Pasaron unos minutos de las ocho de la mañana y me toca dejar el departamento en el que cumplí un aislamiento de cinco días para dirigirme a la zona de la escollera norte de Mar del Plata. Ese es el punto de encuentro para los cinco nuevos integrantes que se suman al viaje del Arctic Sunrise, el buque de Greenpeace que partió el 11 de marzo desde Ushuaia con el objetivo de documentar el daño que la depredación pesquera en el Agujero Azul y la industria petrolera le están haciendo en el Mar Argentino.
Entre las flamantes incorporaciones, que suman 33 tripulantes, se encuentran un voluntario, tres referentes de organizaciones vinculadas a cuestiones ambientales de esa ciudad turística y este servidor que tiene la tarea de difundir lo que pasa en las profundidades de nuestro mar gracias a los registros obtenidos en estas semanas. A lo largo de la Travesía 2022 las preocupaciones fueron cambiando, pero siempre tuvieron como eje el flagelo que la mano del hombre provoca sobre nuestras aguas.
En esta etapa de tres días que comienza, sin dudas, uno de los ejes es la exploración sísmica que el Estado Nacional autorizó a fines del año pasado y que, por el momento, se encuentra suspendida por una medida cautelar. El Arctic Sunrise nos espera a unos kilómetros de la costa, pero desde la previa los nuevos integrantes del barco debaten sobre los daños irreparables que podría hacer esta metodología de búsqueda de combustible sobre la biodiversidad.
En el mientras tanto, la duda de cómo iba a ser esta experiencia me invadía. ¿Cómo será un día a bordo de este buque? Yo sabía que me estaba subiendo a una parte de la historia de Greenpeace: este rompehielos noruego, antes de ser comprado por la organización, era un cazador de focas en la Antártida. Incluso, ellos hicieron una acción en su contra y luego lo adquirieron en 1995 a través de la creación de una empresa pantalla. Las vueltas de la vida, y la lucha de ellos, hicieron que revierta su historia y hoy busque objetivos contrarios a los que perseguía en sus inicios.
Al subir, los voluntarios y tripulantes que estaban a bordo nos dan la bienvenida. Luisina Vueso, la Coordinadora de la Campaña de Océanos del grupo ambiental, nos recibe y nos dice qué camarotes ocupar. Son espacios chicos para dos personas, con camas cuchetas, un asiento, una mesita y un lavabo para el aseo de las mañanas. Dejamos las cosas y nos dispusimos para una recorrida por las instalaciones y una charla en donde nos explicaron los detalles de funcionamiento… ¡y lo que no hay que hacer!
Hay algunos detalles que no se pueden hacer y que, sin saberlo, cualquiera podría “meter la pata”. Prender la tostadora sin hacer lo propio con el ventilador es causante de una sanción ya que el humo haría que se prendan las alarmas de incendio. El que lo haga, deberá pagar una ronda de cerveza para todos.
Los días en el Arctic Sunrise comienzan a las 7:30 cuando Rafa pasa por cada camarote para despertar a los que aún duermen. Hasta las 8:00 hay tiempo de desayunar y en ese momento cada uno se dispone a hacer la tarea doméstica que le haya tocado: limpiar alguna de las áreas comunes con el objetivo de mantener el orden. Después de eso se realizan entrenamientos o acciones, a las 12:00 es la hora de almorzar y a las 18:00 se cena. En el medio hay un breack a la mañana y otro a la tarde que durá quince minutos y da el tiempo necesario para tomarse un té o un café.
Las acciones de Greenpeace en el Mar Argentino
“Estas dos amenazas planean instalarse en el corredor biológico del Mar Argentino, poniendo en riesgo los ecosistemas marinos y especies icónicas como la ballena franca austral que recorre toda esta zona y se ve en peligro por estas industrias”, explica Luisina al hacer referencia a la pesca y la industria petrolera.
“Estuvimos haciendo actividades como confrontar a las flotas que están depredando el Agujero Azul y trabajando en alianza con otras organizaciones por la exploración sísmica. El mensaje era marcar estos barcos y que lleguen a sus puertos y que se vea que son responsables de la destrucción de este ecosistema”, cuenta.
Ella hace referencia a la etapa anterior en donde dos voluntarios se sumergieron cerca de un pesquero con la leyenda “protegé el Mar Argentino” y un conjunto de ellos pintó un barco con la frase “ilegal”.
Hay dos ítems fundamentales para cualquiera que quiera ser parte activa de una acción de Greenpeace navegando en el mar o para dejar algún mensaje en las alturas en una gran urbe: poder hacer un abordaje a un barco, como en uno de estos casos, o trepar a un edificio. Para eso se necesita entrenamiento, práctica y los elementos necesarios para que la seguridad esté garantizada. Y en esta tarea nos metimos entre sogas, escaleras y arneses.
“Vamos a simular lo que hacemos en las acciones cuando escalamos a un edificio y poner un cartel”, me explica Emanuel mientras terminamos de ajustar los últimos detalles. En mi caso el ascenso es de aproximadamente tres metros, pero quienes han protagonizado alguna trepada han tenido que hacer lo propio con decenas de metros. Los entrenamientos se repiten las veces que sean necesarias.
La cocina, el punto de encuentro
Tanto las comidas como el desayuno son de autoservicio. A lo largo de todo el día hay disponibles frutas, lácteos e infusiones. Solo se come carne una vez a la semana y el menú tiene todo lo necesario para estar con energías a lo largo del día. Pero no dudo en decir que una protagonista del Arctic Sunrise es Charlotte Cumberbirch, la cocinera, que logra hacer sentir a todos como en casa apelando a la mezcla de sabores.
Ella me dice que es británica, pero ya siente que no tiene nacionalidad y es una mujer del mundo. Con una historia muy especial marcada por la vida nómade, habla un español perfecto y hace vibrar los paladares de los tripulantes con las combinaciones de sabores y especias que elige para sus comidas. Las sopas y las papas al horno eran dos infaltables que todos se esperaban… y las que más rápido se terminaban.
A las batatas, como les dice ella, les ponía sumac, un condimento típico de el Líbano, pimentón dulce y aceite. “Luego le ponemos lo que nos inspira a mi y a mi asistente porque acá hay unas 14 nacionalidades de las cuatro esquinas del mundo”, dice. En las mesas se pueden encontrar todo tipo de salsas provenientes de los abastecimientos que han hecho en las distintas travesías a lo largo del globo. No falta un buen chimichurri, pero tampoco esos picantes que hacen sacar fuego de la boca. Para el último día, el menú fue relajado: pizzas y helado para despedir esta travesía. entre emoción y con la idea firme de seguir buscando generar conciencia sobre el daño que el humano genera sobre la naturaleza.
Fotos: Martín Katz
Edición de video: Manuel Adaro.
Agradecimiento: Greenpeace Argentina