Norma Baylon fue la primera mujer en obtener el Olimpia de Oro (1962), concedido por el Círculo de Periodistas Deportivos de Buenos Aires. Pero no sólo eso: permaneció Nº 1 de nuestro país de 1962 a 1967, encabezó -como jugadora y capitana argentina- la Billie Jean King Cup (1964), accedió al cuatro puesto del tenis femenino en singles (1966), y ganó dos veces el Campeonato de la República Argentina en individuales (aparte de siete en doble damas y dos en doble mixto), y la misma cantidad de veces el Río de la Plata (Argentina). Entre otros méritos, claro, como acceder a una final de Roland Garros en dobles damas (1964), y a tres semifinales más en los Abiertos de Australia y justamente Francia.
Bueno, de ello habla Baylon: De la niña que "quería su billete de 5 pesos" a ser la Nº 4 del mundo escrito por su colega María Luz Marín (ex Nº 7 del mundo del ranking junior ITF en singles y Nº 5 en dobles), y con prólogo de la leyenda estadounidense Billie Jean King y epílogo del periodista argentino Guillermo Salatino. 232 páginas que nos permiten descubrir las mejores anécdotas protagonizadas por uno de los grandes referentes del deporte nacional.

1: “Esta chica ¡¡ya me tiene harta con el tiqui, tiqui. ¡No la aguanto más!”
"Cuando papá llegaba de la oficina –ya entrada la noche y bastante cansado–, mi mamá siempre lo recibía con la misma cantaleta: 'Mirá, esta chica ¡ya me tiene harta! Se pasa horas y horas con el tiqui, tiqui, tiqui de la paleta de ping-pong y la pelotita contra la puerta del closet. ¡Ya no la aguanto más!'. Y como sugerencia, agregaba que sería muy bueno conseguir una raquetita de tenis. Así fue. Averiguaron y me la compraron en la casa Marraco Sport, que estaba en Cabildo entre Echeverría y Juramento, en Belgrano. ¡Ya tenían solucionado el problema! Claro, no era más el tiqui-tiqui, pero el sonido se transformó en el de una pelota de tenis, no tan agudo como la de ping-pong pero al rato también les molestaba. Por supuesto que al ser más grande y pesada, rompí más de un adorno en la casa. O sea, los problemas continuaron."
2: “Se puede jugar al tenis todo el tiempo que quieras, pero primero, segundo y tercero, es el colegio”
"A pesar de comenzar a entrenarme con mucha más seriedad y con buenas perspectivas competitivas, mis padres me pusieron la condición de terminar los estudios y no aflojaron en ningún momento ni circunstancia. Por tal razón, hoy les estoy eternamente agradecida. Siempre lo digo cuando me hacen alguna entrevista y me preguntan si hay que dejar la escuela para ser un buen tenista: se puede jugar al tenis todo el tiempo que quieras, pero primero, segundo y tercero, es el colegio. 'No vas a dejar de estudiar y pobre de ti que repitas algún año', me exigieron. Debía terminar el secundario y recibirme de Perito Mercantil –trabajé un tiempo en la oficina de importación y exportación de mi padre en Capital Federal– y de traductora de inglés y alemán. Lo hice. Durante la escuela me permitieron asistir a los Sudamericanos, pero antes debía demostrar que había estudiado."

3: “Cuando me sacaron el yeso aparecieron dos dedos duros.: tuvieron que operarme para que los pudiera doblar”
"Gracias a Dios, solo tuve una lesión fuerte durante mi carrera. Físicamente siempre estaba muy bien, jamás me acalambré y pensar que en esa época no existía la preparación física ni nada por el estilo. La lesión a la que me refiero fue en 1960 contra Somoza en el Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, jugando la Copa Aldao, al tropezar con un fleje y golpearme la muñeca derecha, además de caer de narices en la cancha. Mis padres me llevaron al Hospital Alemán y me enyesaron por rotura del metacarpo. La actividad era así, muy intensa, porque el fin de semana anterior le había ganado justamente a Somoza en las semifinales del Argentino y la final se programó para el siguiente domingo. No pude presentarme y el título quedó para Margarita Zavalía. Mientras tenía el yeso me quejaba de que no sentía el dedo índice ni el medio de la mano derecha, a lo que me decían que era normal, pero cuando me lo sacaron, esos dos dedos aparecieron totalmente duros, no los podía doblar. Las radiografías confirmaron la decisión que tomaron, operarme para liberar el nervio… Nuevamente yeso."
4: “Si le ganaba un game as la rumana Edda Buding, mi papá me regalaba un billete de 5 pesos…”
"Cuando retomé el tenis, tras el obligado descanso por un problema en el corazón que no pasó a mayores, participé del tradicional Campeonato del Río de la Plata en 1954. Una de las atracciones era la rumana Edda Buding, quien vivió unos años en el país y llegó a ser la mejor de todas. Sus padres entablaron una relación con los míos apenas pisaron tierra argentina, apoyada porque hablaban alemán y se entendían perfectamente. Recuerdo una situación increíble: un día le comentaron a mi papá que estaban preocupados porque en el sorteo le había tocado una chica argentina de la que decían que era un fenómeno. Mi papá les preguntó cómo se llamaba, pero no sabían. Entonces los tranquilizó diciéndoles que no existía en el país ningún fenómeno que pudiera ganarle a su hija, de consabido excelente nivel. Entonces fueron juntos a consultar el cuadro recién sorteado y, con gran sorpresa, mi papá vio que el fenómeno ¡era yo! Se rió y les dijo que apenas era una niña de doce años y que no sabía que me había anotado, pues yo lo había hecho sin decirle nada a nadie...
Cuando llegó el día del partido, mi papá me prometió que si me portaba bien en la cancha y le ganaba al menos un game a Buding, me regalaba un billete de 5 pesos, que recién se habían emitido. Yo estaba ilusionada y en el vestuario, cuando nos cambiábamos para salir a la cancha, le conté a Edda lo del billete. Ella tendría unos dieciocho años y parecía ser bastante brava y, la verdad, no me prestó mucha atención. Fuimos hasta la cancha 14, la última del Buenos Aires del lado izquierdo, para jugar el partido. Pasaban los games y no había caso: 1-0, 2-0, 3-0, 4-0, 5-0, 6-0, 7-0... Rápidamente se puso 6-0 y 1-0 en el segundo set. En el cambio de lado le dije: 'Edda, no te olvides de lo que te dije en el vestuario'. Ni me miraba. En el 3-0, le dije más firme: 'Edda, ¿te acordás lo que te dije en el vestuario?', y nada. En el 5-0: 'Edda, ¿me entendiste? ¡Quiero mi billete de 5 pesos!', sin ninguna respuesta. Yo la miraba fijo constantemente, con ilusión y bronca, pensando solo en el billete, pero nada la perturbaba. Cuando todo se desvanecía para mí, seguramente a conciencia, ¿qué hizo la pobre Edda? Dos doble faltas, una pelota de revés a las nubes por encima del alambrado y otra a la red... Entonces, ¡gané mi game y tuve mi billete!"

5: “… Esta chica tiene mucho talento, pero hay que domarle el carácter”
"Debe haber sido instintivo, no me lo enseñaron, no me obligaron a irme a la red, algo que después sí inculqué a mis alumnos: atacar, buscar el punto. Así fue como empecé con un profesor que era chileno, se llamaba Manuel Moya Gálvez. Cuando era chico, en Santiago, lo había atropellado un tranvía y le tuvieron que amputar parte del brazo derecho. Tenía un muñón hasta el codo y aprendió a hacer todo con la mano izquierda. Con él jugaba dos o tres veces por semana. Moya siempre le decía a mis padres: 'Esta chica tiene mucho talento, pero hay que domarle el carácter, se enoja mucho'. Entonces, mi papá me preguntaba: '¿Por qué protestás tanto? Tenés que portarte bien en la cancha'. Y yo respondía: 'Porque ya me dijo diez veces lo que tengo que hacer y no me sale'. Hacía mi defensa, pero lamentablemente creo que resultó un defecto, soy demasiado perfeccionista. Lo que hago, lo quiero hacer bien, muy bien, lo mejor posible. No me gusta el gris. O blanco o negro. Por este motivo he tenido bastantes problemas en mi carrera tenística."
6: “El día que pude ganarle a Billie Jean King y me sacó de eje”
"Un partido muy importante para mí fue el que jugué en Filadelfia contra Billie Jean King, en la Fed Cup de 1964, en el que tuve muchísimas opciones de ganarle y en canchas de césped. Todas mis rivales sabían que si yo perdía la concentración –por cualquier motivo interno o externo– tardaba varios games en reacomodarme (si lo lograba). No era de darme vuelta, mirar la lona de fondo, y volver a estar superconcentrada. No. Era tal esa deficiencia que en determinados días, en una tribuna grande y con cientos de personas, yo podía decir cuántas veces pasó el vendedor de bebidas, por ejemplo... En aquel momento éramos muchas menos en el circuito y nos conocíamos hasta las pulgas y por dónde fallábamos. Contra Billie Jean yo sacaba set point arriba en el segundo set y, cuando iba a lanzar la pelota para el servicio, ella me pidió que esperase un segundito: se quitó los anteojos para secarlos. Yo miraba al piso. Cuando estuve otra vez lista, volvió a interrumpirme y se ató las zapatillas. Mi 'mostaza” fue creciendo. En el tercer intento, levantó la mano y le preguntó al umpire cómo iba el marcador. Cuando por fin logré ejecutar el saque, obviamente hice doble falta y, por supuesto, también perdí el partido, que fue peleadísimo (12-10 y 9-7)".

7: “Jugué dobles con Karol Fagueros, algo así como la Marilyn Monroe del tenis”
“Prácticamente no cambié de pareja de dobles, que siempre fue Helga. Solo los primeros dos años jugué con Vera Suková y luego con Annette Van Zyl, una sudafricana que se retiró al poco tiempo y se quedó en su país porque en ese momento todavía había problemas entre los jugadores nativos y los que no lo eran. Con ella ganamos el torneo italiano en 1966 en una muy buena final de tres sets contra Ann Haydon Jones y Elizabeth Starkie. Esa vez Helga jugó con Edda Buding y nos tocó enfrentarnos en semifinales; fue un partido durísimo que pudimos ganar con lo justo por 8-6 en el tercero. En la Argentina lo hice con la estadounidense Karol Fagueros, algo así como la Marilyn Monroe del tenis, porque usaba polleritas cortísimas, teñida de rubio, los labios recontra pintados, una mujer muy robusta, alta y simpática. Gracias a ella ¡teníamos muchísimo público!"
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8: “Cuando me casé y dejé de jugar, ¡me enviaron veinte raquetas a mi casa!”
"Fui progresando en el tenis y llegó el Campeonato de la República de 1962, en el Buenos Aires Lawn Tennis Club, con mi triunfo-sorpresa en la final. Otto Hauser, miembro del Consejo Directivo de la Asociación Argentina de Tenis, me contactó con el británico Fred Perry –quien además de ser un brillante jugador tenía una fábrica de indumentaria– y con Pat Hughes, uno de los gerentes de Dunlop en Gran Bretaña. Una vez me invitaron a la fábrica de Dunlop en Londres para que yo eligiera la raqueta que quisiera. Me dieron seis o siete modelos diferentes con variantes en el peso y otras diferencias. 'Este grip me gusta', les dije. Era un 4 5/8 de una Dunlop Maxply, de peso mediano. Por supuesto, pedí cuerdas de tripa y quería un poco más de carga en la cabeza, por el saque y la volea. Tuvieron la delicadeza de hacerme un modelo especial y me dieron veinte raquetas en una tanda. Cada vez que necesitaba ellos me mandaban de ese modelo específico, el mío. En aquellos años a los únicos que ayudaban, personalizando el marco, eran al australiano Rod Laver y a mí. Si yo rompía alguno en cualquier torneo, llamaba y en veinticuatro horas tenía seis raquetas nuevas en el hotel, además de los encordados de tripa que necesitase. El convenio de palabra duró hasta que me casé y dejé de jugar. Es más, como regalo de casamiento, en 1967, ¡me enviaron otras veinte raquetas a mi casa!"

Fotos: Cortesía de Ediciones Al Arco
Agradecemos a Eduardo Puppo