Un antiguo y breve proverbio popular repetía “Nomen–Omen”, algo así como “un nombre es una promesa y un programa”. Esto se verifica en el papa “Francisco”, quien al elegir este nombre hace ya diez años, el 13 de marzo de 2013, puso en marcha un proyecto revolucionario que empezó a traducir la buena noticia del Evangelio de Jesús en misericordia y ternura, diálogo y respeto recíproco, cultura del encuentro, solidaridad e inclusión, fraternidad y amistad social.
La emoción y la admiración de aquel día de marzo en el balcón de la Plaza de San Pedro siguen brotando continuamente en mi corazón, constatando que con el pasar del tiempo nuestro Sumo Pontífice no se cansa de proponer un mundo nuevo, basado en una humanidad reconciliada y a la vez cuidadosa del planeta, que es nuestra casa común y la única que tenemos.
Cuando subió al balcón para mostrarse al mundo y decir sus primeras palabras, intentó mover el micrófono que yo sostenía firme. Al no poder, giró la cabeza. Me descubrió y dijo: ‘Ah, sos vos’. Le respondí: ‘Hable tranquilo’. Lo había despedido el día anterior como cardenal y lo saludaba ahora como Su Santidad (monseñor Guillermo Karcher)
Sus encíclicas “Laudato sí” (“Alabado seas Señor en todas tus criaturas”) y “Fratelli tutti” (“Hermanos y hermanas, invitados todos a construir juntos la historia”) son la expresión aggiornada del mensaje de San Francisco de Asís y la clara declinación del dicho:
“Nomen-Omen”, literalmente: “Un nombre significa un buen augurio y un porvenir”.
Propongo humildemente que sigamos rezando por el papa Francisco, con un corazón agradecido por su vida y su servicio universal.
Fotos: Cortesía de G.K.