Una tapa histórica
El 6 de agosto de 1981 salió el número correspondiente al 16º aniversario de GENTE, con fotos exclusivas del casamiento y la luna de miel de Carlos y Diana. La historia recién comenzaba y la mirada pícara de la princesa de 20 años ya estaba inmortalizada en una de las portadas más leídas (y coleccionadas) de Sudamérica.
“La boda del siglo”
Así la llamaron en aquel momento los medios, y no se equivocaron. El miércoles 29 de julio de 1981 el planeta pareció detener su gira, y durante 240 minutos no hubo ser que no quisiera espiar desde algún monitor lo que ocurría en el interior de la Catedral de San Pablo: el paso de los guardias reales, los pajes, los invitados y, por supuesto, la entrada de la novia envuelta en una nube de seda, tul y encaje de color marfil debido a un velo que no levantó hasta que el arzobispo de Canterbury, Robert Runcie, finalizó la ceremonia.
Entonces sí, su cara sonriente y sus chispeantes ojos celestes estuvieron tan a la vista como el corte de su icónico vestido. El mismo fue confeccionado por David y Elizabeth Emanuel, dos diseñadores emergentes que, años después, confesaron que el largo de su impactante cola de tafetán –de ocho metros– se debió a una búsqueda intencionada de romper el récord preexistente de en un casamiento royal. Y lo consiguieron: fue un metro y medio más larga que la cola de su predecesora.
Corresponsal de GENTE contó todos los secretos del backstage del casamiento eal
Lejos del público, los miembros de la familia real se acercaron al salón del trono del Palacio de Buckingham para sacarse las fotos oficiales. Entre toma y otra, descubrimos una curiosidad: en la foto de arriba, Carlos y Diana están a la misma altura, lo cual tiene sentido, ya que ambos medían 1.78 metro; pero en la de abajo, cuando se utilizaron tarimas y escalones para ubicar a los diversos familiares, el heredero de la corona quedó un poco más alto que su flamante esposa.
Un desnivel que no quedó aislado, ya que, con el paso del tiempo, se repitió en cada retrato oficial que la pareja protagonizó. Si bien no hay ninguna publicación oficial de la casa real británica que diga que el hombre debe verse más alto, hay quienes lo atribuyen a una cuestión de protocolo. María Marta Marta Zavalía, agente de la marca Valentino en Argentina, comentó en su momento los looks de las madres de los novios.
Dijo: “La reina Isabel II usó un sombrero con flores violetas y celestes, y un vestido de gasa celeste, plisado, con canesú y abotonado adelante, y la madre de lady Diana fue una de las mejor vestidas, con capelina y un conjunto azul francia”.
¿Qué es una boda sin un souvenir?
Los fenicios del merchandising se apropiaron de todo objeto visible y remeras, bolsos, tazas, percheros, copas, platos, portarretratos, banderas, relojes, monedas, llaveros, binoculares, pulseras y pines se podían comprar en cualquier esquina, por entre una y diez libras. Y se consumía todo.
Tanto, que podían beberse cócteles con los nombres de los príncipes, o degustar un menú por seis libras bautizado “El festín de los novios”. Además, las peluquerías peinaron con entusiasmo a miles de clientas `a lo Diana´, y fueron cientas las que pidieron su corte de pelo. ¿Más? Sí, más. Salió a la venta una serie de estampillas con sus caras y, por cincuenta dólares, cualquier joven podía conseguir una copia del anillo de compromiso (el original era de zafiro y diamantes) de la princesa de Gales. Para aquellos fanáticos que estaban dispuestos a invertir doscientos dólares, se confeccionaba a medida una copia del traje de cinco mil dólares que Carlos lució en su casamiento.
Diana y Carlos a cinco meses de comprometerse
Diana y Carlos caminaron del brazo hacia la carroza que los llevó de regreso a Buckingham Palace. Primero subió ella, después él le alcanzó su enorme ramo de flores, y luego ambos comenzaron una recorrida inolvidable: durante tres kilómetros los novios recibieron el afecto de las dos millones de personas que se habían acercado para verlos, para decirles que los querían y para desearles el “felices para siempre”, como corresponde a una unión que muchos creían salida de un cuento de hadas.
En este trayecto, las cámaras captaron una y otra vez la centelleante tiara de brillantes que la princesa de Gales llevaba delante de su velo. La misma, llamativamente, era una reliquia que nada tenía que ver con la realeza, ya que fue Lady Cynthia Hamilton, la abuela de Diana, quien la recibió como regalo en su propia boda. Un dato que no pasó inadvertido en la otra carroza que también circuló esa tarde por las calles de Londres: en la misma viajaban la reina, Isabel II, y el conde Spencer, el padre de la novia.
La luna de miel de Diana y Carlos, ¿fue feliz?
Tras la boda, la primera aparición pública de la pareja tuvo lugar en el peñón de Gibraltar, donde Diana lució un vestido de seda blanco con estampado floral de Donald Campbell, y Carlos se mostró un poco más tímido. Los saludos, la pompa y la ceremonia duraron 105 minutos.
Luego, los recién casados se embarcaron en el Royal Yacht Britannia para comenzar a disfrutar un atípico crucero por el Mediterráneo. Durante dos semanas, y junto a 276 marineros (la tripulación del barco), los jóvenes comenzaron su vida conjunta.
“Carlos llevó sus acuarelas, algunos lienzos y una pila de libros del autor sudafricano Laurens van der Post que, esperaba, pudiera compartir con su flamante esposa, para discutirlos por las tardes” –escribió la inglesa Penny Junor en la biografía de Diana–, y añadió: “Pero fue un desastre y sólo sirvió para demostrar que tenían muy poco en común”. A la derecha: un mapa que muestra el recorrido que hizo el yate.