Roberto Ottini se toma un momento en su ajetreada agenda para salir de las cocinas de su restaurante Girardi y acercarse al estudio de Cocineros Argentinos (América TV), donde tiene una importante participación, para conversar con Revista GENTE.
“La verdad que me siento afortunado, yo tuve la suerte de poder hacer lo que me gusta y no me arrepiento”, confiesa el chef al recordar su historia de vida, que comenzó en Italia y siguió en Buenos Aires, donde formó una familia y tiene una importante carrera como cocinero.
La vida de Roberto Ottini en Italia
-¿Dónde naciste?
-Nací en un pequeño pueblo cerca de la ciudad de Cremona, que se llama Sorecina, que se considera la capital de la leche porque se produce el famoso grana padano, nuestro queso para rallar arriba de la pasta de los italianos. En Lombardía, donde tenemos neblina en invierno y humedad en verano. Una zona de muchos campos, donde hay mucho cultivo, justamente mucho ganado.
-¿Tenés familia?
-Tengo la suerte de tener a toda mi familia, mi mamá, mi papá y mis dos hermanos, yo soy el del medio. Mis padres viven en el pueblo, acompañados con mi hermano Paulo, y mi hermana se casó y vive en Turín. Tengo una muy buena relación con la familia. También tengo algunos amigos íntimos con los que sigo teniendo una gran relación, a pesar de que me fui hace mucho tiempo.
-¿Volverías a vivir ahí?
-No, porque imaginate que yo vengo de un pueblo de 10.000 habitantes, muy chico, donde hay una cierta mentalidad cerrada, una forma de vivir bastante estructurada. Yo viví en Nueva York, vivo en Buenos Aires, se me abrió la mente, la forma de vivir… Digamos que para algunos, mi pueblo es el pueblo del aburrimiento. Para mí es el pueblo del descanso cuando me voy de vacaciones, pero te digo la verdad, a los 15 días ya le tengo nostalgia a Buenos Aires, tengo ganas de regresar. Estamos acostumbrados ya a un ritmo de vida muy frenético. Entonces no regresaría a vivir ahí, absolutamente, me gusta la ciudad. Además me acostumbré a vivir afuera, amo la Argentina, al argentino.
Roberto Ottini y sus comienzos en la cocina
Desde muy chiquito, Roberto descubrió su pasión por la cocina y decidió seguir ese camino, a pesar de que lo llevaba lejos de su familia y su ciudad natal.
-¿Cómo empezó tu amor a la cocina?
-Yo tenía unas células que estaban dormidas, porque vengo de un abuelo repostero. Un repostero en la época donde no existía la batidora de temperatura, la multiprocesadora, el horno microondas… Una abuela que tenía una huerta que cuidaba con su hermano, donde hacía sopa de verdura que tenía gusto a verdura, la frutilla tenía gusto a frutilla… Fue algo que se me fue transmitiendo de chiquitito, los sabores, los placeres de la comida.
-¿Y cuándo empezaste a cocinar?
-Esto se me despertó con los años, hasta lograr un día tomar mi decisión, ser ingeniero, abogado o médico como pedían los padres o hacer lo que me gustaba. Sabía que estudiar para ser abogado o médico era un mandato al que me llevaba mi padre y no sé si efectivamente me iba a gustar. A la edad de 14 o 15 años, cuando terminé el secundario, decidí empezar con la carrera gastronómica. Y hasta el día de hoy no me arrepentí, estoy re contento.
-¿Tu familia te apoyó en esta decisión?
-Tuve una familia brillante, me acompañaron a nivel económico, porque el concepto de ellos era que yo tenga respaldo hasta que termine de estudiar. Pero también me acompañaron porque según mi mamá, yo era artista, no podía ser médico, ingeniero… Amaba lo que hacía y le metía pasión. Me acompañaron incondicionalmente, hasta mi abuela me acompañó.
-¿Dónde estudiaste?
-Estudié cerca de mi pueblo, en un pueblo más o menos a 80 kilómetros. Yo salía el lunes, tenía el tren de mi pueblo a las 4.55 de la mañana, llegaba a la ciudad de Bérgamo a las 7.30, y había un colectivo que me esperaba para llegar a la escuela. Me quedaba toda la semana en un hotel, y el viernes a las tarde tomaba el tren y regresaba a mi pueblo, y me quedaba en casa el sábado y el domingo. Fueron tres años de mi vida haciendo eso.
-¿Mientras trabajabas?
-Iba intercalando en la temporada de verano, trabajando en diferentes restaurantes, en hoteles, para entrar un poco en el conocimiento de lo que era la gastronomía. Quizá al inicio fue bastante frustrante, porque encontré situaciones en la cocina que a mí me resultaron difíciles, complicadas.
-¿Tenés alguna anécdota de esas experiencias?
-Tengo una que yo considero divertida, pero en el momento en que la viví para mí fue frustrante. Fue mi primera experiencia gastronómica, en un restaurante, y cuando entré en la cocina me presentaron a la cocinera, que estaba sentada en una banqueta con los pies en remojo, sacándose los callos. Entonces pensé, ‘si esto es gastronomía, me perdí algo’. Duré muy poco, frustradísimo, mi padre me vino a buscar y le expliqué el motivo porque yo renunciaba a trabajar en ese lugar y me entendió perfectamente. Pero ahí tuve la suerte de hacerme un contacto con un chef muy importante, Ricardo Verdelli, que odié por muchos años y ahora lo amo por todo lo que me enseñó. Me enseñó mucho, me hizo viajar mucho, me cuidó como un hijo y me permitió llegar al día de hoy donde estoy.
Roberto Ottini y el gran paso de irse a trabajar a Nueva York
“Para mí Nueva York fue siempre el sueño en el cajón… se me presentó esta oportunidad y fue increíble”, expresó el chef, conmocionado, recordando esta importante decisión que tomó años atrás.
-¿Cómo surgió la propuesta de ir a trabajar a Nueva York?
-Nueva York fue algo que se concretó quizás gracias a mi hermano. Conocí a la dueña de un restaurante que se llamaba Pepper Moon, que está en Milán. Ella me dijo que estaban buscando un chef para ir a Nueva York. Para mí Nueva York fue siempre el sueño en el cajón… Y se me presentó esta oportunidad y fue increíble, porque yo fui a hacer una charla con esta señora, y en quince días me dijo que quería que trabajara en Nueva York. Me sorprendió porque fue en frío, pero a veces este tipo de situaciones es mejor no pensarlas, hay que ser impulsivo. Digo, mi sueño fue ir a Nueva York, se me presentó la oportunidad, ¿por qué tengo que pensarlo?
-¿Lo dudaste?
-Es que, había algo que me preocupaba mucho, ¿qué le contaba a mis padres? Imagínate, tenía una familia muy unida, y para los padres de un pueblo, tener un hijo que dice irse de su país, es complicado. Entonces me acuerdo muy bien que busqué una estrategia. Llegué a casa, les dije que me había ido muy bien, nos sentamos en el sofá, tomamos una copa de vino, charlamos un rato… Y cuando fue el momento dije, ‘papá, mamá, en 15 días me voy a Nueva York, pero le prometo que voy sólo por un año y después regreso’. Y acá estoy, en Argentina.
-No pudiste cumplir con tu promesa…
-La verdad es que fue por un año, regresé de vacaciones y después seguí yéndome. La promesa la cumplí... Y fue increíble porque mi madre desistió hace pocos años diciéndome que mi cuarto siempre está listo. Pero le dije, ‘mamá, ya es el momento, yo me armé familia acá, con el amor de mi vida, Daniela Carrara, vivo en un país que me acogió muy bien'. No hay motivo para que regrese.
-¿Nueva York fue una buena experiencia?
-Por eso estoy acá… Fue una experiencia inolvidable, porque Nueva York no puede gustarte más o menos, o lo amás o lo odiás porque entrás en una rueda de vida que tiene que gustarte. A mí me impactó desde el primer momento que vi. Empecé a trabajar en un restaurante en el que, de verdad, me atendieron muy bien. Y empecé a acostumbrarme a la vida neoyorquina, a entrar en contacto con los famosos. Yo pienso que fue una decisión difícil, porque los inmigrantes lógicamente pagamos el desarraigo, el alejarse de la familia, de los acostumbres y de las amistades. Pero no me arrepentí porque me siento tan rico adentro.
-¿Y por qué te fuiste?
-Nueva York fue un ciclo que duró siete años. Este ciclo me permitió conocer muchísimo Estados Unidos y viajar, pero llegó un momento donde me faltó lo que encontré en Argentina, los valores humanos, la gente. Llegó un momento en que sentí que había terminado este ciclo. Yo terminé trabajando en un famosísimo restaurante, Cipriani, donde tuve contacto con los famosos. Llegué a Argentina, donde tuve la posibilidad de también trabajar en Cipriani y ahí también me permitió conocer a los famosos, pero también me permitió hacer una gran experiencia y crecer.
-¿A qué famosos les cocinaste?
- Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Woody Allen, Madonna…
-¿Cómo es cocinarle a famosos como Woody Allen o Madona?
-Como a cualquiera, porque es verdad que en la mesa somos todos iguales. Puedes ser más famoso que no famoso, te puedes quejar o no quejar, pero no necesariamente tienes que serlo para quejarte o no quejarte. Y quizás, al vivir en un contexto como Nueva York, el famoso pasa en segundo plazo, porque el famoso camina por la calle, es parte integrante de lo que es la vida de Nueva York.
Su llegada a Buenos Aires, su nuevo hogar
-¿Cómo fue la experiencia de venir a Argentina?
-Fue, a primera vista, hermosa, fantástica. Es el motivo por el que sigo acá todavía, porque no me olvidaré nunca que lo que estaba buscando eran los valores humanos que había perdido. Y cuando llegué a Buenos Aires se cumplieron mis deseos. Qué suerte que tuve en la vida, porque me empezaron a invitar a jugar a la pelota,a un cumpleaños en una casa, me abrían la puerta, ‘esta es mi casa, ahí está la heladera, acá está la cama, hace lo que quieras, esto es tu casa’. Lógico, frente a esta situación digo, ‘wow, acá me quedo a vivir’. Porque, fundamentalmente Nueva York después de 7 años, indirectamente me expulsó.
-¿Vos sentiste eso?
-Sentí que era el momento, se había terminado un ciclo donde yo necesitaba otra cosa. Nueva York me permitió ir a esquiar, ir al Caribe, Los Ángeles, Las Vegas, pero claro, era algo todo muy superficial. Una vez que se cumplió ese círculo, busqué otra cosa, que encontré acá. Después me di cuenta que vine a un país hermoso, no solo la gente era hermosa, también el país es hermoso. Por eso, siempre que puedo viajo para conocer la Argentina. Y aparte me enamoré de una argentina, de Daniela Carrara, el amor de mi vida.
Roberto Ottini encontró el amor en Argentina
En Buenos Aires, Ottini no sólo encontró su lugar como chef, sino que también se enamoró de Daniela Carrara, con quien formó una familia.
-¿Cuándo la conociste?
-La conocí después de 3 o 4 meses que vine a vivir a Argentina. Fue un amor construido sobre la confianza y el deseo de llevarse bien. Yo venía de una relación complicada, y fue construir una relación sobre bases muy sólidas, donde se despertó el amor y también la amistad.
-¿Hace cuánto están juntos?
-Uf, se pasaron los 20… Con dos intentos de casamiento fallidos, porque el primer intento fue la crisis de 2001 y el segundo intento el COVID. Habíamos decidido ir a Italia, con mi hermano organizamos salón de fiesta, las invitaciones, algunos amigos habían comprado el pasaje de avión para venir a visitarnos… Llegó el COVID y se fue todo al tacho. Dos veces consecutivas tuvimos una gran puntería. Ahora tenemos ganas de casarnos, pero tenemos miedo… Dicen que la tercera era vencida, pero también tenemos miedo.
-¿Qué te gusta de ella?
-Ella es la persona que me apuntala un poco, me hace entrar en razón. Porque siendo abogada penalista, me pone un poco los pies en la tierra, me ayuda a leer contratos, me dice si tengo que firmar o no, cambiar alguna cláusula. Es una persona que se compromete también en mi trabajo, sin pisarme y simplemente dándome consejo. Es mi fan número uno, me ve y me dice qué le gustó o qué le gustó menos, y me parece muy importante la autocrítica para poder crecer. La verdad es que me ayudó mucho a madurar y a crecer. Nos amamos y seguimos juntos.
-Son una familia, pero no tienen hijos, ¿fue una decisión?
-Sí, es una decisión no tener hijos, porque pensamos que la carrera tiene un rol importante en nuestra vida, poder tener la ventaja de viajar, disfrutar la vida de otra manera. Es una elección de vida, ser tíos, malcriar a los sobrinos y dejar que la madre se ocupe de educarlos. Esa fue la decisión que tomamos, no nos arrepentimos y nada, somos familia, porque familia son dos, no necesitas ser cuatro, cinco o seis, porque si vos consideras que tu pareja no es familia, entonces no entendiste nada en la vida.
Su llegada a los medios de comunicación
"Sentí cierta atracción a la cámara, y poder transmitir lo que soy, la sencillez, la genuinidad, el amor por lo que hago", explica Roberto. Es que, el chef no solo se dedica a la cocina, sino que también incursionó en los medios de comunicación, tanto en programas de televisión como en distintas series.
-¿Cómo llegaste a los medios?
-Cuando llegué a Buenos Aires trabajé en Cipriani y después de algunos asesoramientos, me dediqué a la parte televisiva. Fue un descubrimiento de Ernesto Sandler con Utilísima, y de ahí fue algo muy progresivo. Nunca había soñado en mi vida estar frente a una cámara, siempre tuve un concepto de vida atrás de las hornallas. Cuando yo vi que había esta posibilidad, mi crecimiento fue fuerte, porque sentí cierta atracción a la cámara, y poder transmitir lo que soy, la sencillez, la genuinidad, el amor por lo que hago. Ahí empecé mi carrera con El Gourmet, muchísimo programa televisivo.
-También trabajaste como actor, ¿no?
-Sí, estuve en Soy Luna, en El Encargado, en Los Protectores con Adrián Suárez. Y justo ahora me llamaron para hacer algo en Chile, una serie. Pero veremos si tengo la posibilidad, porque los días son de 24 horas, la semana de 7 días. ¿Sabes qué? Yo hago siempre este racionamiento, 24 horas en el pueblo donde yo nací rinden un montón. 24 horas acá no. Y ahí empecé con la televisión y ahora estoy en Cocineros Argentinos, gran programa, re contento de verdad.
La creación de Girardi, su restaurante en San Telmo
-¿Cómo surgió la idea del restaurante?
-Ese fue un momento en mi vida donde pasó el tren del restaurante. Una charla con un amigo, me dijo ‘probamos el restaurante’, y le dije ‘¿por qué no? Me encantaría la idea de tener un restaurante’. Yo lo venía pensando, pero no concretaba, necesitaba quizás un empujón, alguien que me estimule. Y abrí Girardi, en San Telmo, en la calle Defensa.
-¿Cuál es el concepto de Girardi?
-Es un restaurante que refleja la italianidad, sin ninguna duda. No es un bodegón, es un lindo restaurante en el corazón de San Telmo. Hago una cocina clásica italiana, intento respetar lo que es la receta misma. Soy un promotor, una persona que sostiene muchísimo el producto nacional. Yo no digo ‘vení a comer a Girardi’, sino ‘vení a vivir la experiencia de Girardi’. Con buena música, tiene una cava privada hermosísima para 18 personas, y tenemos estacionamiento.
-Ahora abriste un segundo restaurante, ¿no?
-Al frente abrí la focaccería, que se llama Girardino, porque tenía ganas de hacer algo distinto, ofrecer otro producto. Esta focaccia embutida con diferentes fiambres, con diferentes quesos. Cada focaccia tiene un nombre inherente a una ciudad que corresponde a un tipo de fiambre, por ejemplo, si es jamón crudo es Parma o si es salame es Milano. Tienen estos nombres característicos porque ayuda un poco a conocer, porque yo me siento un embajador de la cocina italiana.
-¿Cómo surgieron los nombres?
-Es un nombre que mi socio me pidió para poder homenajear a su abuela, que era una gran cocinera. Es Girardi by Roberto Ottini, donde claro, yo soy el chef, soy el personaje, soy el que maneja toda la parte pintoresca y gastronómica del restaurante.
Fotos: Diego García