Siempre emerge. Más temprano o más tarde, de la más insospechada manera y desde los caminos más insondables, emerge. Simplemente porque está ahí, esperando encontrar la manera de eclosionar, darse a conocer, anunciarse, salir a la luz. La verdad siempre emerge. Y esta historia, cargada de dolor, preguntas, cuestionamientos y finalmente alivio, lo demuestra. La verdad, acá, emergió como una botella arrojada al mar a la que sólo había que encontrar. Con una botella, sí: la manera en que comenzó a desentrañarse historia…
“Durante más de dos décadas Cecilia guardó información importantísima sin imaginar que lo sería”
“Puede ser que alguien lea esta crónica y desempolve una vieja fotografía. Y ojalá, así la víctima número 85 de la AMIA tenga, además de un nombre, un rostro… El mensaje en la botella ya fue arrojado al mar”, finalizaba el periodista Hugo Martín su nota La víctima 85 de la AMIA: la triste historia de Augusto, el muerto sin rostro, desde donde el 20 de septiembre de 2016 revista GENTE daba a conocer por primera vez y veintidós años luego del mayor atentado registrado en Argentina, el nombre de la única persona asesinada que no había sido identificado: Augusto Daniel Jesús. Como adelantaba Martin, conocido el nombre, restaba la foto para cerrar su historia real.
–Y la foto apareció… -acudimos hoy, tres décadas después de la tragedia, a Hugo y a Cecilia Jesús, prima del propio Augusto.
Hugo: Aparecieron varias, y gracias a Cecilia. Es increíble que las tuviera… Que te cuente ella.
Cecilia: Todo surgió a partir de una serie de casualidades y de insólitos hechos encadenados: mientras esperaba que el odontólogo me atendiera en su consultorio, veo una GENTE (edición 2670, páginas 106 a 110) y la recorro, hasta que de repente empiezo a leer la historia de mi familia, veo a mis tíos, el título “el muerto sin rostro”, y se me estruja el corazón. ¡Es mi primo! Una sensación muy fuerte. Salí de ahí sintiendo que debía devolverle la identidad, brindarle el derecho a que todos supieran quién era. Entonces me acordé de las fotos que había guardado dentro de una bolsa. Las busqué, me comuniqué con la AMIA y les ofrecí darle rostro a la víctima 85. Me invitaron a ir, me recibieron con cariño y respeto y me comunicaron con vos, Hugo.
–Recréenos aquel ansiado llamado, por favor…
Hugo: Fue de Marcela Pieske, responsable de Prensa de la mutual que, desde el atentado, colaboraba un montón con nosotros en cada nota. Incluso habíamos viajado a Triple Frontera para investigar. “Se comunicó con nosotros una prima de Augusto -me comentó Marce-. Conoce parte de su historia y tiene fotos y pertenencias de él y de Lourdes, su mamá”. Entonces llamé de inmediato a Cecilia y fui a su casa.
–¿Le sorprendió que ella encontrara “la botella”?
–Me impresionó que guardara tantos años una bolsa con recuerdos de su primo, tratándose de una relación bastante lejana, al menos en los últimos años. No podía creerlo. ¡Habían pasado veintidós años y todo estaba ahí! Podés buscarle una explicación esotérica o no, pero cuando llegué a su casa de Almagro, ahí estaba la bolsa con fotos, objetos y anotaciones de Augusto. A lo largo de dos décadas había guardado información importantísima sin imaginar que lo sería: el de la víctima 85 del peor atentado en la historia argentina, el que le daba identidad real a una de las personas que murió ahí. Esa bolsa contenía la verdad que faltaba contar.
Todo surgió a partir de una serie de casualidades y de insólitos hechos encadenados: mientras esperaba que el odontólogo me atendiera en su consultorio, veo una GENTE y la recorro, hasta que de repente empiezo a leer la historia de mi familia, veo a mis tíos, el título “el muerto sin rostro”, y se me estruja el corazón. ¡Es mi primo!” (Cecilia Jesús Löwer)
–¿Qué sintió usted, Cecilia, cuando le facilitó el material a Hugo, quien en ese tiempo era jefe de Redacción de GENTE?
-En realidad no tomé dimensión de en lo que me estaba metiendo. Había escrito por Facebook a la AMIA, anticipando lo que tenía. Me ofrecí a alcanzarlo, si les interesaba o les servía. Y a partir de ahí se abrió un mundo. Cuando me quise acordar estaba tomando un café con un periodista y un fotógrafo en el living de mi casa. Y, te voy a ser sincera, ahí me asusté un poco, porque no estoy acostumbrada a cosas así ni me gustan demasiado. Pronto me empezaron a llamar de un montón de lugares. En un momento quise abrirme, hasta que me di cuenta que era un tema importante del que sólo yo podía hablar, porque no quedaba nadie más en mi familia, se habían ido todos los grandes, los referentes.
Me impresionó que guardara tantos años recuerdos de su primo, tratándose de una relación bastante lejana, al menos en los últimos años. No podía creerlo. ¡Habían pasado veintidós años y todo estaba ahí! Podés buscarle una explicación esotérica o no, pero cuando llegué a su casa de Almagro, ahí estaba la bolsa con fotos, objetos y anotaciones de Augusto” (Hugo Martin)
–¿En la actualidad quedan pocos parientes suyos y de Augusto?
–Muy pocos: mis tíos, mi papá y todos sus hermanos han fallecido. Sólo mi hermana y algunos primos. Me puse la tarea al hombro, y ya estoy en el baile. Encontré la botella y ahora tengo que actuar en consecuencia ante las viejas y nuevas generaciones. ¿Te cuento algo de recién?
-Por supuesto.
–Vengo de dar clases a nivel terciario (en el Universitas Estudios Superiores), a alumnos de 18, 20, 22 años, jóvenes que no habían nacido cuando el atentado. Me tomé el trabajo de comentarles que me iba a ir un ratito antes por esta nota, y les reviví la historia. Los chicos pusieron los ojos redondos. Nunca se las había contado. Cobran noción de la magnitud cuando conocen a alguien que le tocó tan de cerca. Por eso nunca hay que dejar de contarla, no hay que olvidarla. Superada la sorpresa inicial de hace casi una década, puedo decir que hoy me da orgullo poner mi granito de arena para mantener viva la memoria.
“Al no surgir noticias suyas, sentíamos que no bien su mamá murió en el atentado, él estaba cerca”
Eran las 9:53 del 18 de julio de 1994 cuando una Trafic utilizada como coche bomba estalló en la calle Pasteur 633, frente a la Asociación Mutual Israelita Argentina de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, acabando con la vida de 85 personas, hiriendo a más de trescientas y escribiendo uno de los capítulos más oscuros -y aún no esclarecidos- de los que acontecieron a lo largo y ancho del devenir de nuestro país. Un suceso imposible de olvidar para cualquier ciudadano contemporáneo que supo de él. Pero, ¿dónde estaban aquel minuto de aquella hora de aquel día de aquella semana de aquel año María Cecilia Jesús Löwer (53, nacida el 4 de octubre de 1971, en Munro, partido de Vicente López; esposa de Juan, y docente y agente de viaje) y Hugo Roberto Martin (60, vio la luz en Lomas de Zamora el 17 de marzo de 1964; marido de Roxana, padre de Milagros y Lourdes, y uno de los grandes periodistas argentinos de las últimas décadas)?
Cecilia: En mi casa familiar de Don Torcuato, Tigre, dando clases de inglés. Mi mamá (Juanita) se asomó por la ventana: “¿Saben lo que pasó?” Ahí, con los dos o tres estudiantes que tenía en ese momento corrimos a la tele. No me olvido más.
Hugo: Yo volvía en un remise desde La Plata, escuchando la radio. Regresábamos de una entrevista, creo. “¡Subí el volumen!”, le pedí al conductor. Y empezamos a escuchar a los periodistas que iban llegando y narraban aquel desastre. Volví a la redacción y me pidieron que consiguiera un video que había aparecido en Telefe y que me metiera con la ruta de la camioneta que explotó a la entrada: de dónde había salido, quién la había comprado. La entrevista nunca salió... Quedó arrumbada en un casete y en un rollo de fotos.
A las 9:53 del 18 de julio de 1994 yo estaba mi casa familiar de Don Torcuato, Tigre, dando clases de inglés. Mi mamá (Juanita) se asomó por la ventana: '¿Saben lo que pasó?' Ahí, con los dos o tres estudiantes que tenía en ese momento corrimos a la tele. No me olvido más” (Cecilia Jesús Löwer)
–Siete meses después de la explosión se identificó a su prima María Lourdes, ¿verdad, Cecilia?
–Exacto. En un aniversario del atentado cae en mis manos un diario con la lista de víctimas, leí su nombre y apellido, que no eran tan comunes, y comprendí que se trataba de ella. Como no nos habían quedado rastros de ella y de Augusto no imaginábamos para nada que justo en ese instante anduvieran cerca de la AMIA. Resultó impactante, en especial para mi papá, perder así a su hermana.
–¿Ahí empezaron a pensar en Augusto?
–Sí, porque aunque su nombre no estaba en la lista, siempre andaba muy pegado a mi tía. Hicimos una búsqueda, sin resultado. Aunque no surgía ninguna noticia de él, nos quedó la sensación de que no bien su mamá murió, él estaba cerca.
–¿Qué recuerda de su primo?
–Su primera infancia. Yo era muy chica y él, menor aún. Se me viene a la mente corriendo en la casa de Munro de mis abuelos. Me acuerdo de jugar con un Augusto muy chiquito, de tres o cuatro años. Correteábamos por el jardín. Nos retaban porque rompíamos las plantas, esas cosas. Le gustaba dibujar en cualquier papelito con crayones y lápices. No hablaba demasiado, pero era muy expresivo, gracioso. Lucía esos ojos grandotes que le vemos en las fotos. Parecía un niño feliz y despreocupado. No me acuerdo de la última vez que nos cruzamos, en qué circunstancia, no lo guardé en la memoria. Yo lo vi hasta los ocho, nueve años, pero de la misma manera que su mamá murió a los 54, él falleció a los 19. Me hubiese gustado haber conservado en la memoria nuestros últimos encuentros.
–¿De qué manera le llegó el nombre de Augusto Daniel Jesús como la víctima 85, Hugo?
–A partir del trabajo que hizo el triunvirato de fiscales de la UFI (Unidad Fiscal) AMIA que había reemplazado al fallecido Alberto Nisman y componían Sabrina Namer, Roberto Salum y Leonardo Filippini. Ellos lo lograron identificar. Lo que no había era una imagen ni se conocía su historia real. Entonces, una vez recuperado sus nombres y su apellido yo me puse a trabajar para ver si podía reconstruirla.
Es día yo volvía en un remise desde La Plata, escuchando la radio. Regresábamos de una entrevista, creo. ‘¡Subí el volumen!’, le pedí al conductor. Y empezamos a escuchar a los periodistas que iban llegando y narraban aquel desastre. La entrevista nunca salió... Quedó arrumbada en un casete y en un rollo de fotos” (Hugo Martin)
–¿Le impresionó que pasaran tantos años de pistas, suposiciones y datos que quedaban en el camino sin llegar a una identificación?
–Sí, porque cuando encontraron a Augusto, estaba casi intacto, sólo le faltaba una pierna. Con el tiempo sólo se preservó un pedacito de hueso y uno de carne: el resto del cuerpo fue inhumado en un osario, en una tumba común para NNs (en latín, "nomen nescio": "no sé el nombre"). Durante las primeras investigaciones se presumía que podían ser los restos de algún obrero, ya que en la mutual venían llevándose a cabo refacciones. Con eso poquito los fiscales retomaron la investigación. Finalmente cotejaron con el ADN de la madre, de Lourdes, y, ahí tuvieron la certeza de que se trataba de Augusto, su hijo.
“Tenía registrada como dirección la de una parroquia ubica a una cuadra de donde fue atacada la Embajada de Israel dos años antes”
“Me viene a la mente el día en que nos conocimos en tu casa -memora Martin-. Fuimos de tardecita a hacerte la nota. Ahí vos nos acercaste aquella bolsa enorme que contenía un álbum antiguo de plástico con fotos, un certificado de séptimo grado de Augusto, ropa, y tarjetas como la del Día de la Madre y la de Navidad, súper conmovedoras, por el amor con que se las había dedicado a Lourdes el chico que acabábamos de descubrir en las fotos”, agrega Martin con tono nostálgico.
Continúa Cecilia: “Siempre que veo esas tarjetas pienso en lo que es el destino, tan pegados toda la vida para terminar también muriendo juntos. No hay mucha información sobre el papá de él, pero sí se sabe, como recién mencioné, que Augusto era inseparable de su madre. Bueno, vos lo corroboraste cuando visitaste a algunos de nuestros parientes, ¿no Hugo?”, Jesús Löwer le da pie y continuidad a la narración.
Hugo: Sí. Ya conociendo su nombre y apellido fui a Munro, en el partido de Vicente López, Gran Buenos Aires, y entrevisté al tío José Barbosa Torres, por aquellos tiempos de 78 años. Me enteré de un hecho bien curioso: la familia usaba dos doble apellidos invertidos. Algunos hermanos eran Jesús, otros Torres Barbosa y unos, Barbosa Torres. El tío me confesaba que era así porque su padre -un portugués también llamado José Barbosa Torres que había llegado al país en 1937, instalándose en Manuel Ocampo, un pueblo cercano a Pergamino, y casándose con Apolinaria Leonor Jesús- había reconocido a sus dos primeros hijos -el propio José y a Ismael- y al resto no: Juan Roberto, María Lourdes (futura mamá de Augusto) y Marta Angélica Torres Barbosa, y a los mayores, Rodolfo y Julio César Jesús, tu papá, Ceci... Ahí entendí por qué la relación familiar se fue distanciando, por qué tomaron distinto camino.
Cecilia: Hablamos de esas familias de antes, cargadas de secretos y cosas que no trascienden. Como nosotros éramos chicos, no nos daba preguntar, sentíamos que no correspondía indagarlos: “¿Y papá, por qué tiene los apellidos en distinto orden o el de Jesús?” De grande, sumando uno más uno, entendí varias cosas. Todo muy raro, misterios de la época.
Hugo: También me resultó complicado reconstruir la historia de Lourdes y Augusto. Compartieron vivienda en Mar del Plata con la hermana mayor de ella y luego la cosa empeoró y quedaron en situación de calle. Dicen que quizá venía a la AMIA para hacer cursos, porque estaba cuidando a una persona mayor.
Cecilia: O buscaba empleo acá. Nunca se supo bien. Con Augusto vivían como indigentes.
Siempre que veo las tarjetas cargadas de amor que Augusto le escribió a su mamá pienso en lo que es el destino, tan pegados toda la vida para terminar también muriendo juntos. No hay mucha información sobre el papá de él, pero sí se sabe que Augusto era inseparable de su madre. Bueno, Hugo lo corroboró cuando visitó a algunos de nuestros parientes” (Cecilia Jesús Löwer)
Hugo: Tal cual. No tenían un domicilio. O sí: su ficha dactiloscópica llevaba la dirección de la Parroquia Nuestra Señora del Socorro, a la que asistían personas sin techo, en Juncal 876, ¡a una cuadra de Arroyo 916, donde cuatro años antes (el 17 de marzo de 1992 a las 14:45) otro ataque terrorista, ahora a la Embajada de Israel, había causado 22 muertos y 242 heridos!
Cecilia: De todo esto me entero con la revista GENTE. Cuando ustedes publicaron la nota, yo desconocía el paradero de Lourdes y de Augusto.
–¿Qué pasó el día que presentó la investigación en GENTE, pero sin fotos?
–Primero busqué imágenes por todos lados. Incluso a través de la Policía Federal, que había retirado el DNI de Augusto del cuerpo, pero se extravió. El Renaper (Registro Nacional de las Personas) carecía de la partida de nacimiento. Ahí, como no había nada, fue que me puse a buscar familiares. Aparte del pariente de Grand Bourg, accedí a Pedro Sobrado, ex pareja de la hermana de Lourdes, hoy fallecida, y encargado de un edificio en Once. Todos me contaron pocas cosas, pero similares. Que a veces aparecía a pedirles plata, que Augusto quería ser arquitecto. Lo cierto es que contaba con parte de la historia pero…
–Faltaba la foto.
–Tal cual. Y como nadie había visto una imagen de Augusto, yo dudaba en publicar. Pero tras una reunión de redacción finalmente resolvimos avanzar igual, con esa ficha dactiloscópica y las fotos de su madre, que igual eran novedosas. En aquella nota lancé la botella. Dos meses después, Cecilia la encontró.
Al no conseguir al principio ninguna imagen e Augusto, yo dudaba en publicar la primera nota, donde daría a conocer su nombre y apellido. Pero tras una reunión de redacción resolvimos avanzar igual, con una ficha dactiloscópica de él. En aquella crónica lancé un mensaje en una botella. Dos meses después, Cecilia la encontró” (Hugo Martin)
–¿Cómo había accedido usted, Cecilia, a las fotos de Augusto y de Lourdes que conservaba?
–De una forma casual. Lourdes y Augusto debieron abandonar uno de los lugares donde vivían. Pasaron por lo de mi tía Chola, en Polvorines y le pidieron si podían dejarle una bolsa con algunas pertenencias, hasta que consiguieron donde asentarse. Era la época previa a los celulares. Jamás volvieron a la casa ni a comunicarse. Pasó un par de años y un día que fuimos con mi papá, mi tía nos pidió que miráramos si en esa bolsa había alguna pista que nos permitiera encontrarlos. En un momento Chola lanzó: “No sé qué hacer con todas estas cosas”, y yo, que soy guardadora compulsiva, me las llevé de recuerdo. Aquel álbum fue el que llevé a la AMIA y le facilité a revista GENTE.
–El set de fotos de Augusto parece de una producción…
–Es una seguidilla de rostros en blanco y negro en distintas posiciones registrados con una misma ropa. Fotos de calidad, para la época. Imaginé que eran para decorar los relojes antiguos que se colgaban en las paredes con las caritas de los chicos marcando las horas. Cuando las vi y noté cómo se había preservado ahí mi primo, me dio una enorme ternura porque hacía muchos años que no lo veía.
“Haber recuperado su identidad, su nombre, su carita, su historia, necesariamente ayuda a que Augusto descanse en paz”
Tras transitar de manera lenta y concienzuda los tomos de revista GENTE que recorren aquellas notas que en cierta manera los hermanó en 2016 (a la mencionada con anterioridad se sumaba la del Nº 2683 de GENTE del 20 de diciembre, en la que se revelaba la cara del joven), promediando el encuentro, Cecilia y Hugo se prenden en esa clase de charla entre amigos que se ven de tanto en tanto. Los envuelve un halo de confianza. Sus rostros delatan mutuo respeto y emoción. A veces la desgracia confluye en empatía eterna. Es este caso: la del familiar de alguien que no debía haber fallecido y la de un periodista que buscaba rescatar al último del anonimato. Tiempo de dejar que ellos, quienes le han quitado un velo a la historia para poderla ver mejor, se explayen sin demasiado preámbulo...
Con el tiempo aquella búsqueda por la identidad de mi primo Augusto fue cobrando mayor y mayor significado. Hoy nos damos cuenta cuán importante era" (Cecilia Jesús Löwer)
–Cuando cruzaron sus existencias aquella tarde de primavera, ¿imaginaron que iban a sembrar una semilla que enaltecería para siempre el concepto de “verdad, memoria y justicia contra la impunidad” que acompaña a la AMIA desde aquel inaudito atentado; que le pondrían rostro a alguien que carecía de él: la víctima número 85?
Hugo: Mirá, la verdad… no (sonríe). Uno busca justamente la verdad sin pensar más allá. Querés el dato, la foto y que le llegue a la gente, que se conozcan. Los fiscales accedieron al nombre y nosotros desde la revista lo que hicimos fue ir a buscar la historia, desentrañar quién era la víctima 85. Sentí que era importante, sí, pero nunca imaginé que a treinta años del atentado nos estarían haciendo una nota en GENTE por ella.
Cecilia: Es que con el tiempo aquella búsqueda fue cobrando mayor y mayor significado. Hoy nos damos cuenta cuán importante era.
Hugo: Quizá tuve noción cuando la AMIA nos convocó para recordar el 25 aniversario del atentado, eligiendo la historia de Augusto Daniel Jesús entre otras veinticuatro, para celebrar el hallazgo de su identidad. Las fotos que atesoraba Cecilia eran muy importantes, tanto que en la actualidad son las que ilustran el expediente de Augusto que se encuentran en la UFI AMIA.
Cecilia: Yo creo que el haber recuperado su carita, su historia, necesariamente ayuda a que mi primo descanse en paz.
Uno busca la verdad sin pensar más allá. Querés el dato, la foto y que le llegue a la gente, que se conozcan. Los fiscales accedieron al nombre y nosotros desde la revista lo que hicimos fue ir a buscar la historia, desentrañar quién era la víctima 85. Nunca imaginé que a treinta años del atentado nos estarían haciendo una nota en GENTE por ella” (Hugo Martin)
Hugo: Pensá que durante veintidós años no fue nadie, no era ni un nombre, nadie lo sabía, nadie lo esperaba. Había quedado en el olvido. En un punto colaboramos para que siga flameando la bandera de la memoria.
Cecilia: Porque lo que pasó ese día jamás se debe olvidar.
Hugo: Si no nos olvidamos, algún día podrá hacerse justicia.
Cecilia: Y para hacer justicia hay que conocer la verdad. La verdad que buscaba hallar el mensaje de aquella botella.
Fotos: Diego García y Archivo Grupo Atlántida
Arte y diseño de tapa e imágenes: Darío Alvarellos
Diseño de portada: Rocío Solano
Dirección y edición de videos: Mailén Ascui
Filmación: Candela Petech
Agradecemos a Marcela Pieske y a Magalí Percia