La actual crisis asociada al coronavirus ha impuesto en todas las sociedades un forzoso distanciamiento social, con el propósito de atajar la progresión de la infección.
El término consensuado para acuñar esta medida de seguridad sanitaria alberga connotaciones profundas. Sugiere algo más que una simple separación física. Subraya, implícitamente, la ruptura entre el individuo y sus relaciones interpersonales.
La soledad es un sentimiento muy complejo. No se reduce al número de personas que nos rodean, sino que depende del tamiz de la percepción subjetiva. Su impacto potencial sobre la vida emocional puede ser demoledor. De hecho, constituye uno de los resortes explicativos más importantes para entender el creciente sufrimiento psicológico que se aprecia en la población.
Existe abundante información sobre la íntima asociación entre la soledad y el bienestar, así como sobre su contribución a la aparición de trastornos de ansiedad y del estado de ánimo.
También empiezan a brotar investigaciones que postulan su papel en el insomnio, la fatiga y la violencia relacional durante este periodo crítico.
Por eso, ante una situación tan demandante como la actual, el apoyo social se alza como un elemento clave, pues es bien conocido su efecto como mediador entre el estrés y numerosos problemas psicológicos. En este artículo exploraremos por qué ciertas personas pueden requerir más apoyo que otras en el contexto en que vivimos.
La necesidad de apoyo social durante la crisis
Existen una serie de grupos sociales particularmente vulnerables ante las imposiciones de la crisis sanitaria. En todos los casos que se indicarán, disponer de una buena red de apoyo social puede impactar positivamente en la salud física y emocional, minimizando cualquier riesgo inherente a la soledad indeseada.
Destacan, en primer lugar, quienes padecen enfermedades graves o crónicas, físicas o mentales, y que durante estos últimos meses han visto acentuada la incertidumbre sobre su salud.
También los cuidadores informales de personas dependientes evidencian necesidades adicionales de soporte. Estas se suman a las que se desprenden de sus ya arduas responsabilidades en condiciones ordinarias.
Además, los adolescentes y las personas mayores pueden padecer más intensamente el impacto del aislamiento. Este último colectivo es probablemente el que requiere más apoyo del entorno. De hecho, existen sólidas evidencias de que tal situación acentúa su declive físico y cognitivo (o que incluso puede contribuir a la irrupción de ideas suicidas).
Asimismo, es esencial destacar que el aislamiento ha incrementado los niveles de violencia interpersonal. Esto facilita la aparición de conflictos relacionales de diferente naturaleza y magnitud. De tal forma, quienes en este contexto han padecido agresiones en cualquiera de sus formas, precisan un especial apoyo social. El objetivo es minimizar sus resonancias futuras sobre la salud.
Por último, no debemos olvidar a los profesionales sanitarios y a las personas que viven en situación de exclusión social, pues hoy más que nunca requieren el apoyo de todos.
No todos necesitamos apoyo social en igual medida
Una vez reseñados los grupos que requieren mayor apoyo social, es prioritario señalar que no todos los individuos lo necesitan de igual manera (con independencia de que pertenezcan o no a los citados colectivos).
Existen una serie de dimensiones de personalidad, estilos cognitivos y estrategias de afrontamiento que modulan nuestras necesidades sociales. Algunos de los ellos serán abordados en esta sección. En líneas generales, la confluencia de dimensiones estructurales y de factores individuales articularía el eje sobre el cual orbitarán las necesidades de apoyo social en estos momentos de crisis.
En primer lugar, las personas con dificultad para regular sus emociones tienen una mayor necesidad de apoyo social. Sobre todo, de tipo afectivo. Esta problemática (compartida por numerosos trastornos mentales) se expresa en forma de intolerancia a los sentimientos que se juzgan subjetivamente como difíciles. Además, suele acompañarse de intentos por evitar las situaciones asociadas a ellos.
Dado que la soledad de esta crisis es difícilmente eludible, existe el riesgo de que evolucione hacia una nociva sensación de indefensión.
En la literatura científica también se describen determinados estilos de procesamiento cognitivo que precipitan una mayor necesidad de apoyo. El que ha recibido más atención es la dependencia de campo. Esta se atribuye a quienes analizan la información del ambiente de una manera general u holística (no deteniéndose en los detalles que componen el estímulo perceptivo). Se considera que quienes lo ostentan tienden a buscar ayuda social con más ahínco que los independientes de campo.
En lo relativo a la personalidad, se sabe que los sujetos con elevada extraversión (uno de los rasgos con mayor respaldo empírico) tienden a socializar en mayor medida que quienes son más introvertidos.
Esta dinámica de aproximación social se vincula con emociones agradables en condiciones normales. Sin embargo, puede revertirse tal efecto cuando las relaciones personales se hallan profundamente restringidas.
Respecto a las estrategias de afrontamiento, destaca fundamentalmente la que se conoce como actitud resiliente. Se trata de una forma general de afrontar la adversidad existencial, una fortaleza humana que permite extraer aprendizajes significativos en los momentos de mayor dificultad.
Cuando la resiliencia es deficiente existe un riesgo acentuado de padecer trastornos derivados del estrés. Ello supone un factor de vulnerabilidad que puede suavizarse con apoyo social.
Por último, el desconocimiento sobre el uso de las nuevas tecnologías (redes sociales, sistemas de mensajería, videoconferencias, etc.), como estrategias de afrontamiento dirigidas a compensar la ausencia de contacto “cara a cara”, puede ser también una variable muy importante a considerar.
En conclusión, todas las personas necesitamos la cercanía de otros, en mayor o menor medida, y especialmente el apoyo emocional que los demás nos pueden brindar. No obstante, es esencial ser más sensibles a las necesidades individuales de quienes pudieran precisarlo considerablemente, con el objetivo de tender puentes que minimicen las resonancias psicológicas del actual distanciamiento social.