"La selva del Darién es considerada una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo, tanto por su propio entorno salvaje como por la presencia de grupos armados”, lanza Google cuando uno comienza a interiorizarse en el entramado de la palpitante región fronteriza que une América del Sur y América Central.
Allá, a 5.347 km de la Ciudad de Buenos Aires, está Liliana Carrizo (53), una médica infectóloga argentina que lleva cuatro meses preocupándose día y noche por los inmigrantes (venezolanos, haitianos, cubanos, africanos y asiáticos) que circulan delante de sus ojos en el camino hacía una anhelada libertad que ni su sombra les garantiza.
“Puede sonar extraño pero, en cierto sentido, esta misión es un sueño para los que trabajamos en Médicos Sin Fronteras porque acá realmente sentimos que hacemos la diferencia todos los días”, sorprende con su definición Carrizo antes de sumergirse en el lado sombrío de su pensamiento: “Pasa que el lugar en el que estoy (N. de la R.: la estación migratoria de San Vicente situada en la provincia del Darién, en Panamá) es muy heavy: acá recibimos a personas que llevan días atravesando todo tipo de desafíos en un lugar inhóspito y resbaladizo, con trayectos muy peligrosos. O sea, no es ninguna broma, en el grupo que atendimos anteayer murieron 20 personas… Es durísimo lo que les pasa”.
–¿Esa sensibilidad se transfiere a las consultas médicas?
–Indefectiblemente. Muchas veces se sientan para decirte que tienen una diarrea, y cuando vos les preguntás “¿Cómo estás?” se desarman. Empiezan a llorar y hacen una catarsis tremenda porque vienen de pasar por situaciones muy dolorosas.
Cuando vos les preguntás ‘¿Cómo estás?’ se desarman. Empiezan a llorar y hacen una catarsis tremenda
–¿Qué te confían en ese momento?
–Muchísimas cosas. Quizás lo más duro es que ven cadáveres a lo largo de todo el camino, porque la gente no recoge a los muertos y no hay nadie que vaya a tomar cuenta de eso. Una cosa que a mí me parece tremenda, porque las autoridades ni siquiera se ocupan de hacer una identificación, de enterrarlos ni de nada. Y hay un montón de familias desesperadas consultando en internet. A nosotros, por semana, nos contactan unas tres o cuatro familias preguntando si los vimos pasar por acá. Es que en la desesperación buscan a quien sea. Nosotros tenemos los datos de aquellos a quienes derivamos, pero no tomamos todos los datos de las doscientas personas que atendemos por día.
–Además de brindar un paisaje tétrico que va más allá de la imaginación, la presencia de los cuerpos, ¿contribuye a que merodeen en el camino pumas y otras amenazas naturales?
–¡Claro! Los pacientes nos cuentan que se cruzan con todo tipo de animales. De hecho, uno de ellos relató el otro día que una familia de tres haitianos se fue a dormir y amaneció muerta, porque a los tres los había picado una serpiente. Es que hay un montón de riesgos en la selva. Está la naturaleza, los vectores –porque hay dengue y malaria–, y las enfermedades que surgen por las condiciones ambientales, ya que todos se mojan, rasgan y empapan. Respecto a sus pertenencias, pierden lo poco que llevan, y después de unos días ya no tienen ni cómo taparse. De hecho, frecuentemente llegan con infecciones respiratorias.
–Clínicamente hablando, ¿cuáles son los síntomas principales que presentan al terminar la travesía?
–Tras pasar de ocho a doce días en la selva –dependiendo de si viajan solos o acompañados por sus familiares–, el principal síntoma que manifiestan es la diarrea, como consecuencia de beber el agua del río. Después tienen muchas heridas en las piernas porque los pican todo tipo de insectos, y a eso se le suma el cansancio que padecen por haber caminado tanto durante días. Sus piernas quedan muy maltratadas. Tanto, que hay un equipo de educadores que se dedica a explicarles cómo deben cuidarse para reponerlas… Aunque claro, ellos tienen ansiedad por continuar su camino. Y no los culpo, porque las condiciones que tenemos en la estación de recepción migratoria (RM) son malísimas: duermen en el piso, que es con pedregullo, y en general no tienen abrigo porque perdieron todo en el camino o se lo robaron. Ése es otro riesgo.
Los pacientes nos cuentan que se cruzan con todo tipo de animales. De hecho, uno de ellos relató el otro día que una familia de tres haitianos se fue a dormir y amaneció muerta, porque a los tres los había picado una serpiente. Es que hay un montón de riesgos en la selva
–¿Es verdad que hay mafias peligrosas que se ocultan dentro de la selva?
–Sí. Y nuestra presencia aquí tiene mucho que ver con eso. Estamos tratando de visibilizar la violencia que están sufriendo en el camino. O sea, a casi todos los grupos los roban, los amenazan con armas, y también sufren violaciones.
–Un informe revela que entre el diez y el quince por ciento de las mujeres que transitan el Darién las padecen…
–Sí, es altísimo el porcentaje de casos de violencia sexual e increíble que esto no cambie con el correr de los meses, porque hay lugares específicos donde siempre suceden tales ataques. Eso es lo más doloroso. Porque pasan situaciones horribles de padres a los que les arrancan a sus hijas, de madres que son violadas teniendo a sus bebés en brazos… Es dolorosísimo lo que viven, y acá llegan los maridos desesperados porque no pudieron hacer nada. El resto del grupo también siente la misma impotencia, ya que la mayoría de las veces estas violaciones ocurren a punta de pistola.
A casi todos los grupos los roban, los amenazan con armas y en muchos casos también sufren violaciones. Es altísimo el porcentaje de casos de violencia sexual e increíble que esto no cambie con el correr de los meses
–¿Ocurren secuestros con la misma modalidad?
–No, hasta ahora no ha habido raptos. Como mucho, secuestraron a jóvenes por un día y después las devolvieron.
–¿Se sabe si los responsables de estos crímenes viven en la selva?
–Aparentemente sí, pero desconocemos sus identidades.
–Queda claro que es un lugar sin presencia policial ni control de ningún tipo…
–Así es, y queremos visibilizarlo. Ya se hicieron comunicados internacionales al respecto demandando que entre Colombia y Panamá se pongan de acuerdo para establecer una ruta más segura. O sea, esto va a seguir sucediendo: no es que va a dejar de migrar gente porque no le ofrezcas la ruta. Entonces tienen que garantizar que los derechos humanos sean respetados.
–¿Cómo es la situación en la RM en la que estás trabajando?
–Y… tiene condiciones muy precarias, muy difíciles. Nosotros somos dieciocho y estamos atendiendo todos amuchados en una tienda de campaña sin ningún tipo de privacidad porque los espacios están divididos con cortinas. Dentro de la tienda hay dos médicos, dos psicólogas y dos enfermeras, y otra enfermera que hace ‘el triaje’ afuera clasificando las necesidades y ayudando a resolver cositas más simples. La demanda que tenemos es altísima. Por lo que esperamos que otros actores humanitarios se comprometan a ayudarnos a cubrir los siete días de la semana, porque si no estamos muy solos.
–Al finalizar la jornada, cuando se juntan a charlar entre ustedes, ¿qué objetivo los une?
–Te diría que queremos devolverles un poco la dignidad a estas personas que vienen de pasar por situaciones dolorosísimas y extremas. Al llegar acá tendrían que encontrar un lugar donde dormir y descansar cómodamente, bañarse, tener un abriguito… y no está sucediendo. ¡Y llueve mucho!, todo se convierte en lodo y cuesta que las cosas se sequen. Además, nosotros les hacemos la curación de los pies sabiendo que se van a ir y van a seguir caminando, así que compramos o conseguimos donaciones de chanclas para que se pongan. Sí, estamos en todo, cuando tendríamos que estar centrados solo en la asistencia médica y psicológica.
–Es mucho el peso que tienen sobre sus hombros. Si tuvieras que definirlo, ¿qué dirías que es para vos el Darién o, como lo apodan varios medios, “El infierno verde de las Américas”?
–Uff. A mí lo primero que se me viene a la cabeza es la palabra desesperación. También lo definiría como un paso muy difícil con una luz de esperanza, porque ellos tienen mucha esperanza en lo que vendrá.
“Están tratando de acceder al sueño americano”
Testigo de las oleadas de inmigrantes que brotan de la selva, Liliana Carrizo cuenta que en la estación de recepción migratoria ubicada “a la salida de la selva”, en San Vicente, Panamá, ve ciudadanos que provienen de “Venezuela, Haití, Cuba, Bangladesh, Senegal, Angola y el Congo. Y ninguno de ellos quiere volver a su país de origen –relata en un monólogo–. De hecho, algunos te cuentan que tomaron vuelos de avión desde lugares recónditos solo para cruzar ilegalmente por la frontera del Darién… ¿Y qué te voy a decir? Me es imposible no pensar qué tan mal tiene que estar la situación en su país de origen, qué tan desesperados se sentirán para decidirse a atravesar una ruta tan larga y peligrosa. Es tremendo el riesgo, y a veces lo corren con mujeres embarazadas, niños pequeñitos y hasta con personas que padecen discapacidades. Sin ir más lejos, el otro día una mamá salió de la selva con un niño con parálisis cerebral, y a mí me partió el corazón. Pero ellos dicen que están tratando de acceder al sueño americano. Sus esperanzas residen ahí”.
Por Kari Araujo
Fotos: EFE y Gentileza Médicos Sin Fronteras