A seis meses del triple lesbicidio en Barracas: aún no hubo juicio, colocan una placa en la pensión y habla la mamá del hijo de una de las víctimas – GENTE Online
 

A seis meses del triple lesbicidio en Barracas: aún no hubo juicio, colocan una placa en la pensión y habla la mamá del hijo de una de las víctimas

"Roxana decía que lo que menos quería era morirse quemada", asegura Marisa, la exmujer de Roxana Figueroa, quien murió en el hospital tras ser quemada por un vecino. Además, junto a Revista GENTE, visita el cementerio donde se encuentra sepultada y la pensión donde ocurrió el crimen.
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Pasaron 6 meses desde aquel 5 de mayo en que Justo Fernando Barrientos tiró un objeto que hizo arder a cuatro mujeres en una habitación de la pensión donde vivía. Hoy está preso en Marcos Paz y solo una de las víctimas está viva.

Marisa conocía bien a Roxana, fueron pareja durante más de una década. Fue ella quien la asistió en el parto de Tiziano, el hijo que adoptó luego de que Roxana abandonara la casa que compartían en la 1-11-14.

"Me enteré cuando ya estaba muerta. Me avisó una vecina que prendiera el noticiero. Me agarró un ataque. No sabía cómo decirle al nene", recuerda Marisa.

Y cuenta: "Roxana siempre decía que lo que menos quería era morirse quemada. Decía: `Cualquier muerte pero morirme quemada, no´".

El recorrido arranca en el departamento donde aún vive el hijo que sobrevivió a su madre. Alrededor pueden verse cables, carritos, la gendarmería. En uno de los primeros pisos, detrás de la ventana, se advierte una silueta.

Marisa, en el barrio donde vivió con Roxana.

Es ahí donde 14 años antes, Roxana daba luz a Tiziano.

"Un día me dice: `¿Querés que tengamos un bebé?´. Le digo: `Somos grandes´. `Vamos a tener un hijo juntas, a vos te gustan los chicos´, me dijo y apareció embarazada", relata Marisa a Revista GENTE. "Tenía un retraso madurativo", suma.

Se para, mira para adelante. Las vecinas la saludan y le preguntan qué hace mientras posa. De fondo, se escucha un ruido de perforadora. "Ellas me ayudaron a traerlo a la vida. Nació acá", suma y señala a dos mujeres.

El parto de Tiziano fue en casa. Las vecinas y Mateo, el hijo mayor de Marisa, fueron parte del milagro. Hoy, el chico tiene 14 años y está en pleno proceso de aceptación: acaba de perder a su mamá biológica.

"Le pregunté a la psicóloga a ver qué quería hacer, él no quiere hablar. Es muy fuerte para él", dice Marisa mientras muestra de lejos la escuela a donde va Tizi.

El auto se enciende, a unos minutos nomás, el encargado de la pensión donde ocurrió el triple asesinato será sorprendido.

Marisa y Roxana convivieron más de 9 años y criaron juntas a Tizi, el hijo de Roxana, hasta los 7 años. Después quedó a cargo de su mamá adoptiva.

Pero antes, el contexto. Roxana Figueroa (52) es una de las víctimas del crimen ocurrido en la pensión Las Canarias, fue la segunda en morir en el hospital Penna, donde llegó con el 90% de su cuerpo quemado. Horas antes había muerto Pamela Cobbas (52), su pareja, y días después también moriría Andrea Amarante (43), pareja de Sofía Castro Riglos (50), la única que sobrevivió, tras varias semanas internada, al feroz ataque.

Las cuatro compartían la habitación en Barracas. Pamela y Roxana habían llegado primero y Sofía y Andrea se sumaron tiempo después. Pagaban 60 mil pesos al mes y compartían baño y cocina con el resto de los inquilinos.

"Todo era tranquilo hasta que llegaron ellas"

Marisa junto al encargado de la pensión donde murió Roxana. "Roxana Era una excelente persona", dice el hombre.

"Sofía y Andrea no estaban en el libro, si acá pasaba algo, al no figurar, era un problema. No sé cómo las convencieron y se quedaron", cuenta el encargado de Las Canarias que decidió, tras pedir desde la ventana del piso de arriba que nos retiráramos, dar su mirada sobre los hechos.

"Con Roxana y Pamela jamás hubo un problema, a nadie le interesaba su condición sexual. El problema fue cuando vinieron las otras dos personas", sostiene.

Frente a él, la mirada de Marisa se achica, sus ojos se cierran y deja caer algunas lágrimas. Escucha atenta a una de las personas que vio por última vez al gran amor de su vida. "Yo les tiré con el matafuego, estaban prendidas fuego, se metían al baño", recuerda.

El frente de la pensión está deslucido, por las otras ventanas incrustadas en un gris cemento se asoman vecinos que miran de reojo y piden que nos vayamos. En total son 20 habitaciones distribuidas en 3 pisos y hay 24 personas viviendo en la residencia.

Así está hoy el interior de la pensión Las canarias.

"Golpeá donde quieras vos y preguntale a la gente. La gente va a trabajar, come, se acuesta a dormir, a las 9 de la noche no escuchás una mosca. Esto siempre fue normal, se desmadró cuando vinieron ellas", revela el encargado y asegura que el asesino era un hombre "amable" y "querido por todos".

"Si vos le veías la cara en el momento en que ocurren las cosas, no lo podías creer. O se volvió loco o le agarró un brote psicótico, era inentendible", describe después de contar que tenía afinidad con él, que solían hablar de fútbol y que lamenta no poder ir a visitarlo a Marcos Paz.

Barrientos cumple prisión preventiva, mientras la causa está en el Juzgado Criminal y Correccional Nro. 14, a cargo del juez Edmundo Rabionne y piden que se cambie la caratula a "crimen de odio".

"Es un asesino no lo defiendo", dice sobre el exinquilino quien fue encontrado en la terraza por la policía, luego de hacerse un corte en el cuello.

Marisa le explica que ella conocía a Roxana, que eran pareja. Él le asegura que era una excelente persona y que lamenta la forma en que murió. A ella, solo a ella, la deja subir al primer piso donde se encuentra el cuarto de las cuatro mujeres.

El encargado cuenta que se llevaba bien con Barrientos y que es inexplicable lo que pasó.

"No se puede entrar, vinieron muchas pericias, está todo en la misma forma en que quedó, lo único que sacaron los bomberos fue la cama, nada más, porque había peligro de que se volviera a incendiar", cuenta el encargado.

Según arguye por "una cuestión de principios" no va a dejar a la prensa entrar. "Es por respeto a las víctimas", explica.

La escena del crimen está exactamente igual que hace 6 meses. Después de adentrarse, Marisa describe: "Está todo quemado, hasta las paredes. Hay cosas tiradas por todos lados, ropa, objetos. No tocaron nada. Había una mochila que me llamó la atención, era de ella".

Marisa (57), una mujer de un metro sesenta, con pelo ondulado y, según cuenta, con algunos achaques, está dentro del auto en viaje hacia otro lugar. "La mochila", repite mientras se seca las lágrimas y susurra: "No se merecía esa muerte, nadie se lo merece por más que sea como sea la persona no se lo merece".

La puerta de la pensión no tiene número ni timbre, los vecinos espían por las ventanas. Hoy miércoles se colocará una placa conmemorativa en el hotel de la calle Olavarría al 1600. Luego realizarán una movilización a Plaza Colombia y un evento con micrófono.

Cuenta que en la habitación todavía se podían ver los vidrios rotos en el suelo. "Qué iba a pensar yo que estaban viviendo 4 mujeres juntas ahí, era una habitación chica. Estaban hacinadas", dice. Y suma: "Roxana tenía pensión por discapacidad, Pamela, también, tenía pensión porque tenía un retraso. Y Sofía... no soy médica, pero... parece que también", revela.

La historia de encuentros y desencuentros de Roxana y Marisa

Marisa y Roxana se conocieron hace 20 años. Las dos trabajaban en una oficina. Una en una empresa de purificadores de agua, la otra limpiando. "Primero nos hicimos amigas, después nació otra cosa", cuenta Marisa.

Al poco tiempo ella le dijo que se fuera a vivir a su casa. Según dice tenían una relación buena y afectuosa. Tanto que Roxana rápidamente tuvo una conexión con Mateo, el hijo mayor de Marisa. Hoy de 23 años.

"Roxana era una persona alegre, ¿quién no la quería?", dice Marisa.

"Quería mucho a mi hijo más grande, estaba mucho conmigo pero se piantaba y se iba. Desaparecía y yo la iba a buscar y estaba en el hospital Argerich o vendiendo cosas", recuerda.

Tanto le gustaba andar por la calle que Marisa decidió comprarle un carrito de golosinas para que "se distrajera" porque "le gustaba mucho la calle".

"Era una persona incapaz de levantarte la mano. No se drogaba, no tomaba alcohol, jugábamos, nos reíamos. Hablaba un poquito con dificultad por su retraso. A veces estaba lúcida", describe su expareja.

El auto avanza hacia la Chacarita donde están enterradas las 3 mujeres a pocos metros de distancia la una de la otra.

Roxana, según le contaba a Marisa, había vivido entre Parque Patricios y la Boca y había sido criada por el marido de su mamá. Por su retraso madurativo había ido a una escuela especial.

Cuando Marisa la conoció vivía en la calle y la llevó a vivir con ella. "Ahora dicen que tiene una hija en La Boca, pero no aparece. Era muy fantasiosa. Nunca conocí a nadie de su familia", dice su ex, quien admite que no se acercaba mucho a ella en el último tiempo para no interferir en el vínculo con Pamela.

Marisa visitó dos veces el cementerio después del entierro. Ahora quiere arreglar la tumba.

Vivieron juntas hasta que Tizi tenía 7 años. "Ella me lo entregó estando en la panza", dice y asegura que Marisa y Tizi se veían poco. Pero que ella cada tanto pasaba por la avenida Montes de Oca, donde vendía con su carrito de dulces, para ver cómo estaba. "Ahí la conoció a Pamela", suma.

Después de separarse, Roxana se instaló en Dock Sud y alguna que otra vez Marisa la fue a visitar. Se comunicaba con la dueña del lugar porque su expareja no tenía teléfono. Incluso a veces hablaba con Pamela por messenger. "No quería que perdiera el contacto con su hijo", advierte.

Hacía 2 años que no se veían.

"La última vez que estuvo fue en mi negocio de comida. Tizi sabía que la podía ver, ahora no. La tiene que ir a ver al cementerio", lamenta Marisa.

La vida después del triple crimen

Marisa cuenta que Tizi le pide que se cuide, porque no quiere perder a su otra mamá.

El crimen sucedió un lunes a la madrugada, Roxana murió un miércoles pero Marisa y su hijo recién se enteraron el domingo.

Según cuenta, lo primero que sintió fueron muchos nervios, no se podía sostener. Tizi no estaba, estaba en un campamento con la iglesia y llamó a su psicóloga para pensar cómo contárselo.

Esperó unos días, salir del shock, y escuchó que buscaban familiares. Se acercó al colectivo LGTBQ para contarles que ella era parte de la vida de Roxana y Tizi también. Un día antes del entierro, Marisa fue a retirar el cuerpo. Fue ahí cuando vio a su expareja: estaba toda quemada.

"Fue un crimen de odio. Hubo ensañamiento. Estoy segura, fue por la orientación sexual y esto tiene que ser pagado como realmente tiene que ser pagado. Tirarles lo que les tiró , cerrar la puerta para que no pudieran salir", describe.

Y agrega: "Esto no puede pasar, hoy pasa con estas chicas y mañana pasa con otras... Fijate que va quedando en el olvido y ya nadie se acuerda y no es así porque son 3 muertes por no estar de acuerdo con la orientación sexual".

Marisa dice que ella "siempre fue así", y que tuvo a Mateo porque quería ser mamá y no había otra manera. Pero, de todas maneras, no se hace notar, se dedica a sus hijos y a su nieta, de 3 años. "Con Roxana estábamos bien, como toda pareja. La mirada de los otros ni te cuento, los hombres... no está bien aceptada por la gente la pareja de dos mujeres".

El auto se vuelve a detener, esta vez en la puerta del cementerio. "Me olvidé del papel dónde dice el lote", se lamenta Marisa. El periplo dentro de la Chacarita comienza.

"Estuvimos en el cementerio hace unas semanas, Tizi no lo está llevando muy bien, no quiere hablar del tema. Le cuesta entender por qué lo dejó conmigo, yo le explico que no lo abandonó", cuenta.

Los carteles en busca de Justicia se dejaron ver en la despedida de Roxana, Pamela y Andrea.

Fue en ese escenario, pero el día del último adiós, donde también vio a Sofía, la única sobreviviente. Pero no pudo hablar con ella porque estaba muy resguardada. "Tiene asistente terapéutica, no es fácil sobrevivir a eso", opina.

El que sí habló con Sofía fue Tizi. "Le dijo que era su tía de sangre, pero no es verdad", revela Marisa. Y asegura que es un nene bueno, le trae buenas notas, es buen compañero y buen hijo.

"Está yendo al psicólogo hace meses, pero no cuenta mucho. Me doy cuenta cuando habla de Roxana porque queda raro", suma.

Después de varias vueltas a la redonda, Marisa llama a su hijo y le pide que le lea la información de la estampita que él repartió en el entierro, ahí está la ubicación de la tumba.

A seis meses de lo sucedido todavía no hay fecha para el juicio contra Barrientos. Marisa y Tizi, así como Sofía, buscan que el juez reconozca los agravantes de femicidio (art. 80 inc. 11 CPN,) y de lesbicidio (art. 80 inc. 4 CPN). "Este hombre tiene que estar en perpetua para toda su vida", opina la expareja de Roxana.

Unas flores artificiales yacen sobre la tierra, al lado se lee el nombre de Roxana que también se llama Mercedes. "Yo tengo psicóloga, psiquiatra... No es fácil sacar a un chico de 14 años, lo que tengo a mi favor es que es buen chico, no me trae problemas y que está muy contenido por la escuela y la iglesia", dice.

"Quiero salir adelante por mi salud y tratar de seguir cuidándolo. También que se haga justicia: fue un crimen de odio", concluye.

Marisa se queda unos minutos frente a frente de la tumba de Roxana en soledad. Mira para adelante, pasa por las lápidas de Andrea y de Pamela. Se sube al auto y ya no hay más historias, hay silencio.

"El tema es cómo se vive de ahora en más con esa pérdida. Tizi lo está procesando, y a mí todo me recuerda a ella, todo", dice mientras mira por la ventana la puerta de salida del cementerio.

Fotos: Diego García.

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