A 27 años de la muerte de Lady Di, habla su mejor amigo argentino: “Ella tenía la premonición de que iba a morir antes de tiempo” – GENTE Online
 

A 27 años de la partida de Lady Di, habla su mejor amigo argentino: “Ella tenía la premonición de que iba a morir antes de tiempo”

Roberto Devorik
Se llama Roberto Devorik, habla cinco idiomas, suma 75 años y desde los 20 vive en el exterior, donde además de codearse con las celebrities más inabordables, fue asesor, amigo y confidente de la princesa de Gales, antes de que se casara con Carlos y hasta su trágica desaparición. Aquí, en primera persona para Revista GENTE, su increíble historia.
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​“Yo disfruté la fortuna de vivir al lado de la mujer del siglo XX y una de las más importantes de la historia de la Humanidad. Alguien que me enseñó que si vos sos feliz, hay que ayudar al otro a que también lo sea. Pero en Argentina pareciera que no podemos colaborar en tal propósito, trabajar en equipo más allá del fútbol o los deportes: acá hay un individualismo de bolsillo tremendo. Por eso no viví ni vivo acá, te soy muy sincero”, dice el entrevistado desde su departamento de Recoleta casi como si lanzara una declaración de principios. Que en esencia lo es.

Porque desde que Roberto Augusto Devorik dejó el país en 1971, a las dos décadas de edad, su vida se convirtió en un tobogán de emociones, acompañando un sinfín de experiencias alrededor de la memorable lista de contactos de las esferas más quiméricas, con “lógico, mi amiga Diana Spencer (la pronuncia Daiana)”, aclara orgulloso dándole finalmente nombre y apellido a la definición de “mujer del siglo XX y una de las más importantes de la historia de la Humanidad”, con la que comenzó esta entrevista. Un reportaje que cobra cuerpo justamente al cumplirse veintisiete años de la trágica muerte de aquella princesa, activista, filántropa y aristócrata británica, en un túnel de 142 metros, a la vera del Río Sena, entre el Puente y la Place del Alma.

Siempre al lado de Lady Di, a quien conoció en 1980, antes de que fuera princesa, y lloró cuando partió el 31 de agosto de 1997, a los 36 años.

“Nunca le debí nada a nadie, ni a un banco, jamás pedí un crédito ni me endeudé: tuve la suerte de que Dios me dio una varita mágica, y la aproveché”

–Para las nuevas generaciones, que quizá no lo conozcan tanto, ¿quién es Roberto Devorik?

–Un ser humano que tuvo en su vida la posibilidad de acceder a una varita mágica. La varita mágica no viene sola, hay que encontrarla. Yo la encontré y la supe respetar y manejar durante 75 años. Aunque no me siento de tal edad. A veces me da miedo pensar que tengo 75 años, porque no me alcanzan las 24 horas del día para todo lo que quiero hacer. No soy muy argentino, admito: residí casi toda mi vida afuera, y sigo haciéndolo. Pero quiero a mi país, aunque me enojo con él más de lo que me amigo. Por las cosas que he visto y han pasado, como tener conocidos que no pudieron desarrollarse contando con una mayor inteligencia a la mía, siendo gente estupenda. Los vi frustrarse, no llegar, y son cosas siempre me hicieron mucho mal.

–Asegura que encontró la varita mágica y la supo manejar y respetar. ¿Cuál es su varita mágica, cuál ese talento que le brindó la vida?

–Que no tengo filtro. Nunca le debí nada a nadie, ni a un banco. Lo que no pude tener, no lo tuve, pero jamás pedí un crédito ni me endeudé. Siempre fue un tipo libre. A veces con dos mangos sos más libre que quien suma millones y millones. Ahí radica el secreto de la varita mágica. A mucha gente le llega, pero a la vez muchos no la saben aprovechar, porque los vuelve ciegos a las realidades: si Dios te dio la varita mágica, debés ser humilde, saber cómo esparcir las estrellas que genera y no mantenerla entre las manos como si fuera un palo de golf.

En la revista Vogue inglesa, con Gianni Versace, uno de los diseñadores jóvenes a los que les abrió sus tiendas de Londres, como lo hizo con Gianfranco Ferré, las firmas Missoni y Montana, Thierry Mugler y Christian Lacroix.

–¿Qué profesión apunta en sus documentos de presentación?

–Yo me recibí acá de licenciado en Costos y finanzas, pero en cierta manera siempre fue un relacionista público. A los 17, 18 años hablé sobre el escenario del cine Metro, en la calle Cerrito, ante dos mil y pico de personas y el presidente José María Guido, para promocionar la película Los girasoles de Rusia, de Vittorio De Sica y con Marcelo Mastroianni y Sofía Loren. O juntaba una fortuna para la LALCEC (Liga Argentina de Lucha Contra el Cáncer). Me reconozco un sexto sentido para estar en un lugar justo en el momento justo y aprovecharlo sin darle lugar al miedo. Es como el tren: si pasa y vos no sabés subirte rápido ni parar en la estación correcta, lo vas a seguir perdiendo toda tu vida. Muchos parecen tener un velo impenetrable delante. Es gente indescifrable. Nunca se dice que murió “un hijo de su madre”, siempre los que fallecen son ”buena gente”. Soy al pan pan y al vino vino. Eso es lo que me gustó de vivir en Inglaterra, donde permanecí treinta años. Yo trato a todos por igual.

–¿Usted nos trata a nosotros igual que trataba a Lady Di?

–No cambio con nadie. ¿Te puedo contar una anécdota de mediados de los Setenta? Un día, el primer mandatario de Italia, (Giovanni) Leone, nos invitó con Diana a una gala en el Palacio Farnesio, de Roma, al que acudió toda la aristocracia local y nobleza local. De salida, bajando las escaleras con la Guardia Suiza del Papa, vimos a dos chicas jóvenes vistiendo guardapolvos blancos con manchas como de sangre. La princesa se paró y me pidió en inglés que averigüe qué pasó ahí. Hice parar a todos y consulté. “No es sangre, sino la salsa de tomate con la que preparamos la pasta que ustedes recién comieron”, me explican. Le cuento a Diana, se acerca, me pide que les traduzca y les extiende la mano: “Quería felicitarlas por la linda noche que pasamos gracias a lo que ustedes cocinaron”... Y sí, los grandes te enseñan que todos vamos al baño de la misma manera; unos más rápido y otros menos rápido, pero de la misma manera. Somos todos iguales, salvo en el respeto. Yo nunca tuve tiempo para los ordinarios a la hora del respeto.

En el Carnaval de Rio de Janeiro, junto a Jay Flagg, coleccionista de arte moderno y magnate americano, Jacqueline Bisset y Diego Maradona.

–… Decía que se radicó en Inglaterra porque allá se expresan las cosas como son.

–Sé que en Argentina no queremos mucho a los ingleses, pero yo aprendí mucho de ellos. Trabajé dentro del negocio de la moda en varios países. Cuando vendías bien te mandaban unas flores brutales, pero venía atrás uno que les compraba más y le mandaban flores superiores. El inglés no te manda flores, pero si sos su cliente jamás va a dejar por uno que le compre un poquito más: hay lealtad. Por eso yo me siento más anglosajón que latino y guardo admiración por países como Suecia, Noruega, Dinamarca y Austria, donde resido ahora. Allá no hay circo, la gente no llora de más, no te quieren llamar la atención ni te arman una mesa exorbitante para hacerlo. Te dan lo que tienen y cómo pueden.

Cuando conoció a Diana, “le puso el moño” a la princesa y se convirtió en su “asesor y amigo no pago”

De cara a GENTE con su elegante traje de Tom Ford. Sobre la mesa, su celular iPhone de color verde seco metalizado cubierto por una funda amarilla.

Como si hubiese sucedido hoy, Devorik recuerda puntillosamente el día de 1980 en el que, siendo dueño de una docena de tiendas en Londres que vendían creaciones de grandes diseñadores de la época y otros que lo serían después, lo llamó Beatrix Miller, editora de la revista Vogue inglesa, para que conozca a alguien que terminaría por modificar el alcance de la brújula que delinearía su futuro.

–Me encontraba reunido en mi oficina -memora-, justamente firmando un contrato en exclusividad para abrir dos boutiques de Gianni Versace, quien recién iniciaba su carrera. Sonó el teléfono, atendí y Beatrix me pidió medio acelerada y sin vueltas: “¡Tenés que venir acá ya!”. Mi oficina se encontraba en la Bond Street, a cuatro cuadras de la suya. “No puedo, estoy con abogados”. “¡¡Pero tenés que venir!!”. “Okey”. Les pedí disculpas a los abogados y a mi secretaria Arianne que los invite a almorzar y me fui a Vogue. Cuando entré, Beatrix estaba en su escritorio de siempre, al lado una chica muy alta que me miraba de arriba para abajo y no me llamó la atención: creía que era un asistente, una junior. “Me mandaste a buscar de apuro, ¿qué pasó?, ¿metí la pata en algo?”, pregunté. “No, no. Es que te quería presentar a Diana Spencer, la futura reina de Inglaterra”.

Sus primeros tiempos cercanos a Diana Frances Spencer. Primero fue su asesor de vestuario, luego, también confidente.  Aquí, durante una gala en honor al bailarín Mikhail Baryshnikov.

–¿Entonces?

–Como había un rumor de que Carlos andaba saliendo con alguien, me quedé duro. Acto seguido, la saludé mientras, enfundada en mocasines, medias hasta las rodillas, una pollera azul tableada, un blazer y un suéter, sus cachetes se ponían colorados. Una mujer ¡¡muy linda!! con ojos y piel divinos, que tranquilamente podría ser una estudiante. Charlamos y nos reímos como una hora y pico. Pronto Felicity Clark, que era la directora de Vogue, me solicitó que la ayudara a Diana en el proceso de imagen para su compromiso y casamiento. Acepté, obvio, si bien no iba a ser el único. La diferencia fue que tras todo ese proceso quien quedó como amigo de ella fui yo. Con el tiempo me di cuenta de que odió el traje de novia que le confeccionaron los Emanuel (David y Elisabeth): en un hotel en New York, vio su foto con el vestido de la boda a y lanzó sin vueltas: “Por el tamaño, parezco la mezcla de un jugador de rugby y un merengue italiano”. Del aquel traje sólo le había gustado la cola.

–¿Qué se acuerda de aquellas primeras charlas?

–Que ella no tenía idea de la moda. Diana fue aprendiendo de moda conmigo como yo aprendí protocolo a su lado. Había que buscar una imagen, algo superador, sin cambiar su postura de aristócrata inglesa y que a la vez diera tonos de historia. Entonces pedí un permiso especial para que me dejaran sacar fotos un sábado y un domingo en el Victoria Albert Museum. Registré de los cuadros blusas que usaban en la época de la reina Victoria y le ideé en varios colores una con un moño. La lució, me bautizaron “el argentino que le puso el moño a Diana” y ahí, por vestirla, me empezaron a conocer. Fue el principio, porque lo más importante vendría después y en una infinidad de cosas: viajes, "¿hago esto o no?", me consultaba, "¿voy a esta première?" Porque fui un asesor, un amigo no pago, el confidente al que ella le guardaba toda la confianza.

Consejero todo terreno (incluyendo la moda), amigo y confidente de la princesa.

–¿Qué los unió: admiración, empatía, franqueza, qué?

–Yo nunca le rendí pleitesía ni le chupé las medidas. Le señalaba sin problema: “Diana, te estoy diciendo algo y al mismo tiempo me doy cuenta de que te entra por acá y te sale, como Lo que el viento se llevó, por el otro lado (se señala los oídos). Escucharme, que vas a tener un dolor de cabeza con esto”. Pero era así (golpéa su mesa ratona), muy cabeza dura. Sin embargo, si no te hacía caso y le iba mal, a los días tenía la humildad de admitirte a la cara que se había equivocado.

–De carácter fuerte...

–Tal cual. Aún cargada de amor, era una mujer con carácter fuerte, una sobreviviente. Y sí, su madre (Frances Roche) la abandonó de muy chica junto a sus hermanos (Charles, Sarah y Jane, que crecieron junto a ella en Althorp, la histórica propiedad familiar), al tiempo que su padre (el conde John Spencer) se enamoraba de Raine de Dartmouth (hija de Bárbara Cartland, escritora que hizo millones publicando novelas cursis tipo Corín Tellado), una mujer que los chicos odiaban y llamaban “la bruja”. Daiana se educó sin sus dos pilares, los padres, y no obstante jamás cayó en el alcohol, la droga, el sobre sexo ni en nada raro. Fue una chica limpia mental y físicamente.

La historia del teléfono rojo de Lady Di al que sólo tenía acceso una docena de personas

En la antesala del microcine que tiene en su departamento porteño de Recoleta -que visita dos veces al año-, rodeado de fotos y recuerdos. Roberto nació el 4 de abril de 1949 en la ciudad de Buenos Aires y es hijo de Emma Saint-Felix y Roberto Arturo y hermano de María Marta Devorik de Benito.

Hablo inglés, castellano, francés, italiano y un poco de portugués -cuenta Roberto-. Me hubiera encantado añadir alemán, pero es muy difícil, y dudo de que vaya a aprenderlo. Como con un deporte, si uno no lo practica de joven, de grande la paciencia y el bocho ya no son los mismos”, entiende antes de definir los tres hitos más importantes de su existencia:

–Es muy difícil la pregunta (piensa)… El primer y principal ítem que destacaría de mi vida es la suerte que tengo de poder ser feliz casi todos los días. Lo que no es poco. Segundo, miro para atrás y siento que todo lo que hice marcó historia, en el sentido de lo que produjo. Tercero, y también mirando en retrospectiva, entiendo que herí a muy poca gente. Y aprovecho para pedir disculpas a quien lo hice, ya que no fue de manera consciente. Y cuarto, si me permitís agregar uno: me encantó haber estado al lado de los personajes más insólitos y extraordinarios del siglo XX y parte del XXI, moviéndome como un pez en esas aguas. Quizá si la hubiese agitado más, hubiera conocido menos y los disfrutado menos, ¿no?

Saludando a Isabel Bowes-Lyon, reina madre del Reino Unido y madre de Isabel II y Margarita. De Isabel en su momento Devorik recibió una mención de honor.

–¿Cuál fue el número de teléfono más importante o que más nos impresionaría conocer?

–Ya no existe. Era el contacto agendado en mi celular -un poco más grande que éste (ríe mirando el actual)-: un número re privado para llamar al Palacio de Kensington y hablar con Diana o con su mayordomo (Paul Burrell), que era como su secretario privado. Desde ese teléfono me avisaron del accidente y de su muerte, hora y media antes de que se diera la noticia al mundo.

–¿Cuántas personas accedían a aquel “teléfono rojo”?

–No me acuerdo con exactitud, pero no más de una docena. Éramos muy pocos los que tuvimos el número, entre ellos su hermana Sarah, alguna embajadora, una ministra, un empresario, tres amigas de ella, un par más y yo. Ocurre que a ella le escuchaban las llamadas. Se descubrió que había micrófonos. Cuando yo organicé su viaje a la Argentina, no quería que en el palacio lo supieran antes que en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Entonces acudía a un código y un número para usar ese teléfono. Y cuando era algo muy muy muy serio, iba a verla personalmente o ella pasaba por casa.

Con Carlos, futuro rey, cuando era marido de Diana después de jugar la Copa Cartier en las canchas de polo del Castillo de Windsor.

–¿Cómo fueron las horas previas al anuncio de su separación del príncipe Carlos (hoy el rey Carlos III), aquel 9 de diciembre de 1992, ante el asombro mundial?

–Antes de que lo diera a conocer, le pregunté a Diana: “¿Cuándo lo vas a anunciar?” “¿Vos cuándo te embarcás rumbo a Buenos Aires”, me retrucó, porque por esas horas me venía a la Argentina. “Mañana a la noche”, le anticipé. En el Aeropuerto de Ezeiza me esperaban muchos fotógrafos y periodistas para preguntarme, porque de alguna manera se habían enterado. Yo no hice ningún comentario hasta que pude hablar con ella. Tres años luego, en 1995, cuando vino a nuestro país, claro, ya estaba separada y divorciada.

De conversación con el príncipe Andrés, hijo menor de la reina de Inglaterra.

–Sin embargo llegó en medio de otro estallido mediático: tomó el avión rumbo a Buenos Aires apenas salió al aire de la CBC, el 20 de noviembre, aquella exclusiva que Lady Di le concedió al periodista Martin Bashir, del ciclo Panorama, detallando las presiones transitadas durante su tiempo en la monarquía británica, de la que ya no formaba parte...

–Exacto. La noche previa a que viniéramos hubo una gala a la que la acompañé: extraordinaria, en su ex casa, Spencer House, que ahora pertenece al gobierno. Estando ahí salió el programa. En ese momento Suzy Menkes, una de las más grandes periodistas inglesas me pidió, para Times: “Roberto, fue una bomba la que lanzó. Necesito hablar con ella.” Diana me preguntó si lo hacía, le dije que sí, que era una persona muy seria. Aceptó. Cuando Menkes le preguntó si con todo lo que estaba pasando no le daba temor esa noche viajar a Argentina, ella contestó: “Cuando en la vida uno dice la verdad, ¿por qué tener miedo?”. Son esas cosas que uno aprende al lado de alguien semi sobrenatural como Diana. Otra lección de vida.

“¿Qué diferencia hay entre si a Diana la mataron o un accidente, si todos sabemos que un accidente puede ser inducido?”

Fanático del té earl grey de Fortnum & Mason y el café Cabrales sin azúcar, y atento por naturaleza, invitó ambas opciones al equipo de Revista GENTE.

–¿Ella hablaba de la muerte? ¿Imaginaba que la suya no sería de manera natural?

–Diana tenía la premonición de que iba a morir en un accidente de aviación, de auto o con un helicóptero. Y le rogaba a su hermana: “Si me llego a morir, quiero que me entierren al lado de papá”, porque pese a todo lo quería mucho. Pasa que la capilla-mausoleo de la iglesia de Santa María la Virgen del pueblito de Great Brington, donde se encuentra él, es chiquita. Imagínense ustedes si hubieran dicho que está a su lado y el de sus antepasados: termina destruida.

–Siempre se comentó, y hacía el lugar siguen yendo las multitudes a rendirle homenaje, que Diana no está enterrada a dos kilómetros de ahí y a cien de Londres, en la islita que se encuentra dentro de Althorp, la finca familiar de los Spencer en el condado de Northampton, al norte de Inglaterra…

–Una periodista española y yo que hemos mandado la verdad al mundo y nunca se nos dijo que hemos mentido cuando sostenemos que Diana no está enterrada en Althorp, sino en la cripta de Santa María la Virgen, al lado de su padre. Sí, en Althorp hay una especie de galpón muy lindo donde se hizo un museo y se encuentran los libros de condolencias. El primero que entró a la capilla ardiente fui yo y la primera firma en el libro de condolencia es mía. Y llevé al famoso empresario de la aviación Richard Branson. No dejaban entrar a la gente. El cajón impresionaba porque ella era muy alta: parecía el ataúd de un hombre. Había dos velas y las flores de los hijos y las mías, pero ni una guardia de honor en la Capilla Real del Palacio de St. James, donde permaneció cinco días, antes de ser trasladada al Palacio de Kensington la noche previa al funeral. Fueron 50 mil, 60 mil personas, colas y colas de gente para firmar el libro y no los dejaban entrar para dar la vuelta al cajón. Hubo una negación tremenda hacia la muerte de Diana.

La cucharita con las plumas convertidas en el emblema de los príncipes de Gales. Un obsequio de Diana.

-¿Qué sentimiento le invade a usted cuando transita por el Túnel del Alma (donde a las 00:23 del 31 de agosto de 1997 la princesa de Gales, de 36 años, murió en el acto a causa de las heridas producidas en un accidente automovilístico junto al el productor de cine egipcio Dodi Al-Fayed, multimillonario heredero, Mohamed, y a Henri Paul,  conductor del Mercedes S280 modelo 1994)?

–Hace un mes anduve por ahí (suspira). Lo veo y me pasa todo lo que creo que pasó por la cabeza. Ahí te contesté.

–¿Qué misterio le quedó dando vueltas en la cabeza?

–Ninguno. Lo único que puedo agregar es la respuesta que suelo dar cuando me preguntan si la mataron o fue un accidente...

–¿Cuál suele ser esa respuesta?

–¿Qué diferencia hay entre si la mataron o un accidente, si todos sabemos que un accidente puede ser inducido? Que cada uno saque sus conjeturas con todo lo que leyó y todo lo que vio. Muchas cosas quedaron sueltas. Yo debí ir dos veces a declarar en Inglaterra. Una, ante Scotland Yard y otra en la Alta Corte Inglaterra, con los jueces de pelucas y todo. Antes visité el bufet de la firma de abogados de Diana y a su propio abogado y les comenté: “Me han llamado y estoy un poco nervioso. Sabiendo que yo era muy amigo de Diana, ¿cómo debo proceder? Ayúdenme, por favor”. Y me contestaron algo muy de cómo son los ingleses: “No mienta, pero tampoco hable de más. Porque un día quizá esté caminando por la 5º Avenida, por los Campos Elíseos o por una avenida de ciudad de Buenos Aires y puede que un taxi ‘sin querer’ se lo lleve por delante... Sea correcto, pero no juegue con esto”, redondearon.

Elton John, otra de sus célebres amistades.

–Y a su juicio, ¿cómo resultó en general aquella indagatoria?

–Para mí no fue lo suficientemente seria y aguda, porque saltaron muy pocas cosas de todas las que hubieran podido saltar.

–¿Qué cree que ocurrió, entonces?

–Yo creo que todo es muy raro y que hay un miedo hacia todo lo relacionado a Diana. Pensá en el horrible monumento que le levantaron después de tantos años dentro de los jardines del Palacio de Kensington, donde vivía: parece Mary Poppins, con dos chiquitos en la mano (por sus hijos William y Harry). No hay uno como los del príncipe Alberto, en el medio del Hyde Park, donde la gente va caminando, la reina Victoria o Winston Churchill. Tampoco un hospital o un teatro con su nombre, como posee el príncipe Eduardo. Ni una escuela de ballet, cuando ella ayudó tanto al The Royal Ballet de Inglaterra: se debería llamar Diana Princess of Wales. Para hacerlo debe haber un pedido parlamentario. Pero, y lo reitero, que hay un miedo que no se ha ido al fantasma de Diana. Cuando hablás con los miembros menores de la familia real, el tema no se toca, no existe. Es una cosa muy rara, una sensación que a los que la hemos querido nos hace pensar que puertas adentro fue mucho más fuerte de lo que creemos que fue. La leyenda creció enormemente.

Entre “la serie The Crown tiene poquitos momentos muy buenos” y la oferta “para hacer un documental” que podría terminar en los tribunales

Roberto llegó a tener catorce boutiques en los lugares más top de Londres, por donde transitaron figuras legendarias como sir Lawrence Olivier, Robert Redford, Eric Clapton, Ingrid Bergman, Sidney Poitier, Grace Kelly, Mia Farrow, Dustin Hoffman, Jeremy Irons, Maggie Smith y Christine Scott Thomas. Más tarde también sería manager de Polo Ralph Lauren para América del Sur.

Asegura Devorik que guarda muchos secretos sobre la princesa de Gales que “jamás voy a contar, ni siquiera en un documental -señala-. Y mirá que me vinieron a ver de una famosa compañía de streaming para hacer uno conmigo sobre Diana. Alguna vez cobré algún reportaje, para donar el dinero, pero no suelo pedir nada, todos los periodistas lo saben. Como esta vez era un trabajo fuerte para una cadena comercial, solicité una cifra interesante, me pidieron tiempo para pensarlo, lo hicieron y aceptaron. El tema…”, siembra la duda.

–¿Cuál era “el” tema?

–Llamé a mis abogados, para explicarles y cubrirme.

–¿Y?

–En pocas palabras, me sugirieron que está todo buenísimo, pero que me firmen una indemnización previniendo si la Corona me entabla algún juicio. Puede pasar o no. Es un riesgo. “No vaya a ser que termines tu vida pidiendo limosnas por ahí”, agregaron. Escribir un libro resulta menos riesgoso, porque lo puedo transitar desde una visión mía, pero el documental es literal. Ahora, ¿qué gano con hacer un libro? Los hijos de Diana van a pensar que su amigo ya está en edad de partir y quiere hacer plata con su madre. Aunque sé que otros opinarán que fui valiente y dije lo que muchos no dijeron. Si fuera para salvarle la vida a alguien, lo haría y cobraría, pero como es para eso y lo necesito para vivir, decidí que por el momento dejemos las cosas así.

Risas de confianza con Diana, en una gala.

–¿Qué sintió cuando vio la serie The Crown?

–Tiene poquitos momentos muy buenos, y hay cada coooooooosa. Un par de detalles que me vienen a la mente... Cuando la reina echa a su secretario, él sale por la verja principal del palacio, una locura, nunca sucedería así. O Isabel II de Reino Unido atendiendo el teléfono y sirviéndose el té. ¡¡Jamás pasaría!! Cosas infantiles. O las reuniones: imposible verlos a todos juntos hablando. Juntos, sólo para las fotos del casamiento, y hasta ahí.

-De las que usted ha visto, ¿cuál fue la mejor actriz que recreó a Diana?

–Ninguna. Y la peor película de Diana es Spencer de…, ¿cómo se llama el director chileno?

–Pablo Larraín.

–Lamentable. Te lleva a pensar que ella mantenía una relación con una mujer que la vestía. Algo que no existió, porque quien la ayudaba era su mayordomo (Paul Burell), que ahora vive en Estados Unidos. En este filme hacen una descripción asociada al lesbianismo. Yo no tengo nada en contra del lesbianismo, por supuesto, pero tampoco se puede poner a alguien un título de lo que no es. Como no le diría "tenista" a alguien que no lo es. Vos sos libre de dar una interpretación sobre una película, pero también debés pensar, cómo podés herir a esos hijos que la vean y a la gente que adoraba a Diana. Un cachetazo en la cara sobre el que nadie puede hacer nada más que protestar. Ese director no se merece el más mínimo éxito.

Más allá de Lady Di, las figuras que marcaron a Devorik: Jacqueline Bisset, Audrey Hepburn, Rudolf Nuréyev, Liz Taylor y… ¿Madonna?

Mirando por el ventanal de la biblioteca, que da a la calle Montevideo. Mientras reconoce que no olvida el bife de chorico con papas fritas batón y ensalada mixta, reconoce que su debilidad en Austria es las salchichas vienesas reales con ensalada de papa, perejil y mostaza.

Viví treinta años en Londres y diecisiete en Estados Unidos -cuenta a la hora de la despedida Roberto-. Luego me ofrecieron un trabajo extraordinario para la famosa firma francesa de ropa de hombre Façonnable, con base en Niza y en Montecarlo, y partí hacia allí cinco años. Entretanto, venía mucho a la Argentina porque empezaba a sentir que se me iba yendo la vieja (papá ya había muerto) y quería disfrutarla. Cuando ella partió, me saqué de encima, en el buen sentido, la mochila de la responsabilidad y planteé: “Ahora que realmente vuelvo a ser libre quiero vivir en Europa. ¿Voy a Inglaterra, con tanto vivido; Madrid, lugar que amo, o Austria, de donde provienen mis ancestros?" Lo pensé un montón. Y como soy un terrible amante de la ópera del ballet y los conciertos, hace una década me establecí en Viena, desde donde visito un par de meses al año Buenos Aires”, redondea sobre sus tiempos afuera.

Con Goldie Hawn.

–Dentro de su lista de celebridades preferidas encabezada por Diana, ¿a quién sumaría?

–A Jacqueline Bisset, una de las mujeres más divinas del siglo pasado. A Audrey Hepburn, para mí la mujer más espléndida y distinguida hasta la fecha. Al bailarín Rudolf Nuréyev, a quien veía bastante en Londres. A Judi Dench, una de las grandes actrices de Inglaterra. A Sir Ian McKellen, otro gran amigo que estimo muchísimo. Como Ryan O'Neal, el ex marido de Farrah Fawcett. Y a mi madrina en Estados Unidos: la mujer más generosa, esplendorosa y humana y a la vez alguien que murió infeliz, Elizabeth Taylor.

Con Liz Taylor.

–Con tantas luminarias alrededor, ¿en algún momento usted se sintió el rey del mundo?

–No. Yo me sentí el rey del mundo cuando hablé en el Metro, como te comenté, y cuando organicé el Alvear Fashion & Arts, cerrando la avenida y pidiendo autorización para abrir viernes, sábado y domingo el Jockey Club, cosa que no se había hecho en su historia centenaria. Que el público general accediera a él fue memorable. No sé... Traerla a Diana a Argentina me puso orgulloso. Y trabajar durante la estadía de Madonna acá, por la filmación de Evita (¡salimos en tapa de GENTE!), también. Aunque el personaje de Madonna nunca me llegó como otros que conocí. Madonna no es generosa y a mí me interesa poco la gente que no es generosa de espíritu ni de bolsillo.

–¿Lady Di lo era?

–Era muy generosa. Sin embargo lo que nunca olvidaré es que nos reíamos mucho juntos. Me quedó grabada su risa. Casi que la escucho mientras me lo estás preguntando ahora.

Durante la visita de Madonna a Argentina, en 1993.

Fotos. Chris Beliera
Arte, diseño y retoque de imágenes: Gustavo Ramírez
Video: Mailén Ascui

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