En el actual contexto pandémico, la demanda de prostitución en España, primer consumidor de sexo comercial en Europa, no ha cesado pese al riesgo para la salud y la vida de ellas/os.
Hoy por hoy, la industria sexual es un mercado enormemente globalizado, con un auge en sus beneficios económicos similares a la droga o a la industria armamentística.
Es importante subrayar que España no solo es el primer consumidor de servicios de prostitución de Europa, sino también el primer destino de las víctimas, especialmente mujeres y niñas, destinadas a la explotación sexual.
La prostitución, además, es “cosa de hombres”: el 99,7 % de las personas que solicita estos “servicios” son varones, frente al 90 % de las personas que trabajan en prostitución, que son mujeres (EUROSTAT 2018).
En este sentido, las lógicas del capital se traducen en la forma en que operan en el cuerpo de las mujeres, siendo puteros (N. de E.: como se denomina a hombres vinculados a la demanda de servicios sexuales) y dueños de la industria sexual los beneficiarios de un sector que roza el ámbito de lo criminal.
Una oferta transformada
Según un trabajo de campo que hemos realizado en los últimos meses en el que hemos entrevistado a diferentes ONG, a mujeres prostitutas, a diferentes asociaciones y hemos entrado en chats de puteros, durante la pandemia, el negocio de la prostitución se ha replegado a nuevos espacios más discretos y de mayor clandestinidad para seguir ofertando sus servicios. Si bien es cierto que el volumen de actividad sufrió una considerable reducción, es innegable que la demanda de este tipo de servicios ha permanecido y su oferta se ha transformado.
Por un lado, se ha concentrado en pisos particulares o mediante la organización de fiestas privadas y, por otro, se ha recurrido a las videollamadas a través de webcams o a la pornoprostitución, nuevas prácticas en streaming en las que el “putero online” paga para que otro realice las prácticas sexuales con la mujer prostituida.
Más vulnerabilidad en el confinamiento
Es indudable que el impacto del confinamiento se ha traducido en un incremento de la vulnerabilidad y explotación de las mujeres en prostitución, que han sufrido situaciones de extrema necesidad alimentaria y habitacional y el aumento de sus deudas con tratantes, proxenetas y explotadores, por lo que se han visto obligadas a aceptar prácticas con clientes que en tiempos precovid nunca habrían aceptado.
El contraste que se produce entre la banalización de la demanda de sexo comercial frente al dramatismo de la situación de las mujeres en prostitución invita a la reflexión en torno a este fenómeno en el que la perspectiva de género no se puede obviar, y en donde la feminización de la pobreza y la denominada “pedagogía de la crueldad” ocupan un papel central.
Semiótica y ausencia de empatía
La semiótica sexista, auspiciada por gran parte de la industria cultural, de los medios y de la pornografía mayoritaria, modela a las personas para la baja sensibilidad, para la baja empatía hacia el sufrimiento ajeno, hacia un individualismo y un encapsulamiento muy cercano a lo que Hannah Arendt identifica con la banalidad del mal y el totalitarismo, y que permite funcionar adecuadamente en ese orden consumidor y cosificador de vida.
En este sentido, toda relación humana es susceptible de convertirse en una mercancía a través de la cual la vida se transforma en cosa.
Si las investigaciones precovid en torno al perfil sociológico señalaban la inexistencia de un arquetipo concreto –todas las edades, clases sociales, niveles formativos, ocupaciones, ideologías políticas y situaciones sentimentales–, sí se identificaron distintos acentos discursivos en la narrativa “putera”: relato misógino (cosifica a la mujer), relato amigo (empatiza, pero no politiza), relato consumidor (compro lo que se vende) y el relato crítico (arrepentido), en una escala gradual de subhumanización de las mujeres.
Durante el periodo pandémico no se ha producido un punto de inflexión que termine con estas lógicas de la crueldad, frente a las lógicas del cuidado derivadas de la situación de fragilidad vital que todas/os hemos experimentado, según las conclusiones obtenidas en nuestro trabajo de campo.
Antes y durante el período covid
En efecto, el comportamiento de los puteros durante los meses de confinamiento ha continuado siendo similar al periodo precovid –demanda compulsiva, trato vejatorio, regateo de precios, nuevas modalidades prostitucionales, etc–, alentado y promovido por el aparato publicitario de la industria sexual: la pornografía mainstream que empresas como Pornhub, ofertaron gratuitamente al inicio del confinamiento.
La masculinidad patriarcal confinada ha resultado ser temeraria, irresponsable, egoísta e insolidaria. Este hecho demuestra la fortaleza actual del mandato de masculinidad tóxica y la hegemonía de un modelo de hombría fallida en su humanidad, incompatible con el momento de vulnerabilidad vital que estamos sufriendo como sociedad.
Debemos instalar otra “gramática de la socialidad” que desmonte, con la colaboración de los hombres, el mandato de masculinidad hegemónica cruel y letal y se inicie un nuevo contrato sexual a través del camino de los afectos que trabaje a favor de la equidad y de los derechos humanos.
Águeda Gómez Suárez es socióloga y trabaja en el Departamento de Sociología, Ciencia Política y de la Administración y Filosofía de la Universidade de Vigo (España). Este artículo fue originalmente publicado por The Conversation.