Tras poco más de tres meses de la invasión rusa, las historias de vida de los ucranianos que decidieron quedarse en su país siguen sorprendiendo al mundo y generando conciencia sobre el ataque bélico.
En ese sentido, Kot Vasyl y su esposa Evdokia señalan los impactos en su frigorífico de las balas que atravesaron la ventana de su modesta casa en Mala Rohan, una de las aldeas ucranianas donde aún se escuchan explosiones a lo lejos aunque ya fueron liberadas.
Esta pareja de ancianos fue de los pocos que se quedaron en aldeas cercanas a la ciudad de Járkov, la segunda mayor de Ucrania, cuando comenzó la invasión rusa el pasado 24 de febrero.
Ese mismo día comenzaron a impactar proyectiles rusos en Mala Rohan, en esta zona del este de Ucrania cerca de la frontera con Rusia.
MI HEROÍNA
Para Kot Vasyl Semenovych, de 83 años, su esposa es su "heroína", pues durante el mes que la aldea estuvo ocupada por militares rusos no dejó de salir de casa si era necesario.
Él recoge leña junto a un tanque ruso calcinado cerca de su casa. Desde que hace unos días las tropas ucranianas acabaron de "limpiar" la zona de "enemigos", ve como van volviendo algunos vecinos que fueron evacuados.
Kot Vasyl cuenta a Efe que los "ocupantes" robaron en muchas casas, incluso a un matrimonio que apenas le quedaba un par de bolsas de trigo, que después de eso decidió irse con unas pocas pertenencias.
Vuelven algunos, aunque muchas casas recibieron impactos de misiles o los tanques rusos derribaron sus paredes, comenta.
Uno de esos misiles impactó en el huerto detrás de su casa, dejando un enorme agujero que va rellenando con chatarra o tierra "quemada", que ya no sirve para cultivar cebollas o tulipanes.
Un joven que pasa por allí comenta con ironía que quizás puedan aprovechalo como piscina.
Pese a lo vivido, la ocupación de los rusos, los combates con las fuerzas ucranianas para liberarla, ofensivas y contraofensivas luchando por una aldea, algunos no pierden el humor.
A la chatarra que durante años ha acumulado en el corral de su casa ahora se suma un trozo de proyectil, junto al que picotean unas gallinas.
Lo que sí era "nuevo" era el frigorífico, que trajeron hace dos años, pero los rusos en su retirada disparaban a las casas, quizás temerosos de que hubiera escondidos soldados ucranianos, relata.
VOLVER PESE A LA DESTRUCCIÓN
Una vecina suya, Polina, de 59 años, dice a Efe que hace unos días volvió la electricidad y el gas, con lo que más gente va regresando.
Ella se quedó con su madre, en un refugio en su casa, a la que no entraron los rusos ni sufrió daños, aunque desde el primer día de la guerra comenzaron a caer bombas en la aldea.
Dos días después vieron una fila de tanques rusos, que venían desde el río a las calles del pueblo. Luego hubo combates con los militares ucranianos, que recuperaron Mala Rohan el pasado 26 de marzo, recuerda.
Polina rememora como al verse superados muchos rusos se quitaron sus ropas militares y se vistieron de civiles, en un intento de pasar inadvertidos. En esta zona de Ucrania mucha gente habla ruso.
LA RUTA DE LA CHATARRA
Algunos caminos de los alrededores tienen más trasiego que las calles de la aldea. Andriy Poslovich, un estudiante de mecánica de 16 años, es uno de los que busca algo que aprovechar entre la chatarra de tanques y otros vehículos militares rusos.
Incluso entre lo que queda de un helicóptero derribado en medio de un campo de alfalfa, porque poco a poco hay gente que se va llevando trozos.
El joven asegura a Efe que en esta zona rural vivían unas 3.000 personas antes de la guerra, pero solo quedaron unas 300.
A lo lejos se ve una fila de gente que espera para recibir comida, "es ayuda humanitaria", comenta.
Y en los alrededores Vitaly Vitalijovych dirige un equipo de diez trabajadores que intentan reparar una estación eléctrica, parcialmente destruida en los combates, pues un vehículo militar ruso ahora calcinado estuvo estacionado al abrigo de esta infraestructura.
Llevan cuatro días trabajando, sin descanso, y les queda algunos más, para devolver la electricidad a varias poblaciones de esta zona agrícola.
Pero a otras aún no pueden llegar: el frente de guerra está cerca, a unos quince kilómetros, y se escuchan las explosiones.