El muro de la capital alemana fue uno de los símbolos más abominables del siglo XX: toneladas de hormigón que durante 28 años, dos meses y 26 días separaron los sistemas políticos del este y el oeste del país. Y también a los ciudadanos. Estas son las imágenes de la dolorosa historia de la familia Ribbentrop, quienes no se veían hace diez años y solo les concedieron diez minutos para cambiar una miradas.
13 de agosto de 1971. El muro de Berlín cumplía diez años ese día. A las diez de la mañana, con el rostro luminoso por primera vez en diez años, la familia Ribbentrop llego hasta el pie del muro y contempló a los otros Ribbentrop -sus familiares-, que los saludaban desde el otro lado de la valla gris.
¿Quienes eran los Ribbentrop?
Una familia alemana como todas. Personas de trabajo castigadas por la guerra y separadas por uno de los absurdos del siglo. No se veían hace diez años y solo les concedieron diez minutos para cambiar una miradas, unos gestos, unas lágrimas que no alcanzaban a ver.
Ese día la familia Ribbentrop, cercada en el sector comunista, llegó hasta la helada valla gris y contempló con tristeza a otro Ribbentrop, el que está de espaldas en la fotografía. Sesenta metros los separaban. Sesenta metros y diez años y el muro. Se dijeron todo con gestos, con miradas que no podían ver.
Los soldados les concedieron diez minutos para el silencioso diálogo. El tiempo se cumplió, pero los Ribbentrop se resisten a partir. Miran hacia el otro lado. Después solo hubo cañones y masacre. Y en ese momento el muro sepulta palabras, lágrimas y caricias.
Todo terminó. Las órdenes tajantes resonaron en la mañana y los Ribbentrop se van por la calle solitaria hacia la casa de los los otros Ribbentrop no vieron nunca. Dos hombres con uniforme los vigilan. Se vieron desde lejos, una vez, diez minutos, en diez años, separados por el muro inconmovible.
Fotos archivo: Editorial Atlántida