Anabel Sánchez posa, sonríe, llora… se emociona. Se anima a todos los looks: transparencias, vestidos con flecos, primeros planos. Es fresca, espontánea, tiene cero vicios y eso contagia el ritmo de la producción de fotos. No hay tiempos, ella está cumpliendo un sueño y para qué apurarlo. De cerca, su tío -que la ayuda en su incipiente carrera- la monitorea, no la interrumpe, pero su presencia le da seguridad a esta solanense de 18 años que fue fichada por Multitalent después de quedar preseleccionada en un casting de Vogue que se viralizó por TikTok y que fascinó a María Becerra.
En el video se la ve hablando en inglés y mostrando sus polas, fotos sin retoques donde surge al natural, también cómo desfila. De fondo muestra parte de San Francisco Solano, el barrio lindero con Quilmes al que se siente orgullosa de pertenecer. “Es un barrio tranquilo, con calles de tierra”, dice mientras cae en la cuenta de que acaba de convertirse en tapa semanal de GENTE.
“A veces termino una producción y me agarra inseguridad, lloro y me pregunto si me merezco lo que me está sucediendo”.
La historia de Ana no es sencilla. Para llegar a dónde está tuvo que purgar su pasado y ordenar las cosas en casa. Según cuenta, su padre Sergio, un constructor y zapatero, no sólo ejercía violencia de género sino que abusó durante años de una de sus hermanas. Después de que la Macha, como se la conoce en el mundo del boxeo, le contara a ella lo que vivía, se envalentonó para liberar a la familia de su captor. Denuncias, perimetrales y un barrio que no lograba quitarle la máscara a Sergio terminaron con el constructor prófugo. Eso pasó hace 3 años y, desde entonces, una suerte de arcoiris se elevó sobre Solano y sobre esa casa llena de humedad, paredes sin revoque y mucho encierro. Las puertas se abrieron y, también, las oportunidades. “Desde que se fue él cambió todo, había algo energético, ahora es todo luz”, dice después de convertirse, a lo largo de la producción, en tanguera, bailaora de flamenco y aceptar una a una las indicaciones del fotógrafo.
Del hambre a la liberación de su captor: “Era pasar frío, dormir en el piso y soportar los golpes”
Las poses se suceden una a una: mano de un lado, del otro, sonrisa, piernas en modo ballet. Su talento para crear escenas sorprende. Tiene algo en sus gestos que remite a Carolina Peleritti, aunque también le dijeron que era una mezcla de Tokio (Úrsula Corberó) y Nairobi (Ágata Jiménez) de La Casa de Papel. Tiene como referentes a Imán Kaumann, Micaela Argañaraz, Coco Rocha y Arantza Goett.
Ana no fue a una escuela de modelos, en su barrio era “mal vista” por su forma de vestir y en su casa nunca hubo plata. “Él trabajaba y tenía la moneda. Mi mamá tiene la asignación por hijo y se la sacaba. No sabemos qué hacía con la plata, nosotros pasábamos hambre: era dormir en el piso, sobre la tierra, y no tener nuestro baño decente terminado. Era pasar frío también porque había aberturas tapadas con chapas y sufrir de los pulmones por la humedad. Vivíamos enfermos”.
El día en que todo se destrabó Ana se levantó y oró para que las cosas cambiaran. “Creemos en las energías, no en una religión particular. Pero sí en limpiar las casas con hierbas y sahumerios”, afirma. Esa mañana junto a su madre usaron esa conexión para imaginar una vida diferente. Y así fue: desde entonces, las cosas cambiaron para ella, su madre y sus tres hermanos. Se abrió ese ansiado camino, donde las botas de taco aguja nunca dejaron de clavarse en el barro. “Fue un año de batalla, todo muy gris. Estábamos solas a la deriva, pero tuvimos el apoyo de mi familia materna, que se acercó, y acá estamos saliendo a full. Logramos construir partes de la casa, poner cerámicas y comprar un plasma, porque no nos dejaba tener televisión”, detalla y asegura que ahora la gente llega y no se quiere ir y que la cocina es como un consultorio sentimental: todos cuentan sus problemas.
Junto a la Macha, boxeadora federada que está por tener su primera pelea profesional en Entre Ríos, interceptaron a su madre mientras volvía de hacer las compras. “Cuando le contamos tiró las bolsas con las compras de la semana. Entró en shock, se le cayó el mundo abajo”, recuerda. Y si bien admite que las dos se preguntaron varias veces por la naturaleza del vínculo de su padre con su hermana, nunca creyeron que él fuera capaz de abusar de ella. “Yo lo empecé a sospechar porque los miraba y era como que él ya no la estaba viendo a ella como una hija: le pegaba más… O sea, nos pegaba a todos, pero como que con ella siempre había algo”, cuenta la virginiana que el 25 de agosto cumple 19 años.
Y detalla: “Aprovechaba cuando yo no estaba porque con mi hermana dormimos siempre juntas en el mismo colchón. Entonces a veces dejaba que me vaya a dormir a la casa de amigas, algo rarísimo porque no me dejaba hacer nada”. La Macha, hoy de 16 años, pasó unos meses en la cama, empezó terapia: con el tiempo las heridas fueron sanando. Ahora tiene amigas, sale, triunfa como boxeadora. Pero estuvo casi toda su vida callada y ocultándose de todos. Recién hoy su familia entiende los motivos por los cuales no tenía amigos, no hablaba con nadie y llamaba la atención de profesores del colegio.
La madre se juntó con Sergio a los 15 y tuvo a Ana a los 18 años, le gustaba el fútbol, pero de a poco se alejó de todo: de su familia, de sus estudios, de las cosas que le gustaban, dependía de él para todo. No tenía ni celular. Ella no tomaba decisiones, incluso, según cuenta Ana, varios de los embarazos no fueron deseados y él la obligaba a tener relaciones. “La invadía el miedo. Muchas veces quiso salir adelante pero la amenazaba de muerte o le decía que si lo dejaba iba a matarnos a nosotros. Le llegó a poner un arma en la cabeza. No podía cuidar de nadie, porque no podía cuidar de ella misma. Tenía la ilusión de que iba a bajar como una iluminación y él iba a cambiar. Pero no pasaba. Ahora estamos juntas de la mano, quiere ser enfermera. Es una guerrera”, dice.
El cambio de los patines por un celular con cámara pro
Ana es quilmeña y desde chica vive en Solano. Antes de conquistar al mundo con su arte de modelar, hizo varias cosas: quería ser patinadora profesional, practicó hasta el cansancio y antes de profesionalizarse vendió sus patines por el continuo desaliento de su papá. También limpió casas y atendió una verdulería, cuidó niños, vendió ropa y ayudó con la crianza de sus hermanos más chicos, Dylan, de 6 años, y William, de 3. No fue de viaje de egresados, nunca tuvo novio y no toma alcohol, sólo una copita de sidra cada tanto en algún festejo. Prefería quedarse en casa que salir porque la plata no abundaba. Lo de modelar llegó gracias a un celular, ese que cambió prácticamente en un mano a mano por sus patines.
“Si bien tenía mis amigos, también estaban los que me rechazaban por cómo me vestía o cómo hablaba. No era común en el barrio ser diferente. Yo siempre con taco aguja, no me importaba si se hundía en la tierra. En los videos salgo así caminando con tapados grandes como Ricardo Fort porque me encantan”, señala, y muestra orgullosa sus botas de la suerte y su outfit de moda circular. “Compro en la feria de Solano, la feria más grande de todas. Sé dónde encontrar la ropa. Tiene dos partes: la avenida de asfalto, que tiene ropa nueva, y la parte de tierra, donde ¡hay cada magia! Yo tengo todos los tips. Cada vez que me preguntan de producciones, hablo de la feria de Solano”.
Es en esa feria donde compró el celular que fue clave para que arrancara con las fotos. “Mi papá también era zapatero, iba a la feria a buscar zapatos para vender y yo lo acompañaba. El celu estaba justo 7 mil pesos, lo mismo a lo que había vendido los patines. Me importaba que tuviera una buena cámara y desbloqueé esa vocación que tenía de chiquita. Llegaba del colegio, me maquillaba, armaba unos looks, usaba la cámara trasera, ponía ahí un trípode, que podía ser este vaso o incluso un ladrillo, me sacaba fotos y después la subía a mi Instagram”. De a poco su comunidad crecía...
En las publicaciones de Ana se ven las paredes sin revoque y parte de la intimidad de su barrio. El fondo no hace más que enaltecer su figura. Aunque a medida que fue ganando seguidores, las producciones tomaron las calles de Buenos Aires, y la influencer empezó a mostrarse en el Rosedal o con el Obelisco como escenografía. “Siempre estuve mucho en mi mundo, jugaba con mi hermana: nosotras dos inventábamos cada cosa, hacíamos coreos, éramos muy creativas”. De la mano de esos pasos, emergía el patinaje olímpico de 8 ruedas.
“Hice patín por casi cinco años. Mi sueño era que a los 18 iba a participar en mi primer mundial, los juegos olímpicos, y que me iba a convertir en profesora”. También proyectaba tener su casa y su auto. “Estuve a dos categorías de entrar a la selección argentina. Siempre en el primer o segundo puesto porque entrenaba como una loca. Pero después lo cortamos por la situación económica y porque a mi papá no le gustaba que practicara ese deporte y me manipulaba”. Eso fue a los 14 y, después de deprimirse y perder el rumbo, se reencontró con su verdadera pasión. Lo que empezó como un hobby que hacía a escondidas de su padre y con la ayuda de su madre se volvió cada día más profesional.
El camino hacia el estrellato: casting de Vogue, María Becerra y Multitalent
Ana usó su creatividad para hacer contenido en redes sociales. “Hace seis meses empecé a subir fotos que hacía, consejos para editar las fotos, videos con diferentes outfits, de estilismo, maquillaje. Además comencé a hablar mucho del tema de la salud mental. A medida que iba aprendiendo cositas, se las recomendaba”. Tiene una comunidad fiel de la que no se olvida, los llama su “pequeño gran público”. Pero sus seguidores se multiplicaron después de que compartiera el famoso casting para ser parte de una tapa de Vogue (en el que Ana quedó preseleccionada: a fines de junio conocerá si triunfó) que conmovió a otra quilmeña: María Becerra, una artista a la que admira y con la que se siente identificada por su dura historia de vida.
“Se subió a TikTok y tuvo más de 2 millones de vistas y de ahí pasó a Twitter, donde llegó a 11 millones, y sigue subiendo. María Becerra lo compartió en sus historias de Instagram y ahí explotó todo. Me re alentó en los comentarios, me puso: ‘Reina, vos podés. Se nota tanto tu esfuerzo’”, cuenta y asegura que si bien no se conocen en persona, cuando vio el mensaje gritó y que no se lo esperaba “ni de onda”.
“Lo de Vogue lo hice para divertirme y ver qué pasaba. No tengo muchas expectativas, porque si no me da ansiedad. Igual, mirá todo lo que pasó después de eso”.
Posteriormente vinieron las notas y ahí llegó Fabián Medina Flores quien le propuso hacer una producción para La jaula de la moda. Y ahora Multitalent. “Paul y Willy se acercaron, firmamos con la agencia y en unos días arranco la Academia y voy a aprender un montón de cosas”. Mientras divide su tiempo entre cursos de edición, moda y maquillaje por internet y entrena en casa, hace pilates, meditación y baile. A veces saca a pasear a su perro Hércules a la plaza, donde se encuentra con vecinos que la felicitan. “Es hermoso el cariño de la gente”.
En los últimos meses, Ana posó para diferentes revistas, debutó en la pasarela y dejó de lado las producciones amateurs que hacía con conocidos, para escalar a grandes ligas. Aun así le teme a la figura de su padre, quien apareció con comentarios en las redes sociales después de ver la explosión mediática que estaba teniendo su hija. Ella no conoce a la familia de él pero teme que esos mensajes cobren notoriedad y revivir lo que pasaba en el barrio donde todos le creían a su padre porque tenía una “doble cara”.
“Mi papá era capaz de partirte un vaso en la cabeza si no te callabas. Llegó a ahorcarnos y a pegarnos con varilla. Viví un infierno. A medida que fui creciendo dejé de callarme. La marcha del 8 de marzo de este año fue a la primera que fui y donde grité mi historia”, asegura. Y explica que aunque hace dos años están en paz, aún circula el miedo y aparecen indirectamente amenazas de que un día se va a llevar a sus dos hermanitos.
Ahora ella y la Macha pelean a ver cuál de las dos va a comprarle la primera casa a su mamá. Ella la quiere en Capital y la boxeadora en La Plata. “La que se haga famosa antes le debe un auto a la otra”, bromea. Más allá de que su sueño es triunfar afuera del país, su corazón está con su familia -que es su “motor” y por la que daría la vida- y con Solano. “Que se conozca el barrio es un orgullo para mí. Me gusta dar el mensaje de que por más que tengas orígenes humildes es posible soñar alto”.
Fotos: Fabián Uset
Estilismo: Roxana Harris
Concepto digital: Elisabet Correa
Make up/pelo: Belén di Natale
Looks: Artemis, Marcela Daff, La Chica de los Stilettos,
Lali Ramírez, MyM Torres y Rokkus
Video: Martina Cretella
Agradecimiento: a @borellotapiceriaydiseno