“No fue nada lindo”, cuenta Gabriela Keselman Lob, escritora, quien junto a sus padres y hermanos casi quedan en cuarentena luego de que el barco en el que viajaban fuera bloqueado durante un día en el puerto de Civitavecchia, cerca de Roma, para realizar controles sanitarios a bordo.
La escritora Gabriela Keselman Lob (49) conversó con GENTE desde la cubierta del crucero de 18 pisos, 300 metros de largo y capacidad para 6.500 pasajeros y casi 2.000 tripulantes que días atrás fue noticia internacional por un posible brote de coronavirus –el virus de origen asiático que ya padecieron, al cierre de esta edición, 17.391 personas– a bordo. “Nosotros –mis papás, Luis y Liliana, mis hermanos, Leandro y Martín, y yo– subimos al Costa Smeralda el 28 de enero en Palma de Mallorca. Navegamos un día y medio, y el 30 llegamos a nuestro primer destino, Civitavecchia… Ahí empezó todo”, comienza deshojando su historia, mientras camina en busca de señal de wifi.
Entonces, de cara al Mar Mediterráneo narra: “Ese día teníamos que salir a las 8:15 hacia nuestra excursión por Roma, moderna y antigua. Así que desayunamos y nos reunimos en el lugar indicado, junto a unas mil personas. Una vez ahí, el personal del barco nos dijo que ‘por una inspección de sanidad de rutina’ demoraríamos media hora en salir. Lo cierto fue que esa media hora se hizo otra, y nos iban sumando medias horas, aclarándonos que ‘no pasaba nada’. Eso no estuvo bueno, ¡porque ellos sabían lo que estaba pasando!”.
–¿Y qué estaba pasando?
–Acá se dice que un matrimonio –que había subido al barco en Savona, o sea, cuatro puertos antes del de Roma–, fue a la enfermería porque la mujer, que venía de China, había arrancado con unos síntomas. Y ahí los dejaron a los dos, en la enfermería, pensando que tenían coronavirus.
–¿Cuándo se enteraron ustedes?
–¡Mucho después! Esperamos parados ahí, hasta que a las 11 AM el capitán dijo por los altoparlantes: “Todas las excusiones siguen garantizadas, sólo que la OMS nos está pidiendo controles exhaustivos”. En ese momento decidimos irnos a cubierta y ahí empezaron a entrarnos los datos. Hasta ese momento no teníamos idea de que todos los medios del mundo señalaban que nuestro barco “estaba retenido por presuntos casos de coronavirus”. No fue nada lindo, porque yo tengo a mi marido y a mis dos hijos, de 14 y 16 años, en Buenos Aires, ¡y casi se infartan! Los de afuera creían que esto era “los juegos del hambre”, mientras adentro nosotros estábamos haciendo vida de crucero… ¡Era una burbuja!
–¿Qué medidas tomaron cuando se enteraron?
–Leandro, mi hermano médico, nos dijo que pasemos más tiempo en los camarotes, que no toquemos las barandas y que usemos unas máquinas que hay en las entradas de los restaurantes para lavarnos las manos y alcohol en gel.
–¿El barco nunca estableció medida alguna?
–No. No hicieron ningún tema de esto, ni repartieron barbijos, ni nada. Todo siguió como si todo estuviera bien. Sólo que a las cuatro de la tarde el capitán informó: “Fueron hechos los análisis y estamos esperando los resultados”, sin detallar análisis de qué. A la noche, mientras cenábamos, nos comunicaron que “el resultado había dado negativo”. Entonces todo el mundo se liberó. ¡Hasta los mozos de Filipinas aplaudían! Es que, posta, hay tantas nacionalidades acá que esto hubiera sido un caos.
–¿Los compensaron de alguna manera por lo que vivieron?
–Sí, nos pagaron 150 euros por camarote por perder el puerto de La Spezia. Igual, a esa altura ya era anecdótico. Imaginate que luego de todo lo que pasó le pregunté a mi hermano Leandro, el médico que vive en Israel, si se había asustado y él me respondió: “Mientras vos y papá estaban tratando de averiguar, yo me comuniqué con mi abogada y mi escribana para hacer mi testamento”. ¡Se había asustado posta!
–¿Después de ese día notaron un cambio de actitud para con los asiáticos que quedaron a bordo?
–Yo no vi eso, pero el 1º de febrero, cuando llegamos a Savona, un puerto muy chiquito, pasó algo raro: bajaron a los chinos, ¡a todos! (NdeE: 751). Y a algunos, al pasar, les tomaron la fiebre. Más tarde, viendo los diarios locales, descubrimos que los mandaron de vuelta a China vía Milán. Lo que no sabemos es si los bajaron del barco por peligro de contagio o porque Europa está cerrando las fronteras y si no se iban ahora, no se iban más. Lo cierto es que ya no queda ni uno.
–¿Cómo sigue el viaje de ustedes?
–Vamos a bajar del barco y yo me vuelvo a Buenos Aires. Creo que van a recibirme con alegría. ¡Ahora sí me van a valorar! (respira un tanto más libre de preocupaciones la autora del libro de cuentos Modefoque, desconociendo probablemente que durante el cierre de esta nota, desde la primera a la última letra, el coronavirus se llevó 57 vidas y le fue diagnosticado a otras 2.838 personas).