No tenía por qué hacerlo. Nadie se lo pedía. Nadie lo imaginaba. Pero ella lo hizo igual. Maria Teresa de Filippis nació en Nápoles en 1926, en un mundo que no pensaba en mujeres al volante. Ni en la calle, mucho menos en las pistas. Pero eso a ella no le importó.

Todo empezó como un juego. Sus hermanos mayores la desafiaron, le dijeron que nunca sería lo suficientemente rápida. Ella les contestó sin levantar la voz, pero con decisión: se subió a un Fiat 500 y empezó a correr.
“Mis hermanos decían que yo no era lo suficientemente rápida. Quise demostrar que estaban equivocados”, recordó alguna vez. No paró más. A los 22 ya ganaba en subidas de montaña. Luego llegaron los circuitos. Los Maserati. Las Ferrari. Y en 1958, la historia.
María Teresa fue la primera mujer en correr oficialmente en la Fórmula 1. Lo hizo sin escudería oficial, sin respaldo, sin padrinos. Corrió con un Maserati 250F, el mismo auto que había usado su amigo Juan Manuel Fangio y que le había permitido al argentino lograr el título de 1957.
Su debut fue en Spa-Francorchamps, uno de los circuitos más veloces y peligrosos del mundo. Terminó décima entre 20 pilotos que largaron. ¿Algunos de los que quedaron en el camino? Stirling Moss, Peter Collins y Luigi Musso, algunas de las glorias de aquel momento; pero también Jack Brabham y Graham Hill, quienes años después se convertirían en leyendas de la F.1.

Lo que más le pesaba a la italiana no era la velocidad. Era el entorno. Un paddock repleto de trajes, corbatas y prejuicios. El asombro, la burla, la incomodidad. Una mujer, sola, en el mundo de los hombres.
En el Gran Premio de Francia de ese mismo año, le prohibieron correr. El director de carrera le dijo: “El único casco que una mujer debería usar es el de peluquería”. Ella no respondió. Ya había dicho todo lo que tenía que decir en la pista.
En total corrió cinco Grandes Premios entre 1958 y 1959. No ganó. No subió al podio. Pero dejó una marca imborrable, no en las estadísticas, sino en la historia. “Lo más difícil no fue correr. Fue que me dejaran correr”, dijo alguna vez.
Sin embargo, siempre dejó claro que sus rivales la trataron con respeto. “Era un deporte muy masculino, pero todos me daban consejos, me ayudaban y era una más”, recordaba.

Después de ella vinieron otras pocas mujeres como su compatriota Lella Lombardi, la única que sumó puntos en un GP (España 1975); también la inglesa Divina Galica (1978), la sudafricana Desiré Wilson (1980) y la italiana Giovanna Amati (1992), quienes ni siquiera lograron clasificar para largar una carrera.
La última vez que una mujer largó una carrera oficial de F.1 fue en 1976 con Lombardi, hace cinco décadas. Desde entonces, silencio.
En medio siglo, no faltaron pilotos talentosas. Lo que faltó fueron oportunidades. Butacas reales. Proyectos serios. Y decisión política en una categoría que sigue mirando a las mujeres como una rareza.
Hoy existen programas como la F1 Academy, una categoría que es exclusiva para mujeres y que es apadrinada por los propios equipos de la F.1. Sin embargo, el apoyo se queda ahí porque al momento de elegir un piloto para que se ponga detrás del volante de un auto de la máxima categoría la elección siempre es la misma...
Mientras tanto, la figura de Maria Teresa de Filippis se agranda. Porque fue la primera en decir “sí” cuando todo era un “no”. Porque abrió una puerta que seguimos esperando que no se vuelva a cerrar.
Murió en 2016, a los 89 años. Hasta el final fue vicepresidenta del Club de Pilotos de F1. Hablaba de motores, de autos, de su querido Maserati. Y seguía esperando que más mujeres se animaran. “En pista, no importa si sos hombre o mujer. Importa cómo manejás”, decía.
Y ella manejaba. Y cómo.