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Carlos Monzón

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Murió en el acto. Murió según el único lugar común irreemplazable de las crónicas policiales. En el acto, abiertos los ojos hacia un cielo de escandalosos celeste y sol, abiertos en cruz los brazos, y sobre un pedazo de casi hirviente, ese 8 de enero, tierra de Santa Fe. Era 1995 y eran las cinco y media de la tarde. Casi volaba sobre la casi desierta ruta provincial 1 en ese
Renault 19 gris. Había salido de San Javier (donde nació) y volvía al penal de Las Flores, pero se quedó muerto en un ignoto punto a 45 kilómetros de Santa Fe ciudad: Santa Rosa de Calchines. La página roja se encargó de los detalles:
"Chapa B-2705773... Banquina mordida... Varios tumbos...". Las notas necrológicas jugaron con los números:
"A los 52 años... A veinticinco de ganar la corona mundial... A diecinueve de su retiro e invicto después de catorce defensas del título... A siete de la tragedia de Mar del Plata, del juicio, de la sentencia
-homicidio, once años-...". Y a un relámpago de la
libertad
.

Porque el penado Carlos Monzón había cumplido un tercio de la condena, estaba bajo régimen especial, tenía trabajo en un gimnasio, y la calificación de
Buena conducta era irreversible. Acaso todo estaba por cambiar. Acaso era el adiós a Buenos Aires, la ciudad donde fue tan feliz y tan desdichado, y la vuelta a esos campos donde cazaba -solitario- con escopeta de un caño, descalzo, arremangados los jeans, columpiándose el sombrero de paja sobre el pelo retinto. Acaso era el adiós al
tedio del retiro, a ese nada que hacer hasta la hora de arrimarse al bar
El Cuyanito, orejear el naipe y notar qué pronto se acaba el vino. Acaso había -después de tantas mujeres y tantas vueltas- alguna mujer definitiva que lo esperaba. Pero se quedó muerto sobre la tierra casi hirviente.

Y él, que nunca fue un ídolo de muchedumbres, que más supo de la admiración que del amor de las tribunas rugientes, empezó entonces a ser tótem y leyenda. Ya intangible, todos quisieron tocarlo. Los diez mil que acompañaron a paso lento el ataúd desde el
Palacio Municipal hasta el cementerio de Santa Fe, los treinta mil que en la calle tiraron flores y cantaron
"El Negro no se vaaa... el Negro no se vaaa" y gritaron "¡Dale campeón, dale campeón!", como si la historia, en vez de cerrarse en el nicho 303 de la sección 87, recién empezara.

Como si fuera 7 de noviembre de 1970, otoño en Roma. Como si los tumultuosos italianos que atronaban el
Palazzo dello Sport ovacionaran a su Nino Benvenuti, campeón mundial mediano, y se burlaran de ese moreno oscuro, flaco y desgarbado que estaba en el otro rincón. Como si no pudieran ni quisieran creer que en la vuelta doce una derecha más rápida que el sonido despatarrara a
il campeoníssimo y le arrancara el refulgente cinturón de metal y pedrería. Y menos creer en el humillante
replay del 8 de mayo de 1971 en Montecarlo, donde "ese indio" tardó menos de ocho minutos en dejarlo gateando sobre la lona. Y volvieron a leer, como si no los supieran de memoria, los días y las noches iniciáticas de Monzón. El nacimiento en el piso de tierra de un rancho del barrio Barranquitas, en San Javier, la trinidad desnutrición-alcohol-violencia que lo marcó con hierro al rojo, y aquellas confesiones en tantos reportajes:
"Trabajo desde los 12. Vendí diarios, lustré muebles, fui lechero, hombrié carne en un frigorífico, ayudé a mis viejos a mantener a mis hermanos, y me defendí a piñas toda la vida.
Eso es ser hombre"
. Después, el consejo: "Si te gusta pelear, ¿por qué no les sacás jugo a tus puños? Dejá de trompearte en la calle y subíte al ring. ¿No querés ser rico,
vos?"
.

Y el gimnasio del club Unión. Y Amílcar Brusa -su primer, último y único maestro-, y el casamiento con Mercedes Beatriz García
("la Pelusa") el 11 de mayo de 1962, recordado entre otras cosas porque
"yo no tenía los 170 pesos de entonces para pagar la libreta de matrimonio, y me hice la primera pieza a pulso, ladrillo por
ladrillo..."
. La Pelusa, que tenía 14 cuando lo conoció y 48 cuando lo miró en el cajón y dijo:
"Estoy destrozada". La Pelusa, que a pesar de todo -hasta un tiro de escopeta hubo entre ellos- es capaz de recitar la dorada letanía. La que en cientos de recuadros de papeles ya amarillos dice:
"Septiembre 25 del '71, Luna Park, Emile Griffith, nocaut técnico en la 14; marzo 4 del '72, Roma, Denny Moyer, nocaut técnico en la 5; junio 17 del '72, París, Jean Claude Bouttier, nocaut técnico en la 13; junio 2 del '73, Montecarlo, Emile Griffith, por puntos en 15; agosto 19 del '72, Copenhague, Tom Bogs, nocaut en la 5; febrero 9 del '74, París, José Mantequilla Nápoles, nocaut técnico en la 7; noviembre 11 del '72, Luna Park, Bennie Briscoe, por puntos en 15; septiembre 29 del '73, París, Jean Claude Bouttier, por puntos en 15; junio 30 del '75, Nueva York, Tony Licata, nocaut técnico en la 10; diciembre 3 del '75, París, Gratien Tonná, nocaut en 5; junio 26 del '76, Montecarlo, Rodrigo Valdez, por puntos en 15; octubre 5 del '74, Luna Park, Tony Mundine, nocaut en 7, y julio 30 del '77, Montecarlo, Rodrigo Valdez, por puntos en
15"
.

Pero ya anochece en Santa Fe, y su cuerpo se ha quedado solo en el nicho, y en las esquinas y en los cafés se barajan su vida y su muerte, y en las redacciones se hace filosofía y sociología del campeón, de su ascenso, gloria, decadencia y caída, etcétera, y una palabra domina el escenario:
violencia. Algunos la gozan y la consagran: "Una noche paseaba con Nicolino Locche por Bogotá cuando una patota lo rodeó.
'A ver si te animás a pelearlo a Mantequilla, maricón', le gritaron. El contestó con un insulto. Uno de los patoteros sacó un revólver y le apuntó. El se abrió la camisa y le dijo, frío:
'
Tirá, y mejor que no erres, porque si no me matás, te mato yo, h... de
p...'. El patotero huyó, y Carlos lo corrió como cinco cuadras...". Otros la sufren y la condenan:
"Para él, la vida no fue otra cosa que matar o morir. Nació marcado por la violencia, y terminó mal. Era un destino
escrito"
.

Pero antes del punto final, los días de vino y rosas. Primera bolsa importante: 100 mil dólares. Regalos para sus hijos, lo único que en realidad amó. Un campo de 700 hectáreas y un edificio de departamentos en Santa Fe. Un piso en O'Higgins y Sucre, Belgrano: bañera de mármol detrás de la cama, tres baños, sauna, y docenas de botellas de torrontés de
Etchart y extra brut de Chandon. Sastre italiano. Camisas de seda. Zapatos hechos a mano.
Mercedes-Benz. El estereotipo que amenaza al campeón salido de la nada: los nuevos amigos que acompañan, palmean,
adulan, y que se van cuando la billetera empieza a tocar fondo.

Pasa, Monzón, por todo eso, pero reacciona. Y le confiesa después a un periodista:
"Yo era un animal. Fumaba tres paquetes por día, chupaba vino, comía de todo. Hasta que en la pelea contra Griffith me regalé, y terminé pidiendo la toalla... Ese fue el toque de atención. ¿Sabés qué pasa? Que perdí lo principal:
el hambre. Si no hay hambre no se lucha. Yo era un pibe de nada más que huesos, pero quería pegar,
necesitaba pegar. Muchos me fumaron: una vez, de una bolsa de 15 míseros pesos... ¡me pagaron 7! Pero al final fui de punto y salí banca. ¿Sabés lo que me salvó? Que tengo sangre de campeón"
.

Y tenía más que sangre de campeón el 11 de marzo de 1974, cuando el Mercedes rompió la neblina de la isla Maciel, le presentaron a Susana Giménez Aubert, lo maquillaron, lo iluminaron, y balbuceó su primer parlamento para
La Mary mientras Daniel Tinayre se preguntaba en qué terminaría esa aventura de Monzón actor. Lo demás es historia mil veces contada. El beso, el abrazo, el grito de
"¡Corten!", y ella y él que se quedan así, sin corte, un minuto que al equipo le parece un año.
El Cholo y La Mary no tardan en percibir que, para ellos, ficción y realidad son la misma cosa. La noticia cae del cielo, es perfecta, parece inventada: el campeón del mundo y la superestrella son pareja. Cien reportajes. Mil fotos. Al principio, miel sobre hojuelas. Después, las diferencias profundas. Después, los primeros vientos. Por fin,
los huracanes. Adioses, retornos, más adioses, más retornos, y al empezar febrero de 1978, tras casi cuatro años de placer y dolor, ella dice:
"Se terminó. Esta vez es para siempre. Los conflictos, las discusiones, lo incompatible de nuestros mundos pudieron más".

Pero Monzón ya ha cruzado un río todavía más peligroso: el momento de colgar los guantes, de ser
ex, de preguntarse qué hacer más allá de saludar -de traje y corbata, con los brazos en alto- a una tribuna que en realidad empieza a olvidarlo. Que quiere ver la pelea de fondo, y no un recuerdo. Fue
"el mejor mediano de su tiempo" (coincidencia unánime), pero fue. Todo es pasado: su amigo Alain Delon, el
Moulin Rouge, el Crazy Horse, el Hermitage de Montecarlo, los
Hilton, los Sheraton, los Ritz. En Santa Fe, el único punto donde encontraba equilibrio,
"siento rechazo, mala onda, no sé qué pasa", se queja ante otro periodista, y le cuenta:
"Me levanto a las doce, desayuno, después me tomo unos Gancia, y espero que llegue la noche para jugar a las cartas con mis amigos. Y después vuelvo a mi piso, y
me tomo una pastilla para dormir"
. No sabe ni puede definir qué le pasa. Aunque está claro: le pasa
el vacío.

Un vacío que llega a la tragedia a las seis menos cuarto de la mañana del 14 de febrero de 1988: la noche anterior, reencuentro en Mar del Plata con Alicia Muñiz -su pareja desde hace tiempo, la madre de su hijo Maximiliano,
"lo que más quiero en el mundo"-, mucho alcohol, llegada a la casa de Pedro Zanni 1567, violenta discusión. Después, la patética fotografía: Alicia Muñiz sobre el pasto, casi desnuda, con el cuello quebrado. Las dos autopsias son terminantes:
Muerte por estrangulamiento. El fiscal pide 18 años de cárcel por homicidio agravado por el vínculo, pero a las nueve de la noche del 3 de julio de 1989 lo sentencian a 11 por considerar
"como atenuantes la estructura de personalidad, potenciada por el
alcohol"
.

Al principio, en la cárcel de Batán, pide que lo maten, que prefiere estar muerto antes que preso. Pero poco a poco depone las armas, lee la Biblia, aprende a encuadernar,
espera. Delon lo llama: "Carlos, en cuanto salgas, hacemos la película sobre tu
vida"
. Pero se queda muerto sobre la tierra de Santa Fe. Sobre la misma tierra donde se refugiaba para cazar, descalzo, hasta que caía la noche. Dicen que
sólo en ese instante era feliz. Que todo lo demás -dinero y gloria, amigos y mujeres, alcohol y noche- lo agitaba oscuramente, lo destemplaba, lo arrancaba de su eje. A lo mejor nunca salió de Santa Fe. A lo mejor fue siempre el vendedor de diarios de 12 años que defendía a trompadas su esquina. Quién sabe. 
Entre el hombre que empuñó una carretilla y construyó su primera pieza <i> y el ídolo de cara tallada en piedra y "mirada asesina" hubo tres décadas febriles: triunfo, coronas, multitudes, decadencia, caída y tragedia.">

Entre el hombre que empuñó una carretilla y construyó su primera pieza "de material" y el ídolo de cara tallada en piedra y "mirada asesina" hubo tres décadas febriles: triunfo, coronas, multitudes, decadencia, caída y tragedia.

Los 70. Monzón: temido campeón mundial. Susana Giménez: hacia el superestrellato. Una pareja best seller. Una pareja de cine...

Los 70. Monzón: temido campeón mundial. Susana Giménez: hacia el superestrellato. Una pareja best seller. Una pareja de cine...

Mercedes Beatriz García fue su primera mujer. <i>, decía Monzón. Sin embargo, entre ellos hubo hasta tiros.">

Mercedes Beatriz García fue su primera mujer. "Me bancó a muerte", decía Monzón. Sin embargo, entre ellos hubo hasta tiros.

En 14 años de carrera pegó mucho y le pegaron poco. Pero hubo tres instantes que pudieron acabar con su leyenda. Un derechazo de Briscoe (Luna Park) lo obligó a abrazarse, desesperado, al rival, y mirar el reloj. Griffith, con un golpe en la oreja izquierda, lo hizo tambalear y poner los ojos en blanco. En esos casos, Brusa lo estimulaba así: <i>.">

En 14 años de carrera pegó mucho y le pegaron poco. Pero hubo tres instantes que pudieron acabar con su leyenda. Un derechazo de Briscoe (Luna Park) lo obligó a abrazarse, desesperado, al rival, y mirar el reloj. Griffith, con un golpe en la oreja izquierda, lo hizo tambalear y poner los ojos en blanco. En esos casos, Brusa lo estimulaba así: "¡Pensá en tus hijos, que te están mirando por televisión!".

Brazos en alto y sonrisa victoriosa: así paseó por el mundo en sus 14 defensas del título. Después, el retiro, el ocio y el alcohol escribieron la tragedia: mató a Alicia Muñiz, fue condenado y murió en un accidente.

Brazos en alto y sonrisa victoriosa: así paseó por el mundo en sus 14 defensas del título. Después, el retiro, el ocio y el alcohol escribieron la tragedia: mató a Alicia Muñiz, fue condenado y murió en un accidente.

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