en Martínez. Me costó mucho estar en soledad. Me di cuenta de que era al pepe ese sufrimiento. Además, era un cuelgue. Me olvidaba las llaves en la cerradura del lado de afuera, hasta que el encargado me tocaba el timbre. O dejaba el aire acondicionado prendido tres días seguidos... ¡Un desastre! Así que, por el bien del Universo, mejor que siga en lo de mis viejos, jaja. Calculo que me iré cuando esté en pareja.
–¿Eso es de Susanita?
–No sé, puede ser. Tengo la mente como las mujeres de antes: no suscribo el libertinaje que hay ahora.
–¿Libertinaje?
–La palabra quizás no sea ésa... Me expresé mal. Cada uno es libre de hacer lo que se le cante sin molestar al otro. Soy Susanita porque me gustan cosas de las relaciones de antes, como las que tenían mis padres y abuelos. Eso de mandar flores, escribir una carta y bailar lento. Antes se cuidaba más la conquista, se hablaba, era todo más formal.
–¿Existe el amor para toda la vida?
–No me gusta el “te prometo que voy a estar con vos hasta la muerte”, porque uno no sabe lo que va a pasar. Hay personas que lo hacen, y otras que no. Cuando ya no ves más que podés tener una vida al lado de tu pareja, lo más sano es separarte. Ante todo hay que ser honestos.
Por Juan Cruz Sánchez Mariño.
Fotos: Maximiliano Vernazza.