La exsupermodelo explica porqué “no soy amiga de mis hijos” y cómo les enseña hasta “hacerse el cuarto solos”. Además, cómo desarrolla su costado social y cómo es la cuarentena íntima con Alejandro Gravier, con quien cumplió 22 años de casados.
La cocina, a esta altura de la cuarentena, es el verdadero corazón de la casa “La Barranca”, en Acassuso –al norte del Conurbano– donde eligieron pasar el confinamiento Valeria Mazza (48) y Alejandro Gravier (58) junto a sus cuatro hijos –Balthazar (21), Tiziano (18), Benicio (15) y Taína (12)–. Allí donde la ex supermodelo, filántropa (es madrina de Olimpíadas Especiales y participante activa de Convidarte preparando viandas) y emprendedora –hoy continúa con su propia línea de gafas– se luce por igual, tanto con “la torta Valeria” como con un recetario clásico que incluye desde polenta con queso a milanesas.
Su buena mano devenida en chef la conoceremos cuando nos sirvan empanadas de carne y tartas varias, incluida la de jamón y queso, predilecta de Gravier, que recomendará con ahínco luego de tomar sol y bajarse de la bicicleta fija. “Si hablaste con Taína es como si ya hubieras hecho la nota, ¿o no?”, preguntará Valeria no tan retóricamente. Es que la más pequeña del clan, quien disfruta de saltar en la cama elástica, musicalizar el shooting y poner orden para que los “Bichón Frisé” Sol y Luna no se coman todo, nos mostrará su Tik Tok privado y contará en primera persona cómo fue su singular encuentro con otros niños en La Cava. “Me llevó mi mamá, porque estábamos estudiando el tema pobreza y qué mejor que conocer su realidad. Así que fuimos en grupo con mis compañeros y les hicimos preguntas”, relata, recordando luego que “una chica decía que le gustaba Shawn Mendes”.
Sin límite de tiempo y primero en el comedor diario, con la taza de té caliente servida por ella, y luego en el playroom –donde se juntan a terminar de ver Gossip Girl y disfrutaron de The English Game–, charlamos sobre la responsabilidad social de los que más tienen, cómo cría a sus hijos “para que empaticen con la gente”, de la higiene virtual de noticias para no sobreinformarse ni “contar muertos” y cómo resulta vivir todos juntos puertas adentro, cuando lo que más hacen es viajar.
–La cuarentena tuvo muchas etapas y fuimos viendo, a través de tu Instagram, varias reconversiones. ¿Cómo fue ese vaivén emocional?
–Al principio sentí que era la oportunidad de hacer esas cosas que siempre postergamos, como disfrutar nuestro tiempo en familia. Y de mostrar en redes sociales cosas que tienen que ver con mi trabajo –como eventos y red carpets–, pasé a compartir cosas que pasaban adentro... porque era lo único que pasaba. Por eso la gente se sorprendió con el tema de la cocina, pero es algo que siempre me gustó y ahora le dediqué tiempo. Después de un mes y medio empecé a pensar qué podía hacer y arranqué con los Vivos, que me mantuvieron re entretenida.
–Eligieron quedarse en el país pudiendo atravesar la pandemia en algún otro destino...
–Exacto. Fue una decisión. Más tarde empezamos a ver la posibilidad de ir al Sur –yo ya tenía allí a dos de mis hijos, que se habían ido por el tema del ski–, cosa que no se dio. Yo no quería ningún permiso especial, así que seguimos quedándonos acá. Suspendí los Vivos por un tiempo y me agarró un bajón... Y hay que bancarlo, porque todo es una montaña rusa de emociones que sube y baja, incluso en el mismo día. Nosotros somos de estar siempre juntos y viajar mucho en familia, así que no es nuevo estar solos los seis.
–¿Cómo se dio la distribución de tareas?
–Todos hacen todo, cada uno las cosas que le gustan más. A Taína y Balthazar les atrae más la cocina y a los otros no tanto, pero Benicio es el que está siempre listo para tender la mesa. Todos aprendieron a hacer su cuarto y pasar el trapo. ¡Hasta hubo clases!
–Vos sí lo has hecho siempre, ¿verdad?
–Obvio, soy de esa generación. De las que crían para “ser una buena mujer”, y eso significaba saber coser, tejer, bordar, limpiar y planchar. En mi casa me enseñaron a hacer todo. Por eso, para mí es fundamental que los varones también aprendan.
–Claro. Los viejos mandatos ya fueron.
–Exactamente. Además, la manera de ser independiente es saber autoabastecerse. Que no tengas que depender de otra persona para tener todos los botones de la camisa. Les doy ejemplos así: no dependas de otro para comer algo rico, tienen que poder resolver solos. Y eso se traslada a todos los ámbitos, claramente. Desde chicos ya han viajado solos. Les hemos dado independencia, haciéndoles sentir la responsabilidad que conlleva la libertad.
–Muchos pueden pensar que ellos tienen las cosas fáciles...
–No, no, fácil no la tienen. Porque justamente es lo que no me interesa. Al contrario, quiero que aprendan. Y que cuando no puedan y necesiten, nosotros estamos. Además, cada uno con el colegio y sus rutinas tienen sus obligaciones, de 8:15 a 16. Si vos reproducís lo que yo digo seguramente la gente diga: “¡Qué bruja, pobres chicos!”. Pero no les quiero evitar la angustia. Creo que tienen que vivir sus propias experiencias y me gusta ponerles límites y pautas, con mucho amor.
–¿Suelen ser confidentes con vos?
–Sí. Les hemos dedicado tanto tiempo de chicos que hoy, ya adolescentes, comparten mucho con nosotros. Nos juntamos a ver series, salimos a correr... hasta hacemos gimnasia juntos.
–¿Te enganchaste con Tik Tok, como Taína?
–Para ella es todo y le fascina. Trato de seguir las coreografías y nos reímos mucho. Ahí es cuando vos jugás ridiculizándote con ellos, y te pueden enseñar y se da el compañerismo. Pero siempre sin perder el rol de mamá: yo no quiero ser su amiga.
–¿Es más difícil criar a una mujer en estos tiempos?
–Hoy todos los temas los tratan con naturalidad, desde que tienen acceso a la información, en el colegio y con amigas. Desde la sexualidad a la alimentación –otro tema clave en las mujeres– el bullying, la equidad... Charlamos mucho acerca de situaciones que no le hayan gustado, de maltrato o abuso verbal. A mí no me da miedo que pasen esas cosas, porque viene y me las cuenta. Siempre les digo que tienen que hacerse respetar, aprender a mantener sus valores y a decir que no.
–¿Qué situaciones, por ejemplo?
–Muchas veces los chicos, por querer pertenecer, aceptan algo y no hacen respetar lo que piensan. Hay quienes se complotan para hacerle algo a otro, y si se dan cuenta que está mal, está bueno que aprendan a decir que no. Insisto en que si ven a alguien que se está equivocando, se focalicen en hacer que cambie de opinión y actitud. En la vida siempre es más fácil decir que sí, sumarte y callarte la boca, que tratar de imponer lo que vos pensás. Ya desde chiquitos trabajé con ellos la idea de ponerse en el lugar del otro. Soy muy de corregir. Siento que hoy, que son adolescentes, empiezo a ver la cosecha.
–¿Sos de las que defenderían a sus hijos ante cualquier razón?
–No, para nada. Si yo no soy capaz de reconocer el error de mi hijo, tampoco puedo pretender que él lo reconozca. Y está buenísimo no tener vergüenza y saber pedir perdón si es necesario. Si se equivocó, punto. Son chicos, están aprendiendo y les va a pasar.
–Hoy comprobé los TOCs que comentabas de Alejandro. Terminamos la producción y se puso a ordenar todo. ¿Cómo se convive con sus obsesiones? ¿Crecieron con la cuarentena?
–Hace 30 años que estamos juntos: ocho de novios y 22 de casados... Él no es que se queja: corrige, como lo viste recién. Nos reímos... Sabemos que ya no cambiaremos, y si lo hacemos será para peor.
–A algunas parejas les generó conflictos. ¿Ustedes vienen invictos?
–Nosotros convivimos mucho, incluso afuera. Hay que tratar de ver la realidad lo más parecida a cómo es la realidad. Suena difícil, pero hay que hacer el esfuerzo, empezar a aceptar lo que pasa. Si no, se te hace muy cuesta arriba. Nosotros ya nos aceptamos hace mucho tiempo y disfrutamos de las cosas que le gustan a uno del otro.
–¿Qué es lo que más comparten?
–Con Ale nos preparamos un traguito (como el “Alejandro”, que tiene Aperol, Martini, agua tónica y un poquito de naranja) y charlamos mucho. Cualquier cosa que estamos haciendo la podemos compartir. Hasta cuando nos metemos en la cama es impensado que uno mire una película en la compu y el otro en el televisor. Si miramos, siempre vemos algo juntos.
–¿Cuándo se dan las charlas más reflexivas entre ambos?
–En la cama, cuando hay intimidad, siempre hay charla. O al día siguiente por la mañana, durante el desayuno, ahora que salió mucho el mate matutino. Sobre todo porque éste es un momento en el que hay muchas preocupaciones, que tienen que ver con el estado de ánimo, los chicos y el afecto.
–Por lo que me contó Taína, la llevaste a conocer la realidad de otros chicos que no tienen los mismos privilegios que ella. ¿Cómo fue eso?
–Yo creo que hoy en día es una realidad de todos. Empezamos con el 35 o el 40 por ciento, y si sigue esta situación de pandemia ya casi estamos hablando de un cincuenta por ciento de la población bajo el nivel de pobreza. Y después de que me agarró el bajón, dije: “No hay nadie que pueda estar bien en esta situación”. Por eso aprendí a decir: “Estoy lo mejor que se puede en este momento, porque esto no es estar bien”. No podés estarlo en medio de una pandemia y en un clima de tanta incertidumbre, sin poder trabajar ni saber cuándo vamos a volver a la actividad normal, y con tanta inseguridad.
–¿Qué es lo que más te alarma?
–Siento que no tenemos un Estado que nos contenga, que nos cuide. Escucho al Presidente que dice: “Bueno, el que sale a robar es porque no tiene otra opción”. Y sí, lógicamente no tiene otra opción, ¿pero quién es el encargado de dársela? Y no cuando tiene que salir a robar, sino darle lo que necesita cuando es chico: educación. Esos chicos tienen que estar estudiando. Hay una deserción escolar tremenda. Se debe darles trabajo a esos padres. Es la única manera de cambiar la realidad que vivimos. ¿Qué perspectivas tenés al vivir en un país así? Hoy lo veo con dolor. No sólo porque es el país donde nací: es donde elegí quedarme cuando nos volvimos en 2005 y quise que crecieran mis hijos. Y el país es como el paciente: tenés que asumir la enfermedad para buscar la cura.
–¿Sobre el manejo de la cuarentena, cuál es tu posición?
–Entiendo que en un primer momento aplaudíamos a los médicos preparándonos para lo que se venía, pero el virus entró y no pudimos frenarlo. Lo único que se hizo fue demorar la situación, pero al final todo lo que tenía que pasar, está pasando. Cuando pase todo se evaluará si no fue peor el remedio que la enfermedad.
–¿Qué aprendiste de vos misma en este tiempo?
–Pasé una montaña rusa de emociones –en un mismo día incluso–, que subía y bajaba de un modo interesante. Creo que les di valor a los afectos, a las relaciones... Hace seis meses que no veo a mis padres, que están uno en Rosario y el otro en Santa Fe Capital, donde rige otra fase. Cuando uno ve todos estos casos de personas que no se pudieron despedir de los familiares que estaban agonizando, uno piensa: ¿Quién se hace responsable de eso? Llegar y que te impidan ver a tu familiar, no sé si lo habría tolerado.
–¿Tus padres cómo lo llevan allí?
–Mi mamá, que vive en Rosario, estuvo los dos primeros meses sin salir y hasta le dejaban la comida afuera, hasta que empezó a verse con mi hermana y con sus nietos (los hijos de Caro) y a hacer caminatas con sus amigas, siempre con precauciones. Y mi padre, que está en Santa Fe, también tiene otro ritmo. Aprovechamos para conectarnos gracias a la tecnología que, como vimos, te termina alejando de los cercanos y acercando a los que tenés lejos. Es sorprendente cómo nos fuimos adaptando a vivir encerrados, a estar sin trabajo y lejos de los que querés.
–¿Sentís que la crisis profundizó tu acercamiento al altruismo?
–Siento que hasta llevé a mis Vivos esto del costado social, de conectar a gente que se puso a trabajar y otra que necesita algo de esas personas. Es la única manera de llevar un poco de alivio ante tantos que piden auxilio. Y eso que no soy maga ni política... Ellos sí tienen la obligación de dar una respuesta. Es gente que llegó hasta donde está porque la mayoría los votó. Quiero seguir creyendo que tienen sueños, no aferrarme a la idea de que quieren más poder.
–¿Cómo es sumarte a preparar las viandas de Convidarte?
–A partir de Maik (su maquillador) me sumé a la idea y hoy sacan nueve mil porciones diarias de comida. Todo arrancó de un matrimonio que comenzó a prepararlas en su casa. Ahora se elaboran los platos desde distintas cocinas de restaurantes que prestan sus instalaciones, además de todos los que lo hacen desde sus casas. Nos damos cuenta que esto no para más, aunque no haya más pandemia.
–También estás involucrada en un taller en La Cava, de San Isidro.
–Sí. Este año no lo pudimos hacer y de alguna manera es un desprendimiento que surge a partir de mis cátedras en la Universidad de Palermo (Taller de Imagen Personal y Carrera de Comunicación de Moda). Yo buscaba a dónde más sumarme... Damos un taller en la escuela Domingo Sabio, de La Cava, a chicas de 13 o 14 años, a quienes acompañamos en su paso a la adolescencia. La moda es sólo una excusa para hablar de ellas, que aprendan a mirarse, a quererse y a hacerse respetar. Ahí funciona un comedor, como en tantos colegios. Ahora está cerrado, pero a los chicos se les sigue entregando un bolsón de comida. Si bien a veces estas cosas me decepcionan mucho y creo que nada de lo que podamos hacer es suficiente, termino pensando, como dice la Madre Teresa, que el mar necesita de todas las gotas.
–¿Aceptarías un cargo político?
–No. Todas esas que te cuento son mis causas. Por ahora me siento más útil como lo vengo haciendo desde fundaciones y organizaciones. Pero me intriga por qué en el último tiempo tantas personas que no vienen del ámbito político aceptaron cargos y tampoco pudieron cambiar mucho. ¿Es todo tan burocrático y corrompido, o es el ser humano que cuando llega al poder se nubla?
Fotos: Fabián Uset.
Estilismo: Mariano Caprarola. Producción equipo Caprarola: Sofía Esther Ortiz.
Maquilló: Maik Anzoátegui. Peinó: Diego Impagliazzo.
Agradecemos a Agustina Saquer, Benito Fernández, Ménage à Trois y Adrián Brown.