Parada sobre sus tacos, en el centro del sobrio escenario del teatro Argentino de La Plata, su ciudad natal, Cristina tuvo la certeza de que vendrían tiempos espinosos. Ese jueves 19 de julio de 2007, todas las butacas estaban ocupadas, los palcos llenos, no cabía más nadie y todas las miradas se posaban en ella. Impecable, de punta en blanco, con un tailleur color crudo lanita espigada con encaje chantilly en los bordes de las mangas y la falda que tapaba sus rodillas.
Una lluvia de papelitos blancos y celestes cayó sobre ella, los reflectores la iluminaban, había aplausos, breves canticos. El lanzamiento de su candidatura presidencial parecía una fiesta. Ella permanecía sola, segura de sí misma. “Estamos preparadas biológicamente para soportar el dolor y culturalmente para enfrentar la adversidad. Todos sabemos que la vida es difícil. Pero para las mujeres es mucho más difícil, en la política, en el trabajo, en todo”, dijo durante su discurso y más de tres mil años de historia respaldan su teoría.
También habló de él. Lo hizo mirándolo a los ojos, desde arriba, detrás del atril, cuando casi se quiebra y la voz le tembló: “Por más que usted tenga la sincera vocación de ser un hombre común, es, y no desde ahora, desde que lo conocí, un hombre fuera de lo común, absolutamente. Y ahora, más de 30 años después, me lo viene a confirmar”. Él le respondió con una mirada de abrazo.
“Estuviste muy bien”, le dijo más tarde Néstor Kirchner en el camarín número 4 del teatro. Todos los funcionarios y asesores que estaban a su alrededor la habían felicitado, pero a ella la única opinión que le importaba era la de él.
Las elecciones del 27 de octubre no tenían porqué representar algún tipo de dificultad. La imagen pública del matrimonio presidencial se encontraba en su mejor momento y la victoria era cantada. De todos modos, Néstor se encontraba preocupado, tal vez, presentía que una lucha feroz por el poder se aproximaba y que su compañera de toda la vida iba a estar, ya no en el centro de un escenario de aplaudidores, sino en las arenas, posiblemente, sola.
Dejaba un país con una economía estable, en crecimiento, los índices de pobreza y desempleo habían bajado. El clima del mercado mundial, esta vez, había favorecido a la región, lo que le permitió impulsar su propia burguesía nacional para que lo ayudara a sostener el nuevo modelo. Y, hasta se dio el lujo de saldar la deuda con el FMI. La travesía le valió batallas, heridas y enemigos. Nada que no pudiera soportar un gladiador de la política, aptitud que ambos compartían.
En el hall del teatro, Cristina y Néstor se mezclaron entre las personas que los esperaban para saludarlos y sacarse fotos. Él apenas estuvo unos minutos y se fue en el primer ascensor que encontró hacia el segundo subsuelo, donde la esperó en un auto oficial. La noche recién comenzaba y era de ella.
El turno de ella
Nació en Tolosa el 19 de febrero de 1953, bajo el signo de Acuario. Quería ser bailarina y estudió Derecho en la Universidad de La Plata. En 1976 se mudó a Río Gallegos con su marido. Se recibió de abogada un año después, luego de ser madre. A los 36 años se convirtió en diputada provincial. Y, más adelante, fue por más. Así lo contaron los cronistas de GENTE y así lo contamos a 40 años del regreso de la democracia.
La noche anterior a la votación del 28 de octubre de 2007, antes de irse a dormir, Ofelia Wilhelm llamó a su hija que se encontraba en su casa de Río Gallegos. Le envió besos, abrazos y también le dijo que iba a prenderle unas velas a la Virgen para que tenga suerte. Ofelia no lograba conciliar el sueño, durmió pocas horas y, al otro día, se fue a votar tan temprano que cuando llegó al colegio ni las mesas estaban preparadas.
Cristina votó antes de la media mañana y voló a Buenos Aires en el Tango 01, acompañada por su marido, sus hijos Florencia y Máximo, el vocero Miguel Núñez y su círculo íntimo. Aterrizó en Aeroparque y viajó hacia la residencia de Olivos, donde se quedó hasta poco después de las seis de la tarde, cuando su irreversible victoria la convertía en la primera mujer en ser electa presidenta de la Nación. Conmovida partió en helicóptero y media hora después llegó al Hotel Intercontinental, donde tenía reservado los pisos 17 y 18 para uso exclusivo.
“Tengo el honor más grande que se le puede conferir a un argentino. Gracias”, dijo emocionada pocos minutos antes de las 22 en el segundo subsuelo del hotel hecho búnker de cierre de campaña. “Hemos ganado ampliamente, tal vez con la mayor diferencia entre la primera fuerza y la segunda en toda la historia de la democracia”, anunció cuando los números indicaban que obtuvo el 44,89 por ciento de los votos, sacándole 22 puntos de ventaja a Elisa Carrió.
Nuevamente hubo lluvia de papelitos blancos y celestes, canticos que agitaban a la colonia de pingüinos, ensalzaban a la “gloriosa JP”, se cantó la marcha peronista, la militancia setentista era reivindicada, y los que se habían adherido al llamado de una ‘concertación plural’ también festejaron la victoria. “El triunfo nos coloca en un lugar de mayor responsabilidad y obligaciones. Queremos profundizar los cambios que empezamos en el 2003”, anunció la presidenta electa.
Esta vez, en el escenario dispuesto para la ocasión, Cristina no estaba sola, la acompañaban, Néstor Kirchner; el vicepresidente y gobernador bonaerense electo, Daniel Scioli, su esposa Karina Rabolini; el vicepresidente electo, Julio Cobos, y hasta la excandidata socialista a la presidencia de Francia, Segolène Royal, que llegó especialmente para estar con la ganadora.
Los festejos duraron hasta tarde. Nadie podía ingresar al piso 18, donde se encontraba la suite para el matrimonio presidencial. Muy pocos festejaron ahí, los familiares, los más íntimos y unos pocos funcionarios como José “Pepe” Albistur, Daniel Filmus y Alberto Fernández. La fiesta más intensa fue en el Club Intercontinental, piso 17, donde se encontraba la masa de funcionarios, senadores, diputados, y los principales rostros de la era K.
El luto y la reelección
Un día antes de las elecciones presidenciales del domingo 23 de octubre de 2011, Cristina visitó durante casi una hora el mausoleo de donde se encuentran los restos de su marido, en Río Gallegos. La había acompañado al cementerio Luis Buonomo, el médico que atendía al expresidente y a la familia Kirchner. Más temprano había pasado Florencia. Néstor Kirchner había fallecido imprevistamente un año antes en su residencia en El Calafate, durante la madrugada del 27 de octubre de un paro cardiorrespiratorio no traumático. Su muerte había conmovido a todo el país.
Después se fue a almorzar con sus familiares más íntimos a la casa de Máximo. El tapado de cuero, al igual que su suéter, sus pantalones y botas eran negros. Luto que mantuvo religiosamente desde que su compañero de vida partió.
Al otro día, Cristina se levantó temprano, leyó por arriba algunos diarios y desayunó con sus dos hijos antes de ir a la escuela Nuestra Señora de Fátima, donde votó a las 11.47 en la mesa 529. Cuando salió lo primero que destacó al hablar con la presa fue la palabra “emoción”. “Sí, estoy emocionada por tanto afecto, por el recuerdo de él. No puedo decir que estoy feliz, porque siento una mezcla extraña de felicidad y tristeza a la vez”.
También se refirió a la democracia: “Es un día histórico para todos los argentinos, que muchas veces estuvimos impedidos de votar. Esos tiempos ya quedaron muy atrás. Tenemos que construir un país más pujante”.
A las cuatro de la tarde, la presidenta que buscaba su reelección bajó del Tango 01 que la devolvió a Buenos Aires. El piso 18 del Hotel Intercontinental volvía a ser utilizado como búnker. Ella llegó pasadas las ocho de la noche y se encerró con su núcleo íntimo y su madre. Recién bajó para saludar a los miles de seguidores que la esperaban, después de escuchar al ministro Florencio Randazzo anunciar, desde el Correo, los números oficiales.
Cristina Elizabeth Fernández de Kirchner se convirtió en la primera mujer en ser reelecta presidenta de la Nación por el 53,8 por ciento de los electores. Era la presidenta con mayor popularidad desde la vuelta de la democracia.
—Si les digo que estoy feliz, les miento. Si les digo que estoy triste, también— les dijo a sus seguidores. Era el mismo sentimiento que tenía esa misma mañana al ir a votar.
Cuando agradeció a los presidentes latinoamericanos todos fueron aplausos hasta que mencionó al chileno Sebastián Piñera y llegaron los silbidos. Lo mismo ocurrió cuando nombró a Mauricio Macri. Era el clima de época, la grieta se encontraba en su apogeo, los argentinos volvían a dividirse. “No sean pequeñitos. ¡Por favor, no sean así que me voy a enojar…!”, reprendió la reelecta mandataria a los jóvenes. El llamado a la unidad, la concertación, no alcanzaron.
En ese plan de gratitud llegó el turno de él: “Quiero agradecerle a alguien que ya no me puede llamar más”. La multitud la cortó y empezó a cantar: “Néstor no se murió, Néstor no se murió, Néstor no se murió, Néstor vive en el pueblo y está votando la reelección”. Faltaban cuatro días para el primer aniversario de la muerte de su marido.
—Sin él, sin su coraje, hubiera sido imposible llegar hasta aquí. Jamás dejó sus convicciones mientras tuvo aliento. No hablo de él como marido, lo rescato como uno de los cuadros políticos más importante que dio nuestro país— dijo desde adentro, con voz firme, aunque sin poder ocultar su tristeza.
Después del discurso se abrazó a sus hijos. La exprimera dama, la presidenta reelecta, la mujer más fuerte del país lloraba sin consuelo. Máximo la sujetó de los brazos, la miró directo a los ojos y sonrió bien grande mientras contenía las lágrimas que soltó poco después, cuando su madre dejó de verlo.
A las diez y diez de la noche, al cerrar ese primer discurso, pidió ir a la histórica Plaza de Mayo que estallaba de jóvenes, de banderas, de imágenes de ella, de Néstor, remeras con diferentes leyendas como una en la que se leía: “Yo lo vi descolgar los cuadros”. De fondo sonaba Dar es dar de Fito Páez.
Consolidada en su rol de estadista, sobre un palco instalado frente a la Casa Rosada, CFK le habló directamente a esa juventud que recuperó una participación más activa en la política y que desde los últimos años venía aumentando como no se había visto desde aquella primavera alfonsinista. “Quiero celebrar con esta juventud que viene a levantar las banderas con alegría y no con odio… con amor a la Patria. ¡Viva la Patria!”.
La soledad del mando
El sábado 10 de diciembre de 2011 Cristina reasumió la jefatura de Estado. Minutos antes del mediodía aterrizó en el helipuerto de Casa de Gobierno, saludó a la gente que se agolpaba contra las rejas del predio y subió a un auto oficial que la esperaba. La acompañaban Máximo, Florencia y su nuera Rocío García, que ese mismo año había perdido quien hubiera sido el primer nieto de la primera mandataria. En el asiento delantero, con la ventanilla baja, emprendió el camino hacia el Congreso. Una multitud que colmó toda la Avenida de Mayo la aclamó y ella saludaba con su mano extendida al viento.
En el Congreso la esperaban Amado Boudou, su compañero de fórmula, y un nutrido grupo de funcionarios, legisladores y amigos. Julio Cobos la aguardaba en el Salón Azul. Desde el recinto la Marcha Peronista era cantada por jóvenes nacidos mucho después de la muerte del General. Minutos después de las firmas de actas y demás cuestiones protocolares, comienza el último minuto del primer mandato y el primero del segundo.
Cristina tomó el papel con el juramento que le entregó Cobos y se acercó al micrófono: “Yo, Cristina Fernández de Kirchner, juro por Dios, por la Patria y sobre los Santos Evangelios, desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de Presidenta de la Nación, y observar y hacer observar, en lo que de mí dependa, la Constitución de la Nación Argentina. Si así no lo hiciere, que Dios, la Patria… y Él me lo demanden”.
El recinto estalla de aplausos y ella apenas puede contener las lágrimas. Detrás, Florencia aplaude con emoción; Máximo aprieta los puños, entre la felicidad eterna y el dolor más profundo, porque su padre estaba presente en la mente de todos los presentes. Acto seguido, la hija de veintiún años toma la banda presidencial y se la coloca a Cristina. Un honor que pocos pueden contar y nadie como los hermanos Kirchner: su papá primero, y su mamá dos veces. Durante su discurso volvió a pedir “unidad” y recordó: “Soy la presidenta de 40 millones de argentinos”.
Seguía de negro, su luto se había extendido. Vestido de corte tubo y manga tres cuartos con transparencias. Las telas elegidas por la diseñadora Susana Ortiz fueron satén de seda y tul bordado con flores en relieve. Una falda amplia, con cinturón con moño, que sostuvo la elegancia. Completó el look con zapatos de Claude Benard, y fiel a su estilo sobrio, apenas lució unos aros de oro con brillantes.
La celebración siguió en la Plaza de Mayo y en el Museo del Bicentenario, detrás de la Casa Rosada. Recibió a algunos de los principales actores de esa Latinoamérica de centro izquierda que venía creciendo con algunos sobresaltos, allí estaban Evo Morales, Fernando Lugo, José “Pepe” Mujica, Dilma Rousseff, pero había otros mandatarios que nada tenían que ver con esa línea, como Sebastián Piñera. Entre otros invitados especiales estuvo el príncipe Felipe Borbón, quien la saludó con un cortés roce de labios sobre la mano.
La tarde terminó con Charly García sobre el escenario, entonando el Himno Nacional. Gustavo Santaolalla también tocó. Después vinieron otros ritmos y la presidenta de los cuarenta millones de argentinos se animó a bailar; era la misma que el día que ganó su reelección había pedido, en ese mismo lugar, que la ayudaran: “Sola no puedo. Necesito a todos los argentinos”. Lo que vino después es otra historia.
Idea y producción: Leo Ibáñez
Edición de video: Martina Cretella
Guion y voz: Camila Bisceglia
Búsqueda de archivo: Mónica Banyik