Entra al gran salón. Diez horas de ensayo para Glorias argentinas, su nuevo espectáculo (ver recuadro) no le han dejado huella. Tersa, sin maquillaje –sólo sus labios, muy rojos– y envuelta en sedas, bien podría encarnar ya mismo a la bella Clotilde, una doble espía de la Primera Guerra Mundial. “Sólo te falta una larga boquilla de carey y acaso una pistola en la cartera”, le digo, ella se ríe, y hasta le parece “muy buena idea”.
Porque Nacha Guevara (nacida Clotilde Acosta en octubre del ’40) vino al mundo para ser artista y reciclarse: una variante femenina del mito de Proteo, antiguo dios del mar que cambiaba eternamente de forma.
Tanto, que carga sobre sus espaldas, en medio siglo de escenarios y pantallas, 13 películas, 16 programas de tevé, 25 discos y 46 espectáculos teatrales. Todo eso, y ahora, jurado del Bailando en ShowMatch, by Marcelo Tinelli. Sin duda, el más sorprendente de sus roles.
–¿Por qué estás allí, más allá de un excelente contrato?
–¿Y por qué no?
–Porque es un programa –y un mundo– muy disímil. Eleonora Cassano, Maximiliano Guerra, Mora Godoy, pero también Vicky Xipolitakis y Evelyn von Brocke... ¿Cómo te convenció Tinelli?
–Tal vez no me convenció. Nadie convence a nadie. Lo importante es sentirme bien. Para sentirme mal, voy al dentista.
–¿El “sí” fue fácil?
–No. Las conversaciones duraron meses.
–¿Por tus exigencias?
–No tanto... Lo único que pedí (y él aceptó) es no moverme de mi lugar. Calificar, y punto.
–¿Veías el programa?
–Nunca, o casi nunca.
–Aun así, sabés que la calificación es apenas el puntapié inicial. Después siguen las polémicas, las peleas y el rebote en todos los programas de la tarde.
–Para nada de eso contarán conmigo. Mi juicio no saldrá nunca del canal. Y lo que otros digan fuera de ese ámbito no me importa. De esa condición no me muevo. Antes de aceptar hablé con amigos muy diferentes, y las respuestas me sorprendieron. Por supuesto, algunos me dijeron “¡estás loca!”, pero la mayoría lo aprobó.
–Sin embargo, sabés que el quilombo posterior es inevitable.
–Ojo: yo también soy quilombera, pero en otro sentido. Por lo tanto, puedo salir indemne del caos. Además, ningún contrato te exige que formes parte del quilombo.
–¿Y si a pesar de eso te arrastra la corriente?
–No hay riesgo. Me prometí a mí misma que si en algún momento no puedo manejar la situación, me voy. Además, creo que al contratarme quisieron incorporar otra mirada: la que yo represento, y tal vez como un modo de equilibrar los tantos. Lo otro, los chispazos, las peleas, no están en mi naturaleza.
–Ponerle un uno a Xipolitakis contra el ocho de Moria, o preguntarle a Evelyn von Brocke “¿para qué estás aquí?”, ¿no fueron algo más que chispazos?
–Fue justicia. Y si bien en la primera ronda hay que ser... piadoso, digamos, no me permito concesiones.
–¿Qué descubriste?
–Reconozco que, contra mis fantasías y prejuicios, encontré un ambiente de trabajo más que agradable. Algo que en los programas masivos de tevé suele ser todo lo contrario.
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Corte biográfico. Nacha vive hoy en el Tigre, donde tiene “cielo y pajaritos, además de seis gatos”. Sus ex parejas son el periodista Anteo del Mastro (ya no está en este mundo), el actor Norman Briski y el músico Alberto Favero. Tres hijos (Ariel, Gastón y Juan Pablo), siete nietos y una bisnieta. No es una familia convencional: “Todos somos seres libres”. No le gustan los contratos largos: “Ni de trabajo ni de casamiento”. Está harta –¡¡¡harta!!!– de que le pregunten por el secreto de su eterna juventud. “Creo en las cirugías y en las cremas, pero la única verdad es interior: la chispa divina. Un cirujano puede modificarte los ojos, ¡pero jamás la mirada! Porque en la mirada está el alma”. De sus luchas, sus peligros (una bomba en 1975, y luego un largo exilio) y sus esperanzas abdicó en Cuba: “Creí, como tantos, que era la revolución perfecta, pero cuando estuve allí comprendí que ese mundo no era para mí. La única revolución permanente está en uno, y es el derecho a ser quien es uno, sin pactos, exigencias ni compromisos políticos. En todo caso, estuve, estoy y estaré junto a los que sufren, no importa si son blancos, negros, católicos, judíos o musulmanes. Tampoco me interesa ser eterna. Quiero que me cremen y esparzan mis cenizas. Pero si mereciera una lápida, quiero que diga ‘Aquí yace una eterna aprendiz’”.
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Volvemos al Bailando, a ShowMatch, a Tinelli.
–Más allá de tu decisión de juzgar, poner un puntaje y eludir todo rebote –crisis, peleas, escándalos–, ¿estás dispuesta a aportar una cuota de humor?
–Siempre. Porque el humor, en su mejor sentido, se está muriendo. Hoy, el humor es hacer chistes: nada más pobre y alejado de su verdadero espíritu, que es surrealista. Antonin Artaud (poeta y autor francés, 1896-1948) dijo que el artista es un atleta del corazón, y tenía razón. Eso intento sobre el escenario. Porque de ese ejercicio surge la verdadera creatividad, que hoy está en el under, no en la calle Corrientes.
–Más allá del salto sin red que significa tu experiencia como jurado del Bailando, ¿qué le aporta a tu carrera?
–Creáse o no, algo muy, muy importante. Y que agradezco...
–¿De qué se trata?
–De sacarme del área de comodidad. –Explicá...
–Todos tenemos y todos vivimos en un lugar así. Hacés lo que sabés, vivís como te gusta, tenés límites precisos. De pronto, si tenés algo más en la cabeza, esa comodidad empieza a ser incómoda. Es la rutina. Hace medio siglo que hago esto (no me lo recuerdes, porque me enferma). Pero de pronto, mi papel de jurado en el Bailando me saca a empujones del territorio que conozco de memoria. Al principio te da miedo: nos asomamos, y queremos volver corriendo a lo seguro. Sin embargo, si te atrevés, estás entrando en un círculo más grande, más expandido. Tinelli me sacó de mi área de comodidad.
–¿Eso significa que en tu ámbito habitual trabajás de taquito, con piloto automático?
–No. Jamás. No me lo permito, porque estaría mintiéndome. Yo hago un novelón como si fuera un texto de Shakespeare. Lo defiendo con la misma dignidad. Abro mi corazón y quiero que el público abra el suyo. Pero siempre, inevitablemente luego de medio siglo de tablas, el área de comodidad permanece. Y eso, al fin y al cabo, puede ser la muerte del artista, que cuando lo es realmente, se parece a un niño en pleno descubrimiento del mundo.
–Ya en acción, ya en el jurado, ¿podés exigirles algo más a consagrados como Eleonora Cassano o Maximiliano Guerra?
–Desde luego. Y no se los exijo yo. Se lo exigen ellos mismos, porque saben que no hay límites. Que siempre es posible dar más. Mirá, si no, el caso de Noelia Pompa. Para muchos es sólo una enana. ¡Pero baila como los dioses! Y nadie se imagina todo lo que debió vencer esa criatura, cómo vivió, cuántos prejuicios debió enfrentar. ¡Chapeau!
–Hay otro posible conflicto en tu papel de jurado: cómo ser justa frente a bailarines predeterminados por sus limitaciones.
–Gran pregunta... La justicia, nada menos. En mi caso, me obligo a enfocarme, más que en el problema –la carencia, la falta de habilidad–, en la solución. Salvo, claro, con los personajes imposibles, insalvables, que no tendrían que estar allí. Y la solución es, a partir de una baja calificación, apostar a despertar su amor propio, su capacidad oculta, y a romper la barrera del miedo. Si lo logran y mi calificación sube, habré logrado algo mucho más importante que levantar un cartón con un número. Habré despertado algo que estaba dormido. ¡Y no hay triunfo mayor!
–Cuestión práctica: un aplazo tuyo contra un aprobado de Moria, Solita o Polino. ¿Qué pasa?
–Nada. Yo no recapacito ni cambio. Y si esa diferencia llega a los programas de la tarde, que cada uno haga y diga lo que le plazca. Mi puntaje no cambiará, y mi boca seguirá cerrada. Esa es la ley de juego que establecí, y nunca daré un paso atrás.
–¿Y si hay presiones?
–Partiré con firmeza, educación y discreción. Más o menos lo que hice durante toda mi vida.
Bellísima, creativa e inagotable, lleva 50 años de incansable trabajo. “Soy una eterna aprendiz”, define.
“Estoy harta de que me pregunten el secreto de mi juventud... a los 73 años. Creo en las cirugías y en las cremas, pero mucho más en la chispa divina”
“Contra mis prejuicios, en ShowMatch encontré un clima de trabajo realmente encantador, en todo sentido: orden, respeto, sonrisas y buena onda en todo momento”