“Estoy acostumbrada a lo virtual, pero no me gusta, igual. Lo que menos me gusta de todo es dar clases, es insoportable”, dice Mariana Enriquez apenas nos conectamos en un zoom con el que gentilmente interrumpe sus vacaciones en un día cualquiera de 36 grados a la sombra. Condensar la charla de 80 minutos, lo diremos ambas (ella también es periodista y editora en Página/12) antes de cortar la segunda llamada, no será tarea fácil.
Brillante y sin molde alguno, la autora de la multipremiada novela Nuestra parte de la noche (2019; ganadora del Premio Herralde, y distinguida entre los 100 favoritos de 2023 de la revista Time) nos abre su caos creativo, desde su mismísimo escritorio, donde hasta hace un rato devoraba El libro de los médiums, del espiritista francés Allan Kardec (1804-1869).
Además, la escritora a quien el New York Times definió como una "estrella de rock de la literatura" habla sobre los autores (románticos, "malditos" y excesivos de los 80's) que la influyeron y cómo es llevar la literatura a las tablas (con la experiencia teatral No traigan flores). Desgrana su visión sobre la actualidad del país, revisita los noventas y las drogas, y cuenta cómo la vida, la cultura pop, el género de terror y su devoción por Taylor Swift conviven con fervor en su pluma.
Las distinciones, su fandom y su construcción como personaje público
–Estás nominada al Premio Literario de Dublín (N.d.R: Es uno de los galardones más valiosos del mundo para una obra publicada en inglés o traducida al inglés) con tu novela Nuestra parte de la noche. ¿Las nominaciones y este tipo de cosas te siguen sorprendiendo o no?
–Sí, me siguen sorprendiendo, porque no es lo mismo en español. Aunque ahí me sorprende que todavía siga funcionando, obviamente. Pero no es lo mismo en traducción, nunca. O sea, vos podés tranquilamente ser un escritor que en su lengua o en su país le va muy bien y no tiene porqué trascender en ventas ni nada. Viste que hay escritores que ganan un Nobel y hay gente que no tiene la menor idea de quiénes son. Por ejemplo, el último que lo ganó, el noruego Jon Fosse. Yo había estado en Noruega y todo el mundo ya me había hablado de él, entre otras cosas porque le habían dado una súper beca y una cripta donde va a vivir por el resto de su vida.
Y estaban como enojados porque es joven el tipo. Decían: “No da que le den una casa bancada por el rey cuando el tipo tiene 64 años”. En fin, una discusión totalmente de ricos, de muy ricos. Completamente absurda, pero el tipo era groso. Había ganado el premio más importante de todos, tenía diez obras de teatro y nadie más lo conocía. Entonces, quiero decir, eso pasa. Por eso también me sorprende que me pase afuera, porque no es algo que tenga en mi registro. Las traducciones está buenísimo que estén, pero siempre es un lugar que uno no controla demasiado. Además, ya tiene bastantes años. La traducción salió un año y medio, casi dos más tarde, entonces es impresionante.
–Te preguntaba, porque, de repente, también ya es tu actualidad. Para muchos ya sos una suerte de rockstar, ¿no? No sé si te gusta eso o no, pero incluso llevaste la literatura al teatro con No traigan flores y tenés todo un fandom que te sigue.
–Sí, me divierte. Además, cuando llegás a cierto lugar de exposición es como una forma de esconderte. Es algo que no sé si al otro le queda claro pero, si tenés un personaje público, es muy cómodo. Porque al principio estás más honesto y vulnerable, y te das cuenta de que te tenés que cuidar más, cosa que tampoco es posible.
–Porque todo va a ser reproducido, comentado…
–Entonces lo más fácil es hacer un personaje y decir “bueno, eso fue humor”. Es parte de la ironía que manejo…
–Te permite ser más libre…
–Y también me permite montarme, ¿viste? También me divierte eso. Poder diferenciarlo del día a día, La cuestión de salir en público, tener una actitud, elegir tal vestido (N.d.R: le encanta ponerse diseños de Zimmerman y ver los últimos desfiles de Rodarte y Margiela)... Bueno, esta es la persona que se muestra en público. Después está qué haces literariamente con eso. Siempre lo digo con modestia, pero yo tengo la sensación de que tengo un mundo muy particular, del que es muy difícil sacarme. “Uy, estás vendiendo muchos libros” o “Te va muy bien”. Y yo en el medio de eso estaba escribiendo un libro sobre ser fan de Suede, sobre los años 90’s, que no es una cosa para nada comercial.
–¿Y ahora?
–Ahora estoy de vacaciones, pero estoy terminando de escribir Crónicas de cementerios para una edición ampliada que va a sacar en México. Entonces, no es que me pongo a escribir una serie, cosa que no descarto, pero no me estoy juntando con productores para hacer una serie de fantasmas. Si pinta, me gusta el proyecto, y la gente que está envuelta me copa, lo haremos, pero… Todavía me siento muy dentro de la literatura.
–Le podés declarar tu amor público a Suede (Porque demasiado no es suficiente), hablar de las sectas místicas de las groupies (Este es el mar) o abordar la historia de este padre e hijo que recorre una Argentina en dictadura y en medio de rituales y médiums (Nuestra parte de la noche). Te salís mucho de los estereotipos del escritor y lo que se espera de vos.
–La diferencia que noto a veces, y que la noté especialmente cuando yo era más joven y empecé a conocer el ambiente, era que muchos escritores y escritoras estaban metidos sólo en cierto tipo de literatura y con una seriedad pasmosa. Y más que eso aún, porque vos también escribís, ciertos temas no entraban en la literatura. Y yo por ejemplo estoy viviendo fanatizadamente viendo tenis, me encanta. Y también podría escribir sobre eso. Y hay muchas escritoras a las que les gusta el tenis, por ejemplo, a Beatriz Sarlo.
–¿Qué cosas te rodean ahora mismo en tu espacio de trabajo?
–(Toma los libro y me los muestra) Cuentos de fantasmas irlandeses y La Biblia Psíquika, de Genesis P. Orridge, que es una cosa un poco entre el ocultismo y el rock, porque estoy escribiendo una novela que va a tener fantasmas y rock. Eso es lo que tengo en el escritorio. Ahora que estoy con esta locura rockera, no estoy leyendo ningún libro literario de ensayo, porque no los estoy necesitando para lo que escribo. Si no estoy leyendo los libros de Keats o los libros completos de Richard Ford, porque además lo tengo que entrevistar. Pero no sé qué temas y materiales son como para el “escritor serio”. Hay muchos que consumen otras cosas pero no lo expresan.
De los supuestos temas "triviales" para un escritor a su análisis sobre Milei y el progresismo
–Claro, que piensan que hablar en público podría ser banal.
–Sí, y yo me intereso por temas triviales permanentemente. Primer, porque no creo que esos temas sean triviales. Como los deepfakes porno de Taylor Swift (N.d.R: usuarios usaron la IA para generar contenidos explícitos de artistas como Ariana Grande, Billie Eilish, etc). Todo eso me da mucho miedo, y si ella ya no lo puede controlar… Es decir, estamos en la dimensión desconocida.
–¿Estamos en el momento más complejo para poder distinguir qué es verdad?
–Todo puede ser mentira. Y la política también instala mucho ese metalenguaje, ¿no? Te informo y te desinformo. Y a mí me parece terrorífico, porque se parece mucho a lo más inquietante de las historias de terror. Una de las cosas que siempre me inquietaron y por eso empecé a escribir, es cuando la realidad se rompe: cuando no podés identificar si lo que pasa es real o te lo estás imaginando.
Entonces, estar viviendo este momento para mí es ver la dimensión de la realidad que se parece tanto a la locura. Es de las cosas más terroríficas que hay. Y estar viviendo esto como el cotidiano, para mí tiene que ver con la distorsión mental que tenemos todos. Quiero decir, todos tenemos ya una tercera mano con el celular, ¿viste?. Y a mí me desespera más perder esto (toma su dispositivo) que perder la llave de mi casa.
–Y se viene hablando cómo iba a impactar a nivel subjetividad que sea una extensión más del cuerpo.
–Y lo es. Porque decís, “bueno, pierdo la llave de casa, lo soluciono”. Pero pierdo el celular y me muero: tengo mi vida ahí; desde claves bancarias a todo lo demás.
–Volviendo a la distorsión, ¿alguna vez te hicieron una nota y te tergiversaron todo, como a Éric Sadin (N.d.R: el escritor y filósofo francés que terminó desmintiendo dichos de un medio local)?
–No, tan fuerte no. Pero lo que me pasa mucho, y es otra forma de distorsionar, es que me busquen para preguntarme sobre cosas de las que no tengo idea. Tuve que aprender a cuidarme, porque yo soy medio deslenguada, y me di cuenta de que hay que ser responsable públicamente cuando tenés alguna llegada. Entonces, prefiero decir no y callarme la boca. De hecho, ahora en todo el proceso de campaña de Milei, se me pidió muchísimo que me expresara en contra. Es decir, antes de las primarias. Y a mí como candidato no me cerraba. No sé si me parece la persona para llevar adelante todos su cambios y propuestas.
Más allá de lo personal, por una estructura de armado político y por una cuestión de la personalidad de la gente que tiene alrededor. Pero en un momento dije: “Yo me voy a expresar sobre esto más adelante”. Porque no me parece bueno decirle a la gente a quien tiene que votar, o qué tiene que hacer. Creo que eso fue parte del problema. Cierta imposición ideológica.
Esto de “si estás del lado del pobre, tenés que estar de este lado”. La gente se cansó de eso, me parece. Más allá de que hay mucha verdad ahí, esto del progresismo se puso prescriptivo. Se puso pesado. El problema fue que no se podía pensar, y para algunas personas, fue autoritario. Hay gente que dice: “Uy, no puedo opinar, qué feo”. Creo que hubo mucha demasía del uso de la palabra “facho”, también. Me terminé expresando como ciudadana, pero fue al final.
–Claro, decís que te pedían dixits, que también podían ser usados en tu contra.
–Sí, entiendo la demanda del periodismo. Que nunca me había pasado tanto. Además todo eso hoy viene acompañado de un torrente de apoyo o hate online, que es una cosa que vive aparte tuyo. Es difícil de manejar y hoy le pasa a cualquiera.
–Y con las redes vos, en ese sentido, ¿cómo te llevás? ¿Tenés miedo de que alguien te levante algo?
–Más allá de hablar con un medio o no es tu relación con las redes. Muchas veces terminás diciendo: “Bueno, esto mejor no lo pongo”. Yo me fui de Twitter pensando eso. Es un lugar súper belicoso. También hubo un momento en el que yo expresé una opinión acerca de una colega en relación a sus expresiones sobre identidad y género, con las que no estoy de acuerdo.
Y cuando publicó un libro se me sindicó como si hubiera cancelado a la persona, y yo estoy en contra de la cancelación. Me parece que hay que poder convivir con los malentendidos con la gente que piensa radicalmente distinto. Además yo soy muy noventosa. En esa época éramos fans de películas omo Psicópata Americano. Yo cuando era chica, era mala también, porque nadie me cuidaba. Yo tenía 17 años y era súper salvaje.
–¿Y te pasa que cuando te enfrascás en un proyecto, es un mundo que te toma por completo?
–Yo puedo entrar y salir, pero en general el mundo me toma mucho. No sé si es por ser argentina/latinoamericana, o de ansiosa, pero nunca puedo tener esa placidez de decir: “Ay, estoy en mi trabajo y lo de afuera no me importa. A mí me involucra y me perturba constantemente. Incluso varios de los primeros meses de la pandemia no escribí.
Si estoy con un problema personal muy importante, tampoco. Claro que voy a escribir en situaciones de relativa inestabilidad, como tenemos todos constantemente, más viviendo donde vivimos, pero no me gusta esa especie de burbuja protegida de que nada te afecte. Y me parece que ser permeable a lo de afuera después termina saliendo de alguna manera en lo que hacés.
–Recién me decías que te inspiran cosas más pop y divertidas de lo que la gente se imagina o, en todo caso, de lo que lo hace cualquier otro escritor. Cuando soñabas con escribir, ¿qué idea de escritor había en tu cabeza? Bueno, o “nada de esto es así”.
–A mí me pasa una cosa rarísima en ese sentido, yo pensaba que los escritores lo pasaban bien. Y lo que leía yo eran todos autores medio desquiciados, adictos, criminales, delincuentes. Toda gente con vidas muy intensas que escribían sus libros caminando por cementerios. O sea, Rimbaud era mi héroe absoluto, y había dejado la literatura para irse a África. Para mí siempre la del escritor fue una idea muy romántico. Jamás tuve la idea de uno monástico.
El pasado de la escritora que el New York Times definió como una "estrella de rock de la literatura"
–Has contado crónicas de situaciones en entrevistas bastante complicadas…
–Sí. Y en general es difícil expresarse en las redes, porque uno tampoco tiene tanto tiempo. Yo no puedo estar siete horas en Twitter tratando de explicarle a la gente que no piensa como yo. Pero al mismo tiempo te taladran y te llaman, porque todo se reproduce.
–¿Te avisan tus amigos lo que se dice de vos?
–Me llaman, me reenvían. Por eso sólo tengo Instagram, que es como más distante y una red más pavota, tiene una dinámica más relajada. Me divierto y ya no tengo la necesidad de leer nada. Leo los mensajes que me mandan pero los comentarios, no. Yo era muy chica cuando publiqué (Bajar es lo peor; su debut, de 1995, se convirtió en una novela de culto): tenía 18, 19 años. A los 20, 21, ese período sí era raro, porque era otra relación con la que trataban a las chicas y a los jóvenes en general.
–¿Y qué pasaba por ese entonces, que puedas contar?
–Me recuerdo entrevistas de ir a la tele y que me preguntaban cómo sabía tanto de drogas, y yo sabía tanto de drogas porque me drogaba, cosa que se caía de maduro. Claramente. Además en mi aspecto se notaba. Y la persona que me estaba preguntando lo sabía, pero sencillamente estaba buscando exponer a una persona muy joven. En ese entonces era bastante ignorante, no conocía cómo se manejaban las cosas, entonces tal vez pensaba que era algo positivo. A esa edad, mientras me tomaba cinco gramos, decía: “Me van a cagar a pedos”.
–¿Con qué otras cosas pretendían exponerte en tus comienzos?
–Y si hablaba de sexo entre hombres en esta primera novela, en la tele me preguntaban: “¿Cómo sabés tanto de homosexualidad?”. No sé si la gente que tiene veinte años menos que yo tiene idea del desconcierto que había con ciertas cosas, el nivel de prejuicio, miedo y homofobia real que había. Cuando salió mi novela, en el ’95, era el primer año en el que salía el cóctel contra el VIH. Y la gente se moría todavía. Entonces era muy complicado vivir en ese ambiente cuando tus amigos eran gay, cuando tu fantasía sexual era esa, por otra parte, y cuando vos misma como mujer, no sólo te podías infectar, sino que encima no tenías aborto.
Había una falta de cuidado total. Después de la crisis de los 80’s, los adultos, que venían de la dictadura y después pasaron por la hiperinflación, eran padres a las patadas. Estaban ahí silentes. Y de parte de los escritores, de los que estábamos hablando, había muchísimos juicios. No te cuento la primera reseña. Me decían algo así como: “es una lástima como esta chica se dedica a estos temas. ¿Por qué no se dedica a temas serios?”.
Y los temas, básicamente, eran jóvenes en estado de desesperación. Estaban la ciudad como lugar, la diversidad sexual y las relaciones poliamorosas. Para rematar me puso: “Hace buenos diálogos, tendría que hacerlos para Clave de Sol” (N.d.R.: una tira adolescente). Era muy alucinante el tipo de trato (Risas).
–Muy duro.
–Y eso era lo más común. Lo peor no fue eso, sino que el jefe de prensa me pidió que lo llamara al crítico para agradecerle por haberme considerado para su crítica. Cosa que yo no hice de salvaje nomás. Porque… ¿si me hace mierda, por qué? Tal vez si yo venía de un ambiente cuidado, capaz que llamaba obedientemente.
–En ese momento crecer y hacerse un lugar en el periodismo y la literatura era muy distinto al panorama de hoy. Hoy, hasta incluso están de moda las escritoras mujeres. Como que dio toda la vuelta.
–Pero es verdad, ha sido toda la vuelta. Y yo no me pongo ningún laurel por eso. Era la vida así, en todos los ámbitos. Por eso hoy estás más curtido. O esa, te joden, te taladran, te molestan, pero al final te da risa. Hay que entender que la gente está viviendo otro mundo, y que no pueden vivir tampoco en mí época.
El método de escribir de Mariana Enriquez: el caos
–¿Cómo es la Mariana que realmente está ahí trabajando? Has contado que cada personaje tiene atribuida una cara, a modo de inspiración. ¿Pero sos metódica y disciplinada o para nada?
–Trabajo mucho, pero no soy metódica. Sí me siento, y mi forma de trabajo es súper obsesiva a intensa. Por una cuestión de tiempo, suele ser a la mañana. Pero me puedo encerrar cinco días y los siguientes tres, no hago nada. Lo que tengo es mucha capacidad de trabajo y mucha absorción.
–Recreemos detalles de tu mística para trabajar.
–Mi espacio de trabajo es una oficina, que está en mi casa. Y ahí tengo libros y libros, discos, suena mucho Spotify, como prefieras, pero siempre con mucha música. En general, tengo muy a mano o en una carpeta, incluso hasta pegadas en la pared, muchas de las inspiraciones gráficas: pinturas, fotos y caras, que puede ser de un actor, un rocker, o lo que sea. Y eso sí lo tengo pegado en una especie de placarcito, donde atrás tengo todos los CDs. Es como un panel, que, además, va cambiando según lo que estoy escribiendo. Y es muy antiguo y raro. Yo soy súper maximalista.
–Todo junto, todo ahí, pero nada de tener escaletas de ningún tipo.
–Yo trabajo en el caos total. Eso es brutal, y está bueno también sacar de ahí, ¿no?
–Es decir que te llevás muy bien con todo ese caudal.
–Exacto. Yo sé que hay un método en el caos, lo que pasa es que no lo puedo explicar. Pero sé que hay un momento en el que leí diez cosas, googleé otras siete, pero hay un momento en el que hay una especie de síntesis extraña. Trabajo así, por acumulación. Es un método pero muy complicado de explicar. Me preguntan: “¿por qué no enseñás?”. Pero no puedo enseñarlo, es una locura. Es decir, ¿para qué?
Yo por ejemplo acá tengo El libro de los médiums, de Allan Kardec, el gran espiritista francés que hizo como el espiritismo moderno. Lo estoy leyendo entero, pero yo creo que no me acercó a absolutamente nada. No puedo explicarle a alguien que para hacer una novela de fantasmas se tiene que leer todos los manuales de Kardec. Pero a mí me sirve saberlo. Incluso para saber lo que voy a evitar poner. Es como una sumersión, ¿viste? Nunca tengo un camino.
–¿Del que vivía intensamente para contarlo?
–Sí, esa era mi idea perfecta. Yo estaba en la facultad (N.d.R: estudió Periodismo en la Universidad Nacional de La Plata) y leíamos a Foucault, que escribía cosas terriblemente complejas y al mismo tiempo iba a los burdeles de San Francisco. Y yo me acuerdo en esa época que Daniel Defert, que era como su novio, escribía esos libros sobre el sida y su propia enfermedad. Y lo mismo con Verlaine. Oscar Wilde, que terminaba en cana por salir con un pibe. Los escritores eran eso.
Y las escritoras también, como Mary Shelley. Andaba con su marido poeta tomando lauda en la casa de sus amigos. Y yendo a escritoras más cercanas, yo por ahí no tenía tanta información cuando era chica y había muchos mitos, pero está Silvina Ocampo (N.d.R: sobre ella escribió La hermana menor, 2014). Totalmente excéntrica, escribía cada diez años un libro y después quién sabe lo que hacía con su vida. Jamás pensé en la idea de escritores académicos enfrascados en las universidades.
–Eso de que el escritor no es ese ser impoluto vos también lo llevaste a la construcción de un personaje público que, como decías antes, te salva.
–Y además si no mirás afuera, te quedás sin tema. A mí siempre me disgustó eso de los escritores que empiezan a escribir sobre residencias de escritores o sobre técnicas. Lo que suele pasar es que una vez que consiguen un poco de reconocimiento, van de residencias en residencias, no andan por ahí. Es que si vos querés vivir de eso y no hacer ninguna otra cosa, tenés que pedir becas o vivir como los mecenas del renacimiento. Y eso creo que te condiciona creativamente, y al mismo tiempo es un condicionamiento económico. La cosa pública a mí me sirve, paradójicamente, para poder tener cierto aporte que no venga de estas cosas.
–Hay poca conversación sobre literatura y dinero.
–Claro, muy pocos escritores hablando de lo económico, que es importante. A mí, ser relativamente conocida me sirve para que, si yo tengo ganas de dar un taller sobre los temas que me interesan, sean vampiros, manga o pintores simbolistas, lo pueda cobrar bien y se pueda anotar un montón de gente. Me sirve para poder hacer un teatro (N.d.R: No traigan flores fue el primer espectáculo que se animó a protagonizar el año pasado en el Coliseo, y con el que recorrió el país) en el que no me condiciono para nada: el 80 por ciento estoy leyendo.
Y me copa decir: “voy a ir con esta ropa”, “voy a hacer cambios”, “voy a poner un dibujante que hace cosas re locas con la arena”. Entonces es una apuesta de un show bien montado, donde también ves a un músico, a un dibujante y también me ves a mí. A mí me resulta más interesante hacer esto o dar cursos sobre temas raros que entrar en el circuito de becas. No es algo que tome livianamente, esto es un trabajo, y también tiene que ver con que hay un momento en el que tenés que preguntarte: “¿Cómo hago esto rentable?”.
Fotos: Sebastián Freire y Valeria Niccolini.