En una charla íntima, la actriz de Crímenes de familia (que se estrenará en Netflix el jueves 20) cuenta cómo es educar a un hijo varón en el feminismo, reflexiona sobre la visibilización del #metoo, cómo fue haberse asumido víctima de una violación y cómo es vivir el amor después del amor con “mi hermano”, Fito Páez.
“Esta noche quiero soñar con árboles, con libros de Corin Tellado, con siestas tan silenciosas que hasta podrían no haber existido. Sueños exquisitos, sueños de infancia, sueños con dulce perfume a jazmines, a mar salado, a bosque. Sueños de amor y no de pastillas”, escribe Cecilia Roth (64) en sus “memorias” digitales. Es que la nostalgia tiene otra profundidad en pleno confinamiento, después de haberse reencontrado con “cajas y cajas de fotos” y sensaciones y recuerdos empolvados.
“Nada de bajarse imágenes de la nube, sino en papel”, detalla la actriz, quien en un primer momento atravesó la cuarentena en una modalidad de introspección y ahora “la estoy padeciendo”, pero siempre lejos del mandato de la productividad. Algunas de esas fotos “que se van amarillenteando y destiñendo con el tiempo” son las que recrea en palabras cuando captura a la niña que fue, que apretaba con fuerza a su peluche Tobby y buscaba hormigueros, a la mujer libre de los ochenta que “siempre hizo lo que quiso” y a la que es hoy, deconstruida, que repiensa el lugar que ha elegido sostener con sus actos.
En una charla íntima, la actriz de Crímenes de familia (dirigida por Sebastián Schindel y estrenada en Netflix el 20 de agosto) cuenta cómo es educar a un hijo varón (Martín Páez, 20) en el feminismo, reflexiona sobre las consecuencias de la visibilización del #metoo, cómo fue haber comprendido que había sido víctima de una violación y cómo es vivir el amor después del amor: “El tiempo no cura todo”.
–¿Cómo vivís esta “irrealidad” que proponen estos tiempos?
–Acostumbrándome. Sabemos tan poco de este bicho, que va mutando y nos tiene muy atrapados. Lo más extraño es pensar hacer proyectos para la pandemia porque el encuentro público entre actores y técnicos es algo imposible y la palabra protocolo me vuelve loca.
–La magia suspedida, digamos…
–Claro. Entre lo que aparece entre los actores y cómo va a llegar al expectador, hay demasiadas barreras. Lo de Amor en cuarentena fue muy particular porque fue un trabajo para hacer en WhatsApp, que fue la única plataforma en la que se pudo hacer. Y me parece brillante la idea, pero hay que encontrar otras ideas que se suman a la manera que teníamos antes de vincularnos entre actores y con el público. Yo este año iba a hacer Bodas de sangre de Loca y somos 28 personas en el escenario, no hay protocolo que te banque.
–A partir de la carta abierta que dirigieron actores y actrices al gobierno y a la opinión pública, ¿qué opinás acerca de la necesidad de que se establezca una política pública?
–Fundamental que se establezca una política de Estado. Y esto lo delata de una manera brutal e injusta, aparentemente, de que los actores no somos trabajadores. Somos seres glamorosos que vivimos de fiesta en fiesta y trabajamos poco. Bueno, nada más lejano, como bien sabés de qué se trata esto. Gracias a Mosquito Sancineto que hizo un trabajo increíble, muchos hemos adherido a Artistas Solidarios. Llevamos comida y ropa a los actores, actrices, bailarines, bailarinas, que se han quedado en la nada. Los actores vivimos en el día a día, algunos mejor que otros. Yo no me puedo incluir en esto porque he tenido la enorme suerte de tener un pequeño ahorro para poder soportar esto. Pero yo creo en el compartir eso. De ninguna manera se puede permitir que compañeros y compañeras estén atravesando una situación tan dura sin ayuda del Estado.
–Y puntualmente, cuál es tu opinión en el caso de la ley de interpretación que le exigen a las plataformas como Netflix?
–Eso es brutal. Además, lo terrible es que ningún canal de aire está pasando la cantidad de ficción argentina que hay, que es la única manera que nosotros tenemos de cobrar por SAGAI (Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes) el derecho de imagen. Y al emitirse en Flow o en Youtube, en direcciones que no tienen dirección fiscal en Argentina, entonces no tienen por qué pagar. Es decir, nos ven millones de personas y nosotros no cobramos un mango.
–Hace unos días, Laura Azcurra hizo una declaración con respecto a esto y la criticaron mucho, incluso hubo gente que no entendía y se enojó.
–Sí, gente que piensa que los actores queremos todo. Es muy duro cuando el otro no tiene la empatía necesaria para entender quiénes somos, donde estamos parados, cuál es nuestro trabajo y por qué la cultura es esencial en este momento. Porque nos vamos a quedar todos secos como pasas si no hay música, si no hay teatro, si no hay cine, sin exposiciones de arte, sin libros… sin todo lo que uno necesita para seguir amantándose.
–Hablando acerca de la empatía, en Crímenes de familia, tu personaje de Alicia pasa por ese periplo de ponerse en los zapatos del otro, de ser una burguesa que defiende a su hijo a como dé lugar a pensar a quién y por qué había hecho daño (N.d.R. encubre a su hijo acusado de violación e intento de homicidio).
–Sí, más vale. Es un personaje que aparece como una señora burguesa con todo lo que eso implica hasta que se va deconstruyendo y todo aquello que tenía armado para hacer ese especie de espantapájaros que era, toda endurecida, sin demostrar empatía. La única relación empática y amorosa que tiene es con Santi, el hijo de Gladys, su empleada doméstica. Ahí deposita todo el amor que esta mujer puede poner. Todo lo demás son relaciones de maltrato, de desencuentro, de poca importancia, de que el otro no existe y no importa. Hasta que cuando sus amigas empiezan a hablar mal, ya mucho no le gusta.
–Le importa más el que dirán que defender la verdad, que es algo que después va a querer luchar por descubrir.
–Ojalá que fueran situaciones que pasen más. Que gente que tiene una vida tan estructurada, de repente reciba una piedrita con una gomera que les dé en el lugar indicado. Es ahí donde te empezás a deconstruir a la fuerza. A no ser que empieces a entender y a abrir los ojos con respecto a quién te está rodeando, incluso tu propio hijo. Quién es la gente que conforma contigo una sociedad que no está buena.
–¿Qué opinás respecto a la responsabilidad de criar a un hijo varón?
–Creo que las mujeres crían hijos machistas. El machismo empieza siempre en la casa. Incluso, creo que ya está en el ADN pero es un mandato cultural y patriarcal que capaz el hombre también lo sufre mucho. No puede llorar, no puede mostrarse sensible. He escuchado cosas delirantes como “no, este pibe es demasiado sensible”. ¿Y eso qué significa? ¿Qué connotaciones sexuales tiene también algo así, ¿no?
–¿Es complicado criar a Martín (Paez) como están las cosas?
–Mirá, yo creo que tanto su padre como yo lo criamos con una mirada feminista, obviamente. Pero de pronto escucho que se le escapan algunas cosas que son ADN puro y, por supuesto, lo hablamos y lo entiende. Porque nos pasa a todas, también. Uno no nace feminista. Creo que los mandatos machistas tienen que deconstruirse y es difícil guiar, de alguna manera todo esto, y aprenderlo juntas. Hay teóricas y académicas que vienen estudiando esta característica de la condición humana hace rato, como Dora Barrancos o Rita Segato.
–Y entre mujeres también se nos complica por momentos establecer vínculos desde la igualdad.
–Sí, entre mujeres también tenemos muchas cosas en las que trabajar. La tan mentada sororidad, que creo que existe entre muchas, pero entre otras existe la dificultad de vincularse con confianza con otra mujer, sin competir, con empatía, de preguntarse juntas lo que nos pasa. Es fundamental la educación, el entendimiento y el equivocarse y volver a preguntar. El otro día escuchando a este fiscal diciendo que las mujeres tenían que portar armas o estudiar artes marciales para defenderse, decís, esta es la clave de lo que entiende un hombre por feminismo.
Leé la nota completa a Cecilia Roth en la versión digital de GENTE.
Fotos: Gentileza Machado Cicala.