–… Daniel, Raúl, Alberto, Marta, Miguel, Liliana, Carlos, Silvia, Eduardo, yo, Julio y Néstor.
–Dos goles y medio.
–¿Perdón?
–Usted tardó dos goles y medio –considerando que aquella frenética y legendaria corrida contra Alemania en el Mundial '86 le llevó 5 segundos 62 centésimas– en nombrar su lista de hermanos.
–Jajá... ¿En serio que desde la corrida tras el pase de Diego hasta que la pelota toca la red pasaron 5,62 segundos?
–Exacto.
–No sabía. A mí me pareció una vida.
"Tuve la fortuna de prepararme, de dejar el fútbol, no que él me dejara a mí"
“Un día de 1973 en Quilmes –donde nos mudamos a mis tres años–, me vio jugar la gente de River. Convencí, y empecé en su categoría pre-infantil a los 10. Quedé libre con 14, en octava. Casi largo. Andaba triste. Mi viejo (Martín, empleado de vigilancia) acababa de morir de un infarto a los 55. Entonces me puse a jugar por plata, en los potreros, y a laburar. Vendí diarios, helados, fui ayudante de albañil…”, recuerda.
“Hasta que un conocido, el Tano Benito, me consiguió una prueba en Arsenal. Le costó convencerme. ¡Por suerte lo logró! Entré en sus inferiores a los 15. Entrenaba gracias a que mamá (Catalina; falleció en 2002) sacaba los centavos de abajo de su almohada para que viajara en colectivo. Debuté en la B a los 19. Después, bueno, vino todo el resto...”.
Que no resulta poco, por cierto, puesto que si algo posee Jorge Burruchaga es, vaya disparatado contrasentido existencial, una historia cargada de lucha y desafío, y a la vez una historia envidiable en lo futbolístico, debido a sus inusuales logros, ya que el señor de los ojos castaños ganó los seis títulos que cualquier futbolista desearía ganar: un Mundial (el mencionado de México, convirtiendo el gol de los goles), un Metropolitano (1983), una Copa Libertadores y una Intercontinental (‘84), y una Recopa Sudamericana y una Supercopa (1995).
–¿Ser hoy técnico representa el único escape, después de tan impresionante trayectoria, o puede considerarla una vocación?
–Aún en actividad, me gustaba. Igual que moverme en distintas posiciones, organizar al equipo dentro del campo, conversar con los entrenadores. El futbolista es un jubilado de 35 años que debe aceptar la ruptura de dejar la cancha, y avanzar tomando otros caminos. Yo elegí éste.
–Lo eligió, ¿y cómo consiguió aceptarlo?
–Ufff... ¿Tenés una semanita, que te cuento?... Dejame resumírtelo así: Pasé por tres roturas de ligamentos en las rodillas, sufrí una dura suspensión y bravas situaciones personales de las que preferiría no hablar. Hasta que el 27 de junio del ’98, al nacer mi tercer hijo, salió mi mujer del parto y –no me preguntes el porqué– le anticipé: “Amor, me retiro”. Tuve la fortuna de prepararme, de dejar el fútbol, no que él me dejara a mí. Creo que acerté.
"Nunca dejen nada adentro. Entréguense al cien por ciento”
Al hombre de los grandes hitos y las grandes batallas y las grandes anécdotas y los grandes desafíos, sin embargo, le resulta imposible salir airoso cuando le pedimos fotos de su niñez, los inicios y la familia completa. “Hablá con mi esposa”, propone. Y hablamos con ella (… aparte de solicitarle las imágenes biográficas de su marido, claro):
“Cuando Jorge convirtió aquel gol maravilloso yo estaba en el estadio Azteca con Gabriela, la señora del Gringo Giusti –recuerda Fabiola, hija del histórico crack millonario Pipo Rossi–. Fue algo inolvidable, te aseguro. Pero ahora quiero hablar del Burru papá... Genial, siempre al tanto de sus chicos, Daiana (hoy de 35), Alexia (32), Maurito (25) y Román (22). Me encantaba cuando les repetía: ‘Aprecien todo lo que se les da’. Él sabe por qué lo dice, sabe lo que le costó avanzar cada peldaño. Y cuando les aconsejaba: ‘Nunca dejen nada adentro. Entréguense al cien por ciento’”, completa Fabiola antes de proveernos las fotos que acompañan esta nota y dejarnos de nuevo con su hombre.
–¿Siente que el fútbol le enseñó mucho, Burru?
–Sí. Me dio la posibilidad de conocer gente –más buena que mala– de distintos países, culturas e idiosincrasias; me enseñó a desconfiar un poco, sin exagerar y al mismo tiempo sin bajar la guardia; y en especial me demostró que la gloria jamás cambia a una persona criada con principios.
"¿Querés que te relate la corrida y el 3-2 desde mi perspectiva?"
Tiempo de despedida con el señor de sonrisa franca que conserva la camiseta y el short (“¡Lo pequeñito que es!”) de la memorable final que sentenció (“En las etapas bravas, mirar mi gol en VHS me ayudó a salir adelante”), escucha música variada (“Incluí la clásica y la ópera”) y adora el cine, leer biografías (“Por ejemplo del americano Sidney Sheldon”) y salir en familia.
–¿Le podemos pedir un favor, para la despedida?
–Claro. Escucho…
–¿Se animaría a revivir, a relatar desde su perspectiva la corrida y aquel gol que usted convirtió y todos los futbolistas de ls Historia hubiesen querido convertir?
–(Carcajada) ¿Querés que te relate el gol desde mi perspectiva?... ¡Dale! ¿Arranco?
–El grabador es suyo…
–Sufrido el inesperado empate alemán, toma la pelota Diego (Maradona). Le grito. Sin darse vuelta, la lanza. Me cruzo, la toco y enfilo hacia el arco. Mi referencia: El buzo amarillo del arquero (Harald) Schumacher, que brillaba por el sol. Corro con el balón saltando, por los pozos. Al entrar al área él me sale. Pellizco la redonda, pasa bajo sus piernas y entra. Corro y me arrodillo. Llega el Checho (Batista). ¡Un calco de Jesús! Camino al centro. A (Jorge) Valdano y a mí nos queda de frente el reloj. Marca dos minutos para el final. Me abraza y me dice: ‘Listo, Burru. El Mundial no se nos escapa’… ¿Lo hice bien?
–Amén.
Fotos: Álbum personal de la familia y Archivo Grupo Atlántida
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