"Siempre me gustaron la historia y los mitos, pero cuando vi la película Indiana Jones y los cazadores del arca perdida algo dentro mío se encendió: me fascinó esa búsqueda de un tesoro y de un pasado”, arranca contando Andrea Zingarelli (55), doctora en Historia, egiptóloga y profesora de Historia General 1 (Antiguo Oriente y Egipto) y jeroglíficos de la Universidad Nacional de La Plata.
Andrea Zignarelli habla y nos deja boquiabiertos al exclamar: “Claro que ahora miro la película y me doy cuenta de que tiene un montón de errores históricos, porque las tomas de Egipto se hicieron en Túnez, en los mismos set de Star Wars, y lo que buscaban era el Arca de la Alianza, que tiene un sentido vinculado al Antiguo Testamento y nada que ver con Egipto”.
–Desde Buenos Aires, a 11.582 kilómetros de distancia de ese país, vos, con apenas veinte años, pasaste horas y horas estudiando egipcio antiguo. ¿Qué fue lo que tanto te atrapó de Egipto
–Su construcción de la vida después de la muerte, las representaciones de los dioses y de los faraones, que elaboraron un sistema de escritura ideográfico fonético, y que hayan sido uno de los primeros estados en la historia de la humanidad en durar tanto tiempo: ¡fueron 3.000 años! O sea, me atrajo el mix de aventura y de ciencia.
–Metámonos de lleno en tal aventura: ¿En qué año pisaste por primera vez esa tierra de médanos que tanto imaginaste?
–En 1995, y fue una experiencia impactante. A Qantara, un pueblo bastante destruido (fue bombardeado) que está cruzando el canal de Suez, llegamos cuatro mujeres, sin tener ni una cama ni una silla, para hacer un trabajo intenso de campo en Tell el-Ghaba, a 15 kilómetros. Y pronto conocimos un nuevo mundo. En lo laboral, porque aprendí un montón sobre el trabajo arqueológico, y en lo personal, por compartir la experiencia de permanecer en un lugar muy lejano, con otras costumbres y manejos y una cultura radicalmente diferente. Encima en esa época no había Internet, así que sólo nos comunicábamos con nuestros amigos y familiares por carta.
–¿Qué otros recuerdos tenés de esos tiempos?
–Bueno, por ejemplo, que en 1996, cuando ya éramos un grupo más grande, armamos una trinchera de 10 metros por uno, y estuvimos varios días excavando sin suerte hasta que apareció el ángulo de una fortificación. ¡No te puedo explicar lo que fue la emoción que sentimos! Eso nos dio ánimos para seguir –y descubrir amuletos, cuencas de telar, cerámicas y una pieza de oro–. La noticia salió en la primera plana de todos los diarios del mundo.
–Y después de eso, ¿cómo fue volver a la transitada Buenos Aires?
–Me costó regresar y reajustarme, porque se trató de un antes y un después en mi vida. De hecho, a partir de ahí fui a todas las campañas que se hicieron en Sinaí hasta 1998, cuando se armó un proyecto en Luxor en la tumba de Neferhotep (la TT49, tal el término oficial). Y fue una experiencia muy distinta, porque Luxor es una ciudad turística y había otras opciones para movernos, comer o lo que sea.
–¿Te sentías más segura?
–Sí, pero quizás era una cosa más interna, una sensación, porque estábamos en un lugar donde había gente de todo el mundo. Fue distinto. El trabajo también, porque en la tumba no excavamos. Lo que hicimos fue un relevamiento de los textos jeroglíficos y de las imágenes, y trabajamos para que se conserve el lugar a lo largo de las próximas generaciones.
–¿Cuánto tiempo estuviste en esa tumba?
–(Ríe)… Ahí se sigue trabajando. Es un proyecto que lleva más de dos décadas. Yo fui por última vez en 2005. Después tomé la decisión de ser madre y me dediqué a hacer otro tipo de cosas: entre otras cosas, asistí a congresos internacionales, dirigí un proyecto de estudio de estelas (monumentos en piedra con inscripciones e imágenes) y participé en el libro Relatos del antiguo Egipto. Hasta 2019, cuando retomé el trabajo de campo con el proyecto TT318 Amenmose, que dirijo.
–¿Conocías a Amenmose, el noble tebano?
–No conocía su historia, pero me acordaba de haber visto, en un manual, un dibujo de una de las escenas agrícolas que decoran sus paredes.
–Imagino que ahora sabrás bastante más sobre él… Bah, ¿él sigue ahí?
–¡Esa es una muy buena pregunta!, porque todavía no se encontró el sarcófago o el ataúd. El espacio consiste en dos salas todas decoradas. El pozo funerario podría estar en la que vendría a ser la capilla, donde se encontraron su estatua y las de su esposa y otra pareja, que podrían ser sus padres. Igual, nosotros todavía no vamos a hacer nada al respecto: primero queremos proteger las pinturas.
–Hablar del pozo funerario sobre el que están trabajando me lleva a una duda: ¿Allá se habla de los espíritus de las momias como en las películas?
–Con Tutankamón se crearon muchos mitos acerca de las maldiciones. Que las maldiciones están escritas en algunas criptas es verdad, pero eso tiene que ver con que no querían que las usurparan o las saquearán, cosa que igual sucedió.
–¿Y no te da miedo saber que alguien dejó una maldición grabada en piedra?
–Digamos que me queda claro que hay que tener respeto por las momias.
–O sea, encuentran el sarcófago de Amenmose, ¿y no lo abrís?
–Ahora hay técnicas muy modernas, como tomografías, que permiten conseguir muchísima información. Por lo que no se necesita abrir un sarcófago. Igual, seguro vamos a encontrar varias momias porque en las tumbas vecinas se encontraron muchísimas. ¡Está lleno!
–¿Vos las ves?
–Sí. De hecho, cada vez que ingresamos pasamos al lado de un montón de cajas de momias, porque, como nuestra entrada actualmente está tapada, debemos arrastrarnos desde el sepulcro de al lado por un hueco muy pequeño de 50 centímetros por 39. Pero no me da cosita, para nada, creo que ni lo pienso.
–Me quedé pensando en esa cripta oscura… ¿Fuiste la primera en entrar?
–Sí. Nos habían dicho que podía haber alimañas o cualquier cosa, porque estuvo cerrada durante cuarenta años, pero no tuve ningún problema. Era tanta la emoción de entrar, que me zambullí de una con mi linterna en ese espacio de 3.500 años de antigüedad.
–En algunas fotos se ve que tanto vos como tu equipo usaron barbijos. ¿Por el Covid?
–No. Los mamelucos de protección y las máscaras con carbón activado las usamos para protegernos de los hongos y otras partículas. Igual, ya que lo mencionás, ¡menos mal que el virus empezó a transitar desde noviembre de 2019!, porque nosotros estuvimos trabajando del 20 de enero al 20 de febrero de 2020 y nos hubiera dado un poco de impresión que coincidiera.
–Se evitaron innumerables memes pidiendo que dejen de abrir cosas de antiguos milenios y faraones.
–¡Exactamente! (ríe)
–¿Cuándo vuelven a la aventura?
–Ya nos otorgaron un permiso para trabajar todo 2022. Generalmente vamos en enero, por una cuestión estratégica ya que, al ser vacaciones en Argentina, nadie tiene problemas con sus otros trabajos. Igual, lo que hagamos dependerá de la pandemia, de las restricciones, de las vacunas y de los fondos que tengamos. No todo es aventura. O sea, es alucinante vivirlo, pero no resulta tan sencillo: los casi treinta personas que vamos sacrificamos tiempo con nuestras familias, y ahorros, detrás de un sueño.
–Para muchos es una sorpresa que haya dos misiones argentinas en Luxor. ¿Cómo creés que repercute?
–Creo que es más que positivo. Porque ayuda a la relación diplomática entre los países y porque el nuestro está contribuyendo a preservar un sitio que es patrimonio de la humanidad… ¿Qué puede ser mejor que eso?
¿Cómo trabaja su equipo?
“Lo hacemos por grupos de dos o tres personas. Primero, porque la tumba es chica y no hay mucho aire, y después, para cuidar las pinturas ya que, cuando nosotros entramos, la temperatura y la humedad suben. El acceso lo repartimos por tareas: hay un equipo que trabaja con la fotografía digital, otro que hace el relevamiento de los daños y deterioros de las paredes y planea un sistema para protegerlas, y un tercero dedicado a recolectar los textos, porque, como esta tumba nunca se publicó, tenemos la gran tarea de hacer traducirla y darla a conocer.”
¿Quién es el habitante de la cripta egipcia que están investigando?
“Amenmose vivó en torno a los años 1479-1458 A.C. y tenía un título de cantero de Amón o trabajador de la necrópolis de Amón (Amón era el Dios más importante en esa época): estaba a cargo de la decoración de las tumbas y fue tan importante para la época, que le concedieron una. En las paredes se lo ve joven, controlando con un bastón unos trabajos agrícolas y adorando a los dioses. Según los dibujos, su esposa era más alta que él, algo atípico de encontrar en una representación. También se sabe que tuvo un hijo y descubrimos en 2020 que era padre de una niña a la que alguien arrancó o cortó su imagen. Arriba, en el jeroglifico, dice: ‘Su hija, su amada’, y en otra parte hay unos piecitos de mujer que reconocimos porque en esos tiempos pintaban la piel de las mujeres de amarillo y la de los hombres de un tono más rojizo-amarronado”, cuenta la directora del Proyecto Amenmose, que, como sus compañeros, pagó de su propio bolsillo el pasaje para ir a descubrir, estudiar y preservar una fracción de la historia de la humanidad.
Por Kari Araujo
Retoque digital: Gustavo Ramírez
Fotos: Gentileza Andrea Zingarelli
Agradecemos a @ProyectoAmenmose (proyectoamenmose1.webnode.es), a la arqueóloga Eva A. Calomino (UBA-CONICET), a las autoridades del Ministerio de Antigüedades y Turismo, a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, y a las embajadas de Argentina en Egipto y de Egipto en Argentina