En medio del “mayor nivel de indigencia en décadas”, que en la Ciudad de Buenos Aires alcanza al 15,3 por ciento de la población según la Dirección General de Estadísticas y Censos de la Ciudad de Buenos Aires, la vulnerabilidad de los que menos tienen no puede encriptarse en números.
Tocó una noche templada. Bastante más piadosa que la del frío polar bajo la que falleció hace muy poco una persona que solía dormir en la puerta de la Recova, en Once. Ese fue uno de los puntos que recorrimos junto a la Asociación Civil Amigos en el Camino.
En la sede (Valentín Gómez 3332, CABA), Gerardo, uno de los cocineros, se vuelve a llevar vacía la miniheladera en la que acercó el guiso de arroz con carne de cerdo que prepara cada día en su casa. Antes de desearnos una buena recorrida, sintetiza la magia por la que sus viandas son de las más cotizadas: “La sazón es lo que uno lleva adentro”.
Mónica, otra de las voluntarias, Directora Ejecutiva y Tesorera de la Asociación, es una verdadera productora de la vida. Después de ofrecer una sopa instantánea, alienta a los equipos de casacas rojas y les recuerda: “Chicos, no se olviden los aislantes”. Se trata de una suerte de tapices hechos con sachets de leche y yogur, que la gente puede donar a través de la campaña El Otro Frío.
Todos los escuadrones de voluntarios “de calle” (el resto se reparte en "logística, cocina, trabajo social, roperito, mapples de huevos duros, termos, tortas de cumpleaños y redes sociales") están listos para salir. En los autos de los voluntarios flamea un banderín rojo que identifica a la asociación y les da una suerte de luz verde para estacionar donde se pueda. En todos los baúles hay hasta un botiquín de primeros auxilios. Y por supuesto, guiso caliente, huevos duros, pan, facturas, bidones de caldo, café y jugo, que cada equipo distribuye a diario a amigos de la calle y a quienes conocen a la perfección y por sus nombres.
En total, por semana asisten a 1200 personas a las que encuentran en sus reparos, “ranchadas”, tiendas improvisadas y colchones distribuidos en distintos circuitos.
“Todos estos son los turnos médicos que me llegan”, scrollea Mery (una de los 250 voluntarios que colaboran), mostrándonos su WhatsApp. “No soporto las injusticias”, se define quien es parte de la comunidad desde hace dos años y que rememora cuando hace apenas unas semanas murió Donato. “Falleció en la calle por una infección en la pierna, después de estar tres meses internado por diabetes. Me sentí mal porque no le insistí lo suficiente para llevarlo”, cuenta acongojada mientras maneja hacia la primera parada.
Estacionamos en Moreno y Misiones porque los voluntarios ven un reparo. Nos bajamos y nos acercamos a charlar con alguien que no tenían identificado hasta el momento. Se trata de Enzo. Hasta hace unas semanas compartía espacio en La Recova, pero decidió cortarse para “estar más tranquilo”. Mientras agradece la comida y la charla, nos muestra su refugio.
“Pasen al patio”, bromea, y nos invita a sentarnos en dos sillas al lado de unos parlantes que no funcionan pero sirven de decoración. Nunca falta el humor. “Hasta tenés espejo”, pondera Valeria, otra de las voluntarias, que le acerca café caliente, lo abraza y le pregunta si necesita algo más. Por eso le baja del auto un buzo y una frazada.
Las escalinatas de la Iglesia Santa Rosa de Lima (en Belgrano al 2200) son refugio de decenas de personas. A cada uno se lo saluda, siempre por su nombre, y se le acerca una vianda humeante. Cada una lleva guiso, pan y huevo duro. Algunos piden doble ración de café. Es que las noches son duras. Algunos con suerte si pueden dormir.
La gran mayoría cuenta que personal de Espacio Público les sacan los carros con los que se las rebuscan. “Y hasta nos tiran los documentos y las pocas pertenencias”, explican. “Tanto es así que la Asamblea Popular por los Derechos de las Personas en Situación de Calle –@asambleapsc–, de la que somos parte, presentó un amparo para que se detengan esas prácticas”, acota Mery. Y suma: "Además se creo el RUV, Registro Único de las Violencias". El próximo relevamiento se dará a conocer el 19 de agosto en la Facultad de Ciencias Sociales.
En la iglesia ya saben que Amigos en el Camino están prestos para asistirlos. Por eso se acercan a los autos algunas familias con tuppers. La mayoría son mujeres. Todos sonríen y valoran el trabajo que hacen los voluntarios. Se funden en largos abrazos que curan un rato tanto dolor, pero que son de agradecimiento mutuo. Desde Amigos en el Camino, hablan del dar para que el otro no lo pase tan mal, y destacan la solidaridad entre pares: “Está el decirnos ‘ya comí, dejá para otra persona’”. Ven a diario “la generosidad de los que menos tienen”.
“Cambiar indiferencia por amor” es para los voluntarios un verdadero compromiso. Acerca de la invisibilización y la indiferencia, habla con toda su verdad Fabián, un abuelo en situación de calle a cargo de sus nietos y su mujer discapacitada. “Somos casi fantasmas. Nos miran de arriba abajo y hasta nos escupen”, cuenta el hombre que busca changas de plomería y electricidad y a quien el equipo le consiguió un lugar provisorio para que pernocten.
“Vinimos y nos trataron con un respeto bárbaro, nos dieron mantas, abrigo y nos ayudaron. Eso te levanta la moral”, comparte el hombre que sufre sordera de un oído. A pesar de la difícil situación que atraviesan, Marilyn, su nieta de 17 años, está terminando la secundaria. “La educación es lo más importante”, cuenta conmovido por las buenas notas de la adolescente. Aunque a veces parece que no puede más, sabe que hay que seguir: “Dios te dio algo a vos cuando naciste: es voluntad. Usala para bien y para salir adelante”.
A pocas cuadras de la iglesia, la recorrida tiene nueva parada. En un escalón están sentados juntos Ana, una joven con síndrome de Tourette en situación de calle, y Juan, un hombre un poco mayor, que lleva gorro de lana y enseguida se pone de pie al vernos. A pesar de sufrir ese trastorno del sistema nervioso que combate con Risperidona (como apunta Mery, quien incluso va y viene con recetas) y moverse con gran dificultad, la joven no baja los brazos y trabaja. Se alegra de vernos e intercambiamos abrazos y una breve charla, que termina con risas y un "hasta mañana".
“No todos los que están en la calle son personas que no han trabajado; no es que todos tienen pensiones de discapacidad. Hay mucha gente que se quedó sin empleo y muchos jubilados que hoy se encuentran en esta situación”, indica Mery. Hay muchos que no quieren salir de lo que conocen, que tienen problemas de salud mental o les cuesta recibir ayuda. Esto último le pasó a Ismael, un hombre que se quedó sin trabajo en una farmacia, vivió durante tres años en la calle y hoy, gracias a la movilización de sus amigos, trabaja en una empresa de videojuegos.
Fotos: Diego García