El doctor Daniel López Rosetti fue una de las palabras más buscadas cuando el coronavirus llegó a nuestro país a principios de marzo del 2020. Ante el desconocimiento, incertidumbre, y la invasión invisible del nuevo virus contagioso y letal en cada vez más países, López Rosetti trajo un poco de claridad y respuestas a un mundo al borde del colapso.
En la edición de Revista GENTE de mayo, Daniel López Rosetti escribió en exclusiva sus reflexiones, consideraciones, observaciones, las secuelas y las pandemias paralelas que deja en el mundo la pandemia mundial del virus covid-19.
En diciembre de 2019 aparece un nuevo coronavirus en Wuhan, China. Tan sólo un mes después, la clave genética se encuentra disponible en los principales laboratorios del mundo. Lo que había comenzado como una noticia internacional en el punto geográfico más alejado de nuestro país, tan sólo en noventa días se convirtió en una suerte de amenaza, que dio lugar a la pandemia que inmovilizó a la Humanidad.
Fue así que para marzo de 2020 sucedió algo que nunca olvidaremos: el aislamiento social preventivo y obligatorio era una realidad para todos. Así, el confinamiento pasó a formar parte de nuestras vidas.
De ahí en más el periodismo mundial nos daba a conocer la información en tiempo real. Las malas noticias se sucedían unas a otras, a una velocidad increíble. De a poco, lo que era en un principio lejano comenzó a materializarse en conocidos, amigos y familiares que enfermaban o morían. Entonces comenzó a alcanzarnos una emoción ancestral que constituye parte del repertorio vivencial del síndrome del estrés, el miedo.
El estrés es un síndrome que aparece cuando una circunstancia amenaza nuestros intereses vitales. Y en este caso en particular el estrés ya no era individual, sino que alcanzaba transversalmente a todos. Este fenómeno es conocido como “estrés psicosocial”, una forma de estrés que alcanza a los habitantes del planeta en su conjunto.
Fue entonces que aparecieron pandemias paralelas: el miedo, la incertidumbre, la duda, la crisis económica, las enfermedades psicosomáticas y la inestabilidad emocional y psicológica, que condicionaron desequilibrios mentales y generaron trastornos de conducta.
La pandemia había dado ya entonces un golpe al ser humano, que en su soberbia maltrata a la naturaleza. Es entonces cuando el sufrimiento de la enfermedad y la muerte se hace moneda corriente, que la ciencia nos da una nueva oportunidad: las vacunas.
Y es así que tan sólo a diez meses de la aparición de un virus que paralizó al mundo, las primeras vacunas, además de darnos los anticuerpos que no teníamos, expandieron un sentimiento salvador como la esperanza.
Hoy, cada vez que la aguja de una jeringa inocula la vacuna en el brazo de un ser humano no sólo ingresa en nosotros un futuro de anticuerpos, sino también un sentimiento sanador de esperanza.
En lo personal, creo que debemos aprovechar ambas cosas.
Fotos Fabián Uset y gentileza prensa GCBA (Alberto Raggio y María Inés Ghiglione)