Cuando un apellido se vuelve escuela, algo se modifica en el Universo. Nadie puede volver a pronunciarlo sin que se entienda lo que significa. Nadie puede utilizar su santo nombre en vano. Es la magia que provocan no sólo los prodigios, sino también los luchadores. Y Julio Bocca (45), emblema de la danza nacional, es a la vez prodigio y luchador, un hombre que desde los cuatro años estudió danza con el rigor de los rusos, la pasión de los argentinos y ese virtuosismo que no tiene patria ni parangón.
A lo largo de sus 27 años de carrera se ha hecho dueño de todos los honores. Y hoy, retirado de la danza pero como director del cuerpo de baile del SODRE (en Montevideo), sigue cosechando éxitos, ahora desde su función directiva. Es que Julio, él mismo se encarga de explicarlo, sólo vive para la danza. Y así lo repetirá cuando su vida privada “interfiera” en medio de una charla sobre arte, cultura y formación.
–Los chicos de los noventa a los que les gustaba la danza te tenían de referente. Los de hoy pueden tener a alguien de Bailando por un sueño. Siempre luchaste por popularizar la danza... ¿pero tanto?
–Está muy bien que sea popular ese programa, pero no es danza. Hoy, con Internet, tenés todo al alcance de la mano, pero para llegar al American Ballet no basta con estirar la mano. Se requiere muchísima disciplina. Tal vez eso, el rigor, esté cada vez más perdido. No se llega a los mejores ballets del mundo a través de Bailando por un sueño. Claramente no me refería a eso, sino a popularizar la danza respetándola.
–¿Te gustaría volver a trabajar en el país en este nuevo rol de director?
–En un futuro, querría traer a la Argentina todo lo que estoy haciendo en el SODRE. Me encantaría hacerme cargo del teatro Colón; creo que podría aportar mucho. Pero acá me es tan difícil conseguir cosas... No sé... En Uruguay fui a reuniones con cinco empresas y tuvimos cinco sponsors; acá hago lo mismo, todos dicen “sí, sí”... y nada. Tengo que agradecer sí a Petrobras –porque fue de las pocas que nos ayudaron a llevar cursos al Interior–, y a algunas otras empresas: el Banco Ciudad, el Banco Provincia... y pará de contar. En Uruguay apoyan al ballet, incluso sin descontar impuestos a quienes lo hacen.
–¿Qué cosas quieren hacer?
–Extender las becas de la Fundación, incentivar el estudio de danzas, traer maestros... Pero todo eso requiere fondos. Y no estamos hablando en el aire, eh. Ya tenemos muchos bailarines en el mundo que salieron de nuestra Fundación. Es difícil pelear por la cultura en la Argentina.
–¿Te da miedo ser olvidado?
–No, ser olvidado está bien. No me preocupa. Lo que no quiero es que se pierda el trabajo que hice. Por suerte está (Hernán) Piquín, que hace lo de Tinelli y su espectáculo sobre Queen. Tenés a Iñaki (Urlezaga), que hace producciones con su compañía; tenés a Maximiliano Guerra, que también está produciendo. Pero todo a pulmón. Es raro, porque además siempre están llenos los espectáculos. Entonces esas excusas de que no va gente no sirven: está a la vista que es mentira. Lo mismo pasaba en Uruguay. Decían “este ballet...”, con menosprecio, y nosotros llevamos 18 mil personas por espectáculo (hacen diez funciones a 1.800 personas por función). Aun así, es complicado en nuestro país conseguir apoyo. Yo allá le escribo un mail al vicepresidente y me contesta. Acá... Bueno, nunca lo intenté, pero lo veo difícil.
–¿Seguís teniendo el sueño de hacer una escuela integral que incluya la educación básica y la formación artística?
–Mi idea es que el chico no tenga que andar corriendo todo el día de un lado para el otro, que pueda hacer la escuela primaria sin tener que dejar clases. Pero es un proyecto que resultó ser mucho más difícil de lo que esperaba.
–No obstante, vos sos de la escuela de los que iban corriendo de acá para allá, y sin embargo sos el bailarín argentino más importante de la historia.
–Bueno, pero solamente hice la primaria. Cuando empecé a viajar por el mundo y a conocer franceses, estadounidenses, rusos, ellos tenían una preparación que yo no tenía. Y me daba cuenta. Yo tenía más calle capaz, pero ellos hablaban de cosas que yo no entendía. Creo que un poco de ahí sale mi fama de tímido: era preferible callarse a decir cualquier boludez. La gente con mejor cultura hace que el país sea mejor.
–¿De chico querías triunfar?
–Yo nunca me planteé triunfar. Yo quería ser primera figura del Colón, pero a los 14 años, cuando me fui a bailar a Caracas, me di cuenta de que podía ir incluso más allá. Pero nunca fui a buscar, sino a demostrar lo que podía ser, a demostrar cómo me divertía arriba del escenario y a crear un personaje. En los comienzos pensaba antes de cada salto o movimiento, pero ya con el tiempo el cuerpo lo hacía todo solo y yo podía disfrutar de cada detalle, cada caminada, de todo.
–¿Tenías conciencia del público?
–No, porque lo hacía para mí, para disfrutarlo yo. Por supuesto, siempre agradecía los aplausos pero no salía a buscarlos, no eran mi motor. El escenario era un lugar donde estaba libre: me sentía bien, hacía la mía.
–¿Salías feliz después de las funciones?
–De la mayoría sí. Es muy difícil explicar la sensación... Terminaba liviano. Y lo primero que necesitaba era entrar en mi camarín y estar solo, cinco minutos. Era como una sensación de volver a tocar tierra, desarrollar lo que había pasado en la función y hacer la limpieza. Algo que después traté de transmitir a mi vida: ponerme a pensar qué estoy haciendo bien o mal, reflexionar, mantener esa cuota de humildad.
–La humildad queda retratada en la anécdota de cuando conociste al Polaco Goyeneche. ¿Cómo fue?
–En la celebración por los 50 años de Clarín se hizo una fiesta en el Palais de Glace y hubo un show en el que cantó el Polaco, tocó Fito Páez y yo bailé. Yo no lo conocía en persona al Polaco. Cuando llegué para ensayar, con mi bolso colgado al hombro, Goyeneche se me acercó y me preguntó cuándo llegaba Julio Bocca. “Soy yo”, le dije. Claramente se imaginaba a un tipo más glamoroso.
–Hace casi dos años que vivís en Montevideo. ¿Cómo te trata la gente allá?
–Muy bien. Son muy cariñosos aunque más tranquilos, más a la distancia. Te saludan, pero no se te tiran encima. Podría ser, claro, un hogar.
–¿Seguís viviendo con tu pareja allá?
–Sí, ya hace dos años y medio.
–¿No pensaste en el casamiento?
–Noooo. Respeto que la gente se case y demás, pero yo no. Aparte soy de tener mucha privacidad y no me interesa exponerme a eso.
–Nunca se te conocieron las parejas.
–No, hay ciertas cosas que quedan para uno. Me gusta saber cosas yo solo. Soy egoísta en ese aspecto.
–¿Y él no te habló nunca de casamiento?
–No... ¿Para qué?
–¿“Fóbico al casamiento” diría en tu biografía?
–No es una fobia. Cuando está el amor no es necesario sellar nada, es el día a día. Por lo menos para mí... Cada uno lo ve diferente. Yo nunca quise casarme. Será porque mi vieja tuvo tres maridos que no creo en el matrimonio. ¡Ja, ja! No sé, puede ser.
–¿No querés tener hijos?
–Por ahora no. En un momento tenía muchas ganas, pero ahora estoy muy feliz con lo que estoy haciendo y no tendría el tiempo. No sé; son esas cosas que hasta que no las probás no sabés. Así que no sé; quizá en cinco años quiera. Habrá que ver.
Llegó el viernes 27 y se fue el sábado 28. Si bien tiene un departamento en Buenos Aires, cuando viene de visita prefiere hospedarse en un hotel.
“Se requiere muchísima disciplina para llegar lejos. El rigor está cada vez más perdido. No se arriba a los mejores ballets del mundo a través de ‘Bailando por un sueño’”
Julio junto al cuerpo de baile del SODRE. El 70 por ciento de los integrantes son uruguayos; el resto, de otros países latinoamericanos.