Por el coronavirus, el Sumo Pontífice emitió un extraordinario Urbi et Orbi y dejó frases que resonaron en el mundo entero: "En esta barca estamos todos"; "Es el momento de nuestro juicio" y "Hemos pensado en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo".
Sentado sobre una silla blanca y pura, Francisco le habló al mundo desde la Plaza del Vaticano diciendo: "Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Las tinieblas densas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades. Se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y de un vacío desolador que paraliza todo a su paso. Se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos al igual que los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados. Pero al mismo tiempo, todos importantes y necesarios, y todos llamados a rezar y a remar juntos, todos necesitados de comportarnos mutuamente. En esta barca estamos todos. Todos. Como esos discípulos que con angustia dicen "estamos perdidos". También nosotros nos damos cuenta que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús mientras los discípulos naturalmente están alarmados y desesperados, él permanece en la popa, en la parte de la barca que se hunde primero ¿y qué hace?, a pesar del ajetreo duerme tranquilo y confiado en el Padre. Es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo. Después de que lo despiertan y que calman el viento y las aguas, se dirige a los discípulos y con tono de reproche les pregunta `¿Por qué teneís miedo?¿Aún no teneís fé?´ Tratemos de entenderlo. Ellos no habían dejado de creer en él, de hecho lo invocaron. Y a Jesús le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados. La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos. Todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas salvadoras, incapaces de evocar nuestras raíces y la memoria de nuestros ancianos privándonos de la unidad necesaria para hacer frente ala adversidad. Con la tempestad se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que nos disfrazábamos, nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar, y dejó una vez más al descubierto esa bendita pertenencia común de la que no podemos evadirnos: la tendencia de hermanos.
`¿Por qué teneís miedo?¿Aún no teneís fé?. Señor esta tarde tu palabra nos interpela y se dirige a todos. En este mundo que tu amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material. Nos nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante las guerras e injusticias planetarias, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora mientras estamos en mares agitados, te suplicamos, "despierta señor".
`¿Por qué teneís miedo?¿Aún no teneís fé?´El señor nos dirige una llamada a la Fé que no es tanto creer que tu existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta cuaresma resuena tu llamado urgente. Convertios, volved a mi de todo corazón. Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de opción. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio. El tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa. Para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacía ti Señor y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues ante el miedo han reaccionando dando la propia vida. Es la fuerza operante del espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que no aparecen en portadas de diarios o revistas, ni en las grandes pasarelas del último show, pero que sin lugar a dudas están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia. Médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, cuidadoras, limpiadoras, transportistas, jefes de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús, que todos sean uno. Cuanta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza cuidándose de no sembrar pánico. Padres, madres, abuelos y docentes muestran a nuestros niños con gestos cotidianos cómo afrontar y transitar una crisis. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
`¿Por qué teneís miedo?¿Aún no teneís fé?´El comienzo de la fé es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes. Solos nos hundimos, necesitamos al Señor. Entregemosle nuestros temores para que él los venza. Experimentaremos que con él a bordo no se naufraga, porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad a nuestras tormentas. Es capaz de dar contención y sentido a estas horas en las que todo parece naufragar. Abracemos al señor para abrazar la esperanza.