Cuando aterrizó en el aeropuerto de Nueva Delhi, Ana Rosenfeld (61) imaginó algo de lo que se venía: “Nunca es tarde cuando no pasó”, le contestó un argentino radicado en la India, después de que ella le dijera que llegaba tarde a un evento. “Con esa frase me dio una primera clase de espiritualidad. Y me marcó a donde había llegado...”, cuenta la abogada más famosa, que con garras y dientes defiende a sus clientas en cuestiones de Derecho de Familia.
Ahora charla, sentada en el sillón de su oficina de Reconquista al 400, tan cómoda y entusiasmada que hasta se sacó los stilettos y suspendió compromisos. “Conocer la India es una experiencia cultural y espiritual muy fuerte. Hay dos opciones. O lo hacés de joven, mochila al hombro, como una búsqueda, o después de los sesenta, para saber qué hay más allá de tu vida”, reflexiona sobre la experiencia que la llevó al Triángulo de Oro (Delhi, Agra, Jaipur), y luego a Bombay, Bangalor y Goa.
–¿Cómo surgió la idea de este viaje?
–La India era una asignatura pendiente. La gente me hablaba de sus contrastes entre la riqueza y la pobreza. Y no podés creer de ver eso en los más de 1.200 millones que la habitan. Me impactó. Hay que ir... Tenés que tomarte tiempo para conocerla en su integridad. Fui con Marcelo (Frydlewski, 62), porque cumplimos 31 años de casados. El programó todo, con una agencia de turismo, del 20 de febrero al 20 de marzo. Nos alojamos en hoteles hermosos, antiguos palacios que los maharajás ya no pueden mantener. Estuvimos tres semanas en la India y una en Maldivas y Sri Lanka. Volvimos por Doha, Qatar, que me resultó fascinante.
–¿Te preparaste para conocer un destino tan exótico?
–Muchísimo. Elegimos la época del año –febrero y marzo, invierno allá– en función de los olores, el calor y la contaminación. ¡No sentí nada de eso! Viajé con calzas y zapatillas para caminar. De noche sí me arreglaba para cenar. Y tomábamos los clásicos cuidados, como usar sólo agua mineral, ¡hasta para lavarte los dientes! La alimentación es un tema. Ellos ingieren “poco picante”, “picante” o “muy picante”. Hay que saber que lo “poco picante”, para nosotros es “súper”. Comí de todo para probar, porque fui a casas de familia como parte de la experiencia.
–¿Cómo es la gente?
–Muy feliz. Los indios –así hay que llamarlos, porque “hindúes” hace referencia a la religión– son respetuosos, ceremoniosos, agradecidos, amigables y muy cálidos. Te hacen el saludo namasté: las manos salen del corazón, con gran sentimiento de entrega.
–¿Y la mujer india?
–No tiene un rol preponderante, pero es la jefa de la casa. Fui a la corte de Delhi para ver cómo funciona. Y vi que tienen los mismos problemas que acá: mucha violencia de género. Además, hay muchas mujeres bien vestidas, con el sari de la mañana a la noche.
–Me imagino que también debe haber habido tiempo para las compras.
–Sí. ¡Ja, ja, ja! Saris, géneros, carteras... Tampoco demasiado. Algunos tés en Sri Lanka y elefantes de adorno, ¡que los amo! Son unas obras de arte maravillosas: ayer llegaron a la Aduana.
–Señalame un momento, aquella sensación que no vas a olvidar en tu vida.
–Frente al Taj Mahal. Esa energía te da vuelta. Es una tumba gigante, que un rey le hizo a su esposa porque la amaba. Sólo tres veces en la vida tuve esa sensación: en el Muro de los Lamentos, en Machu Picchu y ahí.
–¿Qué te sorprendió del país?
–Tanta dignidad en la pobreza. No se consideran pobres, porque se sienten ricos espiritualmente. Con un plato de lentejas son felices. Nadie te manotea la cartera. No tienen problemas de inseguridad. Es que respetan al prójimo y temen el castigo de Dios.
–¿Cómo pensás aplicar todo lo que aprendiste en este viaje?
–Manejando otros tiempos... Me volví una Mahatma Gandhi del Derecho. Me centré. Sigo siendo la de siempre, una defensora aguerrida, pero potencié mis cualidades, reforcé mis conceptos y lineamientos. En la India encontré el punto energético de mi filosofía de trabajo y pienso aplicarla a los casos.
Por Ana van Gelderen.
Fotos: Album familiar.