"Con Argentina me une una historia de bastante tiempo -relata con su serena tonada Carlos Fernando Enciso Christiansen (55)-. Es que allá por 1973 mi padre (Walter) fue becado por la Unión Postal América y España, y vivía en la Galería Güemes, dentro del mismo edificio que ocupó Antoine de Saint-Exupéry (autor de El Principito) en su paso por Argentina. Como veníamos con mi madre un fin de semana por medio, conocí desde La Boca hasta Mar del Plata, pasando por Villa Carlos Paz, la Estación Terrena de Balcarce, etcétera", detalla. Y continúa:
"Me acuerdo de los caballitos de madera que había en la tienda Harrods, de la cafetería Richmond… Era niño, pero tengo una linda memoria fotográfica de lugares, calles, rincones. La relación con tu país no terminaba ahí: en los Ochenta y los Noventa, relacionándome con las juventudes políticas, y a partir de charlas y contactos con historiadores, me fui haciendo bien hincha de Buenos Aires, su teatro, su cine y su buena gastronomía”, respira profundo @PájaroEnciso (como lo define su Twitter, “calculo que por mi perfil -preguntémosle al fotógrafo- y por una cuestión de autenticidad: el apodo viene de mi época estudiantil y ayuda a romper la distancia que dan las investiduras”, ilustra.
–¿La política entró temprano en su hogar?
–Sí, por mi abuelo materno, Carlos. Nació en 1900 y murió en 1950. Multifacético, incursionó en política con la candidatura de Gabriel Terra (el presidente de Uruguay con más tiempo en el cargo de manera continua: del 1º de marzo de 1931 al 11 de junio de 1938), del Partido Colorado. No conocí a mi abuelo, pero se trató del primer antecedente, junto a mi abuela paterna, Ermelina Lebrucherie, que sí era “blanca”, del Partido Nacional (sonríe), como yo ahora, y herrerista, por el caudillo Luis Alberto de Herrera (abuelo y bisabuelo de los presidentes Lacalle). De ese lado viene la tradición política. Además, a mí me marcó un montón la salida de la Dictadura de mi tierra (Nota de la Redacción: se extendió entre el 27 de junio de 1973 y el 1º de marzo de 1985), de la mano del exiliado Wilson Ferreira Aldunate, líder carismático, paladín de la democracia y caudillo del PN. Su figura, como a toda una generación, me atrapó.
–Son varias décadas, cuatro.
–Sí. A los 15 años empecé una campaña de apoyo a la apertura democrática en los gremios estudiantiles de la secundaria. Integré organizaciones sociales juveniles y luego me sumé a la militancia universitaria en Derecho. No llegué a egresar de Relaciones Internacionales. Cursé tres de cuatro años, me quedó uno. De todas maneras, soy bastante autodidacta, y trato de cultivarme. Mi impronta fuerte dentro de la política comenzó en Montevideo y continuó en el departamento de Florida, donde tuve la oportunidad de ser edil, diputado más de una vez y senador, antes de arribar a esta embajada. Una gran responsabilidad, y un honor.
–Extiéndase, por favor.
–Una responsabilidad, la de servir en una de las embajadas más importantes del servicio exterior no siendo diplomático de carrera. Y un honor, el de representar a nuestro país en Argentina, con nuestras historias en común y nuestras diferencias. Como decía Borges, dos países “tan iguales y tan distintos”. Un rol destinado a tender puentes en ambas orillas.
–A propósito, ¿por qué, mientras usted cruzó el Río de la Plata hacia acá, tantos argentinos vienen haciéndolo de forma recurrente hacia allá?
–En realidad vivimos este proceso desde 2000. Ya antes de la pandemia muchísimos argentinos habían generado sus trámites de residencia. Algunos para radicarse, otros porque querían ser propietarios, hacer turismo, tener su DNI y las facilidades que ello implica: realizar un trámite municipal, bancario… ¿A qué voy? Si bien varios jóvenes han ido a mi país por oportunidades, sobre todo del desarrollo activo de empresas de tecnología, servicio, logística, y otras personas decidieron lo mismo para transitar su etapa final de trayectoria de vida o laboral, no todos se establecieron. El número exacto en realidad nadie lo sabe, pero reconozco son varios miles los que partieron hacia Uruguay. Y bueno, considerando que el mío es un país históricamente con un problema demográfico de poco crecimiento, nos vino bien.
Invita a compartir un desayuno de jugos, café, leche, alfajorcitos, tortitas y otras tentadoras variantes. También, a conocer la historia de la residencia de 1937 que habita (en Avenida Presidente Figueroa Alcorta 3300, Palermo Chico). “Fue obra del arquitecto húngaro Jorge Kálnay, el que proyectó el Luna Park –rebobina de época Enciso Christiansen–. Se la solicitó el empresario yerbatero Carlos Mendes Gonçalves. El 20 de diciembre de 1948 la adquirió Uruguay a través de su embajador Roberto Mac Eachen. Tiempo de vacas gordas. Hoy no sólo sigue siendo una gran residencia de los embajadores y un espacio cultural abierto a todos: en 2012, además, el Gobierno de la Ciudad la declaró Testimonio vivo de la memoria ciudadana, por haber conservado su uso y sus características originales, mezcla de racionalismo de la época con modernismo. Se trata de un lugar privilegiado”, mira alrededor de la lujosa casona de tres plantas.
–… “Tiempos de vacas gordas” previos al MERCOSUR (Mercado Común del Sur), fundado en 1991 y que a la fecha, a partir de ciertos acercamientos comerciales de Uruguay a China y Turquía, se convirtió en blanco de críticas por parte del resto de sus componentes…
–Sin negar el MERCOSUR y sin que sea contrapuesta nuestra vocación histórica de defender al mismo y al bloque que integramos con Argentina, Brasil y Paraguay, nuestra idea es poner ímpetu en una apertura que Uruguay precisa para su comercio, para los mercados, y para generar nuevos intercambios y acuerdos. La idea no es cerrarnos al MERCOSUR, sino abrirnos al mundo. Buscar nuevas oportunidades en el resto del planeta es de interés para nuestro presidente y sistema político, y clave para nuestra economía y nuestra gente.
Siento que Uruguay es más república y Argentina es más nación, y en tal sentido puede que por ahí a veces ciertas contradicciones afloren. Pero te aseguro que nunca es grave”
–Aquel conflicto en torno a la papelera UPM (antes Botnia) y algunos dichos del expresidente Jorge Batlle respecto a la honestidad de los argentinos, entre otras rispideces que cruzaron el charco, pretendieron instalar tiempo atrás una maliciosa especie de “grieta” entre Uruguay y Argentina. ¿La hubo alguna vez, realmente?
–Existen desavenencias históricas entre Montevideo y Buenos Aires que vienen de la época de la colonia: la lucha de puertos e intereses de las potencias en la zona. Y eso se traspola al siglo XX, en rivalidades naturales. Ahora, yo no creo ni quiero ser parte de este tipo de contradicciones, de grietas. Como países de producción, turismo y apertura, nada nos hace mejor que enfocarnos en lo que nos une y dejar a un lado las contradicciones. En todo caso, puede haber, pero no es bueno agudizarlas.
–¿Cuál es el motivo para que en Argentina no ocurra lo que en su país, donde la convivencia política, incluso entre adversarios, resulta ejemplar?
–Por mi función, si deseo continuar acá, no puedo abundar en comentarios sobre la coyuntura (lanza una carcajada), pero sí señalar que después del gobierno de facto Uruguay se puso de acuerdo en que el sistema político tenía que sacar algunos temas, si no por consenso, por grandes mayorías. Esa articulación ahora existe. Muchas veces el gobierno y la oposición de turno saben que hay tres, cuatro, cinco cuestiones que exigen una actitud proactiva de diálogo y negociación.
–¿De qué temas habla, por citar un par?
–Hablo de la macroeconomía; una ley forestal y una ley de puertos; y sobre temas fiscales y vinculados a la inflación, que hacen que desde hace un tiempo mi tierra supere el dígito anual. Son temas que nosotros ya no discutimos. Y además hay una tradición democrática virtuosa. Las contradicciones que puede haber de intereses contrapuestos en países muy grandes son diferentes cuando se trata de otros con menos posibilidades. Siento que Uruguay es más república y Argentina es más nación, y en tal sentido puede que por ahí a veces esas contradicciones afloren. Pero te aseguro que nunca es grave, y que el de ustedes es un gran país con una enorme potencialidad y con todo para convertirse en un motor de América en energía, alimentos, producción.
–Pasemos mejor a las grieta más creativas y constructivas. ¿Cuál es el mejor asado -el uruguayo o argentino- y cómo debe hacerse?
–Si bien mi mujer (María Noel Crucci Carrión) es la especialista en la materia y podrá responder mejor, te voy a contestar diplomáticamente: aunque acá es más carbón y en Uruguay más leña, y de Argentina me gusta el corte de bife de chorizo y el ojo de bife y de allá el entrecot y el asado, de todas maneras, la región del Río de la Plata posee la mejor carne del mundo. Seguro en lo último andamos todos de acuerdo.
–¿Tema mate?
–El gusto de la yerba argentina es lindo, rico, pero con los palitos el entramado resulta distinto. Prefiero el mate sin palo. ¿Su preparación? Sin ciencia: el ángulo de la yerba a unos 45 grados me parece clave para que siempre quede seca una parte, y el agua tibia, para que la yerba se hinche bien, aparte de girarla con la intención de ir renovándola. En lo personal, como el noventa y nueve por ciento de los tomadores, prefiero el mate sin azúcar. Con azúcar era más de las abuelas (se tienta)… De todas maneras, cada uno con su librito.
–¿Celebró el gol de penal de Gonzalo Montiel que definió Qatar 2022? Porque a partir del mismo Argentina superó a Uruguay en cantidad de títulos mundiales: 3-2.
–Luego de que Uruguay, y un poco de forma injusta, quedará afuera, jueces e interpretaciones discutibles en cuestión de penales mediante, junto a mis amigos seguimos viendo a Argentina con picada y alguna bebida espirituosa, hinchando por este equipo de Lionel Scaloni que cada vez jugaba mejor. Incluso fuimos a la 9 de Julio, con mi señora, para festejar contentos el título. Que a la vez nos da impulso para un enorme desafío: que tu país y el mío, si se acopla a la candidatura, seamos sede del Mundial 2030, un siglo después de aquella primera Copa, en nuestra tierra, con final Uruguay 4-Argentina 4 en Montevideo.
–¿Mario Benedetti o Borges, a quien más arriba mencionó?
–¿Y por qué uno u otro?
–¿Alfredo Zitarrosa o Carlos Gardel?… Vimos algún libro sobre él en su escritorio.
–¿El que dice que Gardel es uruguayo?
–Pero los argentinos decimos que es argentino y los franceses, que nació en Toulouse…
–Ahí vamos a tener una polémica, con la teoría de que vio la luz en Tacuarembó. Igual, naciera donde naciera, es rioplatense porque triunfó en Buenos Aires. En el devenir histórico hay grandes cantantes, vocalistas, poetas, pero Gardel es Gardel: la expresión individual de la cultura popular local que mutó en la milonga y terminó cantando tango como ese incomparable vocalista que trascendió en el planeta.
Fotos: Diego García y gentileza de C.E.Ch
Arte y diseño de imágenes: Gustavo Ramírez