Flavio Briatore no es un nombre: es un sinónimo de exceso, genialidad y caos. Una figura tan polarizante que podría salir de un cuento perverso de Hunter Thompson sobre el paddock salvaje de la Fórmula 1, donde los billetes vuelan más rápido que los autos y las reputaciones arden con la intensidad de un motor al límite.
Ahora, en pleno 2024, Briatore vuelve a hacer ruido en la F.1 con el equipo Alpine y un interés feroz por Franco Colapinto, el joven talento argentino que debutó este año en la Máxima. Pero antes de analizar su regreso al ruedo después de un exilio obligado, es necesario entender la máquina de ambición y controversia que es este italiano de 74 años y un pelo blanco como la nieve.
La historia de Briatore es una odisea improbable. Nacido en Verzuolo, Italia, un pequeño pueblo que parecía destinado al olvido, escaló como un mercader sin miedo a la jungla de los negocios. De administrador de clubes nocturnos a colaborador en la marca Benetton, Briatore era un cazador nato. Fue Luciano Benetton quien lo arrojó al corazón del circo de la F.1 en 1988. Un déspota astuto que no sabía nada de carreras, pero que rápidamente descifró el código: los campeones se fabrican, no nacen.
Su movimiento más brillante llegó en 1991, cuando puso sus ojos en un joven Michael Schumacher. Briatore lo fichó para Benetton, lo moldeó con el frío instinto de un depredador y lo llevó a sus dos primeros campeonatos mundiales en 1994 y 1995. Si el talento de Schumacher era puro, la visión de Briatore fue lo que lo sacó del cascarón. La combinación fue una tormenta perfecta: un piloto brutal y un jefe de equipo dispuesto a todo.
Tras el ocaso de Schumacher en Benetton, Briatore olfateó otro diamante sin pulir: Fernando Alonso. El asturiano, entonces un chaval de 20 años, encontró en Flavio un mentor que apostó fuerte. Juntos, en la escudería Renault, destronaron a Ferrari y a Schumacher en 2005 y 2006. Briatore no sólo lideró una era, sino que desafió el establishment, alimentando la leyenda de su aura de padrino intocable. Pero como siempre ocurre con los personajes shakespearianos, la tragedia acechaba.
El ya famoso –y vergonzoso- Crashgate fue el Apocalipsis de Briatore. En el Gran Premio de Singapur de 2008, ordenó a Nelson Piquet Jr. que chocara deliberadamente para favorecer a Alonso. La estrategia funcionó y Renault ganó, pero el escándalo explotó al año siguiente cuando Piquet expuso la conspiración.
La Fórmula 1 expulsó a Briatore indefinidamente, pero en un giro digno de una novela negra, el magnate consiguió el perdón al poco tiempo gracias a que el tribunal francés de primera instancia consideró que la investigación que había llevado a cabo la Federación Internacional del Automóvil tenía varias irregularidades.
Fuera del paddock, Briatore mantuvo su estatus como playboy moderno. Romances con supermodelos como Heidi Klum y Naomi Campbell, fiestas desmedidas y un emporio de clubes y hoteles de lujo con sede en el Billionaire Club. Briatore era el Gatsby italiano, un personaje que navegaba en yates de última generación mientras el mundo lo juzgaba y lo admiraba por igual.
Hoy, la figura de Briatore ha vuelto al centro de la Fórmula 1. Su asociación con Alpine lo sitúa nuevamente en la vanguardia, con los rumores de que está orquestando el futuro del equipo con la misma ferocidad de siempre. Sin embargo, lo más llamativo es su interés en Colapinto, la joven promesa argentina que debutó esta temporada.
Colapinto representa todo lo que Flavio ama: talento en bruto, hambre de gloria y un futuro electrizante. Si Briatore lo adopta bajo su ala, podríamos estar viendo el surgimiento de otra era dorada en el automovilismo. Al fin y al cabo, cuando Briatore entra al juego, los campeones emergen.
Para muchos, Flavio Briatore es un mito viviente. Un genio oscuro que opera en los límites de lo aceptable, un encantador de serpientes que convierte pilotos en campeones y equipos en dinastías. Su regreso al paddock, ahora con Colapinto en la mira, es un recordatorio brutal de que la Fórmula 1 no solo necesita héroes, también necesita villanos. Y Briatore, queramos o no, sigue siendo el mejor en ese papel.