Miró a su alrededor y dudó un instante tan ínfimo para el resto del planeta como interminable para él. "¿Dejo o no dejo la nave?", el comandante Héctor Elías Bonzo pensó la pregunta sin arriesgar la respuesta. De repente, a sus espaldas, alguien lo llamó, alguien lo confundió:
“Debe abandonar el barco! ¡Queda poco tiempo, mi capitán!", le lanzaron un grito que se perdió en el atroz ruido del naufragio. "Debo estar alucinando. Ya no queda nadie aquí", supuso mientras giraba sobre sí en busca de un fantasma. “¿Cómo no se arrojó todavía a las balsas?", increpó sorprendido a la irreconocible figura tapada de pies a cabeza por botas de goma, piloto y pasa-montaña gris. “¡No saltaré hasta que usted salte, mi capitán!", desafió su autoridad la extraña aparición. "¡Entonces acompáñeme a la cubierta, para investigar si quedaron sobrevivientes!", le ordenó. "¡Sí, mi capitán!", lo siguió. Y avanzaron tomándose de donde podían y...
-¿Sabés qué sucedió?... ¿Observás las dos siluetas en la proa hundiéndose? -interrumpe su propio relato el entrevistado, marcándole con su índice derecho al periodista una de las añejas fotos diseminadas sobre la mesa.
-Sí. ¡¿Son usted y quien se ofreció a acompañarlo?!
-¡Tal cual! -confirmaba Héctor Bonzo ante la imagen del crucero A.R.A. General Belgrano hundiéndose en el Atlántico Sur.
Resolví dar la voz de abandono a los 23 minutos de recibir el primero de los dos misiles, porque si lo hacía antes, evitaba que los sanos ayudaran a los heridos. Comenté que procedí con el corazón y con el raciocinio, y que no me arrepentía de las medidas. Y admití que jamás cesará el dolor ni olvidaré la desazón de avistar mi barco desapareciendo bajo la inmensa alfombra azul" (el capitán Bonzo)
"TAL VEZ LA PRÓXIMA..."
Los cabellos, el bigote y las patillas entrecanos le delataban sus 70 años. No así ese entusiasmo juvenil con que recordaba en presente un pasado que estaba fresco en su memoria. Transcurría marzo de 2003 y Bonzo, comandante del General Belgrano, venía de rehusar aceptar entrevistas desde el momento en que la National Geographic Society resolvió enviar una misión científica para ubicar al buque torpedeado por el submarino nuclear inglés Conqueror el 2 de mayo del '82, en plena guerra por las Islas Malvinas. "Esperé, para poder expresarme con mayor fundamento”, le confiaba, fracasado semejante propósito, a GENTE, el único medio al que recibía para tocar hoy un tema que ayer movilizó sus fibras íntimas y mañana y siempre palpitarían allí, donde luce el escudo oval celeste y blanco.
-Resolví no acompañar al equipo de investigadores para evitar convertirme en una carga -explicaba-. Tiempo atrás sufrí un accidente callejero que me mantuvo internado, en coma. Como consecuencia, corría el riesgo de que por un esfuerzo, se me abrieran las heridas internas. ¡Qué papelón abortar la operación por culpa mía! Cuánto hubiese dado por ir. Admito que de entrada surgieron dos posiciones: los que deseaban acceder al General Belgrano y los que no. La discusión se cerró apenas hubo coincidencia en un punto esencial: barco y pertenencias permanecerán en el lugar sin ser tocados. Se respetaría la Tumba de Guerra y el Sitio Histórico.
¿Miedo? El que niega haberlo tenido, miente. La cuestión era esconderlo. No me corresponde a mí contestar si se trató de una guerra acertada. Admito que si yo hubiera descubierto una nave inglesa a 2.000 metros le habría tirado con mis 15 cañones. El destino nos puso ahí a todos los tripulantes" (Héctor Bonzo)
La ausencia del comandante Bonzo recibió consuelo en la asistencia de los argentinos Carlos Castro Madero (capitán de Fragata) y Pedro Galazi (capitán de Navío), quienes en reemplazo del cubo acrílico de 40 centímetros con el nombre de los tripulantes desaparecidos que iba a depositarse al lado del crucero, arrojaron sobre la zona un mensaje para destacar el temple de los militares muertos en combate. "Existía una curiosidad natural por conocer en qué posición había quedado el casco. Pero por algo no se dejó encontrar. Tal vez la próxima... –meditaba Héctor-. ¿Qué hubiese hecho si me paraba en ese punto donde perdí a mis 323 hombres? Seguro -se le humedecían los ojos castaños- habría apuntado el horizonte, bajado la mirada al mar azul hasta, sin darme cuenta, quedar en posición de reverencia".
"UNA LLAMA QUE CRECE".
"Yo suelo aceptar invitaciones para dar conferencias en distintos lados -manifestaba Bonzo-. A lo largo de dos décadas llevo alrededor de 150 acá y afuera. Y, te juro, existe una atracción inusitada por el Belgrano. Parece una llama que, en lugar de apagarse, crece y crece. Padres que te agradecen porque a la vuelta del colegio sus hijos no paraban de repetirles lo que les narraste en clase, sin amagar siquiera con aburrirse y encender la tele", añadía el autor de 1093 Tripulantes, de 500 páginas, la biblia del mítico crucero.
Bonzo respiraba igual que respiran los que necesitan respirar para no empezar a lagrimear. Aprendió -admitía- a manejar sus emociones. Únicamente -aceptaba- se toma licencias en la intimidad: con Clelia (su mujer desde hacía casi medio siglo), con Estela, Cristina y Cecilia (las hijas), con Martina y Lara (sus nietas) e incluso con Ignacio y Sergio (los yernos).
Botado durante 1938 en Phoenix, Estados Unidos, el General Belgrano había salido ileso del ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 y sido comprado por el gobierno nacional en el '51... Mientras se iba hacia el fondo sumándole a sus 13 mil toneladas de acero, las nueve mil de agua, tuvo la hidalguía de no arrastrar los botes circundantes. Nos cuidó hasta el último momento" (Bonzo)
“Poseemos una Asociación de Amigos en la que recibimos decenas de homenajes y centenas de mails, cartas y llamados. Resulta extraño -pensaba-. Siempre se ha escrito la historia desde el lado de la victoria, y nosotros la queremos reconstruir sobre la base de una derrota. No hay casualidades. Hablamos de un buque noble, no de un buque cualquiera. Hablamos de héroes reales, no de héroes de barro", proclamaba.
¿El “buque noble”? Botado durante 1938 en Phoenix, Estados Unidos, había salido ileso del ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 y sido comprado por el gobierno nacional en el '51. "Mientras se iba hacia el fondo sumándole a sus 13 mil toneladas de acero, las nueve mil de agua -señalaba Bonzo–, tuvo la hidalguía de no arrastrar los botes circundantes. Nos cuidó hasta el último momento".
¿Los héroes reales”? 1093 (de los que regresaron 770 a tierra), que cuidaron la vida de sus camaradas como la propia. Sueño un país en el que predominen los valores del Belgrano: unión, dignidad, símbolos, responsabilidad, lealtad. Mi gran orgullo fue comprobar que en el peor momento de incertidumbre, frío y dolor no existió el '¡Sálvese quien pueda!' y nadie entró en pánico… Claro que sin el feroz adiestramiento previo no habrían subsistido más de 150 almas", recalcaba el entrevistado.
"HABLAR DE LA TRAGEDIA FUE MI TERAPIA”
Bonaerense por nacimiento (General Rodríguez/11-8-1932) y palermitano por adopción, el comandante Bonzo es consciente de que la expedición que efectuara el team del National Geographic durante los días del reportaje con Revista GENTE llegó antecedida de siete similares, entre las cuales se destacó la que le permitió al director de cine James Cameron ilustrar su filme Titanic con imágenes extraordinarias, fuera de lo común.
"Me parece bastante complicado trazar un paralelismo entre el Titanic y el General Belgrano. Prefiero intentarlo con el buque alemán Bismarck, mutilado en la Segunda Guerra Mundial. Lógico que veo filmes de guerra y lógico que vi Titanic. Las películas son un chiste al lado de una experiencia como la que pasamos”, resume el hombre que, afirmaba en aquellos años, no acudió a ningún analista para lograr superar el terrible trance.
"Mis psicólogos han sido ustedes, los periodistas -manifestaba entre sonrisas socarronas-. Hablar de la tragedia fue mi terapia. Apenas pisamos tierra, me llamaron de la Armada Argentina para consultarme si podía recibir a la prensa. El 7 de mayo de 1982 en el Sheraton había 400 periodistas locales y extranjeros, 9 cámaras de televisión, decenas de micrófonos y fotógrafos. Expliqué que resolví dar la voz de abandono a los 23 minutos de recibir el primero de los dos misiles, porque si lo hacía antes, evitaba que los sanos ayudaran a los heridos. Comenté que procedí con el corazón y con el raciocinio, y que no me arrepentía de las medidas. Y admití que jamás cesará el dolor ni olvidaré la desazón de avistar mi barco desapareciendo bajo la inmensa alfombra azul".
-¿Tuvo tiempo para sentir miedo?
-¿Miedo? El que niega haberlo tenido, miente. La cuestión era esconderlo. No me corresponde a mí contestar si se trató de una guerra acertada. Los marinos británicos actuaron en función de las decisiones tomadas por su gobierno y nosotros en función de las tomadas por el nuestro. Admito que si yo hubiera descubierto una nave inglesa a 2.000 metros le habría tirado con mis 15 cañones. El destino nos puso ahí a todos los tripulantes.
Sueño un país en el que predominen los valores del Belgrano: unión, dignidad, símbolos, responsabilidad, lealtad. Mi gran orgullo fue comprobar que en el peor momento de incertidumbre, frío y dolor no existió el '¡Sálvese quien pueda!' y nadie entró en pánico… Claro que sin el feroz adiestramiento previo no habrían subsistido más de 150 almas" (el comandante Héctor Bonzo)
-Tripulantes, dice. ¿Quién era, al fin y al cabo, la enigmática figura que lo secundaba en la pro que se hundía?
-Ramón Barrionuevo, un suboficial. Me enteré recién después del rescate.
-¿ Y cuál de los dos abandonó último el Belgrano: el suboficial Barrionuevo o el capitán Bonzo?
-Imaginate.
Fotos: Archivo Grupo Atlántida y Alejandro Carra
Diseño de portada y retoque de fotos: Gustavo Ramírez
Búsqueda de archivo: Mónica Banyik