"La especie humana necesita del contacto físico, al menos durante tres segundos cada 30 minutos", afirma Hugo Lescano, director del Laboratorio de Investigación en Comunicación No Verbal y consultor externo de la OEA (Washington DC), al tiempo que analiza la nueva recomendación de la OMS de no saludarnos ni siquiera con el toque de codos.
Hace apenas horas, la Organización Mundial de la Salud volvió a reiterar la recomendación de evitar saludarnos con el toque de codos, ya que para ese tipo de saludo necesitamos acortar la distancia a menos de un metro, acrecentando de ese modo las probabilidades de contagio.
Obligados a prescindir del contacto físico como forma de mostrar afecto o empatía, hemos agudizado nuestro ingenio, proponiendo en algunos casos un toque de nuestras extremidades inferiores (chocando los zapatos), codos o simplemente guardando la incómoda distancia social, con un movimiento de manos.
El miedo, la vergüenza y la culpa siguen siendo las tres emociones básicas universales que con mayor frecuencia aparecen impresas en los rostros y el cuerpo de quienes se ven obligados a transitar los espacios públicos de todo el mundo en plena pandemia. Miradas esquivas o cuerpos ladeados de perfil al cruzarse, como si quisieran negar la presencia del otro, que resulta amenazante y contagiosa.
¿Miedo a ser víctima del contagio y contagiar a nuestras familias y amigos? ¿Culpa por aparecernos en espacios públicos ante tantas recomendaciones de “quedarnos en casa”? ¿Vergüenza por estar en calles o plazas muchas veces de manera innecesaria? No lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que el cuerpo expresa con precisión estas emociones, que comienzan a cristalizarse como códigos comunicacionales principales, transformándose paulatinamente en la centralidad de nuestro lenguaje corporal. En este contexto, el saludo social estrechando la mano, el beso y el abrazo prácticamente están desapareciendo como formato comunicacional en todo el mundo.
Nuestra especie necesita del contacto físico, al menos durante tres segundos cada 30 minutos. De ese modo se produce el intercambio de información afectiva. Un apretón de manos, una palmada o el contacto de nuestro rostro en el rostro de nuestro interlocutor para saludar con un beso, nos permite ampliar los canales de la comunicación empática y sensorial.
El contacto piel con piel es el modo en que nuestro cerebro identifica texturas, temperatura. La presión ejercida por nuestras manos al saludar también sirve como termómetro para realizar una primera evaluación sensorial de quienes se encuentran con nosotros. Asimismo, cuando nos acercamos para saludarnos, percibimos el calor humano, que promueve de manera inconsciente una mayor afectividad a la hora de hacer negocios o entablar una comunicación de cualquier tipo.
Todos estos recursos han sido jaqueados por la pandemia. Hace pocas horas, la OMS alertó nuevamente sobre los riesgos al tocarnos los codos debido a que es necesario, para ese saludo, acortar la distancia a menos de un metro, lo que amplía la posibilidad de contagio. Científicos y políticos de países como Alemania, Francia y Estados Unidos proponen evitar estrecharnos las manos por al menos dos años.
Es así que los saludos más apropiados en estos tiempos de pandemia quizá sean los que aplican en países asiáticos, donde la cultura restringe desde hace siglos el contacto físico, reservándolo para circunstancias excepcionales. La reverencia de China, el choque de puños de Irán, las manos en posición de ruego con leve inclinación de la India (Namasté), parecieran ser las mejores opciones en términos de profilaxis.
¿Qué secuelas quedarán en nuestros comportamientos? ¿Qué pasará cuando ya podamos interactuar sin barbijo? ¿Nos quedará el barbijo del miedo en nuestra piel? ¿Seguiremos evitando el contacto físico y las proximidades? ¿O nos sumergiremos en abrazos y apretones de manos, recuperando esa “vieja normalidad” tan anhelada de la que no éramos plenamente conscientes?
Mientras buscamos respuestas a estos interrogantes, sólo nos queda aprender estrategias corporales, procurando complicidades con guiños sutiles, ensayando sonrisas con nuestros ojos o enfatizando movimientos kinésicos que puedan ser comprendidos por nuestros interlocutores.
Sea cual fuere la normalidad que nos aguarda en el futuro y podamos tallar en este presente por ahora sombrío, nos queda confiar en nuestro lenguaje corporal porque, como siempre decimos en nuestro laboratorio, nuestro cuerpo no sabe mentir.
Producción: Leo Ibáñez
Instagram: @hlescano